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La audacia de trucar la historia imperial

Obama retoca la historia de la política exterior de EE.UU.

Fuentes: IHC-Znet

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

EE.UU. tiene una solución para evitar la discusión de los numerosos crímenes que ha cometido contra naciones más débiles: la negación. «Nunca ocurrió,» dicen los estadounidenses, cuando se ven enfrentados a los hechos. Barack Obama es tan experto en el arte de la negación como cualquiera, y también lo son sus asesores. «En la visión del mundo de Obama, como en la de su amiga de Harvard y ex asesora de política exterior, Samantha Power, los crímenes estadounidenses generalmente no existen. No ocurrieron.» La negación es asunto serio. «Los pronunciamientos sobre política exterior del candidato Obama han estado cargados de promesas de futura criminalidad bajo un gobierno de Obama.»

Según las reglas del discurso político «dominante» en EE.UU., los crímenes son cometidos por otros malos, nunca por el noble «EE.UU.» Las cosas malas las hacen «ellos,» pero no «nosotros.» «Ellos» tienen a menudo intenciones malévolas pero «nosotros» somos fundamentalmente buenos, motivados por los motivos más elevados y nobles: paz, democracia, y libertad.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad, el Imperio EE.UU. ha causado «la extinción y el sufrimiento de incontables seres humanos. EE.UU.,» señala John Pilger, «intentó derrocar a cincuenta gobiernos, muchos de ellos democracias, y aplastar a treinta movimientos populares que luchaban contra regímenes tiránicos. Al hacerlo, bombardeó veinticinco países, causando la pérdida de millones de vidas y la desesperación de millones más» (John Pilger, Freedom Next Time: Resisting the Empire [New York: Nation Books, 2007], pp. 4-5].

Los principales crímenes imperiales incluyen un ataque masivo de EE.UU. contra la nación campesina de Vietnam – un ataque épico que mató a 3 millones de indochinos – y una invasión ilegal en curso de Mesopotamia rica en petróleo. Este último ataque ha resultado en la muerte prematura de 1,2 millones de iraquíes.

Pero en EE.UU., y por cierto en gran parte de Occidente, la historia oficial y la cultura de masas han sido trucadas para eliminar el historial de esta criminalidad persistente. Es tirada por el «agujero de la memoria» de George Orwell, acorde con el dicho del Hermano Mayor en 1984: «El que controla el pasado, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado». Como señalara Harold Pinter en su corrosiva aceptación del Premio Nobel 2005 de Literatura, las autoridades culturales dominantes de Occidente se comportan como «si nunca ocurrió.» Cuando tiene que ver con la saga de monumental trasgresión de EE.UU. contra las normas civilizadas y el derecho internacional, «nada nunca ocurrió. Incluso mientras estaba ocurriendo,» agregó Pinter, «nunca ocurrió. No importaba. No interesaba» (citado en Pilger: «Freedom Next Time,» p. 4).

«La historia oficial y la cultura de masas han sido trucadas para eliminar el historial de esta criminalidad persistente»

Los códigos culturales dominantes de Occidente, dirigidos por EE.UU., exigen que las únicas víctimas dignas de ser reconocidas y compadecidas sean las atacadas por enemigos oficialmente designados. La cantidad mayor inmolada por nosotros y nuestros clientes y aliados (por ejemplo, los palestinos que sufren bajo la ocupación y el apartheid israelíes) no merecen consideración, conmiseración, o incluso reconocimiento. No ocurrieron. No existen.

Más allá del tema de la exactitud histórica, el problema es que es probable que naciones poderosas que niegan que hayan ocurrido trasgresiones pasadas vuelvan a cometer otras nuevas.

Condena del pastor Wright – Elogios para la guerra de George I contra Iraq

Esto nos lleva al «excepcionalista estadounidense» confeso, [1] Barack Obama, quien goza del apoyo de una gran cantidad de votantes, así llamados liberales de izquierda, quienes hacen todo lo posible por creer que es un oponente «progresista» a la guerra, el imperialismo y el militarismo estadounidenses. Como ha mostrado en sus comentarios condenando al reverendo Jeremiah Wright y elogiando el «servicio» militar de John McCain, Obama está más que dispuesto a limpiar la «mágica» pizarra histórica de EE.UU. cuando habla de crímenes imperiales. Obama condena a Wright porque el buen reverendo se atreve a reconocer y denunciar la sangrienta, peligrosa y viviente historia estadounidense de atrocidad, ilegalidad y arrogancia imperial – porque Estados que practican el terrorismo en el extranjero tienen que contar con que enfrentarán el terrorismo allí y en casa. McCain es loado como «héroe de guerra estadounidense,» a pesar de que fue un animoso participante en un masivo ataque imperial contra los hombres, mujeres y niños de una pobre nación campesina que no representaba ningún peligro para la gente de EE.UU.

Hablando en el gimnasio de un colegio secundario en Greensburg, Pensilvania, en abril pasado, Obama dijo que quería restituir EE.UU. a la política exterior más «tradicional» de presidentes pasados como «el padre de George Bush o John F. Kennedy,» y «en algunos sentidos, Ronald Reagan.» Habló en términos elogiosos y favorables de como George H.W. Bush manejó la supuestamente virtuosa Guerra del Golfo Pérsico. El artículo de Associated Press que informó sobre este comentario llevaba el título «Obama alinea política exterior con el GOP [partido republicano]» – una reprimenda para los escritores liberales de izquierda que argumentan que el centrista Obama se ubica del lado reconociblemente progresista de Hillary Clinton por lo menos en política exterior.

Ninguno de los comentaristas o analistas dominantes hicieron algo por (o es probable que ni siquiera sentido remotamente) la necesidad de señalar que el ataque de Bush I involucró una atroz carnicería de superpotencia: bombardear y aplastar con bulldozers a miles de soldados iraquíes que se habían rendido y la decisión de dejar que Sadam Husein asesinara a kurdos y chiíes a los que EE.UU. había incitado inicialmente a que se rebelaran. Iraq sigue encarando cánceres epidémicos causados por el uso estadounidense de uranio empobrecido en la primera «guerra» unilateral de Iraq, descrita por muchos participantes como «juego de tiro al pavo.»

Por lo que dice Obama, esos crímenes nunca ocurrieron. No interesan.

