Joseph Stiglitz no podía dar crédito a sus oídos. Ahí estaban, en la Casa Blanca, con el Presidente Clinton pidiendo orientación a los altos cargos del Tesoro estadounidense sobre cuestiones de vida o muerte para la economía norteamericana, cuando el vicesecretario del Tesoro Larry Summers se vuelve hacia su jefe, el secretario del Tesoro Robert […]
Joseph Stiglitz no podía dar crédito a sus oídos. Ahí estaban, en la Casa Blanca, con el Presidente Clinton pidiendo orientación a los altos cargos del Tesoro estadounidense sobre cuestiones de vida o muerte para la economía norteamericana, cuando el vicesecretario del Tesoro Larry Summers se vuelve hacia su jefe, el secretario del Tesoro Robert Rubin, y suelta: «¿Qué pensaría Goldman Sachs de esto?»
¿¡Cómo!?
En otra reunión posterior, Summers volvió a preguntarlo: «¿Qué pensaría Goldman Sachs de esto?»
Un estupefacto Stiglitz -a la sazón Presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Presidencia- que seguía sin salir de su asombro me contó que se volvió hacia Summers para preguntarle si le parecía adecuado decidir la política económica de los EEUU en función de los «que pensara Goldman» y no, digamos, de los hechos, o, digamos, de las necesidades de la población norteamericana, ya saben, todas esas cosas que se oyen en las reuniones de gabinete de la serie televisiva El ala oeste.
Summers repasó con la mirada a Stiglitz como si de una especie de necio ingenuo que había leído demasiados libros de educación para la ciudadanía se tratara.
R.I.P. Larry Summers
En la tarde del domingo, enfrentado a una revuelta de los senadores de su propio partido, Obama lanzó a Larry como probable substituto de Ben Bernanke como presidente del Comité de la Reserva Federal.
Mientras llegaban las noticias que apagaban la antorcha de Summers trataba yo de escribir otra columna sobre Larry, el Tifón María de la Teoría Económica. (La primera la escribí en el Guardian hace 15 años, advirtiendo de que «Summers es, en efecto, una colonia de alienígenas enviada a la Tierra para convertir a los humanos en fuente barata de proteínas».)
Pero el hecho de que Obama tratara siquiera enviar a Summers al planeta nos dice más de Obama que de Summers: nos dice también para quién trabaja Obama. Una pista: no para ustedes.
Todas aquellas discusiones de gabinete en los 90 pidiendo la bendición de Goldman Sachs giraban en torno a la idea Rubin-Summers de poner fin a la regulación del sistema bancario estadounidense. Para liberar a la economía estadounidense, sostenía Summers, todo lo que hay que hacer es permitir que los bancos comerciales puedan apostar ahorros privados públicamente garantizados en nuevos «productos derivados», dejar que los bancos vendan títulos hipotecarios subprime de alto riesgo y recortar sus reservas para hacer frente a las pérdidas.
«¿Qué podría ir mal?»
Stiglitz, que terminaría ganando el Premio Nobel de Economía, trató de explicarles exactamente qué es lo que podría ir mal. Tras intentarlo, fue substituido y puesto de patitas en la calle.
Summers hizo más que perdirle a Rubin que canalizara el espíritu de Goldman: llamó en secreto y se reunió con el nuevo ejecutivo jefe de Goldman, Jon Corzine, para planear la desregulación financiera a escala planetaria. No estoy dando palos de ciego: dispongo del mensaje confidencial dirigido a Summers recordándole que tenía que llamar a Corzine. (Para la historia completa de ese mensaje y una copia del mismo, léase «The Confidential Memo at the Heart of the Global Financial Crisis».)
Summers, como funcionario del Tesoro, puede llamar a cualquier banquero cuando le de la gana. Pero no en secreto. Y no, desde luego, para discutir detalles de políticas que podrían hacer ganar miles de millones a un banco. Y Goldman ganó miles de millones con esos planes.
Ejemplo: Goldman y sus clientes se embolsaron 4 mil millones a cuenta del colapso de las «obligaciones sintéticas de deuda colateralizada», esos señuelos fraudulentos vendidos a incautos e imbéciles, por ejemplo, a los banqueros del Royal Bank of Scottland. (Véase Did Fabrice Tourre Really Create The Global Financial Crisis?.)
Goldman se forró también a lo grande con la implosión de la deuda griega a través del comercio secreto de derivados financieros permitido por la despenalización, propiciada por Summers, de ese tipo de especulación transfronteriza.
El colapso de la Eurozona y del mercado hipotecario estadounidense causados por los banqueros echados al monte sólo fue posible porque el Secretario del Tesoro Summers cabildeó a favor de la Ley de Modernización de los Mercados de Futuros de Materias Primas [Commodities Futures Modernization Act, CMFA], que impidió a los reguladores el control del 100.000% del incremento registrado en los activos derivados, especialmente de los archiarriesgados derivados financieros de «desnudas» permutas de cobertura de incumplimiento crediticio.
La CMFA fue el equivalente financiero de un cuartel de bomberos prohibiendo las alarmas de humo.
Summers sucedió en el Tesoro a Rubin, que lo dejó para convertirse en el director de un extraño Behemoth financiero de nuevo tipo: la fusión de Citibank con un banco de inversión, Travelers. La nueva bestia bancaria quebró y precisó de 50 mil millones de dólares en fondos de rescate. (Goldman no necesitó fondos de rescate, pero de todas formas recibió 10 mil millones.)
