El triunfo de Obama marca una incisión en la historia política estadounidense. Junto a los triunfos de Lula y de Evo, y ‑a pesar de las marcadas diferencias que existen entre sus trayectorias, sus propuestas y los actores que representan‑, habla a las claras de la fuerza convocante de la esperanza como motor movilizador de […]
El triunfo de Obama marca una incisión en la historia política estadounidense. Junto a los triunfos de Lula y de Evo, y ‑a pesar de las marcadas diferencias que existen entre sus trayectorias, sus propuestas y los actores que representan‑, habla a las claras de la fuerza convocante de la esperanza como motor movilizador de los pueblos en los tiempos actuales.
Lo sobresaliente de la victoria de Obama no radica en su color. El es un líder afrodescendiente y, en tanto tal, estimula a que se proyecten en él -a su medida‑ las miradas que evocan a Martin Luther King Jr, Malcom X, Ángela Davis y tantos otros miles de pares golpeados, vilipendiados o asesinados por el sistema. Pero su proyección como figura política no se centró en ello; estuvo marcada por las banderas que levantó, los postulados que invocó y las puertas (oportunidades) que prometió abrir.
No se presentó tampoco como alternativa al sistema; buscó su elección dentro del sistema [norte]americano, pensando y actuando como [norte]americano. Rescatar y resaltar el «espíritu [norte]americano», apelar a sus mejores acervos político-culturales, fue precisamente lo que rubricó la fuerza cultural de su mensaje y constituyó el eje vertebrador de su estrategia para la victoria. El derrotero de su brevísimo camino a la Casa Blanca lo anuncia al mundo como un hábil estratega político. De ahí que resulte interesante destacar un grupo de claves que lo condujeron al triunfo.
– Desde su surgimiento como líder político, Obama tuvo claro que para llegar a ser Presidente hay que sentirse Presidente y actuar como tal. Para él, la presidencia no se protagoniza el día después del triunfo electoral, sino al revés: con las elecciones se corona lo que ya se es. Su discurso del 2004 así lo evidencia claramente: habló para todos, invocó los valores, el ideario y los imaginarios del legendario y ahora vilipendiado «espíritu [norte]americano». Apoyándose en ello convocó a jóvenes y viejos, hombres y mujeres, ricos y pobres, blancos y negros, demócratas y republicanos… y así lo reiteró en el discurso que pronunció luego de su triunfo. Esto lleva a otra clave:
– No sectorializó su participación ni su representación. No se asumió nunca como vocero o representante de los negros. No apeló a las armas de la justicia racial pretendiendo desde allí conquistar «el derecho» a la Presidencia. Haciéndose eco del fracaso de Jessie Jackson, por ejemplo, se presentó como [norte]americano, es decir, no como un negro, sino como un político con capacidad para representar a todos, como el Presidente ideal de los [norte]americanos. Para ello,
– No se auto-acorraló ni se dejó acorralar. Invocó valores omnipresentes, asentados (aunque relegados) en la idiosincracia [norte]americana: rescató al país de las oportunidades para todos, del reino de la libertad y de la democracia como vía. Y así lo mostró y demostró -entre otras cosas‑ disputando por su candidatura desde las primarias.
– Consciente de que la fuerza de la política radica en la sociedad, confió su candidatura a la ciudadanía y no a los acuerdos -aunque los hubo‑ con la cúpula demócrata. No fue designado ni nominado por un grupo, sino venciendo en la disputa democrática cuyos valores reivindica y encarna.
– No invocó cuestiones del pasado, no llamó a tomar revanchas, ni se refirió a los obstáculos. Mostró las posibilidades latentes presentes y futuras, y convocó a sus conciudadanos a hacerlas realidad.