«La esperanza de un joven teniente que valerosamente patrulla el Delta del Mekong»

El entusiasmo de Obama por blanquear el oscuro historial de la política exterior de EE.UU. a duras penas se limita al año 2008. Echad un vistazo al siguiente pasaje de su Discurso Inaugural a la Convención Demócrata de 2004, instantáneamente famoso (el que lo catapultó a convertirse de un día al otro en celebridad), en el que dijo lo siguiente sobre su concepto, repetidamente invocado, de «esperanza»:

«Aquí no estoy hablando de optimismo ciego – la ignorancia más deliberada que piensa que el desempleo vaya a desaparecer si no hablamos del tema, o que la crisis de la atención sanitaria se solucionará si simplemente la ignoramos. Estoy hablando de algo más sustancial. Es la esperanza de esclavos sentados alrededor de un fuego entonando

canciones de libertad; la esperanza de inmigrantes que parten a riberas lejanas; la esperanza de un joven teniente naval que patrulla valerosamente el Delta del Mekong; la esperanza del hijo de un trabajador industrial que se atreve a desafiar las dificultades; la esperanza de un chico flacuchento con un nombre raro que cree que en EE.UU. también hay un sitio para él,… A la larga, es el mayor don que Dios nos ha dado, el fundamento de esta nación; una creencia en cosas no vistas; una creencia en que nos esperan mejores días.»

La «línea del joven teniente naval» era una referencia a la participación de John F. Kerry en la invasión de Vietnam del Sur. Obama tuvo que ser bastante caradura para agrupar las luchas y la espiritualidad de los esclavos afro-estadounidenses con la «crucifixión del Sudeste Asiático» por el racista EE.UU. (Noam Chomsky) bajo la imagen de nobles estadounidenses que desean en conjunto un futuro mejor. Tal vez «Dios» dio a los verdugos nazis y a las víctimas de los nazis el don compartido de esperar «mejores días.»

No quedó en claro quién o qué le dijeron a Obama que Kerry y sus superiores tenían derecho a ‘patrullar’ el territorio del Delta del Mekong. Tal vez fueron las mismas sensibilidades arrogantes, nacionalistas u racistas que dieron permiso a los estadounidenses blancos del Siglo XIX para asesinar y robar tierras de México y de las primeras naciones «americanas» indígenas que permitieron al gobierno de Bush que intentara apoderarse de Iraq como posesión colonial.

El maravilloso trabajo de esos sabios wilsonianos blancos

La afanosa disposición de Obama por blanquear la historia de la política exterior de EE.UU. siguiendo los requerimientos orwellianos de la doctrina imperial dominante fue demostrada en el capítulo sobre relaciones exteriores de su éxito de ventas de la campaña de 2006, el libro «The Audacity of Hope: Thoughts on Reclaiming the American Dream» [La audacia de la esperanza: Pensamientos sobre la recuperación del sueño estadounidense] (Nueva York: Crown, 2006). Con el grandioso título: «The World Beyond Our Borders» [El mundo más allá de nuestras fronteras] este capítulo lució una aceptación rígida de la noción doctrinaria de que las políticas exteriores de EE.UU. han fomentado durante mucho tiempo y consecuentemente «ideas compartidas de libertad» avanzadas y el «gobierno del derecho» y de las «instituciones internacionales.» Alabó el maravilloso (para Obama) «liderazgo posterior [a la Segunda Guerra Mundial] del presidente Truman, Dean Acheson, George Marshall y George Kennan» por «crear con gran destreza… un nuevo… orden que combinó el idealismo [Woodrow] wilsoniano con un realismo empecinado, una aceptación del poder estadounidense con una humildad respecto a la capacidad de EE.UU. de controlar eventos en todo el mundo» (Obama, Audacity of Hope, p. 284). Los benevolentes sabios arquitectos «wilsonianos» de la Pax Americana, afirmó Obama en «Audacity,» postulaban un orden mundial «democrático» en el que EE.UU. contrarrestaban la ilimitada amenaza «totalitaria» soviética y «señalizaban una disposición a mostrar comedimiento en el ejercicio de su poder» (Obama, Audacity of Hope, p. 285).

Fue un comentario notablemente estéril y reaccionario sobre momentos tan memorables de «humildad» estadounidense como los archi-criminales bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki (tiros de advertencia mediante asesinatos masivos ante la emergente Guerra Fría), los enormes ataques imperiales contra Corea e Indochina (millones de civiles «enemigos» muertos), la restauración del poder fascista en Italia «liberada», la intervención contra la revolución social popular en Grecia (calumniada como exportación soviética por los políticos de EE.UU. a fin de «dar un susto de muerte al pueblo estadounidense» a fin de reunir apoyo para los nuevos masivos gastos de «defensa» imperiales) y la subversión de la democracia y de la independencia nacional por EE.UU. en todo el planeta. Irán (1953), República Dominicana (1965), Guatemala (1954), Chile (1970-1973), Indonesia (1965) son sólo algunos de los ejemplos más espectaculares en una lista que suma y sigue.

«Los ‘empecinados’ ‘wilsonianos’ de Obama ordenaron el asesinato de innumerables millones del Tercer Mundo.»

Washington justificó permanentemente su historial descollante de criminalidad global después de la Segunda Guerra Mundial con un gran mito habilitador que Obama abraza ávidamente: la existencia de una Unión Soviética dispuesta a, y capaz «de extender su tipo totalitario de comunismo» [en las palabras de Obama]. (Obama, Audacity of Hope, p. 204). Con el pretexto de proteger al mundo de esa amenaza inexistente pero útil para el imperio – evaluaciones estadounidenses honestas reconocieron que el verdadero peligro soviético era que la URSS modelaba la posibilidad de un desarrollo nacional independiente fuera de los parámetros de la supervisión mundial capitalista dirigida por EE.UU. e indicando una negativa inadmisible «de complementar las economías industriales de Occidente (William Yandell Elliot, ed., The Political Economy of American Foreign Policy [New York: Holt, Reinhart & Winston, 1955], p. 42; Noam Chomsky, Deterring Democracy [New York: Hill and Wang, 1991], p.26) – los «wilsonianos» «empecinados» de Obama ordenaron el asesinato (preferentemente a través de testaferros como el régimen indonesio de Suharto y el Shah de Irán) de innumerables millones de personas en el «Tercer Mundo.»

