Como es sabido, la física moderna se mueve en dos mundos paralelos: el de la relatividad general de Einstein, que permite explicar la gravedad, las órbitas planetarias y el comportamiento de los «grandes cuerpos»; y el de la mecánica cuántica, que explica el movimiento y las relaciones en el mundo subatómico. La paradoja es que […]
Como es sabido, la física moderna se mueve en dos mundos paralelos: el de la relatividad general de Einstein, que permite explicar la gravedad, las órbitas planetarias y el comportamiento de los «grandes cuerpos»; y el de la mecánica cuántica, que explica el movimiento y las relaciones en el mundo subatómico. La paradoja es que las leyes que rigen estos dos mundos paralelos no sólo son distintas sino contradictorias entre sí y, al mismo tiempo, igualmente «verdaderas»: verificadas, es decir, por la observación y la experimentación.
En el espacio político pasa un poco lo mismo. Hay dos mundos paralelos y en algún sentido los dos son «verdaderos» porque los dos determinan la realidad de los seres humanos. Puede parecer una forma extraña de abordar la concesión del Premio Nobel de la Paz al -así llamado- Cuarteto por el Diálogo Nacional y a su «decisiva» intervención en favor de la «transición democrática» en Túnez, pero creo que cuatro líneas servirán para justificar esta extravagancia.
Desde el punto de vista de la realidad «subatómica» -digamos- la decisión del Comité Nobel deja fuera, como tantas otras veces, los pueblos y sus aspiraciones de justicia social. Un sector de la sociedad tunecina ha recibido de mal humor el galardón internacional y por buenos motivos. La «transición democrática» tunecina no sólo no está acabada sino que ofrece todos los días inquietantes indicios de retroceso que el Comité no ha valorado y que la opinión pública internacional no ve. La lista es casi infinita, pero basta una ráfaga para ejemplificar lo que digo.
Si atendemos a los progresos sociales y económicos, recordemos rápidamente que la corrupción, uno de los desencadenantes de la revolución del 14 de enero, no ha dejado de aumentar (http://www.tunisiainred.org/tir/?p=5824); que el modelo neoliberal benaliano de inversión externa y deuda internacional es el mismo y sigue produciendo la misma desigualdad; que el paro juvenil entre diplomados se ha incrementado y que el abandono de los servicios públicos -sanidad, administración, cultura- mantiene y agrava las diferencias entre el este y el oeste del país y deja grandes porciones del territorio en una situación insostenible de pobreza económica y miseria vital. Todas las causas sociales de la revolución del 2011 permanecen vivas y agudizadas y conducen, casi cinco años después, a una reactivación de la emigración clandestina a Europa y a una radicalización de la juventud, lo que explica en parte que Túnez sea el máximo exportador mundial de yihadistas a Siria e Iraq.
Pero si atendemos a los progresos en materia política y en derechos civiles, no podemos decir tampoco que se haya avanzado mucho. La represión o prohibición de manifestaciones, la criminalización de la disidencia política (pensemos, por ejemplo, en la iniciativa «Winou el petrol»), la persecución policial y penal de la homosexualidad, reivindicada por el propio presidente Essebsi, la ley antiterrorista, la ley de protección de los cuerpos de seguridad, la propuesta de una «ley de reconciliación» que amnistía de hecho a los corruptos de la dictadura, las campañas gubernamentales contra Sihem Bensedrine y la instancia Verdad y Dignidad -último residuo de legitimidad revolucionaria-, todas estas medidas ofrecen algunas muestras de una política que, en nombre de la «lucha contra el terrorismo» y la reconciliación, cuestiona los pequeños logros formales de la democracia tunecina y condena al olvido el dolor de los «mártires» que se jugaron la vida en 2011. No sólo no se ha implementado un nuevo aparato de leyes que se ajuste a la tan aclamada Constitución de enero de 2014 sino que, al contrario, tanto la aplicación de las leyes del antiguo régimen como las nuevas leyes promulgadas ad hoc en estos meses la desmienten y la dejan fuera de juego. Casi dos años después de su aprobación, e incumpliendo los plazos establecidos en su articulado, Túnez sigue sin Corte Constitucional y, por lo tanto, sin ningún órgano de control que permita impedir o corregir las violaciones legislativas de la fantasmal Carta Magna.
