África siempre ha sufrido una presión desproporcionada por parte de la economía mundial, especialmente en la esfera de la deuda y los desembolsos financieros. Pero, para aquellos países africanos que quedaron excesivamente vulnerables a los flujos financieros mundiales durante la era neoliberal, el colapso ha tenido un grave efecto adverso.
En estos momentos está llevándose a cabo un debate estratégico de gran alcance acerca de cómo responder a la crisis financiera mundial y, de hecho, sobre cómo los problemas del Norte pueden estructurarse en una crítica más amplia del capitalismo.
La crisis financiera mundial de 2008 tiene sus raíces en el modelo de exportación neoliberal (dominante en África desde el informe Berg y el inicio del ajuste estructural de principios de los 80) e, incluso más profundamente, en treinta y cinco años de volatilidad y estancamiento capitalista mundial.
África siempre ha sufrido una presión desproporcionada por parte de la economía mundial, especialmente en la esfera de la deuda y los desembolsos financieros. Pero, para aquellos países africanos que quedaron excesivamente vulnerables a los flujos financieros mundiales durante la era neoliberal, el colapso ha tenido un grave efecto adverso.
En la mayor economía nacional africana, por ejemplo, el ministro de finanzas sudafricano, Trevor Manuel, ha presidido sobre la erosión continuada de los controles de cambio de divisas (con 26 relajaciones consecutivas entre 1995 y 2008, según el Reserve Bank) y la emergencia de un masivo déficit de cuenta corriente, del -9 % en 2008, el segundo peor del mundo.
Esto se debió en parte a una salida continua de beneficios y dividendos a corporaciones antes basadas en la Bolsa de Johannesburgo, pero que luego salieron a Bolsa en Gran Bretaña, Estados Unidos o Australia durante los 90 (Anglo American, DeBeers, Old Mutual, Didata, Mondi, Liberty Life, BHP Billiton).
Durante la primera semana de octubre, la Bolsa sudafricana cayó un 10 por ciento (en el peor día, un total de acciones por valor de 35 000 millones de dólares estadounidenses se convirtieron en humo) y la divisa bajó en un 9 por ciento, mientras que la segunda y tercera semanas vieron otras caídas del 10 por ciento más. El mercado inmobiliario especulador de Sudáfrica ya había comenzado un declive que podría alcanzar las proporciones de otros sectores inmobiliarios en grave crisis, como los de Estados Unidos, Dinamarca e Irlanda, porque a principios del siglo xix la subida de los precios de la vivienda superó incluso la de estos mercados-casino (200 por ciento entre 1997 y 2004, en comparación con el 60 por ciento en los Estados Unidos).
Por otra parte, el coste del fallo de los mercados podría compensarse, en cierto modo, por el avance ideológico. Las mejoras principales hasta el momento radican en la deslegitimación de la filosofía de liberalización económica adoptada por los gobiernos de Nelson Mandela y Thabo Mbeki entre los años 1994 y 2008 (presididos por Manuel). De hecho, la dramática salida de Mbeki en septiembre se produjo en parte a causa del gran aumento en la desigualdad y el desempleo desde 1994, lo cual, a su vez, provocó miles de protestas sociales cada año.
Cuando (Mbeki) hizo pública el 23 de septiembre a la prensa una carta escrita por Manuel solidarizándose y dimitiendo del gobierno de Mbeki en su segundo último día, los mercados de valores y efectivo impusieron un castigo de 6 000 millones de dólares en menos de una hora y esa caída exigió que el presidente interino entrante, Kgalema Motlanthe volviera a nombrar a Manuel con gran pompa.
No obstante, a medida que la crisis financiera se desarrollaba en Estados Unidos y en Europa, los méritos de los restos de controles de capital de Sudáfrica quedaban cada vez más claros. Según escribió con aprobación el viceministro de Comercio Rob Davies en el principal periódico comunista: «Resulta interesante que la edición del 21 de septiembre de The Business Times haya atribuido este hecho [la inmunidad contra el contagio] en parte al control sobre el cambio de divisas que implica que ‘existe un grado saludable de liquidez atrapada en el sistema financiero'».