Un «comedimiento» humilde en el «ejercicio del poder [de EE.UU.] no es la primera descripción que se le ocurre a quien echa un vistazo honesto y exhaustivo a ese historial inquietante.

Todo fue muy consistente con la historia «idealista» del verdadero gobierno de (Woodrow) Wilson, cuyo «extremo racismo» (Noam Chomsky, World Orders Old and New [New York: Columbia University Press, 1996], p. 44) tuvo una horrorosa expresión en las brutales invasiones estadounidenses de Haití y de la República Dominicana. Como observa Noam Chomsky: «Las tropas de Wilson asesinaron, destruyeron, reestablecieron la esclavitud virtual y demolieron el sistema constitucional en Haití.» Esas acciones tuvieron lugar de acuerdo con la creencia del Secretario de Estado de Wilson, Robert Lansing de que «la raza africana carece de toda capacidad de organización política» y posee «una tendencia inherente a volver al salvajismo y a desechar las cadenas de la civilización que son fastidiosas para su naturaleza física.» Como señala Chomsky: «mientras supervisaba la toma de Haití y de la República Dominicana, Wilson cimentó su reputación como un magnánimo idealista, defensor de la autodeterminación y de los derechos de las pequeñas naciones con una oratoria impresionante. [Pero] existe una contradicción [porque] la doctrina wilsoniana se limitaba a gente del tipo adecuado: no hace falta que postulen a los derechos de democracia y autodeterminación los ‘que están en una etapa baja de civilización.'» (Noam Chomsky, Year 501: The Conquest Continues [Boston, MA: South End, 1993], pp. 202-203).

Aparte del racismo, Lansing dijo que el significado efectivo de la Doctrina Monroe era simplemente que «EE.UU. considera sus propios intereses. La integridad de otras naciones americanas es un incidente, no un fin» (Cita de Lansing en Chomsky: «What Uncle Sam Really Wants» [Berkeley, CA: 1992], p. 11). Wilson estuvo de acuerdo, pero consideró que no era políticamente aconsejable decirlo en público.

Sentimientos «idealistas» tan elevados ciertamente informaron una noble intervención wilsoniana contra la Revolución Rusa en 1918 y 1919.

Por cierto, nada en esa historia inexistente impide que Obama elogie a Wilson por ver que «era de interés para EE.UU. alentar la autodeterminación de todos los pueblos y suministrar al mundo un marco legal que pudiera ayudar a evitar futuros conflictos» (Obama, Audacity, p. 283).

«Nuestra lucha contra el fascismo»

La tachadura histórica fue un problema importante en un ensayo que Obama publicó en la revista del establishment Foreign Affairs en el verano de 2007. Intitulado «Renovando el liderazgo de EE.UU.», ese artículo de 5.000 palabras comienza por elogiar a Franklin Delano Roosevelt por «construir las más formidables fuerzas armadas que el mundo haya conocido» y por dar «propósito a nuestra lucha contra el fascismo» con sus «Cuatro Libertades.»

Gran parte del ensayo de Obama fue dedicada a borrar la criminalidad del pasado imperial de Washington. «En momentos de gran peligro en el siglo pasado,» escribió Obama, «líderes estadounidenses como Franklin Roosevelt, Harry Truman, y John F. Kennedy lograron proteger al pueblo estadounidense y expandir las oportunidades para la generación siguiente. Lo que es más, aseguraron que EE.UU., por su acción y ejemplo, dirigiera y exaltara al mundo – que fuimos un símbolo y luchamos por las libertades buscadas por miles de millones de personas más allá de nuestras fronteras.»

Es interesante que el ensayo de Obama nunca haya nombrado las «Cuatro Libertades»: libertad de palabra y de expresión, libertad de la necesidad, libertad del miedo y libertad de culto. Una probable explicación de esa tachadura es que los políticos de EE.UU. desde Roosevelt II hasta [y más allá de] Kennedy violaron regularmente la mayoría de ellas en la imposición de su propio concepto imperial particular del «interés nacional.» Durante mediados y fines de los años treinta, los políticos de EE.UU. ayudaron a posibilitar el ascenso del fascismo europeo que culminó en la marcha de terror de Hitler. EE.UU. contempló con aprobación cuando las tinieblas fascistas se impusieron en Europa durante los años entre las guerras. Los políticos estadounidenses vieron las variedades italiana, española, alemana y otras de la enfermedad fascista como enemigos convenientes de la «amenaza soviética,» esencialmente de la demostración que Rusia hizo de las posibilidades de una existencia nacional fuera del sistema capitalista mundial – y de los movimientos y partidos de izquierdas, y de tendencias políticas socialdemócratas relacionadas dentro de Europa Occidental.

Los políticos estadounidenses vieron las variedades italiana, española, alemana y otras de la enfermedad fascista como enemigos convenientes de la «amenaza soviética,»

En 1937, la División Europea del Departamento de Estado de EE.UU. de Roosevelt argumentó que el fascismo europeo era compatible con los intereses económicos de EE.UU. Esa agencia diplomática crucial informó que el ascenso del fascismo era una reacción natural de las «clases ricas y media» ante la amenaza planteada «por masas insatisfechas,» las que, con «el ejemplo de la Revolución Rusa frente a ellas,» podrían «girar a la izquierda.» El fascismo, argumentó el Departamento de Estado, «debe tener éxito o las masas, esta vez reforzadas por la clase media desilusionada, volverán a girar a la izquierda.» El gobierno del Frente Popular francés de mediados de los años treinta fue un ejemplo de la amenaza socialista democrática que hizo que el fascismo alemán fuera aceptable a responsables estadounidenses antes de que Hitler lanzara su ofensiva por un Nuevo Orden Mundial (Noam Chomsky, Deterring Democracy [New York: Hill and Wang, 1991], p. 41).

Es verdad que Alemania nazi se convirtió en un enemigo declarado de EE.UU. No ocurrió, sin embargo, hasta que el fascismo, que controlaba el poder en dos importantes Estados industriales rivales, atacó directamente los intereses de EE.UU. Los políticos de EE.UU. intervinieron contra el fascismo sobre la base del interés nacional percibido, no por alguna preocupación en particular por los derechos humanos de los franceses o, en cualquier caso, de los judíos europeos o cualesquiera otros. (Howard Zinn, A People’s History of the United States [New York: HarperPerennial, 2003], pp. 407-410; Chomsky, Deterring Democracy, pp. 37-42).

