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Nuevo golpe de Estado en Malí

Fuentes: Rebelión

Malí se independizó de Francia en 1960 y, tras un tiempo en el que solo existía un partido político, en 1990 comenzaron a surgir movimientos de oposición coherentes interferidos por el incremento de la violencia étnica en el norte debido a las sublevaciones de las tribus tuaregs. Un golpe militar en el 91 llevó al país a la redacción de una nueva constitución y al establecimiento de una nación democrática y pluripartidista. Luego vinieron otros golpes de Estado y nuevas sublevaciones tuaregs, junto al incremento de los movimientos islamistas y secesionistas hasta que, en 2013, la intervención militar por parte de Francia, la antigua metrópoli, frenó la expansión de los rebeldes islámicos en el norte. España mantiene en la actualidad 200 militares en el país y dentro de unos días está previsto que leguen 97 más.

         En 1991 aterricé con Soledad, Sol, en el aeropuerto de Bamako, la capital. Nos hicieron pasar las mochilas por los restos de los consabidos detectores, entonces sólo una especie de cajones huecos. Al día siguiente, al pedirle un periódico, el kiosquero me extendió  unos folios multicopiados grapados. Mientras los ojeaba en un céntrico café, una manifestación formada por una  mayoría jóvenes estudiantes recorría la calle puño en alto entonando consignas en francés que no descifraba, tal vez mezcladas con bambara, hablado por la mitad de la población junto con una decena más de lenguas reconocidas oficialmente. Cuando llegaron al Mercado Central empezaron los enfrentamientos con policías de uniformes variopintos de traza militar y abandoné (Tres semanas después, de regreso en España, leí que ese mercado había sido incendiado con lanzallamas ocasionando decenas de muertos).

         Tras unos días de peripecias turísticas, entre ellas cuando nuestro autobús rompió los frenos durante la noche y acabamos empotrados en una casa de adobe que amortiguó el golpe tras derribar varios tabiques y donde solo hubo heridos leves (la gente se remendaba las heridas con aguja e hilo de coser), y donde algunos niños de las aldeas lloraban cuando veían a los primeros blancos, partimos de Mopti rumbo a Tombuctú, distante 400 km.

         Saraféré en 4×4 de ‘línea regular’. Unos turistas franceses nos ofrecieron llevarnos en su turismo camino de Niafunké, pero tras embarrancar dos veces por la arena de la pista y sin poder liberar el vehículo hasta que nos ayudaron unos jóvenes de unas casas cercanas, vuelta atrás. Camión hasta Niafunké, cruzar el Niger en barca, Tonka,… Tres días y noches pasando de Toyotas a camiones cargados hasta los topes y el pasaje arriba de los bultos.

         En Tonka estuvimos varados más de un día, hasta que un amable soldado se acercó y unos ofreció pasaje hasta Diré.

         Un convoy de camionetas todoterreno abarrotadas de soldados surcaba las dunas. Al cabo de unos km observé que los soldados escudriñaban inquietos el horizonte de arena y palpaban sus fusiles kalashnikovs.

         «Están nerviosos», le comenté a Sol. Ella se reía. «He estado dos años entre milicianos en Nicaragua, y están inquietos. Miran a un lado y a otro y aquí no hay ni árboles». «No sea exagerado».

         Llegamos sin novedad en un par de horas a Diré. Bajamos nuestros macutos y esperamos enlazar hasta el último tramo para Tombuctú, a tan solo unos 50 km. Al cabo de un rato se nos presentó el soldado y nos pidió, con amplia sonrisa, que abonáramos generosamente el transporte, billetes que irían con seguridad al bolsillo del oficial al mando, que tal vez invitaría a unos refrescos. Tuvimos que hacer noche en el pueblo.

         Durante el desayuno algunos parroquianos, alegres como niños, nos decían, «no dictadura, aquí democracia, como en España». No entendíamos nada. Horas después, sintonizando una emisora en francés comprendí que durante la noche se había consumado un golpe militar que prometía establecer las libertades y el pluripartidismo por primera vez en el país. Las cárceles abrieron sus puertas para liberar a todos los presos políticos, y también comunes, con el consiguiente peligro para el turista blanco. En todo el periplo solo nos topamos con dos japoneses y un camión de ‘viajes alternativos’ con literas para dormir. El regreso, con los aeropuertos cerrados, fue complicado, pero no me extiendo. Es otra historia.

         Poco que ver en Tombuctú, «la ciudad de los 333 santos», entrada al desierto en la ruta transahariana de sur a norte. Aquí se reunían los camelleros tuareg, quienes comerciaban con la sal que traían del Mediterráneo y la intercambiaban por oro, fruta y pescado con las tribus negras. La Mezquita de Djingareyber, construida en barro, algunas humildes madrasas coránicas, sus profundos pozos en la arena,… Durante la  rebelión tuareg de 2012, la ciudad cayó en manos del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad y gran parte de los monumentos históricos fueron destruidos por al considerarlos impíos. Desde entonces, la caída del turismo es abismal.

         Diecinueve años después del primer golpe militar que trajo la democracia, la mitad de la población maliense vive debajo del umbral de la pobreza internacional, establecido en 1’25 dólares por día, y un nuevo golpe promete elecciones libres.