Otro factor fue que muchos de los productos financieros exóticos se habían prohibido. Pero, según señala Riaz Tayob, de Third World Network, Manuel ha sido terriblemente irresponsable al impulsar una mayor desregulación de los servicios financieros en la Organización Mundial del Comercio.
En cuanto al resto de África, están surgiendo oportunidades similares para enfrentarse a la ortodoxia del sistema financiero. En esta etapa, es prácticamente imposible para los miembros del personal de la fuerza externa más poderosa de la política económica africana, el Fondo Monetario Internacional (FMI), aconsejar a las élites con cierta credibilidad.
Después de todo, el informe sobre estabilidad financiera mundial de septiembre de 2006 de dicho organismo afirmaba que las finanzas mundiales mostraban «una volatilidad mercantil excepcionalmente baja». Además, el crecimiento económico mundial «continuaba aumentando su equilibrio, lo cual ofrecía un amplio soporte para los mercados financieros».
Puesto que los mercados financieros fijan el precio del riesgo correctamente, según el dogma del FMI, los inversores podían relajarse: «El riesgo predeterminado en los sectores financieros y de seguros permanece relativamente bajo y los mercados de derivados a crédito no indican ninguna preocupación específica sobre la estabilidad financiera».
Según el FMI hace dos años, los derivados y, en particular, los valores garantizados mediante hipoteca, «se han desarrollado e implementado con éxito en los mercados estadounidense y británico. Permiten a los inversores mundiales obtener una exposición al crédito más amplia, al tiempo que se enfocan en la compensación entre riesgo y recompensa que desean».
En cuanto al alza de los canjes de créditos impagos o credit default swaps (el castillo de naipes de 56 billones que provocó la caída de un banco tras otro), el FMI no se sentía preocupado, porque «la ampliación de la expansión de los canjes de créditos impagos [es decir, la estimación del riesgo mayor] en los mercados maduros ha sido gradual y leve, y la expansión se mantiene cerca de los puntos bajos históricos».
Desde entonces, el FMI ha continuado proclamando los méritos de la liberalización y aumentando los flujos financieros a África, especialmente la financiación de carteras (es decir, dinero caliente a corto plazo en forma de acciones y valores emitidos por empresas y gobiernos en moneda local pero fácilmente convertible). Dicho «dinero caliente», posiciones especulativas por inversores del sector privado, fluyó especialmente en la Bolsa de Sudáfrica y también, aunque en menor medida, en los mercados de acciones de Ghana, Kenia, Gabón, Togo y las Seychelles.
No obstante, los flujos salientes financieros continúan a ritmo acelerado. Un informe actualizado sobre fuga de capitales, elaborado por Leonce Ndikumana, de la Comisión Económica para África y James Boyce, de la Universidad de Massachusetts (Estados Unidos) muestra que, gracias a la corrupción y a la destrucción de la mayor parte de los controles de cambio de divisas de la mayoría de los países africanos, la fuga de capitales de 40 países del África subsahariana entre los años 1970 y 2004 se estima en al menos 420 000 millones de dólares (valor de 2004). La deuda externa que debían esos mismos países en 2004 era de 227 000 millones. Utilizando una tasa de interés imputada para calcular el impacto real de la fuga de capital, el total acumulado asciende a 607 000 millones de dólares.
¿Dónde dejó esto a los deudores africanos en 2008? Según el FMI, la «previsión de sostenibilidad de la deuda» de los países africanos con bajos ingresos «ha mejorado de forma sustancial: 21 de 34 países están clasificados, basándose en el Marco de sostenibilidad de la deuda, con riesgo bajo o moderado de dificultades a causa de la deuda, a finales de 2007». No obstante, la lección principal de los problemas por deuda del cuarto de siglo anterior no se centra en las ratios abstractas, sino en la capacidad de pagar la deuda en el contexto de unas necesidades humanas apremiantes.