«Nuestra verdadera tarea»

Pero volvamos al noble y misericordioso «comedimiento en el ejercicio de su poder» estadounidense en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial que fue guiado de un modo tan hermoso por gente como George Kennan y Dean Acheson. Después de la «guerra buena,» la adaptación de EE.UU. al fascismo europeo y asiático en el período entre las guerras se convirtió en una especie de modelo para la política de EE.UU. en el Tercer Mundo. En nombre de la resistencia a la influencia soviética supuestamente expansionista y al «comunismo,» EE.UU. patrocinó, financió, y suministró cobertura política a numerosos regímenes «fascistas del Tercer Mundo.» Al hacerlo, alistó y protegió a numerosos criminales de guerra nazis (por ejemplo Klaus Barbie) de los que se pensaba que poseían útiles habilidades de «contrainsurgencia» contra la izquierda (Chomsky, What Uncle Sam Really Wants, pp. 14-25).

Para comprender algo del «realismo empedernido» que estaba tras semejantes políticas de la Guerra Fría de EE.UU., como ser el patrocinio de crueles dictaduras militares en Indonesia, Irán, Grecia y Brasil (para nombrar a sólo unos pocos socios del «Mundo Libre»), podemos consultar una interesante formulación del sabio héroe «wilsoniano» de Obama, George Kennan. Como explicara Kennan en «Policy Planning Study 23,» elaborado para el Departamento de Estado en 1948:

«Poseemos cerca de un 50% de la riqueza del mundo, pero sólo un 6,3% de su población… En esta situación, no podemos dejar de ser objeto de envidia y resentimiento. Nuestra verdadera tarea en el período venidero es diseñar un modelo de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad… para hacerlo tenemos que deshacernos de toda sentimentalismo y dejar de soñar despiertos; y nuestra atención tendrá que concentrarse por doquier en nuestros objetivos nacionales inmediatos… Deberíamos dejar de hablar de objetivos vagos e… irreales como ser los derechos humanos, el aumento de los niveles de vida, y la democratización. No está lejano el día en el que vamos a tener que tratar en conceptos directos de poder. Mientras menos nos entraben las consignas idealistas, tanto mejor.»

Después Kennan explicó la necesidad de aplastar por todos los medios necesarios a los que se negaban a servir los intereses de EE.UU. en el Tercer Mundo (definidos como «comunistas»): «la respuesta definitiva podrá ser desagradable, pero… no debemos vacilar ante la represión policial por el gobierno local. No es vergonzosa porque los comunistas son traidores… Más vale tener un régimen fuerte en el poder que un gobierno liberal si es indulgente y relajado y penetrado por comunistas.» (Citado en Noam Chomsky: «What Uncle Sam Really Wants,» p. 11).

«En la visión del mundo de Obama, como en la de su amiga de Harvard y ex asesora de política exterior Samantha Power, los crímenes estadounidenses generalmente no existen.»

Los millones masacrados directa o indirectamente por EE.UU. en Hiroshima, Nagasaki, Corea, Vietnam, Camboya (estos últimos fueron víctimas de lo que «Audacity of Hope» de Obama llama caritativamente una campaña de bombardeo «sin timón moral») y Centroamérica, representan un espantoso pero oficialmente invisible testimonio del maravilloso «comedimiento» del Tío Sam dentro del EE.UU. del «totalitarismo invertido» (vea Sheldon Wolin, Democracy Incorporated: Managed Democracy and the Specter of Inverted Totalitarianism [Princeton, NJ: Princeton University Press, 2008) y de gran parte de Occidente. Y lo mismo sucede con los innumerables otros asiáticos, africanos y latinoamericanos que sufrieron bajo dictaduras y clases gobernantes opresoras financiadas y equipadas rutinariamente por «la atalaya sobre los muros de la libertad» (como el héroe de Obama, John Fitzgerald Kennedy describiera una vez a EE.UU.) en nombre de la mítica batalla contra el mesiánico expansionismo soviético – víctimas de lo que «Audacity of Hope» de Obama llama el «fomento ocasional de la tiranía… cuando servía nuestros intereses (Obama, Audacity of Hope, p. 279).

Semejantes «víctimas indignas» de la política exterior de EE.UU. representan un trágico testimonio histórico del oscuro secreto tras el compromiso, apasionadamente declarado, de EE.UU., con la «democracia» durante la Guerra Fría: EE.UU. sólo apoyó a gobiernos populares y la autodeterminación nacional en el extranjero en los raros incidentes cuando y donde (nunca y en ningún sitio o cerca de ello) esos principios fueron considerados como consistentes con los objetivos globales «estadounidenses» determinados por la elite del poder de EE.UU.

La lista histórica oficialmente inexistente de víctimas incluye a masas de timoreses orientales asesinados por una invasión indonesa casi genocida que fue aprobada, y que podría haber sido impedida con un solo llamado telefónico, por la Casa Blanca de Gerald Ford. Un llamado que Ford y su Secretario de Estado, Henry Kissinger, no hicieron. Obama borró las atrocidades de Timor de sus reflexiones en «The Audacity of Hope» sobre lo que supo de la «historia subsiguiente de Indonesia» después de vivir en ese país como joven muchacho durante los años sesenta. En la visión del mundo de Obama, como en la de su amiga de Harvard y ex asesora de política exterior. Samantha Power, los crímenes estadounidenses generalmente no existen. No ocurrieron. [3]

«La mayor víctima de esa guerra»

La concepción nacionalista y blanqueada de la historia de las relaciones exteriores de EE.UU. fue muy evidente en las reflexiones en «The Audacity of Hope sobre la Guerra de Vietnam, una invasión ilegal de EE.UU. que mató a por lo menos 3 millones de indochinos. En el perturbador relato de Obama:

