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Obama, en la senda de Bush

Fuentes: Ceipaz

Podría atribuirse a los apuros electorales, por los que Obama seguramente habrá de pasar en los próximos meses, o a ciertas presiones intensas a las que está sometido, pero sus más recientes declaraciones sobre las relaciones entre EE.UU. e Irán hacen pensar que el presidente ha abandonado el camino que parecía más apropiado para un […]

Podría atribuirse a los apuros electorales, por los que Obama seguramente habrá de pasar en los próximos meses, o a ciertas presiones intensas a las que está sometido, pero sus más recientes declaraciones sobre las relaciones entre EE.UU. e Irán hacen pensar que el presidente ha abandonado el camino que parecía más apropiado para un premio Nobel de la Paz -si alguna vez llegó a marchar por él- y está avanzando a tambor batiente por el sendero de la guerra que con entusiasmo abrió su predecesor en la Casa Blanca.

Si el nefasto Bush II despeñó al mundo por los precipicios de su «guerra global contra el terror», de los que todavía no ha logrado recobrarse, todo parece indicar que Obama está planteando, muy imprudentemente, una nueva ecuación para la defensa de EE.UU. Proclama que está dispuesto a iniciar una guerra, simplemente para evitar que un remoto país, desde el que es imposible atacar a EE.UU., ni con sus medios actuales ni con los que previsiblemente pueda disponer en muchos años, prosiga su programa de desarrollo de energía nuclear.

Además, para mostrar su disposición a la guerra, no ha vacilado en recurrir a declaraciones que benévolamente podrían tacharse de bravuconadas, si no fuera porque expresan la opinión del Comandante en Jefe de las más poderosas fuerzas armadas del mundo: «Creo que hay que reconocer que en los últimos tres años he mostrado mi clara disposición a emprender acciones militares cuando creo que es a favor de los intereses esenciales de EE.UU., incluso aunque impliquen enormes peligros».

Haciéndose eco de las opiniones de su jefe, el Secretario de Defensa se expresó así poco después: «No existe mayor amenaza para Israel, para toda esa región y naturalmente para EE.UU., que un Irán con armas nucleares. La respuesta militar es la última opción si todo lo demás fracasa. Pero que nadie se equivoque: si todo lo demás fracasa, actuaremos».

Obama está ya actuando como Bush, cuando acusó a Sadam Husein de disponer de armas nucleares, exagerando sin límites la amenaza que éstas representaban; y está parodiando a la Secretaria de Estado del anterior presidente, que asustó un poco más a sus conciudadanos al decir: «Nuestro problema es que no estamos seguros de la rapidez con la que [Sadam] obtendrá esas armas. Pero no deseamos que los indicios se conviertan en el hongo de una explosión nuclear».

Es sorprendente, por otro lado, y deja al descubierto la manipulación desarrollada en torno a este asunto, que ningún órgano internacional ni ninguna agencia implicada en la defensa de EE.UU. hayan podido confirmar fehacientemente la voluntad iraní de hacerse con el arma nuclear, y que no puedan aducirse pruebas concretas de que el régimen de Teherán está en camino de lograrlo. Además de otras suposiciones, no conviene pasar por alto la opinión del ayatolá Alí Jameini, el denominado «líder supremo» del país, que ha afirmado repetidamente que la posesión de armas nucleares es un grave pecado. En ese atrabiliario régimen teocrático, no se trata de algo baladí.

Todo esto recuerda a la campaña de desinformación y engaños que precedió al desencadenamiento de la guerra contra el terror en Afganistán y en Iraq. El presidente Bush anunció ante el Congreso que mediante aviones teledirigidos Sadam podría arrojar sobre las ciudades costeras de EE.UU. agentes agresivos químicos o incluso biológicos (citó el ántrax). Con esto y algunas otras mentiras bien elaboradas, se decidió iniciar una guerra basándose en conjeturas que luego resultaron ser no solo falsas, sino en gran parte absurdas.

La alusión de Bush a los aviones sin piloto como medio de ataque a un enemigo fue como el precedente de lo que ahora se ha convertido en la guerra favorita de Obama. Estos instrumentos aéreos de ataque, junto con las operaciones encubiertas de las fuerzas especiales, parecen haberse convertido en el eje de la nueva estrategia universal de Washington, la fórmula mágica para hacer sentir la voluntad de EE.UU. en todo el orbe.

Como también hizo Bush, Obama ha buscado la cobertura legal para sus desafueros: los asesinatos selectivos ejecutados a distancia desde las más de sesenta bases donde operan los drones de la CIA en todo el mundo. El fiscal general de EE.UU. ha declarado que el presidente «dispone de autoridad para matar a cualquier ciudadano americano, si él dictamina unilateralmente que es un peligro para la nación».

Esta resbaladiza deriva de la Casa Blanca hacia el presidencialismo bélico no está muy lejos del modo personal y autoritario con el que en la 2ª Guerra Mundial dirigieron sus ejércitos Stalin o Hitler (Churchill y Roosevelt tuvieron que esforzarse por convencer a los órganos políticos de las democracias que gobernaban), y aunque la comparación sea a todas luces exagerada, muestra un peligroso camino en el uso indiscriminado de la fuerza militar que anuncia un futuro cuajado de conflictos.

Fuente: http://www.ceipaz.org/