Otros bancos convertidos en casinos siguieron la senda de insolvencia de Citi. La mayoría fueron rescatados… y acudieron a Summers, o cuando menos, escucharon de sus labios muy bien remunerados consejos.
El comerciante de derivados financieros D.E. Shaw pagó a Summers 5 millones de dólares por unos cuantos años de trabajo «a tiempo parcial». Lo que venía a sumarse a pagos procedentes de Citigroup, Goldman y otras entidades financieras, elevando el valor patrimonial neto de este otrora pobretón profesor a más de 31 millones.
Goldman, Larry y los desahucios
Cuando Summers dejó el Tesoro en 2000, según informa el The New York Times, un agradecido Rubin le ofreció el cargo de Presidente de la Universidad de Harvard, cargo del que Summers terminó por ser despedido. Apostó 500 mil millones de dólares de los fondos de la Universidad en los derivados financieros que él había legalizado. (Dada la incapacidad casi patológica de Summers para entender las finanzas, resultó de lo más chocarrero que, siendo Presidente de Harvard, declarara que los humanos con vagina son más bien mediocres en lo tocante a los números.)
En 2009, Summers, el Papá del Desastre de la Desregulación, regresó al gabinete gubernamental en triunfo. Barack Obama lo coronó como «Zar económico», permitiéndole dirigir el Tesoro sin necesitar de someterse a interrogatorio formal confirmatorio por parte del Congreso.
¿Logró Summers redimirse como Zar económico del primer mandato de Obama?
Para nada.
En 2008, tanto la demócrata Hillary Clinton como el republicano John McCain urgieron a servirse de 300 mil millones de dólares restantes del fondo de rescate para un programa de evitación de desahucios idéntico a uno que había empleado Franklin Roosevelt para sacar a los EEUU de la Gran Depresión. Pero el Zar Larry no quiso saber nada del asunto, aun cuando se habían dado a los bancos 400 mil millones del mismo fondo.
En realidad, por consejo de Summers y de su primer asistente, el Secretario del Tesoro Tim Geithner, Obama gastó sólo $7 mil millones de los 300 mil millones disponibles para salvar a las familias afectadas por desahucios.
¿Qué pensaría Goldman?
Como antes dicho, Goldman y sus clientes se embolsaron miles de millones a causa de que Obama abandonó a su suerte a 3,9 millones de familias, que perdieron sus hogares durante su primer mandato. Mientras que esas familias en vías de desahucio se iban a pique, el Zar Summers torpedeó su bote salvavidas: un plan para prevenir desahucios forzando a los bancos a depreciar los sobrecargos predatorios de sus hipotecas subprime. Es notable que fuera precisamente la acción de Summers (y la inacción de Obama) lo que ahorrara a Citibank miles de millones.
Larry, el tiburón del préstamo
La desastrosa maquinaria de la desregulación no afectó a los norteamericanos de viso. Mientras que las entidades crediticias sin ánimo de lucro, prestamistas de último recurso para gente trabajadora y los pobres en los EEUU eran sometidos a un asalto jurídico y político, se disparó exponencialmente un nuevo tipo de operación bancaria, una burbuja nacida de las mentes de los timadores ansiosos de conferir legitimidad al préstamo tiburonesco.
Una de esas creaciones, por ejemplo, el llamado «Club del Préstamo», concibió una manera de recaudar honorarios arreglando préstamos que llegaban a cargar hasta el 29%. El Club del Préstamo (Lending Club) sostiene que ni puede ni debe ser regulado por la Reserva Federal u otro tipo de inspección pública bancaria. El último ingreso en su comité director: Larry Summers.
Si desean ustedes saber por qué Obama podría llegar a elegir a un timador y especulador de esta calaña como jefe de la Reserva Federal, no tienen más que preguntarse: ¿quién eligió a Obama? Hace diez años, Barry Obama era un don nadie, un Senador estatal procedente del sur de Chicago.
Luego tuvo suerte. Un banco local, Superior, cayó abatido por causa de los reguladores públicos que lo acusaron de estafar a gentes de color. La presidente del banco, Penny Pritzker se enojó tanto con los reguladores, que decidió eliminarlos: lo que requería un nuevo Presidente.
Los milmillonarios pusieron en contacto a Obama con Jamie Dimon, de J.P.Morgan, pero el contacto más importante fue Robert Rubin, el antiguo secretario del Tesoro y, lo que es todavía mucho más importante, antiguo ejecutivo en jefe de Goldman Sachs y mentor de Larry Summers. Sin la bendición de Rubin y sin una avasalladora potencia para captar fondos de financiación, Obama estaría todavía discutiendo sobre problemas de zonificación urbana en Halsted Street.
Rubin eligió a Obama y Obama eligió a quien Rubin había elegido por él.
Porque, al final, Obama sabe que tiene que elegir a un jefe de la Fed haciéndose una sóla pregunta: ¿Qué pensaría Goldman?
Debo un agradecimiento muy especial Lori Wallach de Public Citizen, sin la cual nuestra investigación ni siquiera habría empezado.
Para la historia completa de la investigación de Larry Summers, el memorando «Juego Final» y la crisis financiera, véase el celebrado libro de Palast Vultures’ Picnic [El picnic de los buitres].
Greg Palast es autor de los bestsellers New York Times Billionaires & Ballot Bandits, The Best Democracy Money Can Buy [traducción castellana en la editorial Crítica de Barcelona] y Armed Madhouse.
Traducción para www.sinpermiso.info: Ventureta Vinyavella