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(Déjà vu)

Otra vez la Qasba

Fuentes: Rebelión

Ayer el ministro del Interior declaró que se iba a aplicar la ley -el vigente estado de emergencia- y que, por lo tanto, quedaban prohibidas todas las concentraciones y manifestaciones. Esta tarde, hacia las 16:00 h., los tunecinos han vuelto a tomar la Qasba. Por una vez no estábamos allí, pero hemos visto las imágenes. […]

Ayer el ministro del Interior declaró que se iba a aplicar la ley -el vigente estado de emergencia- y que, por lo tanto, quedaban prohibidas todas las concentraciones y manifestaciones.

Esta tarde, hacia las 16:00 h., los tunecinos han vuelto a tomar la Qasba. Por una vez no estábamos allí, pero hemos visto las imágenes. Miles de manifestantes que se habían reunido delante del Palacio de la Municipalidad han presionado contra las vallas que protegen el recinto donde se encuentra la sede del Primer Ministro, protegida por militares y policías. A las discusiones han seguido los empujones y, ante la irrefrenable acometida, los soldados han disparado al aire. La presión no ha cedido, acompañada de insultos y lanzamiento de objetos, y finalmente la defensa ha claudicado: una avalancha humana ha penetrado y ocupado de nuevo la plaza.

Nosotros hemos llegado a las 18:00 h. y se había ya producido el milagro. De nuevo las paredes están cubiertas de pintadas y papelitos con consignas garrapateadas a toda prisa: «dignidad y libertad», «la revolución continúa», «no al complot del RCD», «derroquemos al gobierno colaboracionista», «zaura tunis, zaura masr, zaura zaura hata el-nasr» (revolución en Túnez, revolución en Egipto, revolución revolución hasta la victoria»), «poder popular», «movilización movilización hasta que se imponga la voluntad popular»; y también: «seamos realistas, exijamos lo imposible». Del otro lado, sobre el dintel de la sede del Primer Ministro, de cuyas ventanas cuelgan de nuevo racimos de jóvenes, otras consignas declaran la fineza y conciencia de estas gentes. Un gran cartel enumera las reclamaciones de los manifestantes: disolución del gobierno y el parlamento, destitución de la judicatura, formación de una asamblea constituyente elegida por voluntad popular. Otro identifica el pueblo con el Consejo Nacional de Defensa de la Revolución. Y otro más demuestra hasta qué punto las provocaciones -que en parte habían calado en la manifestación por el laicismo del sábado- aquí no hacen la menor mella: «Son las bandas del gobierno terrorista las que han matado al sacerdote» (en referencia al cura polaco asesinado en Manouba). La sensación de déjà vu -con la cascada de protestas del mundo árabe en la memoria- nos produce un estremecimiento de felicidad pública, de onírico regocijo compartido. Resistencia es repetición y hay acontecimientos cuya sola repetición es ya una novedad multiplicada, ampliada al infinito en un juego de espejos sin origen. Sólo echamos de menos a Ainara y a Amin, que están de viaje y sin cuyos ojos nos sentimos un poco ciegos*.

Son menos que en la primera ocupación, pero han vuelto y esperan más. Al parecer un autobús ha sido detenido en Kairouan y otros grupos confían en poder sortear los controles en las carreteras. Como la primera vez, ondean banderas, cantan el himno, corean consignas en voz alta. Algunos jóvenes, con una banda blanca en el brazo, se ocupan de la organización en la balconada del ministerio de Finanzas, donde también ha colgado un cartel el Frente 14 de Enero. En la plaza están representadas todas las fuerzas antigubernamentales, incluso las que no quieren ninguna representación. Hablamos con tres hombres que proceden de Hay Tadamun, uno de los barrios más castigados de la capital. Forman parte del Consejo de Defensa y han acudido indignados por la mascarada de los que dicen hablar en nombre del pueblo y ni siquiera les permiten reunirse para organizar la vida en el barrio. «No queremos dinero; queremos que se vaya Ghanoushi». Samia Labidi, una mujer que les acompaña, envuelta la cabeza y los hombros en una bandera tunecina, proclama su furia justiciera:

– Nos han enseñado los tesoros del palacio de Sidi Bou Said en televisión. Puro teatro. Y estamos cansados de teatro. Exigimos dignidad y libertad.