«Las desastrosas consecuencias de ese conflicto – para nuestra credibilidad y prestigio en el extranjero, para nuestras fuerzas armadas (cuya recuperación costaría una generación), y sobre todo para los que combatieron – han sido ampliamente documentadas. Pero tal vez la mayor víctima de esa guerra fue el lazo de confianza entre el pueblo estadounidense y su gobierno – y entre los propios estadounidenses. Como consecuencia de un cuerpo de prensa más agresivo y de las imágenes de bolsas para cadáveres desbordando las salas de estar, los estadounidenses comenzaron a darse cuenta de que los mejores y más inteligentes en Washington no saben siempre lo que hacen – y no dicen siempre la verdad. De más en más, muchos de izquierdas expresaban oposición no sólo a la Guerra de Vietnam sino también a los objetivos generales de la política exterior estadounidense. Según su opinión, el presidente Johnson, el general Westmoreland, la CIA, el ‘complejo militar-industrial,’ e instituciones internacionales como el Banco Mundial eran todos manifestaciones de la arrogancia, el jingoísmo, el racismo, el capitalismo y el imperialismo estadounidenses. Los de derechas respondieron con la misma moneda, responsabilizando exclusivamente por la pérdida de Vietnam y por la decadencia del lugar de EE.UU. en el mundo a los que ‘culpaban primero a EE.UU’ – los manifestantes, los hippies, Jane Fonda, los intelectuales de las universidades prestigiosas y a los medios liberales» (Obama, Audacity of Hope, pp. 287-288)

«The Audacity of Hope» [2] dejó en manos de los críticos enajenados de la izquierda de los «absolutistas morales» (la descripción de Obama de la Nueva Izquierda y la Nueva Derecha) la tarea de señalar que EE.UU. no era propiedad de EE.UU. y por lo tanto no podía «perderlo» y que el masivo ataque de EE.UU. contra Indochina reflejaba los objetivos de la política exterior de EE.UU. de subordinar el desarrollo del Tercer Mundo a las necesidades percibidas del orden capitalista mundial supervisado por EE.UU. Dejó en manos de radicales excéntricos la tarea de señalar que la «guerra» unilateral fue ordenada por elites criminales – no sólo estúpidas e ignorantes – y que muchos de los responsables políticos sabían «[perfectamente] lo que estaban haciendo»: asesinando a Vietnam.

En cuanto al supuesto trágico desgaste del «lazo de confianza entre el pueblo estadounidense y su gobierno,» numerosos izquierdistas ‘poco realistas’ (incluyendo a este autor) tienen motivos sanos para pensar que el así llamado «Síndrome de Vietnam» – la actitud frecuentemente escéptica de muchos estadounidenses hacia los pronunciamientos y planes de guerra militaristas de sus «dirigentes» de la política exterior – es algo muy sano. Es una tendencia saludable, piensan muchos progresistas, cada vez que los ciudadanos de EE.UU. someten a «su» establishment de la política exterior a un escrutinio escéptico, incluso «desconfiado.» Hay que aplaudir, pensamos muchos, que durante los fines de los años sesenta y comienzos de los setenta gran parte de la población estadounidense se haya vuelto contra una sangrienta guerra colonial en la que «Hijos Afortunados» de la «elite» fueron considerados como demasiado privilegiados para «servir». Es fantástico, creen correctamente muchos estadounidenses, que parte de la población haya llegado a comprender las bases interiores clasistas y racistas del imperialismo que el libro electoral de Obama mostró como una creación mitológica de la «caricatura» de izquierdas (The Audacity of Hope, p. 288).

«The Audacity of Hope» olvidó señalar que el presunto «lazo de confianza» anterior (cuya disolución lamenta Obama) entre el pueblo y «su» gobierno se basaba en gran parte en mentiras del establishment, calculadas para «dar un susto de muerte al pueblo estadounidense» (Senador estadounidense Vandenburg en 1947) con amenazas globales soviéticas y «comunistas groseramente exageradas.» Los engaños tenían la intención de inducir a la masa estadounidense a encogerse de miedo bajo la tutela del Estado de Seguridad Nacional y a aceptar por el valor de sus palabras las proclamaciones globales e interiores de los gerentes sabios y benévolos del sistema estadounidense.

Obama abandonó a radicales irrelevantes y a incurables archi-iconoclastas la tarea de señalar que su icono frecuentemente invocado, el doctor Martin Luther King fue uno de los «de izquierdas» que vieron a la Guerra de Vietnam como una expresión del imperialismo y racismo general de EE.UU. y de su esclavitud conexa con lo que el ex presidente de EE.UU. y Comandante Aliado en la Segunda Guerra Mundial, Dwight Eisenhower, identificó como el complejo militar industrial – una entidad muy real y fácilmente identificable que merece ser mencionada sin comillas sarcásticas.

«El doctor Martin Luther King fue uno de los «de izquierdas» que vieron a la Guerra de Vietnam como una expresión del imperialismo y racismo general de EE.UU.»

También dejó en manos de los «disparatados» «fanáticos» del sector radical marginal que señalaran la inconveniente verdad de que «las mayores víctimas de la notablemente unilateral «guerra» de Vietnam – un ejercicio en agresión imperial que tuvo lugar en su totalidad en suelo vietnamita (y camboyano y laosiano) ilegalmente invadido – fueron sufridas por el pueblo de Vietnam. El terrible recuento de cadáveres de soldados de EE.UU. (58.000 durante la guerra y más que se suicidaron después) palidece ante los millones de vietnamitas muertos y el horrendo daño hecho a aldeas, ciudades, infraestructura, ecología y agricultura indochinas. La cantidad de civiles sudvietnamitas muertos sólo en el programa de tortura y asesinato de la CIA, «Operation Phoenix», fue equivalente a un 45% de la cantidad total de muertos estadounidenses en Vietnam.

Además, en vista de que hasta 700.000 iraquíes habían sido muertos por la «Operación Libertad Iraquí» para cuando «The Audacity of Hope» se convirtió en un éxito de ventas en EE.UU., se podría perdonar al pueblo de Iraq por no compartir la percepción de Obama de que fue algo bueno que las Fuerzas Armadas de EE.UU. se hayan «recuperado» después de Vietnam.

En cuando a la intrépida observación de Obama de que Vietnam indicó que los responsables de la política exterior de EE.UU. «no dijeron siempre la verdad» (p. 287), debe una de las observaciones más infravaloradas de realidad elemental en la historia escrita de la literatura electoral.

