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Orlando Ortega, ese atleta cubano y, ahora, parece que español

Fuentes: Rebelión

«Me dieron la bandera de Cuba, pero estaba buscando la de España como loco». Esta frase, sin duda alguna, pasará a la historia y, de hecho, ha sido constantemente repetida hasta la saciedad por los medios de comunicación de masas con el objeto, bastante claro, de criticar a las políticas y el gobierno cubano. La […]

«Me dieron la bandera de Cuba, pero estaba buscando la de España como loco». Esta frase, sin duda alguna, pasará a la historia y, de hecho, ha sido constantemente repetida hasta la saciedad por los medios de comunicación de masas con el objeto, bastante claro, de criticar a las políticas y el gobierno cubano. La verdad es que parece incluso hasta razonable a primera vista: Orlando se encuentra en su actividad deportiva profesional con las dificultades y penurias que le imponen un régimen y una burocracia anquilosada anclada en el pasado. Orlando guarda diferencias con ellas y coge, abre la puerta y decide que se marcha a España a desarrollar el resto de su carrera deportiva y su vida personal.

Pero, como en todo, «las apariencias engañan» y como sostiene desde largo la sabiduría popular. El, en apariencia, execrable carácter del régimen cubano y lo que lo haría menospreciable; son, en verdad, los calificativos con los que cabe tildar el gesto de enorme relevancia de Orlando hacia su país de procedencia y sus orígenes humildes y pobres. Dicho gesto estuvo de hecho cargado de simbolismo (y fuerza simbólica) y tuvo enorme repercusiones en el imaginario colectivo de nuestras sociedades y nuestras conciencias. Orlando no sólo abandonó su país, se marcha y compite internacionalmente por otro totalmente diferente más rico y que le ofrece mayores recompensas materiales por ello: enarbola, además, la bandera española en detrimento de la bandera cubana y que es la bandera de su país natal y el de su familia.

Pero la verdad es que en el mundo y sociedad, es decir, en este mundo y nuestras sociedades, no hay ni existe correlación (y mucho menos una correlación con carácter necesario) entre éxito material y moralidad. La única correlación posible habría que fundarla e instituirla, en la medida de las posibilidades de los hombres y sus proyectos políticos emprendidos. Dicha conexión entre moralidad (bien o justicia) con éxito y prosperidad debería haberla, aunque de hecho no la haya en casi ninguna sociedad. Razón por la cual hay, en este asunto como en tantos otros, una suerte de deber ser o de ser en términos negativos: de lo que no ocurre de hecho, pero que ciertamente debe de suceder. O lo que es lo mismo, habría de haber unas condiciones sociales que premiaran al justo y decente, y castigara, por el contrario, al malvado o injusto. Unas condiciones por las que habría que luchar para que se ligara la prosperidad a la bondad o justicia, y por las que sin duda merecería la pena luchar.

Pero volvamos al tema de Cuba, ya que por la temática de este artículo, este es en realidad un artículo también sobre el país de Orlando Ortega. Cuba y el denominado despectivamente como régimen cubano ha sido convertido -mediáticamente, todo habría que decirlo- a lo largo de la historia reciente en la bestia negra del Caribe y América Latina, porque sigue aún a día de hoy empecinada y empeñada contra viento y marea en escapar, en la medida de sus posibilidades, a los mercados y finanzas capitalistas mundiales, luchando por un futuro para su pueblo distinto del que impone el denominado como Consenso de Washington y la dominación económica del gran capital corporativo transnacional. La verdad es que Cuba es de los pocos lugares del globo en los áreas tan importantes en una sociedad como la política y la economía se dejan convencer, es decir, que se pueden persuadir democráticamente para que cambien a mejor o en un sentido que se presupone que tendría que ser a a mejor. Democráticamente quiere aquí decir en posiciones generalizadas de comunidad, en su carácter o acepción de común e igualitario. Que termine ocurriendo es algo, también hay que decirlo, más difícil: hay que lidiar con algunas estructuras burocráticas y con algunos errores y/o desaciertos que han tenido los representantes políticos cubanos; que, en tanto que humanos, también se equivocan en ocasiones.

