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Agrupando a una nueva ola de resistencia:

Podrá Thabo Mbeki reestablecer a Robert Mugabe y reinstalar al Fondo Monetario Internacional.

Fuentes: Pambazuka News 226

Traducido para Rebelión por Sonia Martínez Icardo

Consideren estas sabias palabras pronunciadas por un líder político del Congreso Nacional Africano: ‘Mientras hablamos, la ortodoxia neoliberal descansa como un tirano en el trono de la política económica. Los agentes sociales y económicos dominantes están haciendo lo imposible para hegemonizar el discurso – a nivel material y también respecto a cómo los procesos de desarrollo deben ser institucionalizados y teorizados.

Entre otras cosas, utilizan organizaciones gubernamentales transnacionales tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio para darle forma al discurso dentro del cual se definen las políticas, los términos y los conceptos que señalan qué se puede pensar y qué se puede decir.

Es importante recordar esta cita, entresacada de un discurso de abril; su autor (cuyo nombre desvelamos al final de este artículo) sabe de lo que está hablando. Aunque también consideraremos el modo en que fundamentalmente los agentes sociales y económicos dominantes intentan hegemonizar la transición política en Zimbawe. Parece que su objetivo es el de volver a hacer partícipe al Fondo Monetario Intenacional, por primera vez desde 1999.

Puede sorprender a algunos lectores, pero hace una década, el régimen de Robert Mugabe era en realidad un protegido ‘estrella’ de los agentes financieros de Washington. En 1995 el Banco Mundial dio a su gobierno la más alta puntuación posible en su ranking de la ortodoxia neoliberal: ‘altamente satisfactorio’. A esta situación le siguieron quince años de tira y afloja entre el Banco Mundial y el FMI, que condujo al Programa de Ajuste Estructural Económico (Economic Structural Adjustment Programme-ESAP).

Las cosas empezaron a ir bastante mal para las elites de Harare muy pronto. De 1996 a 2000, una serie de solapadas rebeliones de trabajadores, campesinos, estudiantes y veteranos de guerra, se convirtieron en una seria amenaza para Robert Mugabe y su partido gobernante, Zanu (FP). Esta situación condujo a su vez hacia una política del zig-zag basada en una mezcla de la táctica del palo y la zanahoria, combinada con ataques frontales a los pobres y las clases trabajadoras urbanas de Zimbabwe utilizando una salvaje retórica anti-imperialista.

En el centro de la crisis fiscal de Harare nos encontramos con las caras zanahorias entregadas a los sectores sociales descontentos: elevadas pensiones para miles de veteranos de la Guerra de Liberación (anteriormente ignorados o reprimidos), que se entregaron desde septiembre de 1997; diversos tipos de sobornos entregados periódicamente al ejército y a la policía, incluyendo la licencia de saquear la República Democrática del Congo durante la Guerra Civil de finales de los 90; subidas y bajadas vacilantes en el control de los precios desde 1998, para prevenir las futuras ‘revueltas del FMI’ (que habían estallado periódicamente desde los años 90); regalos ocasionales a representantes políticos clave durante el año 2000, como por ejemplo el ofrecimiento de tarifas muy bajas en la electricidad de zonas rurales; e invasiones de territorio instigadas por el gobierno que se siguieron a la derrota de Mugabe en el referéndum constitucional en febrero de 2000, mientras el partido de la oposición Movimiento para un cambio democrático se iba convirtiendo en una amenaza electoral.

Los palazos

Hemos aprendido mucho más de estos últimos meses. No necesitan contar de nuevo detalladamente, pero incluyen, en palabras del secretario general del Partido Comunista de Sudáfrica, Blade Nzimande, ‘la cruel destrucción de casas e instalaciones de la comunidad’ de más de un millón de pobres de las zonas urbanas, y ‘una legislación anti-democrática que incluye leyes que van directamente contra el derecho a la reunión y la libertad de prensa’.

Nacionalismo a largo plazo

Las alianzas de Mugabe se han mantenido los últimos cinco años y se ha derrotado a las rebeliones internas y externas. Las frecuentes predicciones acerca de la fragmentación del partido gobernante -a menudo debido a la creación de facciones de carácter étnico- nunca se cumplieron. Tras tres décadas de control del partido ZANU y una experiencia de seis años lidiando contra un fuerte partido de la oposición, Mugabe tiene incluso un mayor control en su politburó. La evidencia de su dominación durante este periodo la refleja la expulsión, degradación o encarcelamiento de figuras que contaban con importantes bases sociales de apoyo, regionales o sectoriales.

