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La reconstrucción, en manos de las empresas que han fracasado en Irak

Nueva Orleáns y la «limpieza étnica»

Fuentes: La Jornada

La ayuda de emergencia y la reconstrucción de la zona de desastre que dejó Katrina está siendo entregada a las mismas empresas que llevan tres años cobrando millones de dólares sin conseguir llevar los servicios esenciales de Irak a los niveles que tenían antes de la guerra. «La reconstrucción», sea en Bagdad o en Nueva Orleáns, se ha convertido en poco menos que una transferencia continua de riqueza de las arcas públicas a las privadas. Y esa ruta se aprovecha para impedir el retorno de los pobres

Afuera del refugio temporal con 2 mil camas en el River Center de Baton Rouge, una banda de la Iglesia de la Cienciología toca una versión del clásico de Bill Withers «Use Me» ­una elección refrescantemente honesta. «Si ser usado se siente así de bien,» cantan los cienciólogos, «sígueme usando hasta que acabes conmigo.»

Nyler, de 10 años, yace boca abajo sobre la mesa de masajes con una actitud bastante parecida. No está segura de por qué la alegre señorita con la playera amarilla en la que se lee que es «Ministra Voluntaria de la Cienciología» quiere darle un masaje, pero «se siente tan bien», me dice, que a quién le importa. Le pregunto a Nyler si éste es su primer masaje. «¡Asistencia!», corrige la ministra voluntaria, poniendo en orden mi jerga ciencióloga. Nyler niega con la cabeza; desde que huyó de Nueva Orleáns cuando un árbol cayó sobre su casa ha visitado muchas veces esta tienda, convirtiéndose en poco menos que una adicta a la «asistencia». «Tengo nervios», me explica en una voz relajada por el masaje. «Tengo lo que se llama nerviosismo».

Usa una playera rosa con un slogan poco apropiado para su edad («Es en el lugarcito oculto de Tiki donde los chicos de la isla son guapos, guapos, guapos») que vino de las donaciones, y me explica por qué está nerviosa. «Creo que nunca van a arreglar Nueva Orleáns.» ¿Por qué?, le pregunto, un poco sorprendida de estar discutiendo la política de la reconstrucción con una preadolescente con colitas. «Porque la gente que sabe cómo arreglar las casas caídas se fue».

No tengo corazón para decirle a Nyler que creo que tiene razón; que muchos de los trabajadores afroamericanos de su barrio probablemente no sean nunca bienvenidos en la reconstrucción de la ciudad. Una hora antes había entrevistado al cabildero más importante de las corporaciones en Nueva Orleáns, Mark Drennen. Como presidente y director ejecutivo de Greater New Orleans Inc. (Área Metropolitana de Nueva Orleáns, S.A.), Drennen estaba de un humor expansivo, alimentado por los signos que llegan de Washington de que las corporaciones que representa ­desde Chevron y el Liberty Bank a Coca Cola­ están a punto de recibir un paquete de exenciones fiscales, subsidios y leyes laxas tan generosas que harían prácticamente obsoleto el trabajo de un cabildero.

Escuchando el entusiasmo de Drennen sobre las oportunidades que abrió la tormenta, me sorprendió su referencia a los afroamericanos de Nueva Orleáns como «la comunidad minoritaria». Con 67% de la población, son claramente la mayoría, mientras que los blancos como Drennen constituyen apenas 27%. No hay duda de que se trata de un simple lapsus, pero no pude evitar sentir que era también una muestra de la demografía deseable de la ciudad «nueva y mejorada» que imagina esta élite blanca, una que no tendrá mucho espacio para Nyler o sus vecinos que saben cómo arreglar casas. «Honestamente, yo no sé, y no creo que nadie sepa, dónde van a caber», dice Drennen de los desempleados de la ciudad.