– Levantó con fuerza la idea de oportunidad y de cambio, siendo esta última la palabra más reiterada de su campaña. Y no por casualidad, sino porque es la piedra angular de cualquier posibilidad de salida de la inocultable crisis profunda en la que se encuentra el país y más aún, el sistema capitalista que éste anima. Con ello,
– Supo identificar y llegar a los sectores sociales claves poseedores de la energía y fe necesarias para empujar el proceso en dirección al cambio y las oportunidades: los jóvenes y la clase media con ambiciones de movilidad social ascendente, muy golpeada por la crisis. Y no se equivocó: fueron la fuerza social central de la campaña y el voto Obama.
– No se comprometió radicalmente con nada: no definió el sentido ni los contenidos de los cambios y las oportunidades; permitió que cada uno depositara en sus palabras un contenido propio. Con lo cual,
– Estimuló la fantasía presente o dormida, y apeló a los sueños y la imaginación como vía para enfrentar el «realismo» aplastante y mediocre del mercado y el guerrerismo que invocaba Mac Cain, en su decadente convocatoria a profundizar el neoliberalismo.
– Frente a la chatura y mezquindad de «Joe el fontanero», su discurso sencillo (pero no simple) apeló a la solidaridad y a la paz, e invocó a lo mejor de los hombres y las mujeres, sabiéndolos deseosos de recuperar su orgullo y autoestima como país, tan vilipendiados por la administración Bush. Todo ello fue signando su arrollador carisma.
– No se presentó como «el cambio», sino como la oportunidad para hacerlo. Con lo cual convocó a millones a acompañarlo, para protagonizar entre todos la desafiante aventura de recrear América y el mundo.
– Esto significa o puede significar también, recrear las relaciones entre Norteamérica y Latinoamérica. Y con ello despertó esperanzas más allá de sus fronteras. Entreabre una delgada puerta hacia la posibilidad de poner fin al bloqueo a Cuba, hacia la posibilidad de cesar el injerencismo desestabilizador y golpista en los procesos de Bolivia, Venezuela y Ecuador (para solo mencionar algunos), y construir interrelaciones diferentes con el continente, basadas en principios de respeto a las integridades y designios nacionales en todo el planeta.
– No habló para Mac Cain ni para Hilary. No habló para un sector social en particular. No llamó a votar a favor de algunos (un sector), ni contra los otros (los republicanos), sino invocando el nosotros. Y con un lenguaje claro y directo se dirigió siempre a los millones de estadounidenses a quienes buscaba convocar.
La gigantesca victoria de Obama evidencia que los pueblos ‑en este caso el de EEUU‑, están por la vida, por la paz. Enseña que el pueblo [norte]americano, pese a su deambular «equivocado», tiene memoria de su valores y -crisis mediante‑, con Obama ha recuperado la esperanza y la fe en que es posible vivir de un modo diferente. Él supo despertar esos sentimientos, invocar los mejores valores de la idiosincrasia [norte]americana y constituirse en el ser humano que la personifica.
Por todo eso ganó.
Esta situación permite también tomarle el pulso al universo: marca el fin del señorío absoluto del realismo cínico del neoliberalismo y del racionalismo chato que imperaron hasta ahora como horizonte máximo de lo único posible, y anuncia el retorno de la fe y la confianza en la posibilidad de construir y vivir en un mundo mejor. Con estas llaves Obama alimentó la esperanza y estimuló la movilización de miles de millones de hombres y mujeres en EEUU, con ecos en todo el plantea.
En cualquier caso, su triunfo no es casual. Es parte de las oportunidades abiertas por las luchas de los pueblos. Llega de la mano del empantanamiento bochornoso de la tropas estadounidenses en Irak, y al son de una de las más profundas crisis del sistema capitalista desde 1929. Esto muestra también que la incertidumbre se acepta como alternativa cuando -como escuché decir a un periodista‑ «se le ve la cara al abismo». Este abismo es la gran amenaza para Obama, pero a la vez su gran oportunidad y la de todos.
