El ultimatum de Arabia Saudita y sus aliados contra Qatar, y el bloqueo comercial y político que en consecuencia se ha aplicado al emirato del Golfo Pérsico han agregado más tensión en una zona ya tradicionalmente estremecida por la violencia y conflictos de todo tipo. Las acusaciones contra el gobierno qatarí de promover el terrorismo […]
El ultimatum de Arabia Saudita y sus aliados contra Qatar, y el bloqueo comercial y político que en consecuencia se ha aplicado al emirato del Golfo Pérsico han agregado más tensión en una zona ya tradicionalmente estremecida por la violencia y conflictos de todo tipo.
Las acusaciones contra el gobierno qatarí de promover el terrorismo suenan a falsas cuando Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein le exigen cesar el apoyo a los Hermanos musulmanes, a quienes se acusa de desestabilizar Libia, pero todos esos países tienen muy buenas relaciones con los miembros de la OTAN que originaron la situación actual allí, así como han respaldado grupos que ejercen el terrorismo en Siria y Yemen.
Otras demandas a Doha, como cerrar el canal de televisión Al Jazzera y romper relaciones diplomáticas con Irán, además de expulsar a miembros de grupos de la resistencia palestina como Hamas y lanzar una ofensiva a nivel universal contra la resistencia libanesa de Hezbollah, suenan más a causa real porque ambos elementos afectan la hegemonía política y religiosa saudí en la región.
Aunque la administración estadounidense de Donald Trump se ha manifestado públicamente por una solución amigable del conflicto y tiene en Qatar una base militar, el hecho de que la arremetida contra Doha haya llegado inmediatamente después de una visita de Trump a Riad y un oneroso contrato de venta de armas de Washington a los saudíes, hace pensar que Arabia Saudita se sintió fortalecida con la visita del Presidente norteamericano como para proceder de tal manera, más cuando lo hace en nombre de atacar al archienemigo de Estados Unidos en Oriente Medio: Irán. Riad nunca vio con buenos ojos los acuerdos a los que llegó la administración Obama con Teherán sobre el programa pacífico iraní de energía nuclear que Trump ha cuestionado.
Por otra parte, la reciente visita del presidente turco Recep Tayyip Erdogan a Riad en busca de una solución a la crisis ha fracasado pero no ha dejado de revelar el papel que busca Turquía como potencia regional, quien junto a Irán se han beneficiado económicamente del bloqueo a Qatar al satisfacer las importaciones de un mercado pudiente por sus altos ingresos en gas y petróleo que no dependen de sus vecinos. Turquía tiene también una base militar en territorio qatarí, pero a diferencia de lo que ocurre con los militares del Pentágono «basificados» en Qatar, esa sí preocupa a Riad y su eliminación está entre las exigencias de los saudíes y sus aliados contra los qataríes.
El fundamentalismo ideológico del gobierno saudí ya presionó en noviembre de 2015 al gobierno libanés para que cerrara otro canal de televisión, el canal independiente panárabe Al Mayadeen que se ha convertido en el más visto en el mundo árabe. Luego de la transmisión de un debate en que uno de los invitados criticó a la monarquía saudita por las muertes en la estampida de Mina en que fallecieron más de 700 personas, la compañía Arabsat dejó de distribuir la señal de Al Mayadeen y el gobierno saudí pidió a Beirut cerrarlo, a lo que las autoridades libanesas -tras una investigación de su ministerio de Información- respondieron negativamente.
Pero si en temas como el programa nuclear iraní Trump y su antecesor han diferido, lo más interesante es que entonces el gobierno de Obama, como ahora el de Donald Trump, prefirió callar ante un atentado a la libertad de prensa que tanto exige a otros gobiernos. Ni hablar de la concepción feudal de los Derechos Humanos que Arabia Saudita ejerce pero cuya violación invoca Washington, llámese Trump u Obama, para imponer bloqueos y lanzar bombas en otros lugares del planeta a los que las empresas norteamericanas no venden armas.