Nueva Orleáns ya muestra signos de un cambio demográfico tan dramático que algunos de los evacuados describen el fenómeno como «limpieza étnica». Antes de que el alcalde Ray Nagin llamara a una segunda evacuación, la gente que volvía a las áreas secas era mayoritariamente blanca, mientras que los que no tenían casas a las que volver eran abrumadoramente negros. Esto, aseguró, no es una conspiración sino simple geografía ­un reflejo del hecho de que los ricos de Nueva Orleáns compran en las alturas. Eso significa que las áreas más secas son las más blancas (el barrio francés es blanco en 90%; el Garden District, en 89%; Audubon, en 86%; el cercano barrio de Jefferson Parish, donde también se le permitió volver a la gente, en 65%). Algunas áreas secas, como Algiers, sí tenían una gran población afroamericana y con bajos ingresos antes de la tormenta, pero entre los miles de millones para la reconstrucción no hay presupuesto suficiente para llevarla de vuelta desde los lejanos refugios donde terminaron estos residentes. Así que aún cuando la repoblación está permitida, muchos no podrán retornar.

En lo que toca a los cientos de miles de residentes con casas en terrenos bajos que fueron arrasados por la inundación, Drennen anota que muchos de sus barrios eran disfuncionales de principio. Sostiene que la ciudad tiene una oportunidad para pensar «como se piensa en el siglo XXI»: en vez de reconstruir ghettos, Nueva Orleáns podría ser repoblada con casas «de ingresos mixtos», donde los ricos y los pobres, los blancos y los negros, vivan pared con pared.

Fotografía: Reuters

Lo que Drennen no dice es que esta clase de integración urbana podría suceder mañana, y en una escala masiva. Unos 70 mil de los evacuados más pobres y sin hogar en Nueva Orleáns podrán volver a la ciudad junto con los blancos que sí tienen casas si no se construye una sola vivienda más.

Veamos el Garden District, donde Drennen vive. Tiene una tasa de viviendas vacantes sorprendentemente alta ­17.4%, según el censo de 2000. En ese tiempo 702 casas estaban desocupadas y, considerando que el mercado no ha mejorado mucho y que el distrito apenas fue inundado, lo más probable es que sigan vacías. Lo mismo pasa en otras áreas secas: con caseros que prefieren sellar los departamentos antes que bajar las rentas, el barrio francés lleva años medio vacío, con una tasa de desocupación de 37%.

Los números generales de la ciudad son impresionantes: en áreas que sufrieron sólo daños menores y están en la lista de repoblación del alcalde, hay por lo menos 11 mil 600 departamentos y casas vacíos. Si se incluye Jefferson Parish, el número sube hasta 23 mil 270. Con tres personas por unidad, eso significa que podría haber casas para unos 70 mil evacuados. Con el número de los residentes de la ciudad permanentemente sin hogar, que se estima en unos 200 mil, eso sería un importante avance en la solución de la crisis de vivienda. Y es posible. La representante demócrata Sheila Jackson Lee, cuyo distrito en Houston incluye a unos 150 mil evacuados, dice que hay formas de convertir los departamentos vacíos en casas costeables o gratuitas. Después de aprobar una ordenanza, las ciudades podrían emitir certificados bajo la Sección 8, que cubrirían la renta hasta que los evacuados encuentren empleo. Jackson Lee dice que planea proponer una iniciativa que pedirá fondos federales para que sean gastados precisamente en esos pagos de renta. «Si existe la oportunidad de crear opciones viables de vivienda deberían ser exploradas», dice.

Malcolm Suber, un veterano activista comunitario de Nueva Orleáns, estaba impresionado cuando se enteró de que miles de hogares habitables estaban vacíos. «Si hay casas vacías en la ciudad, entonces los trabajadores y la gente pobre debería poder vivir en ellas». Según Suber, ocupar las unidades vacías haría más que proveer el tan necesitado refugio inmediato: devolvería a los pobres a la ciudad, previniendo que las decisiones clave sobre su futuro ­como convertir el sitio del Ninth Ward en un humedal o cómo reconstruir el Hospital de la Caridad­ las tomen solamente los que pueden pagar terrenos en tierras altas. «Tenemos el derecho de participar plenamente en la reconstrucción de nuestra ciudad», dice Suber. «Y eso sólo puede suceder si volvemos a ella». Pero concede que será una lucha: las familias de abolengo en Audubon o el Garden District pueden aguantar la vivienda de «ingresos mixtos, pero a los Bourbons de la parte alta de la ciudad les va a dar un ataque si un inquilino favorecido por la Sección 8 se muda al departamento de al lado. Ciertamente va a ser interesante».

