El inquilino de la Casa Blanca no gana para disgustos: amenazas de default, escándalos de espionaje global, rebelión de aliados históricos, y el nuevo protagonismo del premier ruso Vladimir Putin, marcan su agenda. No somos una república bananera. Este no es un país moroso», con esta elocuente frase, el empequeñecido presidente de Estados Unidos, Barack […]
El inquilino de la Casa Blanca no gana para disgustos: amenazas de default, escándalos de espionaje global, rebelión de aliados históricos, y el nuevo protagonismo del premier ruso Vladimir Putin, marcan su agenda. No somos una república bananera. Este no es un país moroso», con esta elocuente frase, el empequeñecido presidente de Estados Unidos, Barack Obama, respondió furioso este viernes a los republicanos para evitar que por primera vez en su historia Estados Unidos caiga en una suspensión de pagos. Jaqueado como nunca antes por los escándalos de espionaje, la amenaza del default, la rebelión de aliados históricos que se niegan a alistarse en aventuras militares y desafiado por el nuevo protagonismo de Vladimir Putin, Obama ha mutado -en pocas semanas-, de cabeza de león a cola de ratón que profiere amenazas grandilocuentes: «Nosotros no estamos de nuestra cuenta. Somos el fundamento de la inversión del mundo. El mundo entero mira hacia nosotros para asegurarse de que la economía mundial esté estable. Nosotros no podemos dejar de pagar nuestras cuentas. Incluso la amenaza de que algo así suceda, es el colmo de la irresponsabilidad», declaró el presidente en lo que podría considerarse una auténtica confesión de su debilidad.
Con un Obama que hace agua por todos los frentes, la ingeniosa propuesta rusa a Siria de poner sus armas químicas bajo el control internacional para desactivar el ataque militar de Estados Unidos catapultó a Vladimir Putin al centro de la arena internacional frente a un belicista devaluado, desacreditado por su doble moral y su indecisión. Además de ponerse en el «lado correcto de la historia» -y a pesar de que Estados Unidos todavía puede buscar otro pretexto para agredir a Siria-, Putin, tras años de esfuerzo está consiguiendo que su país vuelva a jugar el papel de la superpotencia que representaba después de dos décadas de letargo. Rusia -que desde la disolución de la URSS había tolerado el imparable avance de la OTAN hasta sus fronteras-, de la noche a la mañana puso fin a la doctrina del mundo unipolar con la que se venía manejando Washington hasta ahora y abrió una nueva ventana de oportunidad para el multilateralismo que tendrá su más acabada expresión en la Asamblea General de la ONU que se inaugura este martes.
En un momento en el que el secretario del Tesoro estadounidense, Jacob Lew, advierte que puede llegar a generarse en Estados Unidos un escenario de default a mediados de octubre, la Rusia capitalista, que a pesar de la destrucción de la URSS no se convirtió en un «estado fallido» y sobrevivió a las «revoluciones de colores» fabricadas en Washington, cuenta con el 10% de las reservas del oro mundial y la tercera reserva monetaria más grande del mundo después de China y Japón, así como el segundo lugar en el podio planetario en número de milmillonarios… aunque el 43% de la población vive en la pobreza. El aumento de los precios del petróleo durante la década pasada y su incursión en el grupo Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) son las razones de un crecimiento económico del 6,8% (en 2011). Rusia ha retomado así la función de contraparte capaz de crear un equilibrio que antiguamente ejercía la Unión Soviética. El predominio de Estados Unidos sobre el resto del mundo llega así a su fin, al cabo de un período de 18 años que comenzó con el rearme estadounidense -en 1995 con la guerra de los Balcanes- y que está terminando en 2013 con su derrota en Siria.
«Anaconda» no sólo es el nombre de la serpiente que rodea y estrangula a su presa lentamente, sino que también es el nombre en clave de la estrategia diseñada por Estados Unidos para rodear a Eurasia y asfixiar a Rusia a través de bases militares, de la llamada C4ISR (acrónimo inglés de «Comando, Control, Comunicaciones, Informática, Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento»), y de usar la bandera de la democracia y los derechos humanos. Dificultar el acceso de los rusos a los mares es el centro de esta política. Con la guerra contra Siria, Washington pretendía desalojar a Rusia de los puertos sirios y «otanizar» todo el levante mediterráneo.
Pero la trampa que le tendió Obama a Putin en el caso de Libia hizo que el líder ruso diera un giro radical en sus relaciones con Estados Unidos. Lo que iba a ser una operación limitada de exclusión aérea, se convirtió en un bombardeo del país, el brutal asesinato de Khadafi y el saqueo de su ingente fortuna en bancos occidentales, haciéndose así con sus amplios campos de gas y petróleo.
En la batalla -aunque discreta- contra la OTAN y Estados Unidos, Putin se sirve de los Brics (que golpean duramente el dólar con su canasta de monedas diferentes), pero también con una cooperación con China (sin precedentes desde los tiempos de Mao y Stalin), a través de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Juntos han exigido la retirada de las fuerzas armadas de Estados Unidos de Asia Central, por lo que la potencia occidental no ha tenido otro remedio que poner la fecha del 2014 para su forzada marcha de Afganistán.
Tras poner su sello en la crisis siria, Putin piensa atajar el conflicto nuclear de Irán, su poderoso vecino del sur. La superpotencia energética va desmontando el «Nuevo Concepto Estratégico de la OTAN» trazado en 2010 en la cumbre de la Alianza en Lisboa, que situaba como objetivos domesticar a Rusia, con el fin de contener a Irán y debilitar a China. Tanto los Brics como la OCS, encabezadas por Moscú y Beijing, ofrecen estructuras alternativas a la influencia decadente de Estados Unidos en el mundo.
Para el actual presidente ruso y ex agente de la KGB, Vladimir Putin, el gobierno sirio no está luchando contra la democracia sino en defensa de la libertad de conciencia actualmente amenazada por el fanatismo de al-Qaeda y de los grupos afiliados a esa nebulosa. Por consiguiente, los intereses de los miembros del Consejo de Seguridad convergen en que habría que respaldar al Estado sirio en su lucha contra el terrorismo internacional.
En las guerras modernas, con frentes en perpetuo movimiento, las armas químicas han perdido gran parte de su utilidad: sólo tienen dos usos posibles: se les da un uso militar o se usan para exterminar a la población civil. En ese sentido, la amenaza del inquilino de la Casa Blanca y de su valet del Eliseo, Drancois Hollande, de intervenir en Siria no tenía otro sostén que el cinismo y la prepotencia, porque su afirmación de que el gobierno sirio bombardeó con armas químicas los barrios suburbanos de Damasco habitados por sus simpatizantes y donde combatían en ese momento sus propios soldados de infantería carece de cualquier prueba y de toda lógica.
¿Por qué se echaron atrás los alemanes, los canadienses e incluso los diputados británicos? Muy simple: esos tres países no descartan que se trata de una manipulación. Ellos también tienen sus propios servicios de inteligencia y un mínimo de sentido común. Y no quieren arriesgar la vida de sus soldados en un ataque francoestadounidense que desembocaría en una guerra que involucraría a Turquía, Irán, Líbano, Irak, Israel y se convertiría, además, en un conflicto fratricida entre sunitas y chiítas en los países islámicos.
La aceptación por parte del gobierno de Bashar Assad de la misión de control de la ONU (cuyo trabajo facilitó), después de la propuesta rusa de control por las Naciones Unidas de sus arsenales químicos y, por último, la firma del tratado sobre la prohibición de las armas químicas, quitaron argumentos a los guerreristas a ambos lados del Atlántico y los dejaron aislados.
La pelota está ahora del lado de Estados Unidos. En un artículo publicado en The New York Times, Vladimir Putin se dirigió directamente al pueblo estadounidense, mientras que Obama ha evitado responderle. De ello puede deducirse que reconoce que el punto de vista de Putin es correcto, lo cual no quiere decir que lo acepte. En todo caso, al poner por testigo a la opinión pública estadounidense e internacional, el presidente ruso ha deslegitimado la política belicista de Washington y ha dado a la vez un fuerte impulso a la paz y a un incipiente multilateralismo de nuevo cuño que podrá ensayarse durante la Asamblea General, ahora que la ONU ha dejado de ser un rehén de Washington.
Más que una operación de castigo contra el gobierno sirio, la guerra de Obama y Hollande forma parte de una estrategia global destinada a posponer el default norteamericano y defender el languideciente poder del dólar. El proceso de desregulación de la banca, que desembocó en la enorme crisis financiera a los dos lados del Atlántico, no es ajeno a las guerras a las que asistimos a lo largo de las últimas décadas. Los países que fueron particularmente resistentes a la desregulación financiera se convirtieron en «enemigos de Estados Unidos».