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El viaje de Marta Ferrusola y Jordi Pujol desde Montserrat hasta los juzgados resume medio siglo de catalanismo católico/protestante

Perfil de Lady Macbeth, es decir, de Los Macbeth

Fuentes: Ctxt

La Chica Pop Los Ferrocarrils Catalans nacieron a principios del siglo XX para unir, a través de una vía de ancho europeo, Barcelona con parte de su cinturón y, todo ello, con Francia. La idea era buena, pero se quedó a menos de la mitad. Esta mañana a primera hora es un ferrocarril que en […]

La Chica Pop

Los Ferrocarrils Catalans nacieron a principios del siglo XX para unir, a través de una vía de ancho europeo, Barcelona con parte de su cinturón y, todo ello, con Francia. La idea era buena, pero se quedó a menos de la mitad. Esta mañana a primera hora es un ferrocarril que en unos tramos comunica con el cinturón ex-industrial ex-textil y, en otros, con barrios chachi de la ciudad. La gente los llama Els Catalans. En mis glory days los llamábamos Els Ferrocates. Mi hijo, una generación más lacónica, los llama El Ferro. Bueno. Voy en el ferro,con mi hijo. En eso, en una parada de barrio chachi sube una señora. Es una anciana. Viste como una sobria protestante, que es como visten los católicos conservadores en Barcelona. La sobriedad es una suerte de barroco al revés. No es sencilla. Son necesarias varias generaciones, o mucha voluntad, para lucir sin lucimiento el lujo. La musculatura de la mujer ha desaparecido, su espalda ha cedido, y su mirada parece desorientada, algo que sucede en la vejez, por defecto o exceso de memoria. La vejez es, en fin, como el trabajo: sería lo peor, si es que pudiéramos escoger. La anciana se sienta, y permanece, ojiplática, mirando a su alrededor, buscando señales. Recibe una y baja en la siguiente parada. Avanza por el andén, mirando las indicaciones, intentado aclararse. Cuando ya la perdemos de vista, mi hijo va y dice:

-Ondia, la Ferrusola.

En efecto, es Marta Ferrusola, un ser del siglo XX, de más de ochenta años. Pero reconocible para mi hijo, un ser del siglo XXI. Lo que a) es la pera, b) es improbable y, c), indica que, sea lo que sea Marta Ferrusola, es como un Pokémon. Es, vamos, cultura pop, esa forma de crear el paisaje cotidiano. Cultura pop: se podrían hacer camisetas con ella, con el Che o con Pablo Escobar, y nos pondríamos las botas. Como todos los personajes pop, Ferrusola carece de biografía. En su lugar, tiene una vida conocida y compartida. O mucho menos, una actitud. El pop son actitudes de no más de una línea. Uno sale de la cultura pop y entra de cuatro patas en la de sucesos cuando su biografía es de dos líneas. Últimamente han emergido a la superficie pop detalles biográficos inquietantes de Marta Ferrusola, que la han arrojado, así, de la cultura pop a otro negociado, más inquietante. La Fiscalía ha demostrado que Marta Ferrusola poseía cuentas ilegales en el extranjero con anterioridad a las de sus hijos, que su dominio sobre esa fortuna familiar era comparable o superior al que disponía sobre ese monto su hijo mayor, Jordi Pujol Ferrusola. La información parece ir confirmando que tamaña fortuna no proviene de herencias recibidas por Pujol y Ferrusola por parte de sus respectivos padres, sino que orienta en la dirección de que la Familia Pujol se ha enriquecido a su paso por el poder, y que su fortuna responde a una dinámica, consciente y sostenida, de expolio continuado, de la que Ferrusola era, al parecer, una pieza importante. Ferrusola ha pasado del pop a los clásicos. Es una suerte de Lady Macbeth. Es decir, sigue siendo un personaje de ficción. La mala.