Indubitablemente, haber llegado a la cima del país más poderoso del mundo, hacerse cargo de una administración que es sostén del entrelazamiento de acero entre el poder financiero y el militarismo guerrerista/imperialista mundiales, no deja mucho margen para pensar que Obama podrá «hacer lo que quiera», aunque todavía no ha expresado exactamente qué es lo que quiere. Habrá que ver qué define y cómo se maneja, cómo hace para que los millones que lo votaron aprovechen las oportunidades que él abrió, o si ‑desdiciéndose‑ lo cocina todo tras las puertas de la Casa Blanca.
Algunos se apresuran a tomar distancia y a vaticinar que su gobierno será un desastre, que él es (o será) simplemente un instrumento del sistema. James Petras lo define como «el candidato de Wall Street» porque, para él, mientras «la esencia» del sistema no cambie, nada tiene importancia, y entonces -prácticamente‑ lo mismo le da Obama que Mac Cain. Chomsky supone que la ideología guarda una relación directa de correspondencia con la pertenencia etno/genética de cada ser humano, y por tanto define ideológicamente a Obama como «un blanco que tomó mucho sol». Otros se lamentan por la confusión que -aseguran‑ va a desatar, y otros alertan sobre su posible (y aparentemente inevitable) «traición». La pregunta en tal caso sería, ¿traición a quiénes? Porque Obama no se planteó terminar con el sistema, ni reclamó la Presidencia como acto de justicia racial. No se postuló -reitero‑ como el candidato negro de los estadounidenses, sino como el candidato de todos los estadounidenses, es decir, como el salvador de los estadounidenses y su sistema social, económico, político y cultural, y también de su liderazgo mundial, pero redefiniéndolo y reconstruyéndolo desde un lugar y con modos diferentes al hasta ahora ensayado por los republicanos. No cabría entonces considerar una «traición» que se reúna y pretenda gobernar junto con algunos de ellos. Habrá que ver en función de qué políticas, con quiénes y cómo.
Todavía no se estrenó en sus funciones, sin embargo, las dificultades, los obstáculos y las amenazas comienzan ya a disputarle el oxígeno que respira. Conociendo el historial del poder [norte]americano no resulta disparatado vislumbrar a Obama transitando por el corredor de la muerte. Pareciera recomendable entonces, no precipitarse a realizar juicios absolutos y, para saber qué atenerse, esperar.
Con Mac Cain todas las puertas estaban cerradas. La llegada de Obama a la Presidencia concita interés por las puertas que abre o las que puede -tal vez‑ llegar a abrir.
Para no cerrar el diapasón del análisis, concedamos que tal vez Obama no quiera hacer algo diferente a los republicanos. Pero aun si así fuera, si finalmente resultara igual que Bush, ello no borrará el hecho real y concreto de que el pueblo lo votó por lo que dijo y por lo que prometió, y las suyas no fueron palabras ni banderas de guerras ni odios, sino de paz, de vida, de esperanza y de cambio.
Obama es la muestra mundial de que lo aparentemente imposible puede ser realidad. Desafió la hegemonía ideológica y mediática del neoliberalismo y con su triunfo mostró que es posible cambiar, que a pesar de tantas derrotas y desaciertos hay cabida para los sueños. Y lo hizo con la fuerza de ser ‑desde las entrañas‑, la encarnación afirmativa de esa posibilidad.
¿Será realmente capaz de aprovecharla a favor de su pueblo y de los pueblos todos?
Ciertamente no sabemos lo que será su gestión de gobierno. Más aún si tenemos presente que en política no existen garantías, que no hay nada absolutamente inevitable y predeterminado.
Pero vale concluir subrayando que, cualquiera sean los rumbos que Obama tome a partir del 20 de enero, nada modificará el significado trascendente de su victoria, que ha activado la esperanza de todos los condenados de la tierra, que hoy tienen en él una muestra palpable de que es posible triunfar. Y no mañana, sino hoy, ahora.
Isabel Rauber es Doctora en Filosofía