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ONGs para la prevención de los estados fallidos

Fuentes: Rebelión

El argumentario promarroquí es un prodigio de elasticidad y versatilidad. Tiene sólo un principio inamovible: que el Sáhara Occidental acabe siendo de Mohamed VI, a costa de lo que sea (derecho internacional, lógica, intereses nacionales españoles, solidaridad con las víctimas de una ocupación ilegal…) A partir de ahí, el resto de los argumentos son de […]

El argumentario promarroquí es un prodigio de elasticidad y versatilidad. Tiene sólo un principio inamovible: que el Sáhara Occidental acabe siendo de Mohamed VI, a costa de lo que sea (derecho internacional, lógica, intereses nacionales españoles, solidaridad con las víctimas de una ocupación ilegal…) A partir de ahí, el resto de los argumentos son de extrema flexibilidad y adaptación al medio. ¿Que toca vender la burra a la derecha? Pues se le dice al público al que se intenta conquistar que el Frente Polisario es un reducto del comunismo y de la guerra fría. ¿Que acto seguido hay que hacerlo con oyentes de la izquierda? Pues con la misma convicción los responsables del arsenal van y cargan munición muy pensada para tocar la fibra sensible de la memoria histórica y bombardear a la audiencia con datos que indiquen que lo de la independencia del Sáhara es un asunto de fachas. Y si la historia no da para ello, pues los amigos de Mohamed se encargan de reescribirla para que todo cuadre y la progresía acabe convencida de que, en este tema, lo avanzado y social es ser un forofo de una dictadura feudal como la que manda y oprime al otro lado del Estrecho.

Una de las ideas fuerza (como dicen los expertos en comunicación) sobre la que últimamente machaca el argumentario promarroquí es la de que a los españoles no nos conviene nada un Sáhara independiente porque se convertiría en uno de esos estados fallidos africanos que, al estar situado en un punto tan sensible de nuestro patio trasero (las islas Canarias, a media hora de avión), nos crearía un montón de problemas. La advertencia ha cosechado tal éxito en las islas afortunadas que, con la ayuda de empresarios muy desinteresados y sin ánimo de lucro, se está fraguando un nuevo movimiento solidario: la Organización por la Prevención de los Estados Fallidos (OPRESTAFA).

La iniciativa no contempla la promoción del buen gobierno, los derechos humanos, la democracia y la erradicación de las prácticas corruptas con las que los cleptócratas africanos matan de hambre a sus paisanos y les obligan a marchar en patera hacia las islas. No importa, en España somos muy originales y no solemos tener en cuenta lo que se hace o se dice en el resto del mundo, ni siquiera en temas de solidaridad humanitaria. Así que la nueva ONG ha ido cobrando impulso a medida que en las Canarias ha ido cundiendo el entusiasmo por los planes con los que Mohamed VI promete abrir puertas y nuevas líneas de negocio al archipiélago.

Lo que caracteriza al OPRESTAFA es la desenvoltura con la que sus promotores defienden que hay que negarles a los saharauis el derecho a pronunciarse sobre si quieren finalizar su descolonización con una independencia y, acto seguido presumen de mucha conciencia socialista y amor por el derecho internacional (el candidato socialista a las elecciones europeas Juan Fernando López Aguilar, por ejemplo).

A los que discrepan de su peculiar sensibilidad buenista, los administradores del argumentario promarroquí los acusan de padecer terribles males: desde el no comprender que la «historia no tiene marcha atrás» hasta pecar de rancio colonialismo y ser unos antimarroquíes. Justo como suelen decir en Rabat los del entorno de Mohamed.

En resumen: ellos, los promarroquíes, son muy progres y sensatos al defender la legalización de una invasión y ocupación colonial del Sáhara que todos los partidos de la izquierda condenaron en 1975, cuando todavía no habían descubierto que el franquismo que entregó el pueblo saharaui a sus enemigos tenía razón. Porque ésta debe ser, digo yo, la conclusión a la que han debido de llegar ahora para acusar de colonialistas a los que apoyan el derecho del pueblo saharaui a decidir su futuro libremente en un referéndum, tal como estableció la doctrina de la ONU en los años sesenta, cuando se fraguaron la mayor parte de las independencias que «liberaron del vasallaje colonial y nacional» (terminología ONU) a más de 50 países de África y Asia.

Tan seguros están del éxito de la OPRESTAFA que los proMohamed VI ni se preocupan del riesgo de que sus oyentes se pongan a pensar tres segundos y acaben sospechando de que la auténtica actitud colonial o neocolonial se anida en la soberbia con la que estos progresistas españoles se toman la libertad de suplantar la opinión y voz de los saharauis, sin contar con su voluntad. Mucho deben de confiar en el poder hipnótico de sus comunicadores en la alta política si creen que no se va a notar que esa preocupación por las malas consecuencias del fracaso estatal sigue una lógica muy parecida a la que enarbolaron las potencias colonizadoras para justificar su presencia en tierra ajena: evitarle a los pueblos que sometían las inconveniencias de seguir siendo víctimas de su propio atraso, que para eso estaban ellos con una cultura superior dispuestos a enseñarles mientras suplían su incapacidad de autogobierno el tiempo que fuese menester.

Aún suponiendo lo peor, que un Sáhara independiente no acabe cumpliendo las expectativas de los saharauis que persiguen este sueño de libertad, tendrán que ser ellos los que decidan con su futuro y no nosotros, ¿no?

No espero respuesta. Sé muy bien que a estas alturas del debate hemos llegado al momento mágico en el que los gestores del argumentario marroquí meten la mano en su chistera para sacar uno de los antídotos con el que neutralizar al contrario por la vía rápida de la descalificación: defender la legalidad internacional en el Sáhara es cosa de fachas.