Lady Macbeth

La primera vez que a Marta Ferrusola se le otorgó el papel de Lady Macbeth fue en 2004. En Ara sí que toca! (2004, reeditado en 2014), Francesc Marc Àlvaro, intelectual en la órbita convergente que, en 2004, estaba próximo al proyecto de Pasqual Maragall, dedicaba un capítulo a Marta Ferrusola y a sus hijos. Allí se sembraba por escrito la sospecha, latente desde hacía décadas, de que Marta Ferrusola y su prole eran la mancha en la trayectoria política de Jordi Pujol. El libro era un primer esbozo de la trayectoria empresarial de Marta y de sus hijos. Y un aviso a navegantes, así como una construcción ocurrente que, con el tiempo, fue creciendo. Construcción: Marta Ferrusola es el mal, el único mal, o su esencia, en el legado de Pujol. Como Lady Macbeth, le da ideas a su marido que no resultan edificantes. La explicación, un filón, coló. Afeaba a Marta, un mito del catalanismo conservador, pero en contrapartida limpiaba El Mito, Jordi Pujol, una trayectoria idealista solamente erosionada por su contacto con Marta. Pujol sólo era culpable de ser un Sant Josep, no de ser Macbeth. 

Es curioso que esa explicación sea común para limpiar regímenes dilatados y asentados en la propaganda, en los que el líder no falla o, al menos, no falla tanto como su esposa. Estos ojos que se han de comer los gusanos vieron como, al acabarse la era Ceaucescu, diversas personas del nuevo régimen rumano me explicaban que aquel pollo había sido un líder idealista, traicionado hasta la perdición por el carácter ambicioso de su esposa / Lady Macbeth. Lady Macbeth, por otra parte y como su nombre indica, nunca ha existido. No al menos en su rotundidad. En el drama de Shakespeare, no aporta a su marido ninguna idea que su marido no haya pensado antes. Simplemente, las dice en voz alta. Lady Macbeth es, tal vez, la activa, mientras que Macbeth es el pasivo. Y la pasividad sólo es una de las formas de la decisión. Ambos dos, Macbeth y su esposa, quizás son una bella metáfora de ese mundo de roles diferenciados y compartidos, de proyectos comunes, de ambición, al que suelen ser proclives, snif, algunas parejas. Cuando, en fin, toda esa brutalidad intrínseca de la pareja no es compartida por ambos, Lady Macbeth pasa a ser la exseñora Macbeth. Y a otra cosa, mariposa. En el libro de Francesc Marc Àlvaro, por cierto, se habla del concepto de Pujol de la familia y de la pareja. La palabra más utilizada por Pujol al respecto es «equipo», o «el mejor equipo». Una orientación de que hablar de Marta Ferrusola, de la familia, de la famiglia,es, por tanto, hablar de una parte del equipo. No necesariamente del delantero.

Los Macbeth

Pujol y Ferrusola se conocen en una hermandad religiosa catalanista –la Confraria de la Mare de Déu de Montserrat de Virtèlia–, durante el Franquismo unplugged. Ella es una activista del catalanismo católico, que acude a los barrios chungos a practicarles catequesis. Es hija de un botiguer, que vende paños y que tendrá una sastrería. El negocio fue, en el tiempo, heredado por el hermano de Marta. Posteriormente –ya llegaremos– sería vendido de manera creativa y muy sign of the times. Por, glups, 300 millones de las antiguas/futuras pesetas.