Nuestro propio Departamento de Defensa: vs. ese radical demente, Jesús

La misma tachadura y distorsión histórica orwelliana que caracterizó el capítulo sobre política exterior de «The Audacity of Hope» se ha repetido una y otra vez en los diversos discursos de política exterior de Obama y en su ensayo en Foreign Affairs. En todos esos lugares, y en otros, Obama se ha mostrado dispuesto a funcionar como lo que Pilger llama «la voz del Consejo de Relaciones Exteriores.»

Lo que sigue es una proclama típica del voluminoso historial de pronunciamientos imperiales de Obama, más allá de sólo su libro: «En momentos de gran peligro en el siglo pasado, nuestros dirigentes aseguraron que EE.UU., mediante los hechos y su ejemplo, dirigiera y elevara al mundo, que hayamos resistido y luchado por la libertad buscada por miles de millones de personas más allá de sus fronteras.»

«Eso,» señaló John Pilger en Chicago el año pasado, «es parte esencial de la propaganda, del lavado de cerebro si se quiere, que penetra las vidas de cada estadounidense, y de muchos de nosotros que no somos estadounidenses.»

Uno de mis (menos) preferidos comentarios de Obama sobre la política exterior de EE.UU. fue parte de un discurso que no estaba dedicado de por sí a ese tópico. En un determinado momento de su conferencia inaugural «Llamado a la renovación» de 2006 sobre valores religiosos, Obama incluyó una interesante observación en una sección de su discurso en la que criticó interpretaciones literales de las Sagradas Escrituras cristianas, señalando que la Biblia contiene numerosas valoraciones y pronunciamientos verdaderamente absurdos:

«E incluso si tuviésemos sólo a cristianos entre nosotros, si expulsáramos a todo no-cristiano de EE.UU., ¿Qué cristianismo enseñaríamos en las escuelas? ¿Sería el de James Dobson, o el de Al Sharpton? ¿Qué pasajes de las Escrituras deben guiar nuestra política pública? ¿Será el Levítico, que sugiere que la esclavitud está bien y que comer mariscos es una abominación? ¿O el Deutoronomio, que sugiere que lapides a tu hijo si se aparta de la fe? ¿O debiéramos limitarnos al Sermón de la Montaña, un pasaje tan radical que es dudoso que nuestro propio Departamento de Defensa superviviera su aplicación? Así que, antes de que nos exaltemos, leamos nuestras biblias.» (Barack Obama, «Call to Renewal Keynote Address,» Washington D.C., 28 de junio de 2006, leído en http://obama.senate.gov/speech/060628-call_to_renewal/index.php).

El «Sermón de la Montaña» aparece en el Libro de Mateo en el Nuevo Testamento. Incluye los siguientes aforismos de Jesús:

«Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»

«Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.»

«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.»

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.»

«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.»

«Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.»

«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.»

«Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.»

«Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;»

«Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio.»

«A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.»

«Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.»

«Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen.»

«Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos.»

«No os hagáis tesoros en la tierra,… Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.»

«Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos.»

El problema con el comentario de Obama no fue que haya percibido una contradicción entre estos dichos y las acciones del Pentágono de EE.UU. Es un eufemismo decir que la historia de la conducta militar de EE.UU. no parezca terriblemente buena a la luz de estas máximas. Ante millones de cadáveres civiles en el extranjero como resultado, la política militar y la política exterior «cristianas» de EE.UU. durante el último siglo y más allá – firmemente dedicadas a la expansión de los Pocos «tesoros en la tierra» – el último medio siglo y más representan un horripilante y monumental rechazo de éstas y otras máximas en el discurso de Jesús «a las multitudes» desde la cima de la montaña.

La verdadera dificultad con la digresión de Obama es que consideró que el pacifismo melenudo «radical» de Jesús y el igualitarismo tan excesivos que en realidad – imaginad – llevan a cuestionar la benevolencia y la sabiduría de «nuestro propio departamento de defensa» – como si el Pentágono hubiese sido y sea alguna especie de parangón generalmente comprendido de la paz y la justicia globales.

La mayoría de la humanidad moral y políticamente informada no está de acuerdo, apuntando hacia los millones de víctimas del Imperio de EE.UU. – las incontables masas anónimas de seres humanos muertos y sufrientes que «no ocurrieron,» quienes no existen, y quienes «no interesan» dentro de los parámetros morales trágicamente estrechos de la cultura política de EE.UU. y Occidente. Desde la perspectiva estadounidense, excepcionalista nacional-narcisista, del discurso «Llamado a la Renovación» de Obama, este desacuerdo tiene que ver con desprenderse moral e intelectualmente del apoyo a la esclavitud o con llamar a lapidar a niños de 10 años insuficientemente religiosos.

«Detengamos el intento por recomponer Iraq»

Fundamentados en su negación de la criminalidad de EE.UU., los pronunciamientos de política exterior del candidato Obama han estado cargados de promesas de futura criminalidad bajo un gobierno de Obama. El ensayo de Asuntos Exteriores de Obama dio razones explícitas para que la gente y los Estados fuera de las fronteras de EE.UU. teman la perspectiva de una Casa Blanca con Obama. «El momento estadounidense no ha pasado, pero debe ser afianzado de nuevo,» proclamó Obama, agregando que «debemos guiar al mundo mediante nuestras acciones y nuestro ejemplo» y «no debemos excluir el uso de nuestra fuerza militar» en pos de «nuestros intereses vitales.»

Las últimas tres palabras recuerdan la «Doctrina Carter de otro imperialista democrático, que actualizó la Doctrina Monroe para la era global petro-capitalista para que incluyera la región del Golfo Pérsico en la esfera inviolable de interés especial y de acción unilateral de EE.UU. Constituyen una frase de código con una útil traducción imperial: «el petróleo de otras naciones,» ubicado sobre todo en Oriente Próximo.

«Los pronunciamientos de política exterior del candidato Obama han estado cargados de promesas de futura criminalidad bajo un gobierno de Obama.»

«Fuerzas armadas fuertes,» escribió Obama en Foreign Affairs el año pasado, «son más que nada necesarias para mantener la paz.» Debemos «revitalizar nuestras fuerzas armadas» (para fomentar la «paz»), declaró Obama, en parte agregando 65.000 soldados al Ejército y 27.000 a los Marines. En esto, el senador más joven de Illinois se hizo eco del Estado totalitario ficticio de Oceana, de Orwell, que proclamó que «Guerra es Paz» y «Amor es Odio.»