Es en este punto, según Jubilee Research, una organización basada en Londres, donde las instituciones Bretton Woods no evaluaron con exactitud el daño debido a la deuda o la injusticia asociada con el pago de la deuda heredada de unos gobiernos anteriores no democráticos. «Los enfoques actuales [mediados de 2008] al alivio de la deuda (HIPC y MDRI para los países pobres y las renegociaciones de París y Londres para los países con ingresos medios) no resuelven el problema de la deuda del tercer mundo… Incluso después de la condonación de la deuda ya concedida siguiendo las iniciativas HIPC (países pobres fuertemente endeudados) y MDRI (alivio de la carga de la deuda), 47 países necesitan una cancelación total de su deuda si partimos de esta base y entre 34 y 58 más necesitan al menos una cancelación parcial, equivalente a entre 334 000 y 501 000 millones de dólares en términos de valor neto actual, si se pretende que alcancen un punto en el que el pago de la deuda no afecte gravemente a los derechos humanos básicos».
Para algunos países africanos, la solución radica en una fuente alternativa de financiación en efectivo. China no sólo ofrece préstamos incondicionales a varios de los regímenes más autoritarios de África; resulta más esperanzador el hecho de que Venezuela está considerando una propuesta para sustituir y desplazar al FMI como ocurrió en Argentina en 2006, en cuyo caso el pago temprano al FMI, o incluso el impago, serían factibles.
En otros países africanos, los movimientos sociales progresistas han argüido en favor de la repudiación de la deuda y están preocupados por la continuación de los influjos financieros más allá de los necesarios para la financiación comercial de los insumos esenciales. Esto también implicaría una industrialización ligera orientada hacia el mercado interior centrada en las necesidades básicas (no en los bienes de lujo, un problema importante que surgió en las economías coloniales durante los años 60 y 70 del siglo pasado).
El ingrediente crucial para el establecimiento de una estrategia de financiación africana alternativa desde la izquierda es la presión desde la base. Esto implica el fortalecimiento, la coordinación y el aumento de la militancia de dos tipos de sociedad civil: las fuerzas dedicadas a la causa de la condonación de la deuda, que provienen con frecuencia de la sociedad que pudiera calificarse de civilizada, excesivamente educada, en ONG con nexos internacionales que rara vez, si lo hicieron en algún momento, removieron las cosas para poder obtener los objetivos, y las fuerzas que reaccionan por medio de «disturbios FMI» a corto plazo contra el sistema, de una manera que se comprende mejor como sociedad poco civilizada.
Los disturbios FMI que sacudieron a los países africanos durante las décadas de los 80 y 90 a menudo se alzaron en furia e incluso debilitaron el dominio del poder de algunos gobiernos. Cuando éstos contribuyeron a la caída de Kenneth Kaunda en Zambia (uno de muchos ejemplos), sin embargo, el hombre que lo sustituyó como presidente en 1991, el anterior sindicalista Frederick Chiluba, impuso unas políticas del FMI incluso más decisivas. La mayoría de las protestas contra el FMI sencillamente no podían mantenerse.
En contraste con ello, las organizaciones anteriores están muy relacionadas, especialmente después de las actividades en 2005 relacionadas con la llamada mundial a la acción contra la pobreza (GCAP, en sus siglas en inglés), que generó estrategias (fallidas) para apoyar los objetivos de desarrollo del milenio en parte a través de la concienciación con un brazalete blanco, mediante la apelación a las élites africanas nacionales y uniéndose en una ingenua súplica ante la reunión de los G8 en Gleneagles.
Desde entonces, las redes se han reforzado y fortalecido por medio de dos acontecimientos celebrados en Nairobi (Kenia): El Foro social mundial en enero de 2007 y el lanzamiento en agosto de 2008 de los capítulos africanos de Jubilee South.