Él, a su vez, era un pimpollo, con tremenda mata de pelo, hijo de Florenci Pujol, un desconocido, aún sin rostro en la actualidad, y una de las mayores y más discretas fortunas de una ciudad en la que las grandes fortunas nunca han acostumbrado a tener un origen claro y digno. Empleado de Bolsa y cercano a ERC durante la República, Florenci era un tipo listo, que se buscó la vida. Hombre con olfato, en la postguerra proveyó a la ciudad, y a su entonces colosal gremio del algodón, de algo imposible, prohibido y necesario en un régimen autárquico. Divisas. Por lo visto, el contrabando de divisas se realizaba a través de una oficina de cambio en Tánger. Se puso las botas. En lo que es un exotismo peninsular, parece ser que invirtió gran parte de su dinero en la formación y carrera de su hijo. Jordi Pujol fue al Colegio Alemán. Estudió Medicina. A petición del hijo, ya licenciado, su padre adquirió unos laboratorios farmacéuticos. Un dato divertido: Pujol inventó ahí una pomada que se vendió como polos. Piensen en ello cuando tengan picores. A petición del hijo, posteriormente, su padre adquirió un pequeño banco, que fue la génesis de Banca Catalana. El proyecto del hijo era, en fin, cada vez más político. Consistía en la reconstrucción de un catalanismo conservador y no franquista –para lo cual, importante y sorprendente, era necesaria una banca–. Un proyecto, por cierto, improbable en ese momento. El catalanismo conservador, prácticamente en su totalidad, desde 1936 se había alineado con el franquismo. Y no le había ido, en lo personal, nada mal. Mucho menos desde que disponía de las divisas que ofrecía Florenci Pujol. Es curiosa la entrega y devoción del padre hacia el hijo. Cómo le va apoyando, a pesar de su reticencia hacia la política, en toda su trayectoria. Y es curioso también cómo Pujol parece exigir y recibir esa devoción a todo su entorno, a su «equipo», formado posteriormente por esposa e hijos. Metáfora: en el momento de pedir la mano a Ferrusola, Pujol le advierte de que lo primero, no obstante, siempre será «Catalunya». Ella acepta ser su plan B. Para ser aceptado por su futuro suegro, aficionado al esquí, Pujol aprende, o algo parecido, a esquiar.

Lo primero y lo segundo 

En 1960 se produce la primera ocasión –o, al menos, la más determinante; en todos lo sentidos; no se lo pierdan– en la que se pondrá a prueba si el «equipo» tiene claro qué es lo primero y qué lo segundo. Ese año se producen los sucesos del Palau. En el Palau de la Música se organiza un homenaje a Joan Maragall. Asisten ministros franquistas. En un momento dado, un grupo de jóvenes católicos catalanistas se levantan y cantan El cant de la senyera, de Maragall –un poema proscrito–, y arrojan octavillas con el texto Us presentem al General Franco —redactado por Pujol; una curiosidad con cierta guasa histórica: presentaba el franquismo, además, como un régimen sustentado en la corrupción económica con la que se enriqueció su padre y, parece ser y más para acá, él mismo, su esposa y sus hijos–. 

Se practican detenciones al momento. Por un chivatazo, se detiene, de madrugada, a Pujol –que no había asistido al acto– en su domicilio. La leyenda es que quería irse a Francia, pero que su esposa le convenció para quedarse y afrontar políticamente los hechos. Los afronta. En primer lugar, en la cara. Pujol sufre torturas. Posteriormente, tras consejo de guerra, es condenado a siete años de cárcel, que empieza a cumplir en Zaragoza. Marta Ferrusola, madre de familia numerosa, una mujer dinámica, que trabaja como profe de gimnasia en un colegio, coge cada viernes el 600 y se va a Zaragoza. Por lo común, para que no le dejen ver a su esposo. Más de dos años después, Pujol sale de la cárcel. Es otro hombre. Por un lado, es un hombre popular. El PSUC –la parte más activa de la oposición catalana al franquismo, tras el exterminio de la oposición libertaria, en los 40’s– se ha mojado por él durante el consejo de guerra y durante su condena. Es un referente, o al menos, un nombre conocido del antifranquismo y del catalanismo. Además, ha hecho lo hasta hacía poco improbable: ha rescatado del franquismo la tradición conservadora y católica catalanista, que vuelve a existir en su persona. Pero por otro lado es otro hombre. En la cárcel le ha pasado algo, de lo que no habla. Ha perdido luminosidad y ganado introversión. Sin duda, la cárcel es un punto de inflexión en la vida de Pujol y de su «equipo». Tal vez, incluso, determinante en los hechos delictivos que se valoran en la actualidad.

El juego de equipo

Tras la cárcel, Pujol evita la política. O transforma su participación en ella. Vuelve al staff de Banca Catalana, suspende su activismo católico y catalanista y consagra los fines de semana a una nueva actividad. Recorre Catalunya, normalmente en el 600 de Ferrusola. Visita todos y cada uno de sus municipios. Conoce personalmente a todos los grupos de oposición locales, a los inconformistas, a los raros, a los resistentes y a los inadaptados al franquismo. Crea un who is who catalán del que no dispone ningún otro individuo o partido de la oposición. Estudia quiénes podrán integrarse, en el futuro, en una opción catalanista-conservadora. Se relaciona, se deja ver y querer, y crea un liderazgo discreto. Llama a todo ello «fer pais«. Cuando el franquismo está dando sus últimos coletazos, abandona la dinámica de «fer pais» por la de «fer política«. En 1974 funda CDC. En Montserrat. Para disimular, aprovechan un encuentro de peñas del Barça. Allí, con bufandas blaugranes, se crea un objeto raro, personal y que se presenta a sí mismo como socialdemócrata. Junto con las opciones catalanistas de izquierda de Pallach, y junto a Dionisio Ridruejo, es la única opción socialdemócrata de mercado español. Es decir, vuelve a ser algo improbable. Solventa esa improbabilidad con su red de relaciones, tejida en su etapa «fer pais«. La actividad posterior a la fundación de CDC es frenética. No para. Desde su desaparición familiar, tras el consejo de guerra, Pujol es un desaparecido en su propia casa. Ha cumplido condena y, posteriormente, se ha volatilizado para «fer pais» y, luego, para «fer política«. Es un padre nominal de siete hijos. Algo que ya advirtió antes de casarse –recuerden: «el primer és Catalunya«–. Es Ferrusola quien ejerce de padre y de madre en esa familia desestructurada. Por Catalunya. 

De esta época iniciada en la cárcel nace, al parecer, una nueva autopercepción de la familia. A través de la ausencia del padre. En el libro de Francesc Marc Àlvaro aparecen estas declaraciones de dos hijos de Pujol: «La dedicació» –de Jordi Pujol– «a la política ha fet que hagi estat poc pare quantitativament parlant, però d’un alt nivell qualitatiu. Tots els germans el veiem més com a president que com a pare», dice uno. «Nosaltres hem estat molt a la intempèrie», dice otro. 

Las declaraciones visualizan una culpa que siempre, por lo visto, ha acompañado a Pujol. No haber cuidado de sus hijos durante su crecimiento. Posiblemente, tampoco, a su esposa. Las culpas se curan con contrapartidas, y eso es lo que, posiblemente, sucedió cuando Pujol accedió al poder. Tuvo la contrapartida de compartir con su familia el final de la travesía, una travesía hacia un punto dado, del que la familia era, al parecer, consciente. En una frase atribuida a Marta Ferrusola –«Aquesta familia ho ha fet tot per Catalunya, i ja és hora de que Catalunya faci alguna cosa per la familia»–, parece visualizarse un poco todo ello. ¿Cuándo se produce ese momento dado? 

Los negocios Macbeth 

Pujol gana las primeras elecciones autonómicas catalanas en 1980, de manera sorpresiva, pero precaria. No consigue una mayoría resultona –absoluta, para más señas– hasta 1984. Y la consigue gracias al caso Banca Catalana. El caso se inicia con la crisis declarada del banco, en 1982, y resultará paradigmático, incluso fundacional, en el canon de la recepción y tratamiento del género corrupción en la política, la justicia y los medios post-78. Inicialmente imputado, junto con otros 24 directivos de la entidad bancaria, la defensa de Pujol es patriótica y política. Defiende que se trata de una agresión de España hacia Catalunya en su persona. Gestiona esa baza con una astucia y efectividad llamativas, que le permiten, tras crear la sensación de un nacionalismo ofensivo que se estaba extralimitando contra un nacionalismo defensivo, su primera mayoría absoluta. Los medios participan de esa cosmovisión o la atacan; quedan divididos por sus intereses económicos internos. 

El mismo día en el que toma posesión de su cargo para su II legislatura presidencial, una nutrida manifestación acompaña a Pujol y al gotha CDC, desde el Parlament hasta el Palau de la Generalitat. En el Parc de la Ciutadella se producen agresiones y golpes a diputados socialistas por parte de los manifestantes –en esta ocasión, ni el Parlament ni la Generalitat se personaron como demandantes contra los manifestantes, como en 2011, cuando fueron detenidos y condenados ocho ciudadanos que protestaban contra los primeros presupuestos de la austeridad–. Pero la apoteosis se produce en el balcón de la Generalitat. Pujol no sólo proclama su honestidad, sino que se erige en autoridad moral de la política en España. Y, desde luego, en Catalunya. Es Catalunya: un proyecto ético y honesto. Conscientes de haber colaborado en la mayoría absoluta de Pujol, el Gobierno se apresta a quitar leña, o gasolina, al asunto. Da órdenes a la Fiscalía, que cede en su presión sobre Pujol y le exonera de cargos ya en 1986. Más tarde se celebraría el juicio a Banca Catalana. Su sentencia supuso un nuevo tratamiento a la corrupción en el que, por ejemplo, se especificaba que el hecho de que un banco tuviera una doble contabilidad no era, sic, delito.

Es, sin duda, con el caso Banca Catalana cuando la familia accede a la percepción de que ha concluido su travesía. De que están en otro estadio. De que son intocables. De que carecen de control. El día de la segunda investidura de Pujol, en el balcón de la Gene, después de que Pujol proclamara no sólo su inocencia, sino su autoridad ética y estética, los manifestantes emiten, por cierto, un grito que explica todo ello. El grito alude a Marta Ferrusola. El grito colectivo vocifera un pareado cutre, pero efectivo: «Marta Ferrusola / això és una dona«. Esto es una mujer.

Cherchez la femme. Cherchez l’homme

¿Quién es esa mujer, admirada, que ha adquirido la proporción del ideal femenino para el catalanismo conservador? Es católica. Se la ha vinculado con el Opus. Y, en efecto, ha participado en ceremonias del Opus –fue a Roma con motivo de la beatificación del fundador–. Entre su núcleo cercano hay algún perfil, en efecto, del Opus. Pero los Pujol carecen de núcleo íntimo, salvo ellos mismos. No tienen amigos, se ha llegado a decir. Y en su grupo cercano también se encuentran individuos con otras opciones de catolicismo, como algún jesuita. Quizás sería más acertado decir que se trata de una católica conservadora, un tanto autoritaria. Durante su etapa de Primera Dama –ha sido, quizás, la única esposa de Presi que ha ejercido de Primera Dama–, visualizó cosmovisiones conservadoras à gogo. En alguna ocasión se pronunció contra una serie británica emitida por la primerísima TV3. Transcurría en un campo de concentración femenino en la Asia invadida por Japón, y sus protagonistas llevaban la ropa hecha jirones, lo que era poco edificante. Ha emitido opiniones en las que parece hablar de una Catalunya ancestral y auténtica, opuesta a una Catalunya no catalana, en peligro de extinción y en manos de la emigración –«Mis hijos no siempre podían jugar en el parque porque casi todos los niños eran castellanos»–. En ocasiones ha sido aún más directamente xenófoba, señalando la inmigración no europea como amenaza a una Europa y Catalunya cristianas. Se ha pronunciado contra la homosexualidad –«Un vicio, un defecto, una tara, o la suma de todo ello»–. De hecho, en CDC no ha habido homosexuales declarados hasta que Ferrusola desapareció del paisaje. El primero en salir del armario fue un sobrino de Xavier Trias, primer alcalde CDC de Barcelona. 

También es una mujer inestable o con golpes de genio. Coincidiendo con rumores de que Pujol tenía un lío –un país pequeño tiene eso; todo el mundo se conoce; conocía, por ejemplo que Pujol, ese protestante-católico, bebía vino en tetrabrick en sus encuentros íntimos, durante un cenorrio en el que parecía brillar con luz propia la mortadela–, Ferrusola reivindicaba en declaraciones el carácter estable de su matrimonio. En esos periodos, también acostumbraba a cambiarse el peinado, y a llevar, incluso, falda con rajote. Anyway. En todas esas declaraciones conservadoras y fuera del tiesto, la afición le reía las gracias. El «equipo», en fin, estaba organizado. Pujol apelaba a la razón, al entendimiento, a la cultura, a la inteligencia. Y, para los mismos temas, Ferrusola apelaba a otras tradiciones menos alambicadas. Cabe entender que también había otros entendimientos e intercambio de roles entre la pareja, más inquietantes aún. Cristina Palomar, en su reciente e importante Això és una dona! Retrat no autoritzat de Marta Ferrusola (2015), viene a señalar que, a través de Ferrusola entran en la cosa CDC y el entorno presidencial personajes inquietantes como Lluís Prenafeta. 

Lluís Prenafeta es una metáfora, a su vez, del pujolismo.

Negocios y Gobiernos paranormales

Es posible que Prenafeta accediera al Pujolato vía Ferrusola. Pero también es posible que lo que entrara en el Govern, previa o sincrónicamente entrara también en la familia. El caso de Prenafeta es paradigmático. Su nombramiento como secretario adjunto de la Presidència es el primer acto presidencial de Pujol, en 1980. Es, a su vez, algo sorprendente, o que debería de haber sorprendido más. Prenafeta carecía en ese momento de trayectoria política. Se dedica sólo a los negocios, subsector pelotazo-barcelonés, ese tipo de acceso a la riqueza que sólo es posible con aproximación a una institución o a una sombra del poder. En el momento de su incorporación al proyecto Pujol, «el referente moral de la política» cuatro años después, en 1984, Prenafeta ha participado, o está a punto de hacerlo, en negocios con Ferrusola. Una empresa suya adquiere la sastrería de los Ferrusola, y la vende a otra empresa por, lo dicho, 300 millones. Mucho para una sastrería común. Es posible que, de una forma u otra, no lo fuera. Esa venta suele considerarse como el momento de despegue de la Marta Ferrusola empresaria. Junto con la esposa de Carles Sumarroca –empresario vinculado al catalanismo conservador; sus empresas están  siendo investigadas actualmente por la Fiscalía en el pago de comisiones a CDC–, funda una empresa de floristería. La Generalitat es uno de sus clientes. Otro, el Barça. Que, por cierto, tiene problemas con el césped del Camp Nou que, en ese momento, gestiona y adecua esa empresa. 

A través de Prenafeta, por cierto, se produce la entrada de Jordi Pujol Ferrusola, alias Junior, en el mundo de los negocios chupis. Durante su periodo Prenafeta, Junior conoce a otro empleado, con el que hace migas. Se trata de Artur Mas, una persona que en breve estará próxima al núcleo familiar/político de CDC, y que será seleccionada –en la selección participó, al parecer, una Marta Ferrusola muy activa– para liderar CDC en el trance de la jubilación de Jordi Pujol, y en el ínterin hasta su relevo por Oriol Pujol. 

«Mas era una suerte de Forrest Gump», me dice una voz CDC que estuvo destinada a calentar el asiento del próximo Pujol President durante un tiempo. No pudo ser. Afectado por un caso de venta de políticas, Oriol Pujol desapareció de la política momentos antes del inicio del Procés. Curiosidad metafórica. En su última legislatura como parlamentari, se llevó de la biblioteca del Parlament, antes de sus últimas vacaciones, varios libros sobre procesos de autodeterminación. No sabía, se sobreentiende, mucho del tema en el momento inicial del Procés. Del Procés Gump.

Adiós a todo eso 

En 2005, sorpresivamente y sin informar a nadie de su entorno, el Presi Maragall, en pleno calentón en el Parlament, acusa a Mas y a CDC de que «vostés tenen un problema. I aquest problema es diu 3%». Mas, el nuevo líder de CDC, no se aturde. O sí. Le exige que retire lo dicho. Maragall lo retira. Los medios no profundizan mucho al respecto. La Fiscalía empieza una investigación, que acaba como el rosario de la autora. CDC anuncia que presentará una querella contra Maragall, que finalmente retira. Todo vuelve a su cauce. Hasta que el cauce se desparrama por su lado menos previsto. En 2012 se inicia el Procés. La primera respuesta del Estado es retirar a CDC, una cultura del Estado no diferenciada, su amistad y protección. El Estado intensifica lo que ya sabe. Que la familia Pujol, como cualquier otra familia política española, tiene unos hábitos peculiares en lo económico. Un funcionamiento idéntico, vamos. La del Estado es una operación ejemplarizante, una advertencia seria a CDC. Pero repleta de riesgos. Ejemplo: los socios de los Pujol son también algunos tramos del staff del PP. Incluso se habla de la participación de la Corona en algunas dinámicas. 

La financiación de CDC, en todo caso, no dista mucho de la de cualquier otro gran partido de la Transición. Tal vez su originalidad es que una sola familia ha copado la cúpula del partido durante décadas, y que, al parecer, ha participado activamente en negocios y en el cobro de beneficios que no sólo iban al partido. Nace el caso Pujol, a través de filtraciones del Estado y sus cloacas. Un caso lento, demasiado, de azaroso final, vistos sus involucrados. Pero con algunos fragmentos relámpago. En 2014, Pujol confiesa haber tenido dinero ilegal en cuentas extranjeras. Aduce que su origen, cosa poco probable, por otra parte, es un legado de su padre. Esa confesión, en fin, cambia el carácter de Pujol, que aparece en público, desde entonces, como un hombre derrotado. 

En 2015, la familia Pujol va acudiendo a una Comissió d’Investigació sobre ellos mismos. La ciudadanía tiene ocasión de ver a una familia no calculada. Los niños Pujol, que desde los 70 van apareciendo en la prensa como una suerte de media docena y pico de John-John Kennedy, ahora son unos adultos inquietantes, raros, frikis, con negocios extraños y sensibilidades no solucionadas. Jordi Pujol, torpe, envejecido, un hombre que reivindica, sin argumentos, su legado moral, explota en una comparecencia. Viene a decir que si se sigue investigando al respecto, «si zarandeamos el árbol, caerán todas sus ramas». Su esposa es más beligerante. Expone su célebre «no tenim un cèntim», y añade que «Catalunya no es mereix una comissió d’investigació». Una frase que viene a sobreentender que Catalunya es, en esa alocución, algo parecido a ella. Si no ella. 

El mundo en el que brilló, en el que ejerció su idea de familia, de «equipo», ya no existe, no le ríe las ocurrencias castizas y, lo que es peor, no la protege. Es una mujer sin musculatura, cuya espalda ha cedido, que viaja desorientada en Els Catalans, Els Ferrocates, el Ferro. La desorientación –y quizás este sea el único rasgo Lady Macbeth en este personaje del pop y de los sucesos– de Lady Macbeth en el segundo acto, cuando, taciturna, grita. Sólo quiere limpiarse una mancha que no se quiere ir.

Fuente: http://ctxt.es/es/20170503/Politica/12533/pujol-ferrusola-banca-catalana-corrupcion-proces-maragall-prenafesta.htm