Igualmente interesante será la respuesta de la administración Bush. Hasta ahora, el único plan para devolver a los residentes sin hogar a Nueva Orleáns es la extraña Ley de Terrenos Urbanos. En su discurso en el barrio francés, Bush no mencionó los departamentos sin rentar del barrio ­unos mil 700­ y, en vez de ello, propuso hacer una lotería y entregar lotes de tierra federal a las víctimas de la inundación, que podrían construir casas en ellos. Pero llevará meses (por lo menos) construir esas casas, y muchos de los residentes más pobres no podrán pagar las hipotecas, no importa cuán subsidiadas. Además, apenas cubre las necesidades de vivienda: la administración Bush estima que en Nueva Orleáns hay tierra para apenas unos mil «terratenientes».

La verdad es que la determinación de la Casa Blanca de convertir a los habitantes que rentan en pagadores de hipotecas viene menos de la preocupación por resolver la crisis de vivienda en Luisiana que de una obsesión ideológica con construir una «sociedad de la propiedad» radicalmente privatizada. Es una obsesión que ya empezó a envolver la zona de desastre, con la Cruz Roja y Wal-Mart como proveedores de la ayuda de emergencia y contratos de reconstrucción entregados a Bechtel, Fluor, Haliburton y Shaw ­el mismo cártel que se ha pasado los últimos tres años recibiendo miles de millones sin lograr llevar los servicios esenciales de Irak a los niveles que tenían antes de la guerra. «La reconstrucción,» sea en Bagdad o en Nueva Orleáns, se ha convertido en poco menos que una transferencia continua de riqueza de las arcas públicas a las privadas, sea en la forma de contratos gubernamentales de costo adicional o de subastas de nuevos sectores del Estado a las corporaciones.

Esta visión fue planteada sin disfraces durante una reunión en las oficinas centrales de la Heritage Foundation, en Washington, el 13 de septiembre. Estuvieron presentes miembros del Comité Republicano de Estudios de la Cámara de Representantes, un grupo de más de cien legisladores conservadores encabezados por el congresista de Indiana Mick Pence. El grupo compiló una lista de 32 «ideas pro-mercado libre para responder al huracán Katrina y a los altos pprecios del gas», incluyendo pagos escolares, eliminar la legislación ambiental y «buscar petróleo en el Refugio Nacional de la Vida Salvaje del Ártico». Claramente, parece aventurado pensar que estas ideas serán adoptadas como ayuda a las víctimas de un sector público destripado, hasta que se leen los primeros tres puntos: «Suspender automáticamente las leyes salariales producto de la ley Davis-Bacon en las áreas de desastre»; «hacer de la totalidad del área afectada una zona de tasa fiscal pareja y de libre empresa», y «hacer de la totalidad de la región una zona de competitividad económica (con incentivos fiscales comprehensivos y regulaciones laxas)». Todas están posicionadas para convertirse en leyes o han sido ya adoptadas por decreto presidencial.

Con su propio estilo, los creadores de la lista de Heritage no son tan distintos de los 500 ministros voluntarios cienciólogos que están desplegados en los refugios por toda Luisiana. «Literalmente seguimos el huracán,» me dijo David Holt, un supervisor de la iglesia. Cuando le pregunté por qué, señaló un letrero amarillo en el que se leía «Algo puede hacerse al respecto». Le pregunté que era «eso» respecto a lo que algo podía hacerse y me dijo que «todo.»

Así es también con los verdaderos creyentes neoconservadores: sus políticas de «ayuda por Katrina» son las mismas propuestas para todos los demás problemas, pero nada les da tanta energía como un buen desastre. Como dice Bush, las tierras destrozadas son «zonas de oportunidad», una ocasión para hacer un poco de reclutamiento, impulsar la fe, inclusive rescribir las reglas desde cero. Pero eso, por supuesto, requiere un poco de masaje… perdón, de asistencia.

(Una versión de este artículo apareció en The Nation (www.thenation.com). Asistió en la investigación Aarón Maté. Traducción: Eugenio Fernández Vázquez).