Y luego Obama dio motivos para esperar futuras guerras y ocupaciones unilaterales y «preventivas» realizadas en nombre de la «guerra contra el terror» por una Casa Blanca de Obama. «Debemos retener la capacidad de derrotar rápidamente cualquier amenaza convencional contra nuestro país y nuestros intereses vitales,» pronunció Obama. «Pero también debemos prepararnos mejor para poner botas sobre el terreno a fin de enfrentar a enemigos que libran campañas asimétricas y altamente adaptables a escala global.» Reasegurando al establishment bipartidario imperialista de que no se sentirá inhibido por el derecho internacional y las normas civilizadas cuando «nuestros intereses vitales» (sobre todo el petróleo de otros) estén «en juego,» Obama agregó que «no dudaré en emplear fuerza unilateralmente, si es necesario, para proteger al pueblo estadounidense o nuestros intereses vitales cada vez que seamos atacados o inminentemente amenazados.»

«También debemos considerar el uso de fuerza militar en circunstancias que vayan más allá de la autodefensa,» agregó Obama, «a fin de asegurar la seguridad común que apuntala la estabilidad global – para apoyar a amigos, participar en operaciones de estabilidad y reconstrucción, o enfrentar atrocidades masivas» (Barack Obama, «Renewing American Leadership,» Foreign Affairs (julio/agosto de 2007), a leer en línea en: http://www.foreignaffairs.org/20070701faessay86401/barack-obama/renewing-american-leadership.html).

Como ha señalado Glen Ford, Obama ha «hecho todo lo posible por demostrar» que no es «un candidato de la paz» (Glen Ford, «Barack Obama the Warmonger,» Black Agenda Report, August 8, 2007, a leer en: www.blackagendareport.com/index.php?option=com_content&task=view&id=305&Itemid=34).

Para ser más preciso, Obama ha llegado a extremos detallados para demostrar al establishment de la política exterior sus credenciales imperiales, mientras se presenta como candidato de la paz ante la mayoría más crédula y menos informada, pero que vota predominantemente contra la guerra. Como parte de ese proyecto, Obama evita cuidadosamente toda referencia explícita a la flagrante criminalidad e ilegalidad de la Guerra contra Iraq de Bush – una guerra que promete continuar (entre líneas en su retórica cambiante, calibrada y engañosa sobre la «retirada»).

Incluso afirma, de modo absurdo, que la invasión transparentemente petro-imperialista y colonial de Bush II, fue motivada por un deseo de «exportar la democracia mediante el cañón de un fusil» e incluso «para crear una democracia jeffersoniana.» En febrero pasado, Obama dijo a trabajadores de la industria automovilística en Janesville, Wisconsin, que «es hora de dejar de gastar miles de millones de dólares por semana en el intento de recomponer Iraq y que comencemos a gastar el dinero en recomponer EE.UU.» (WIFR Television, CBS 23, Rockford, Illinois, «Obama Speaks at General Motors in Janesville,» 13 de febrero de 2008, a leer en: http://www.wifr.com/morningshow/headlines/15618592.html).

Sí, «tratando de recomponer Iraq.»

Mientras Iraq era colocado al margen del debate presidencial demócrata (y de las noticias predominantes) en enero pasado, el pueblo de ese Estado ocupado sufría bajo el peso de lo que equivalía a un Holocausto impuesto por EE.UU. Mientras los medios se obsesionaban por un conflicto de telenovela ligeramente racializada entre Hillary y Obama, Tom Engelhardt señaló lo siguiente:

«Si los muertos civiles entre la invasión de 2003 y mediados de 2006 (incluso antes de que ocurriera el peor año de violencia al nivel de una guerra civil) fueron de unos 600.000 como informó un estudio en la revista médica británica The Lancet, o 150.000 como sugiere un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud, si dos millones o 2,5 millones de iraquíes han huido del país, si 1,1 millones o más de dos millones han sido desplazados en el interior, si los cortes de luz y la escasez de agua han aumentado o disminuido marginalmente, si la producción de petróleo de Iraq ha casi vuelto lentamente al punto bajo de la era de Sadam Husein o no, si los campos de dormideras de opio se extienden, por primera vez, por las tierras agrícolas del país o si siguen relativamente localizados, Iraq es una zona de desastre continuo en una escala catastrófica difícil de comparar en la memoria reciente.» (Tom Engelhardt, «The Corpse on the Gurney: the Success Mantra in Iraq ,» Antiwar.com, 18 de enero de 2008, a leer en: www.antiwar.com/engelhardt/?articleid=12229).

Según el respetado periodista Nir Rosen en la edición de diciembre de 2007 de la revista Current History de la corriente dominante: «Iraq ha sido asesinado, como para nunca volver a levantarse. La ocupación estadounidense ha sido más desastrosa que las de los mongoles que saquearon Bagdad en el Siglo XIII. Sólo los dementes hablan ahora de soluciones. No hay una solución. La única esperanza es que tal vez el daño pueda ser contenido.» (Nir Rosen, «The Death of Iraq,» Current History, diciembre de 2007, p. 31).

Tachadura y selección cuidadosa

Como sugieren los comentarios de Obama sobre Iraq, es muy importante que los máximos responsables elegidos y candidatos borren o nieguen crímenes pasados de EE.UU. Los que detienen el poder global y no reconocen los crímenes imperiales del pasado probablemente los repetirán en el presente y el futuro.

Después de repasar las reflexiones bíblicas de Obama y las divagaciones de «The Audacity of Hope» sobre el historial democrático, supuestamente benévolo y noble, de la política exterior de EE.UU. – marcado sólo por «crasos errores estratégicos» ocasionales (pero no crímenes morales) como ser las Guerras de Vietnam e Iraq – recordé un argumento presentado por Chris Hedges en su libro «American Fascists: The Christian Right and the War on America» [Fascistas estadounidenses: la Derecha Cristiana y la guerra contra EE.UU.] (2006). No bastará, argumenta Hedges, que «los cristianos de la línea dominante» que se horrorizan por el uso militarista de los Evangelios por la Derecha Cristiana, «escojan cuidadosamente en la Biblia a fin de crear un Jesús y un Dios que sean siempre amantes y misericordiosos. Tales cristianos,» señala Hedges, «a menudo dejan de reconocer que existen pasajes llenos de odio en la Biblia que otorgan autoridad sagrada a la furia, auto-engrandecimiento e intolerancia de la Derecha Cristiana.»

