La pregunta nació como un pequeño rumor hace unos meses en algunos blogs y debates universitarios, pero con el tiempo ha ido creciendo hasta llegar a los grandes medios nacionales e incluso internacionales. BBC y Al Jazeera ya han dedicado amplios reportajes al tema. Sudáfrica es un país acostumbrado a cuestionarlo todo y con una […]
La pregunta nació como un pequeño rumor hace unos meses en algunos blogs y debates universitarios, pero con el tiempo ha ido creciendo hasta llegar a los grandes medios nacionales e incluso internacionales. BBC y Al Jazeera ya han dedicado amplios reportajes al tema.
Sudáfrica es un país acostumbrado a cuestionarlo todo y con una prensa que se enorgullece de su independencia de instituciones y partidos, así que no es raro que se debata cualquier tipo de iniciativa política. Pero además hay que tener en cuenta que este es un país extremadamente desigual, con acuciantes necesidades sociales en empleo, vivienda o educación, algunas de ellas de vida o muerte como es el caso de los más de cinco millones de enfermos de sida. En esta situación es obvio preguntarse si valía la pena gastarse entre 4.000 y 6.000 millones de euros -aún no hay cifras oficiales- en el que ya se considera el Mundial más caro de la historia. Así pues ¿Podía Sudáfrica permitirse el Mundial?
Craig Tanner es un documentalista australiano de raíces sudafricanas que se hizo esta misma pregunta hace ya más de dos años. Así que cogió su cámara y fue a averiguarlo. El resultado es Fahrenheit 2010, una película que explora las oportunidades e hipotecas que significa el evento para el país a lo largo de más de 40 entrevistas. Su conclusión personal es ambigua: «Creo que no se puede pedir a un país en vías de desarrollo las mismas infraestructuras que a uno del primer mundo, pero también sería triste que Sudáfrica no hubiera podido ofrecer un Mundial. Quizás se podría haber hecho en los estadios ya existentes y usar este dinero para necesidades más urgentes».
Mucho más negativo es Patrick Bond, profesor de economía de la Universidad de Kwa Zulu Natal y organizador de un observatorio del Mundial: «Todo esto está siendo intolerablemente caro. Ya es obvio que la inversión es irrecuperable y corremos el riesgo de seguir el camino de Grecia, donde su actual situación está estrechamente vinculada al coste de las Olimpiadas de 2004. Y con el agravante de que Sudáfrica ya tiene una deuda externa de más de 60.000 millones de euros».
Orgullo sin precio
En el otro lado se encuentra el periodista Kevin Davie, quien si cree que Sudáfrica puede afrontarlo. «Es verdad que ha costado mucho dinero y que no se va a recuperar en un solo mes, pero es que el Mundial debe compararse con una boda: se gasta más de lo normal porque es una ocasión especial. Y con el añadido que en este caso se han puesto a punto una serie de infraestructuras que vamos a amortizar en los próximos años.
De la misma opinión es Desmond Tutu, Arzobispo de Ciudad del Cabo y Premio Nobel de la Paz, quien intervino en la ceremonia de inauguración totalmente vestido de hincha de los bafana: «Seguramente se va a perder dinero y la mayoría de estadios no se van a usar más, pero el beneficio psicológico, el sentimiento de orgullo nacional y de confianza en nosotros mismos que va a significar este Mundial no tiene precio».
En este sentido, la mayoría de expertos ponen los beneficios para Sudáfrica, más en lo que le puede suponer a su imagen que en lo estrictamente económico, una ganancia inmaterial que no acaba de convencer a muchos.
Cuentas claras
El debate aún está abierto, aunque es obvio que, a estas alturas, poco puede ya cambiarse. Pero una de las razones que todas estas preguntas hayan salido tan tarde ha sido la opacidad de todo el proceso de financiamiento. El Mail & Guardian, el semanario más influyente del país, tuvo que ir a los tribunales para conseguir acceder a los contratos de concesiones de obras y servicios firmados por el Comité Organizador. Su abogado, Alfred Cockrell, argüía que esta institución es un «ente privado y no está sujeto a la legislación de contratación pública de las administraciones». Nic Dawes, director del Mail & Guardian denuncia que «éste es dinero que proviene de los contribuyentes y tenemos derecho a saber que pasa con él. Este tipo de oscurantismo siempre es una puerta abierta a la corrupción».
Al final los jueces le dieron la razón al periodista, así que habrá que estar atentos a los nuevos argumentos que aparezcan.
Fuente: http://vacomva.net/index.php?option=com_content&task=view&id=508&Itemid=1
rCR