Pero claro, en Cuba sucede algo distinto y enteramente paradoxal: a saber, que, en dicho contexto económico y político, no prevalece siempre la ley y voluntad del más fuerte como sucedería en un auténtico estado de naturaleza o sociedad con carta de estado de naturaleza a los que se asemejan nuestras sociedades, sistemas políticos y mercados laborales capitalistas. Porque eso, en modo alguno, es lo que sucede en cierto estado de naturaleza en el que prevalece el 1% mundial rico y propietario de bienes y medios de producción, frente al 99% restante desheredado y que se encuentra en una situación muy diferente y claramente contrapuesta u opuesta a la primera. Ese 1% ultra-rico es el que vela y anhela siempre porque las condiciones de reproducción de sus ganancias no se vean ni amenazadas ni alteradas, ni tampoco cuestionadas. Sino que dichas condiciones de reproducción se vean precisamente reforzadas y consolidadas a lo largo y ancho de todo el planeta.

En este contexto, lo que cuenta es instigar contra Cuba a través de la ignorancia, las mentiras y manipulaciones mediáticas. Es la realidad de un mundo que mayoritariamente bloquea a Cuba, que le hace una guerra económica, comercial y financiera de carácter marcadamente político. Una realidad que vapulea a la política cubana y a los cubanos en general a la más mínima ocasión u oportunidad; pero que proviene de países con una realidad social que no es, precisamente, la que le puede dar lecciones al pueblo cubano y su gobierno.

Orlando si hubiera nacido haitiano, hondureño, salvadoreño o colombiano andaría, en el mejor de los casos, perdido y sin rumbo: podría haber sido un niño de la calle colombiano, pertenecer a una banda y/o organización criminal como las maras salvadoreñas o vivir al aire libre y en las calles de la capital haitiana asediado por el hambre y/o enfermedades infecciosas que la medicina y los países avanzados lograron, en la mayoría de los casos, eliminar. Todo eso podría haber sido Orlando de haber nacido en otro país cercano al suyo. Pero Orlando nació en Cuba: una sociedad y un pueblo que se esforzaba de verdad y muy especialmente -en unos de los peores momentos por los que podía pasar, como fue muy especialmente el período especial- por garantizarle en la práctica y realidad la alimentación, una educación y una práctica deportiva de vanguardia que consiguieron hacer de él una persona (o mejor dicho, un deportista de élite). Pero quizá faltara en todo ello alguna cosa, no muy esencial y fundamental; pero sí a la que le concedió Orlando una notable importancia: una situación económica holgada y despreocupada que tuviera una capacidad de consumo -que eso sí que no es bajo ningún respecto, fundamental- por encima de las posibilidades de la mayoría y en clara contraposición con la finitud del planeta si dichas condiciones fueran generalizadas para todas y cada una de las diferentes personas del planeta. Ver artículo ¿Quién cabe en el mundo? de Carlos Fernández Liria.

Orlando habría podido, de haber vivido en otra sociedad y país pobre diferente del suyo, tenido que traficar y distribuir drogas estableciendo guerras y luchas entre bandas rivales, jurando fidelidad a la ley de un hampa que supliría la ausencia total del Estado y de cualquier política mínimamente social. Orlando, quizá, hubiera sido obligado y forzado a someterse a la trata con fines de explotación sexual o de comercio ilegal de órganos, etc. Probablemente Orlando, y la sociedad de su otro país al que hubiera podido pertenecer, se hubieran desangrado de no haber sido su país de origen Cuba. Pero la verdad es que Orlando no ha sido más que otro en la lista de espadachines a sueldo que, haciendo caso omiso a sus orígenes humildes que les imponían las élites y gobernanzas mundiales, se vendió al mejor postor cuando la sociedad cubana le dio todo lo que pudo darle y que estaba de hecho en su mano, haciendo de él una persona destacada y sobresaliente a nivel olímpico y competitivo. Orlando Ortega vio una oportunidad y, ciertamente, la aprovechó sin tener en cuenta las consecuencias morales que planteaba el hecho de que se le daba un trato privilegiado por parte de España por ser una figura destacada del deporte cubano y debido únicamente a dicha condición. Es decir, se le pagaba por traicionar al pueblo que le dio todo lo que era; ya que los hombres somos por antonomasia animales sociales y no hay personas que se hacen así mismas en términos absolutos. Le dieron desde España una condición y un trato del que carecen la inmensa mayoría de sus compatriotas y personas del resto de países del mundo al intentar emigrar y establecerse en Europa.

Por otro lado, podría pensarse faltando gravemente a la verdad que las sociedades humanas son prósperas y ricas porque sí o porque ello es o fuese indicativo de su índice de moralidad. Pero la realidad es que esto nunca es así: las cosas en sociedad no provienen ni del aire ni del cielo o de la providencia -ni, como hemos dicho ya, de la moralidad o de su carácter moral-. Las cosas en sociedad suponen otras cosas (o serie de cosas) que a modo de conexiones y condiciones que regulan a aquéllas enlazan con las primeras, y es este horizonte determinado finita o materialmente en el que vivimos y nos movemos. Este descubrimiento de que las cosas en sociedad no provienen meramente de las leyes de la naturaleza, fue uno de los principales y más significativos logros teóricos dela corriente de pensamiento que se denominó como materialismo histórico. Sucedía que, de pronto, las cosas aparecían conectadas según ciertas reglas o leyes en una sociedad o modo de producción determinado y que no son sino las relaciones de clase que impone la clase dominante.

España, o lo que ha terminado por llamarse por tal nombre, fue y ha sido a lo largo de la historia una potencia colonial de primer orden y de las más destacadas del mundo a lo largo de la Historia. Llevó a la práctica los pillajes y matanzas más viles y sanguinarias de la Historia Universal, lo que tuvo como consecuencia el exterminio y genocidio de multitud de pueblos indígenas de las regiones del denominado como Nuevo Mundo. Todo ello, con los lucrativos fines de acumulación de riqueza y bienes a costa de la dominación y el colonialismo. Pero España fue también una de las mayores potencias esclavistas del denominado África Negra, a través de las más brutales, inhumanas, viles y despiadadas campañas sometimiento y opresión esclavista para garantizar mano de obra en las colonias del Caribe y América Latina. España, que se alardea de albergar dos bandas rojas en su bandera constitucional de 1978 hace honor, sin duda, a la barbarie y devastación escrita a sangre y fuego por nuestros ancestros y antepasados en las colonias y territorios de América y África.

Orlando que, parece a primera vista de rasgos físicos afroamericanos, parece que olvida todo por [o a cambio] de la la pasta, y le dice al mismo tiempo a el mundo entero con su gesto: mírame, si yo puedo, tú también puedes. Pero la verdad es que no todo el mundo puede, y muy en particular la gran masa desfavorecida y desheredada de la Tierra, que no cuenta ni con medios non con bienes de producción con los que ni siquiera reproducirse y subsistir. Lo cual convierte, tanto al acto de Orlando como al ruido mediático, en la más profunda e infames mentiras y patrañas, y la más profunda indecencia y traición política. Los científicos, investigadores y atletas de una sociedad concreta no surgen ni aparecen de la nada, porque tienen lo que se denominó como condiciones materiales de existencia y que son diferentes en función de la sociedad en la que nos encontremos. Porque, ciertamente, sucede que, en la economía política y como dijo Marx, la pobreza y la mendacidad de las masas se explica en realidad, en base a la riqueza de unos pocos o minoría privilegiada y que él denominó como capitalista. De la misma forma, y esta vez según Varoufakis, el déficit o deuda de una nación encuentra su explicación y causa en el superávit o excedentes de otra nación distinta y bien diferente.

Podría o pudo haber sido verdad que Roma no pagase a traidores, como dice Guillermo Toledo. Pero la verdad es que España, en la práctica, sí paga a traidores siempre y cuando le reporte claros beneficios en lo que se ha denominado como fuga de cerebros y/o de talentos: si eres un destacado profesional de nacionalidad extranjera no hay ningún problema en acogerte y recompensar materialmente por ello. Las ganancias y beneficios son claros: el estado rico pagador se ahorra los innumerables costes de formación de dichas personas, que pagan otros países pobres con sus draconianos e indecibles esfuerzos y sacrificios, y que son aún más duros que los del resto de países, a causa de la dominación económica de las grandes potencias económicas a nivel mundial.

Resulta, para terminar, incuestionable la carga simbólica del paseo de la victoria olímpica de Orlando en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y el daño que de hecho pueden hacer a los sentimientos de todo un pueblo y una sociedad como la cubana. Pero la verdad es que en este mundo hay que convivir y conocer el mal (tanto el que va contra las leyes o derecho positivo, como el que va contra las leyes de la razón o la moral) y sus actos y a sus responsables. Para, precisamente, ver en ellos la ocasión para repudiarlos, aborrecerlos y que aparezcan y se muestren como mal -intrínseco-. Se afirmaría, con ello, nuestra conciencia y virtudes morales tanto individuales como colectivas. El resultado es que igual ha podido terminar por suceder que los intereses contra Cuba pudieran apuntarse un tanto a su favor en la batalla mediática contra ella, con la salida y gesto de Ortega. Pero con lo que no cuentan ni con lo que han contado nunca es con la victoria en términos morales, ni con la de tener la razón.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.