Estas redes podrían volver al callejón sin salida de las «reformas reformistas» del GCAP, es decir, recordando la frase de Andre Gorz, partir de la lógica del sistema neoliberal existente y sus relaciones geopolíticas de poder para realizar sus exigencias, de una forma tal que elimina todo poder de los activistas si obtienen unos ligeros cambios marginales.
O podrían embarcarse en los retos de la «reforma no reformista», identificando aquellos puntos en los que puede darse la vuelta a la lógica de las finanzas.
El caso más sorprendente podría haber sido la campaña de «boicot a los bonos» sudafricana de principios de los 90 del siglo pasado, en la que docenas de distritos segregados se apoyaron de forma solidaria cuando negarse a devolver las obligaciones hipotecarias era la única reacción lógica.
Este movimiento fue un precursor de la estrategia «El Barzón» («el yugo» de los años 1995 y 96, cuando más de un millón de mexicanos que quedaron atrapados en el peonaje por deuda cuando las tasas de interés aumentaron del 14 al 120 por ciento en apenas unos días a principios de 1995: no dijeron más que «no podemos pagar, no vamos a pagar».
Ese lema también se oyó en Argentina a principios de 2002, después de las expulsiones de cuatro presidentes en una única semana debido a las protestas populares. La presión continua desde abajo obligó al gobierno a dejar de pagar 140 000 millones de dólares en deuda externa para poder mantener parte del salario social, el mayor impago de ese tipo de la historia.
En lugar de ello, las élites mundiales, que se reúnen en Nueva York y Washington, pretenden remodelar la arquitectura financiera del mundo, probablemente añadiendo al grupo de los G8 algunos regímenes compradores como China, India, Brasil y Sudáfrica, para dar una ligera pátina de legitimidad (y acceso a unas reservas de dólares bastante cuantiosas).
Los activistas deberían considerar si hacer el acontecimiento otro «Seattle»; después de todo, fueron los movimientos sociales africanos y algunos ministros de comercio patrióticos africanos quienes no sólo estuvieron presentes, sino que también resultaron claves en impedir la celebración de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Seattle nueve años antes.
Un peligro grave para la sociedad civil sería aceptar un evento patrocinado por la ONU lleno de reformas reformistas. La conferencia de la ONU que tuvo lugar en Monterrey (México) en 2002, y contó con Michel Camdessus (anterior director ejecutivo del FMI) y Trevor Manuel como asesores clave, denominada Financiación para el desarrollo, provocó enormes daños a las finanzas del Sur. Este último está ahora siendo considerado para un puesto de alto nivel en el FMI ahora.
Además, pueden tomarse muchas más acciones nacionales directas contra las finanzas mundiales, impulsadas por activistas de la sociedad civil con visión de futuro, como los que exigen reparaciones por el apartheid, el colonialismo, la esclavitud y la «deuda ecológica» que debe el norte al sur. África necesita volver a imponer los controles nacionales del cambio de divisas y los controles de la importación (especialmente sobre bienes de lujo para sus élites), como han hecho con éxito Malasia, Chile y Venezuela en los últimos años.
A medida que los precios de los bienes de consumo caen de sus precios inflados impulsados por la especulación entre 2002 y 2007 (como un 70 % de caída en las acciones mineras desde mayo), a medida que las operaciones comerciales se revelan como claramente desventajosas, a medida que resulta más difícil financiar las operaciones comerciales como resultado de la desconfianza de los bancos en las deudas de la contraparte y a medida que la cartera de dinero caliente se seca y se abren nuevas fuentes de dinero en efectivo, aumentan la fuerza y el atractivo del fenómeno que Samir Amin, el mejor economista político africano, llama «desligamiento».
Ya está comenzando a suceder en muchas partes, gracias a la defensa de la sociedad civil.
Patrick Bond dirige el Centro para la Sociedad Civil en Durban (Sudáfrica: www.ukzn.ac.za/ccs. Este texto fue, inicialmente, un comentario ZNet.
http://www.zcommunications.
Traducción por Mar Rodríguez