Traducción de Manuel Talens
Los politólogos saben muy bien que el interés personal es un indicador poco fiable de los puntos de vista sobre cuestiones específicas. Los padres de los niños que van a la escuela pública no están más a favor de las subvenciones gubernamentales a la educación escolar que los demás ciudadanos. Las personas sin seguro de enfermedad no son más propensas a favorecer la sanidad pública universal que aquellas que están totalmente aseguradas.
Por mucho que así lo afirme cualquier manual de economía básica, la gente no siempre es egoísta. En política suele preferir sentirse parte de un grupo. Cuando la gente ve que un grupo que valora está en peligro -ya sea racial, religioso, regional o ideológico-, sale en su defensa, incluso a costa de meterse en problemas. Somos seres tribales y la política es una competición entre coaliciones de tribus.
La clave para entender el comportamiento tribal no es el dinero, sino lo sagrado. El gran truco que los humanos desarrollaron en algún momento de los últimos 100 000 años es la capacidad de dar vueltas alrededor de un árbol, una roca, un ancestro, una bandera, un libro o un dios y luego tratarlos como algo sagrado. Quienes adoran al mismo ídolo pueden fiarse de sus compañeros, trabajarán en equipo y prevalecerán sobre los grupos menos compactos. Por eso, todo aquel que desee entender la política en USA y, sobre todo, nuestras divisivas guerras culturales, deberá seguir lo sagrado.
Una buena manera de hacerlo es escuchar las historias que cada tribu le cuenta de sí misma y de la nación más grande. El sociólogo Christian Smith, de la Universidad Notre Dame (Indiana), resumió una vez el discurso moral de la izquierda usamericana con estas palabras: «Hace ya mucho tiempo la mayoría» de la gente sufría en sociedades «injustas, insalubres, represivas y opresoras». Aquellas sociedades eran «condenables por su arraigada desigualdad, su explotación y su irracional tradicionalismo, que convertía la vida en algo muy injusto, desagradable y breve. Pero la noble aspiración humana a la autonomía, la igualdad y la prosperidad luchó con todas sus fuerzas contra las de la miseria y la opresión y, por fin, logró establecer sociedades capitalistas modernas, liberales, democráticas y del bienestar.» A pesar de nuestro progreso, «queda mucho trabajo por hacer para desmantelar los poderosos vestigios de la desigualdad, la explotación y la represión». Esta lucha, según Smith, «es la única misión a la que vale la pena dedicar la vida entera».
Se trata de un discurso heroico de liberación. Para la izquierda usamericana, los ciudadanos de origen africano, las mujeres y otros grupos de víctimas son los objetos sagrados que están en el centro de la historia. Cuando los liberales dan vueltas alrededor de tales grupos, se sienten unidos y partícipes de una justa causa común.
Comparemos esto ahora con el discurso conservador que Ronald Reagan transmitió en la década de los 70 y los 80. El psicólogo clínico Drew Westen lo resumió así: «Hace ya mucho tiempo USA era un faro de luz. Entonces llegaron los liberales y erigieron una enorme burocracia federal que ató las manos invisibles del libre mercado. Subvirtieron los valores tradicionales y se opusieron a Dios y a la fe en cada paso del camino.» Por ejemplo, «en vez de exigir que la gente trabajase para ganarse la vida, desviaron dinero de los ciudadanos que trabajan duro y se lo dieron a los drogadictos que se pasean en Cadillac y a las reinas de la asistencia social». En vez de los «valores tradicionales de la familia, la fidelidad y la responsabilidad personal, predicaron la promiscuidad, el sexo prematrimonial y el estilo de vida gay» y en vez de proyectar una imagen de fuerza ante los que practican el mal en por todo el mundo, recortaron los presupuestos militares, faltaron el respeto a nuestros soldados de uniforme y quemaron nuestra bandera». En respuesta a todo aquello, «los usamericanos decidieron arrebatar las riendas del país a quienes trataban de hundirlo».
También éste es un relato heroico, pero de un heroísmo defensivo. En él lo sagrado es Dios y el país, de ahí la importancia de la Biblia, la bandera, los militares y los padres fundadores en la iconografía conservadora. Pero su trasfondo es de orden moral. Para los conservadores sociales, la religión y la familia tradicional son muy importantes porque fomentan el autocontrol, crean un orden moral y eluden el caos. (Baste con pensar en el comentario de Rick Santorum sobre que el control de la natalidad es malo porque es «una licencia para hacer cosas en el ámbito sexual que son contrarias a como se supone que deben ser».) En este discurso los liberales son el demonio, ya que pretenden destruir o subvertir todas las fuentes de orden moral.
Pero el discurso de Reagan tiene un segundo trasfondo en el que el objeto sagrado es la libertad. A primera vista, parece que dar vueltas alrededor de la libertad es más coherente con el liberalismo y sus muchos movimientos de liberación que con el conservadurismo social. Pero aquí es donde el análisis discursivo aclara las cosas. Parte del genio político de Reagan fue que la historia que contó sobre su país unió a libertarios y a conservadores sociales, que en circunstancias normales forman una extraña pareja. Para lograrlo presentó al activista gobierno liberal como el único demonio que eternamente trata de destruir dos valores sagrados, la libertad económica y el orden moral; y los convenció de que únicamente si todos los contrarios a los liberales se unían en una coalición de tribus podrían derrotar a aquel demonio.
Quien siga lo sagrado podrá entender algunas de las rarezas políticas de los últimos meses en este país. En enero, el gobierno de Obama anunció que los hospitales de filiación religiosa y otras instituciones deberían ofrecer planes sanitarios que proporcionasen anticonceptivos gratuitos a sus miembros. Una cosa es que el gobierno insista en que la gente tiene derecho a comprar un producto que sus empleadores aborrece y otra muy distinta que obligue a las instituciones religiosas a pagar por el producto, porque eso un sacrilegio para muchos cristianos. La indignación que se produjo galvanizó a la derecha cristiana y dio impulso a la campaña de Rick Santorum.
Al mismo tiempo, en las legislaturas estatales del país se abrían camino proyectos de ley que obligan a hacer una ecografía médicamente innecesaria a toda mujer antes de practicarle un aborto. Una cosa es que un gobierno estatal dificulte los abortos (alargando los plazos de espera) y otra muy distinta que obligue a un médico a insertar una sonda en la vagina de una mujer, porque eso es un sacrilegio para casi todos los liberales y los libertarios. La indignación que se produjo galvanizó a la izquierda laica y dio impulso a la campaña del presidente Obama.
Ésa es la razón de que hayamos presenciado el resurgimiento de la vieja guerra cultural entre la derecha religiosa y la izquierda laica que se había prolongado durante muchos años antes de la crisis financiera y de la aparición del Tea Party. Cuando los objetos sagrados están amenazados, podemos vaticinar una feroz respuesta de las tribus. La derecha percibe una «guerra contra el cristianismo» y afila los cuchillos para una guerra santa. Por su parte, la izquierda percibe una «guerra contra las mujeres» y también afila los cuchillos para… ejem, una guerra santa.
El momento no puede ser peor. USA se enfrenta a múltiples amenazas y desafíos, muchos de los cuales exigen a cada bando que acepte un «gran acuerdo» que imponga, como poco, duros compromisos en los valores fundamentales de la economía. Pero cuando el adversario es el demonio, la negociación y el compromiso son en sí mismos puro sacrilegio.
Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=7077