Por lo demás, conviene recordar asimismo el papel que jugo el famoso Cuarteto ahora galardonado con el Nobel. Compuesto esencialmente por el sindicato UGTT y la UTICA, la patronal tunecina, intervino en un momento en el que, tras el golpe de Estado en Egipto en julio de 2013 y el asesinato de Mohamed Brahmi, una constelación de fuerzas -de derechas y de izquierdas, con guiños a la policía y al ejército- se impuso como principal tarea acabar por cualquier medio con la Asamblea Constituyente y el gobierno de la «troika» (encabezado por Ennahda). Fueron momentos, sin duda, de mucha tensión que yo mismo describía así en octubre de 2013: «El 23 de octubre, fecha en que se cumplían dos años de las elecciones, sorprendió al país en una encrucijada: con la Asamblea paralizada, la Constitución sin aprobar y una «tentación golpista» casi tangible en la atmósfera, alimentada por los partidos de la oposición y por la estrategia de los yihadistas, que en pocos días mataron a 11 miembros de la Guardia Nacional y del ejército. En este contexto muy frágil, casi ya crepuscular, intervinieron el sindicato UGTT y la patronal UTICA para forzar un «diálogo nacional» que, si bien parece evitar la deriva egipcia, constituye de hecho un golpe blando o golpecito, pues desplaza la fuente de legitimidad y decisión desde la renqueante Asamblea Constituyente, elegida por el pueblo, a un consenso de élites nutrido y paralizado por la voluntad partidista de poder». Y añadía: «Los peligros son enormes. La combinación de yihadismo, crisis política y degradación económico-social dejan pocas opciones. En la mejor de las hipótesis, un consenso de élites llevará a un régimen de democracia vigilada en el que la lucha antiterrorista justificará graves retrocesos en el único frente en el que se había avanzado un poco. En el peor, si no hay acuerdo y los ataques yihadistas se suceden, una solución a la egipcia no es en absoluto descartable.» Si el Cuarteto merece un premio por convertir un golpe en un golpecito, evitando así una enfrentamiento civil, no menos lo merecería Ennahda, que demostró un alto sentido de la responsabilidad política al aceptar traicionar la revolución para ahorrar a Túnez el destino de Egipto o de Libia. Podemos imaginar el escándalo nacional e internacional -por parte de los mal llamados «laicos»- si Rachid Ghannouchi hubiese recibido el galardón de la Academia sueca.
Esto por lo que se refiere al mundo «subatómico». Pero, ¿qué ocurre en el ámbito de la gravedad estelar? Ahí la interpretación cambia radicalmente. A nadie ofrece la menor duda el carácter «político» del Premio Nobel, en este y otros casos. Es evidente que el Comité ha querido reconocer la «excepción tunecina» en un contexto regional de degradación, dictadura y caos crecientes y, si se equivoca en el destinatario, quizás no es del todo inútil el mensaje. De entrada hay que alegrarse de que el premio no se haya concedido a Merkel o Kerry, también candidatos, pero además hay que sobreponerse al justísimo malestar subatómico y aprovechar la atención internacional renovada para hablar de lo que está realmente ocurriendo en Túnez por debajo de las órbitas planetarias y para presionar desde fuera al gobierno tunecino, que tendrá que tener más cuidado a la hora de tomar medidas liberticidas. Olvidemos el Cuarteto, del que la mayor parte de los europeos no sabe nada, y pensemos, como buena parte de la opinión pública internacional, que el premio lo ha recibido la «revolución» y la «excepción tunecina». Esa «excepción» no es una ilusión. Los jóvenes que hicieron la revolución tienen muchos motivos para sentirse marginados de las nuevas instituciones y traicionados por todos los partidos y todos sus dirigentes, pero lo poco conseguido es mucho -o al menos algo- en medio de la tormenta y frente a tantas limitaciones impuestas desde dentro y desde fuera. No hay que rechazar el Nobel: de lo que se trata es de apropiárselo desde la revolución y la democracia para continuar la lucha. Este galardón mal dirigido -que apunta sin dar en el blanco- nos proporciona al menos una oportunidad para hablar de Túnez, de su agitado mundo subatómico y de las esperanzas y frustraciones de sus habitantes.