Entre la multitud encontramos a Faruq y Khaled, del Partido del Trabajo Nacional Democrático, miembros también del Frente 14 de Enero. Nos dicen que están allí para averiguar quién ha convocado la ocupación de la Qasba y sumarse a ella, tratando de coordinar las protestas. Nos da la sensación de que van un poco a remolque de una movilización que, sin embargo, necesita una estructura política y aprovechamos para preguntarles por el congreso del Frente celebrado el pasado 12 de febrero. Fue un éxito de asistencia -unos 8.000 participantes-, pero hemos buscado en vano un comunicado o una declaración conjunta.

– No lo hay todavía -confirma Khaled-. Han sido muchos años de diferencias y estamos negociando. Es nuestro primer congreso y tenemos mucho trabajo por delante. El problema es que la realidad va mucho más deprisa que nosotros.

En ese momento ocurre una cosa extraña. Uno de los camiones militares aparcado contra la pared, al fondo de la plaza, enciende los faros y se pone en marcha. La multitud se agita. La retirada del ejército de la plaza puede ser de nuevo la señal de un asalto policial. Lo extraño es que el conductor pisa una y otra vez el acelerador, haciendo rugir el motor, sin moverse del sitio, como si quisiera atraer la atención más que desplazarse realmente. ¿Una provocación? ¿Una advertencia? Los manifestantes comprenden enseguida y corren a reunirse y sentarse delante de los camiones, para cortarles el paso. Allí seguirán -camiones y sedentes- cuando horas más tarde contactemos con la Qasba para recibir noticias.

Bajo el reflector del camión un joven está escribiendo en un papel apoyado en el suelo: «el poder pertenece al pueblo, no el pueblo al poder».

Tratamos nosotros también de buscar a alguien de la organización para pedirle un teléfono antes de abandonar el lugar. Ibrahim, un cincuentón que trabaja en el ministerio de Enseñanza Superior, nos habla del Che, de Fidel, de ése otro también -cómo se llama- de Venezuela:

– ¿Chávez?

– No, no, uno muy anterior… ¡Simón Bolívar!

Se muestra muy orgulloso de sus conocimientos:

– Nuestra revolución no ha salido de la nada. Tiene precedentes en todas partes. Conocemos la historia y por eso queremos un gobierno soberano, no dependiente ni de la UE ni de los EE.UU.

Otro corro, en la explanada delante del hospital, entre las vallas del recinto y el palacio del Ayuntamiento, discute acaloradamente. Dos personas llevan la voz cantante: Mondher, un ingeniero del Congreso por la República (el partido de Marzouki) y un joven jurista de nombre Yauhar. En realidad, más que polemizar se dan la razón en una especie de potlatch discursivo. Explican con mucho detalle la falta de legitimidad del gobierno de Ghanoushi:

– Es exactamente al revés -dice Yauhar-. Este gobierno no puede ni reformar la ley ni convocar elecciones. Primero hay que elegir una asamblea constituyente que elabore un nuevo texto constitucional al que tendrá que acomodarse la nueva legislación. La disolución de las instituciones y la elección popular de la constituyente son la condición de toda legitimidad.

Y añade:

– Se nos pide que confiemos en Ghanosuhi, que debe guiarnos hacia un nuevo orden de legitimidad y democracia. Es precisamente lo mismo que nos dijeron en 1987, cuando Ben Alí desplazó a Bourguiba a la cabeza del Estado. Sin una nueva constitución no puede haber elecciones. No nos fiamos de las promesas de un hombre; debe ser la ley la que nos garantice la soberanía.

Nos dice que junto a otros jóvenes abogados y universitarios ha formado un llamado Foro Ciudadano que el próximo viernes va a presentar en rueda de prensa una iniciativa para recoger un millón, dos millones, tres millones de firmas con el fin de forzar la renuncia del gobierno y la elección de una asamblea constituyente.

En ese momento, un joven llega a la plaza y despliega una bandera. Es en realidad el remedo de una señal de tráfico en la que el icono de dirección prohibida, sobre fondo blanco, tacha una flecha en retroceso: «Prohibido volver atrás».

Eso es precisamente lo que piden los ocupantes de la Qasba.

Cuando llegamos a casa, las noticias de Libia, de Marruecos, de Bahrein, de Yemen, vuelcan la experiencia de la tarde, lejos de la atención mediática, en un remolino de espuma. Ya no hay nada local ni pequeño en el mundo árabe. Todo está en todo. El mundo árabe, del que sólo se esperaba sueño o fanatismo, no sólo existe sino que espolea el caballo que cabalga ya hacia otros lugares.

¿Para cuándo Europa? De momento miramos también hacia Wisconsin.

   La puerta del primer ministro

 La balconada del Ministerio de Finanzas

Las paredes vuelven a hablar

Prohibido volver atrás

* Las fotos de hoy son gentileza de nuestro amigo Bruno.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR