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Planificación: especulación o negocio

Fuentes: Rebelión

El que la crisis sea global sirve de tópico para que los responsables de la Gestión Pública se exculpen y, con ello, justifiquen la situación olvidando que la responsabilidad cae dentro de sus propios límites, bien sean municipales, regionales o nacionales. Es decir, culpan de la crisis a los situados al otro lado de sus […]

El que la crisis sea global sirve de tópico para que los responsables de la Gestión Pública se exculpen y, con ello, justifiquen la situación olvidando que la responsabilidad cae dentro de sus propios límites, bien sean municipales, regionales o nacionales. Es decir, culpan de la crisis a los situados al otro lado de sus fronteras, a lo que sucede a miles de kilómetros, cuanto más lejos mejor, para así lavarse las manos.

Para Adam Smith y sus continuadores, la economía era por antonomasia «la ciencia de la riqueza», pero lo que destaca en todo momento está claro que es justamente lo contrario, la escasez, la pobreza. Por eso el profesor -y gran escritor- José Luis Sampedro propone en su libro «Estructura Económica» que entendamos la economía como «la ciencia de la pobreza».

La Política Económica seguida por el Ayuntamiento de Gijón del PSOE-IU, por ejemplo, gira entorno a la gestión de grandes inversiones que devienen en magníficos negocios o en plusvalías tremendas pero sólo para unos pocos. En inversiones intensivas en capital pero exiguas en la creación de empleo. Sobran ejemplos. Metrotrén, ampliación del puerto de El Musel, miles de viviendas innecesarias por vacías e incomparables, Regasificadora, AVE, Plan de vías, aparcamientos, etc. Cada una de estas actuaciones requiere cuantiosos recursos, pero la argumentación de su conveniencia se hace a pulso, sin más, sin aportar datos, rendimientos, etc. No se documenta su justificación socio económica y no digamos ya su necesidad o interés social. Tampoco se valoran las prioridades, cuando ni siquiera se plantean alternativas, porque las decisiones sobre el destino del dinero público es materia reservada sólo a los políticos.

La planificación va dirigida a la especulación, al negocio o a ambas cosas, relegando otras prioridades más elementales. En este momento, sólo en Gijón, hay 22.000 parados, tantos como pisos vacíos en los que se han invertido dos o tres cientos mil euros y hasta medio millón por cada piso para nada. Viviendas que son ejemplo, por un lado, de una política de especulación promovida por el propio Ayuntamiento y, por otra parte, son el nefasto ejemplo de la utilización y de la gestión de unos recursos escasos sin provecho para nadie, salvo para cuatro, en los que el empleo y la generación de otros bienes se agota con su construcción.

Si nos referimos a la ampliación del puerto de El Musel, ¿De dónde vendrán los tráficos marítimos que justifiquen los cientos de millones invertidos? Nadie lo sabe. De hecho, el tráfico está disminuyendo y el puerto actual está medio vacío. En un paseo por la Campa de Torres podrá observarse todo esto y que de las dos docenas de grúas, sólo dos o tres funcionan.

Metrotrén ¿Alguien conoce los millones de viajeros kilómetro que hayan podido justificar su construcción? Y, cuando además nadie sabe cuando entrará en servicio ya hablan de prolongarlo hasta la Residencia Sanitaria.

Regasificadora ¿Para qué? Cuando las existentes sólo están utilizadas a la mitad de su capacidad.

Más inversión en centrales de Ciclo Combinado, cuando la potencia eléctrica instalada a nivel nacional es el doble de la necesaria en el día de mayor consumo del año y, cuando a nivel regional, se exporta la mitad de la energía producida.

AVE ¿Para qué? Nadie sabe cuantos viajeros kilómetro lo van a utilizar. Las líneas férreas actuales tienen un trazado del siglo XIX o de principios del siglo XX y sus actuales ratios de servicio (horario, frecuencia, velocidad, viajeros-km, etc.) son tan bajos.

Las autoridades políticas -municipales y autonómicas- entregadas a una Política Económica y Fiscal orientada a inversiones millonarias relegan directamente lo esencial, como es coordinar y promover inversiones que, aunque poco intensivas en capital, vayan dirigidas a fomentar actividades que generen puestos de trabajo estables y conformen un tejido social sólido. Aunque no es ninguna novedad, parece evidente que el poder político está al servicio del poder económico, no al de sus votantes.