Es lo que suele ocurrir. Una por ejemplo expresa ciertas dudas sobre el sospechosamente entusiasta empeño de los amigos de Mohamed VI por enviar una delegación parlamentaria al Sáhara (eso que escribí de las lanzas y la Eurocámara) y ellos van y contratacan con un: ¡cuidado con lo que dice ésta que ahí hay síntomas inequívocos de fachismo y «estúpida marrocofobia»!.

Yo tengo mucha paciencia y estoy dispuesta a explicarles a los de OPRESTAFA lo de la importancia de la consistencia diplomática, que dicen los ingleses, y de los precedentes en derecho internacional, las veces que haga falta, con datos y no con calificativos. Incluso con un caso práctico en los Balcanes (Kosovo) y administrado por una ministra muy progresista como la Chacón, por eso de cambiar de escenario. Aunque sabiendo lo poco que les gusta complicarse la vida a estos solidarios y, sobre todo, cómo se las gastan en su misión para tergirversar, soy consciente que lo más práctico será abrir un epígrafe en mi cubículo que diga: «Lo que dicen que dije».

Hay que tener mucho cuidado con la fría impavidez con la que los procuentascorrientes de jerifaltes marroquíes (esas que prosperan con el expolio de la pesca, fosfatos y bienes saharauis) le hacen liftings a la historia para lograr la cuadratura del círculo. Confiados en que entre los solidarios con las víctimas saharauis son cada vez menos los nacidos antes de 1958 (cuando los planes de estudio obligaban a los estudiantes preuniversitarios a desarrollar el tema de las plazas y provincias africanas entre ellas el Sáhara), van y te explican, como si revelasen una exclusiva que hasta ahora sólo estaba al alcance de unos pocos privilegiados, que lo del derecho a la autodeterminación del Sáhara es un asunto que fabricó nada más y nada menos que el almirante Carrero Blanco. Sí, sí, el que el desaparecido y venerable historiador Javier Tusell (libre de la sospecha de fachoso), describió como «la eminencia gris del régimen de Franco», es decir (en clave de memoria histórica), lo más facha del fascismo fraquista.

Lo mejor es que, haciendo ostentación de canas (que para algo tienen que servir), redondean la noticia con el «yo lo vi, yo estuve ahí» para advertirnos que en esa aviesa maniobra facha y marrocofóbica, el mano derecha del dictador Franco manipuló a los chiujs saharauis para que dejasen de sentirse marroquíes y deseasen la independencia.

Seguramente al almirante Carrero Blanco no le haría ninguna gracia acabar pasando a la historia como uno de esos rojos que él despreciaba por no comprender la misión civilizadora de España en África que él defendía con tanto ahínco en el Sáhara o Guinea Ecuatorial. ¡Con el trabajo (reconocido incluso por la diplomacia marroquí) que se tomó para convencer a todos quisqui de que el Sáhara, Ifni, Fernando Poo y Río Muni eran «provincias tan españolas como Tarragona, Salamanca o Málaga»! Y sí, sus servicios secretos utilizaron a los chiujs pero no precisamente para convencerles de lo que ya ellos sabían (que el Sáhara nunca había sido de Marruecos), sino para que no reclamasen el derecho a la independencia hasta que su pueblo estuviese preparado para no ser un estado fallido. Fueron esos servicios secretos los que estuvieron involucrados en la desaparición de Bassiri (único mártir saharaui del colonialismo franquista) que les incomodó organizando esa protesta con la que, en 1970, los saharauis más jóvenes expresaron su disconformidad con la complicidad de los jeques con las autoridades coloniales.

Pero si en el más allá hay conexión ADSL, indispensable para seguir ciertos debates ausentes de la prensa tradicional, no habrá espíritu más indignado por la atribución de una aureola de paladín de la independencia saharaui al almirante Carrero Blanco, que el del pobre embajador Jaime de Piniés (en la foto, en Nueva York con Adolfo Obiang Bikó, luchador por las libertades de Guinea en los tiempos de la colonia, y hoy luchador contra la opresión del dictador Obiang).

Si alguien defendió abiertamente en el régimen de Franco que España debía cumplir con sus compromisos en la ONU y descolonizar de una vez las «provincias» africanas, fue él, Jaime de Piniés. Malo es no hacerle justicia porque sus buenos disgustos le costó hacer comprender a sus colegas que la idea no era suya sino de la comunidad internacional. Pero el colmo, es que se le quite el mérito para dárselo precisamente al señor que más le hizo sufrir por decir lo que debía: Carrero no se andaba con chiquitas y llegó a acusarle incluso de «abandonista» (de las colonias) y antipatriota, que en la jerga política del momento era como acusarle de traidor a la patria. ¡Como para acabar de cónsul en Siberia!

P.D. Por cierto, no trabajo en la COPE ni tengo ninguna relación laboral con esta emisora como han dicho algunos. Los que así lo han dado a entender, lo saben muy bien y si lo aclaro es para que quede en evidencia el poco aprecio que le tienen a la verdad. En todo caso, mi única condición a la hora de poner la firma en un artículo es que me dejen hacerlo como me enseñaron, con el compromiso a los valores que obligan a rechazar «cualquier presión de personas, partidos políticos, grupos económicos, religiosos o ideológicos que traten de imponer la información al servicio de sus intereses». Algo que, desgraciadamente, en los medios españoles es cada vez más díficil de cumplir, especialmente cuando se informa sobre el Sáhara o Guinea Ecuatorial. Pero eso los redactores del argumentario promarroquí lo saben de sobra y por eso son tan osados.