Como todo el mundo sabe, en el planeta Tierra continúan existiendo sociedades escasamente culturizadas y como un poco anacrónicas. Esos lejanos países conservan costumbres atávicas bastante inhumanas. Por ejemplo, en ciertas cárceles del mundo incivilizado, a las reclusas que se ponen de parto aun se les ata el vientre contra la camilla de la enfermería. […]
Como todo el mundo sabe, en el planeta Tierra continúan existiendo sociedades escasamente culturizadas y como un poco anacrónicas. Esos lejanos países conservan costumbres atávicas bastante inhumanas. Por ejemplo, en ciertas cárceles del mundo incivilizado, a las reclusas que se ponen de parto aun se les ata el vientre contra la camilla de la enfermería. Con cadenas. Se pone un candado sobre la barriguita paridora y se pasa una vuelta de eslabones de acero apretada bajo la camilla. No se vayan a escapar madre delincuente y neonato sospechoso durante el alumbramiento. Bueno. Quizás estoy exagerando y el candado se coloca debajo de la camilla. Pero vaya países. Deberían ser muy lejanos. Pero no. Esto de la cadena en el vientre de la parturienta convicta sucedía ayer mismo en Virginia, uno de los estados que más contribuyeron a la Declaración de Derechos de 1789. Hablamos de Estados Unidos. El país de las libertades.
En todo caso, que no se asuste el atónito lector. La humanización del ser humano y del mundo civilizado avanza a un ritmo bárbaro, y, ayer mismo, 27 de noviembre de 2012, las instituciones penitenciarias de Virginia decidieron que las presas parturientas ya no tendrán que sufrir el peso de una cadena en el ombligo durante el alumbramiento. Y se les permitirá parir mucho más cómodamente. Solo será preceptivo colocarles unas esposas en las muñecas. Espero que no sea a la espalda. Todo esto, salvo que el fiscal y el gobernador no ratifiquen tan posmoderna propuesta humanitaria. Que puede ser. Todo es posible en el país de las libertades. No seremos nosotros quienes critiquemos a tan altas autoridades, si al final deciden que quizá se están precipitando al desencadenar el vientre de las parturientas presas. Algo habrán hecho. Y apenas hemos alcanzado los albores del siglo XXI, y lo de pisar la luna ya todo el mundo sabe que solo fue un montaje. Pero habrá que modernizarse. A nuestro pesar. Es de suponer que nuestro viril Pleistoceno se les está haciendo un poco largo a estas mujeres reclusas. Y a las mujeres en general.
Por eso yo creo que, aunque arriesgada y quizás hasta imprudente, esta neológica ley de los virginianos ha de ser aplaudida por la turbamulta mugrienta. O sea, por el amable lector. Eso sí. Sin llegar al vitoreo. No sea que se entusiasmen los defensores de modernidades y otros excesos libertarios. Esto de las cadenas sobre el feto es algo que conviene ser analizado en profundidad. Y sin prisas. De hecho, solo en 18 de los 50 estados del país de Barak Obama está legislado que las reclusas puedan parir sin estas cadenas ombligueras nada favorecedoras. Y, si en el país de las libertades y del primer presidente negro, la mayoría de ciudadanos decentes considera que las presas tienen que dar a luz con la tripa atada por cadenas, supongo que será por el bien del niño.
Los progresistas y los perroflautas lucubrarán que esas cadenas sobre el feto son la metáfora demostradora de que aun somos el eslabón perdido. Yo nunca he parido. Y, según mis críticos, apenas he alumbrado. Por eso, quizá, no me parece tan desastroso e hijopútico que la primera imagen que pueda ver mi hijo recién nacido sea la de su madre, o la de su padre, atado por unas cadenas. Más bien me parece un buen arranque doctoral. Una enseñanza. Y no esa mariconada de la educación para la ciudadanía.
Supongo que, en algún siglo que por suerte no veremos, un juececito de progre melenita rebajará la pena a algún asesino con el atenuante de que fue parido por un vientre encadenado en el llamado país de las libertades. Le rebajarán al asesino diez años de los cien mil de condena, poque lo primero que vio al nacer fue a su madre atada a una camilla con una cadena carcelaria. Y, dicho juececito, pronunciará en su alegato un anacronismo. La palabra reinserción. Y nadie la entenderá. Porque la palabra reinserción ya solo significará el regreso al campo de un millonario jugador de fútbol que parecía lesionado y volvió alegremente al partido. Como ya he dicho por ahí arriba, la humanidad del ser humano es que avanza una barbaridad. Es un hecho incontestable.