La Biblia está cargada de material semejante, observó Hedges. Algo de lo peor se encuentra en el Libro de las Revelaciones, que describe una batalla final y sangrienta entre las fuerzas del Bien – dirigidas por un Cristo Guerrero que enorgullecería al militarista mesiánico y cruzado de Oriente Próximo, George W. Bush – y las fuerzas del mal. Concluyendo con grandes aves de rapiña que se agasajan con la carne de los no-cristianos vencidos, es «una historia del poder implacable, aterrador y violento de Dios desatado contra los no-creyentes.»

Desde el punto de vista de Hedges, las autoridades religiosas debieran «denunciar los pasajes bíblicos que propugnan la violencia apocalíptica y credos políticos llenos de odio… Mientras los Evangelios, bendecidos y aceptados por la iglesia, nos enseñen que al final de los tiempos habrá un día de Cólera y los cristianos controlarán los residuos destrozados de un mundo limpiado mediante la violencia y la guerra, mientras enseñe que todos los no-creyentes serán atormentados, destruidos y proscritos al Infierno, será difícil frustrar el mensaje de los predicadores apocalípticos radicales o mitigar los temores del mundo islámico de que los cristianos llaman a su exterminio.»

Los cristianos tienen que dejar de «tachar» la Biblia, argumenta Hedges, si quieren «mitigar los temores del mundo islámico de que los cristianos llaman a su exterminio.» Los cristianos que tratan de promover una versión moralmente respetable de su fe deben reconocer y repudiar pasajes de los Evangelios que justifican y prometen la devastación mesiánico-militarista de supuestos enemigos espirituales. (Chris Hedges, American Fascists: The Christian Right and the War on America (New York: Free Press, 2006), pp. 5, 6, y 7).

Se podría aseverar algo semejante sobre la religión cívica dominante del excepcionalismo estadounidense en el país y en el exterior. Un responsable político que niega la existencia y / o la relevancia del racismo pasado no es un buen candidato para encarar seriamente la opresión racial en la actualidad. Un candidato u ocupante de un cargo que piensa que la historia estadounidense significa progreso y oportunidad sin fin, ausencia de clases, democracia y una noble fusión cultural no está en una buena posición para representar significativamente, comprender y servir a la gente de mala situación económica o promover la justicia y la democracia en el presente y el futuro. Y los candidatos a presidente de EE.UU. que pregonan perspectivas blanqueadas del historial de trasgresión global de EE.UU. son candidatos a promover mortíferos crímenes imperiales en el futuro. Las tachaduras de Obama de la pasada arrogancia y criminalidad imperial de EE.UU. son problemáticas por motivos que van más allá de ser simplemente académicos.

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El veterano historiador radical Paul Street ( [email protected] Esta dirección de correo electrónico está protegida contra correos basura automáticos, hay que habilitar JavaScript para verla) es autor de «Empire and Inequality: America and the World Since 9/11» (Boulder, CO: Paradigm), «Segregated Schools: Educational Apartheid in the Post-Civil Rights Era» (New York: Routledge, 2005); «Racial Oppression in the Global Metropolis» (New York: Rowman & Littlefield, 2007). Su próximo libro: «Barack Obama and the Future of American Politics» aparecerá en agosto y puede ser pedido por anticipado en: www.paradigmpublishers.com/Books/BookDetail.aspx?productID=186987.

NOTAS

1. «El excepcionalismo estadounidense» es la noción narcisista nacional de que EE.UU. es especialmente benévolo y con visión de futuro, y utiliza su poder sólo para propósitos buenos y democráticos. EE.UU. es visto como una noble «ciudad sobre el monte» que está más allá de todo reproche moral significativo. Es tomado de forma reflexiva como un faro de democracia y libertad del que el mundo puede aprender y emular. Bajo la doctrina del «excepcionalismo estadounidense», no puede haber ninguna crítica seria moral, ideológica, o legal de los motivos, estructuras (fuerzas de clase), y protagonistas básicos tras la política exterior de EE.UU. Obama ha proclamado su creencia en el excepcionalismo estadounidense en numerosas ocasiones. Una temprana declaración se encuentra en Barack Obama: «Remarks of Barack Obama at the Knox College Commencement,» 4 de junio de 2005, a leer en www.barackobama.com.

2. El título del libro audazmente imperial de Obama fue sacado de un sermón anti-imperial pronunciado por su ex pastor francamente antiimperialista y «afrocéntrico,» Jeremiah Wright. Las declaraciones de Wright sobre y contra el racismo y el imperialismo de EE.UU. (que reflejaban bastante el sentimiento dominante en la comunidad negra) han sido utilizadas por la poderosa máquina de ruido republicana derechista estadounidense y los medios corporativos de EE.UU. para impulsar más hacia la derecha al temperamental e ideológicamente conservador y centrista Obama. El verano pasado, Obama condenó a su antiguo ministro, insuficientemente patriótico, quien otrora llevó al futuro candidato presidencial al cristianismo y quien presidió el matrimonio de Obama y el bautismo de sus hijos.

3. La principal razón para la popularidad de Samantha Power en los círculos culturales y políticos de la elite de EE.UU. es su reflexiva ceguera ante los crímenes de EE.UU. En su famoso libro galardonado «A Problem From Hell: America and the Problem of Genocide» [Un problema del infierno: EE.UU. y el problema del genocidio] (Nueva York: Basic, 2002), esas monumentales trasgresiones están casi completamente ausentes y la pequeña cantidad de casos tratados son selectivamente interpretados a través del prisma de su paradigma que afirma que nuestra única mancha es que no hayamos reaccionado adecuadamente ante los pecados de otros. Vea Edward S. Herman, «The Cruise Missile Left, Part 5: Samantha Power and the Genocide Gambit,» ZNet Magazine (17 de mayo de 2004), a leer en: http://www.zmag.org/znet/viewArticle/8538; Edward S. Herman, «Response to Zinn on Samantha Power,» ZNet Magazine (27 de agosto de 2007), a leer en: http://www.zcommunications.org/znet/viewArticle/14622.

http://www.informationclearinghouse.info/article20257.htm