Sin embargo, con Mugabe aparentemente incapaz de mantener una moneda fuerte para importar petróleo, alimentos y otro tipo de productos de primera necesidad, es el momento de pasar a una siguiente etapa que podríamos llamar ‘nacionalismo exhausto’. Cuando Simba Manyanya y yo empezamos a utilizar este término en 2002, para definir la incapacidad de Mugabe para ofrecer un mayor nivel de vida, no parecía demasiado claro que el proyecto nacionalista pudiera ser rescatado, no de un modo que atrajera a las masas.

Citamos la obra de Frantz Fanon’s ‘Wretched of the Earth’ (los parias de la tierra): ‘Una burguesía que ofrece sólo nacionalismo como alimento para las masas falla en su propósito y cae en una serie de desgracias que le hacen caer. Pero si el nacionalismo no se hace explícito, si no crece y se hace cada vez más profundo debido a una rápida transformación en una conciencia de las necesidades políticas y sociales, en otras palabras, en humanismo, conduce a un callejón sin salida. Los líderes burgueses de los países subdesarrollados, encarcelan a la conciencia nacional en un estéril formalismo’.

El problema del ‘nacionalismo exhausto’ también se puede aplicar a Sudáfrica, donde el diputado del Partido Comunista Jeremy Cronin una vez lo acuñó como la ‘Zanuficación’ del Congreso Nacional Africano (fue obligado rápidamente a pedir disculpas). Esta es la razón por la que el fuerte debate actual acerca del préstamo a Mugabe es tan revelador. Parece que Mbeki y el FMI, para pedir prestada la cantidad citada más abajo, han moldeado, con éxito, el discurso en el cual estas políticas se definen, y, de hecho, un préstamo propuesto de 500 millones de dólares de Sudáfrica a Zimbabwe señala y define aquello que se puede pensar y hacer. No hay mejor ejemplo que el comentario del representante de Pretoria, Joel Netshitenzhe’s, quien afirmó que el préstamo podría ‘beneficiar al pueblo de Zimbabwe al completo, dentro del contexto de su programa de recuperación económica y normalización política’. Una gran parte del debate en Sudáfrica se centra en si Pretoria está sometiendo a Harare a la suficiente presión -o alguna presión- para que lleve a cabo una reforma, ya que Netshitenzhe rehúsa comentar nada sobre los rumores acerca de que tanto la liberalización política como la económica son condiciones para otorgar el préstamo propuesto.

El portavoz de Mugabe George Charamba desveló las conversaciones del 14 de agosto: ‘Nunca pedimos dinero a Sudáfrica. Fue el Banco Mundial el que se acercó a Mbeki y le dijo, por favor, ayuda a Zimbabwe. Entonces ellos se ofrecieron para ayudarnos’. De acuerdo con la información del gabinete de prensa del Banco Mundial, un economista de un banco con sede en Pretoria, Lollete Kritzinger-van Niekerk, confirmó que su institución ‘no está preparada para distender las relaciones con el ostracista Harare’, desde este momento, medio de comunicación no oficial de Mbeki. 160 millones de dólares no incluidos en el préstamo propuesto por Pretoria fueron la cantidad propuesta para compensar al FMI, con el resto de dinero destinado a importar (de Sudáfrica) aportaciones para la agricultura y petróleo.

Pero en Zimbabwe no se está trabajando realmente por una ‘normalización’, si por esto se entiende la aceptación de Mugabe de mantener serias conversaciones acerca de la democratización con el Movimiento para el Cambio Democrático, llevar a cabo verdaderas elecciones libres y democráticas, despenalizar a los medios de comunicación y revocar las leyes más extremistas, devolver a las fascistas fuerzas de seguridad a los cuarteles, y conseguir comida y ayuda con urgencia, de un modo no politizado, a los millones que lo requieren. En cualquier caso, Mbeki ha mostrado que no le interesa alcanzar estos objetivos de varias maneras: apoyando a Mugabe en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, minimizando públicamente la represión y el robo de votos, por mantener su silencio en momentos decisivos y por enviar equipos de observadores parciales para controlar las elecciones. El propio Mugabe rechazó públicamente la idea de negociar con el Movimiento para el

Cambio Democratico.

Dejando aparte la falsa retórica acerca de la ‘reforma’, lo que realmente se deja ver en la crisis actual es otra de las ideas de Fanon, a saber, que el estéril formalismo del partido Zanu ahora se contradice bruscamente con una mayor acumulación de capital por la parásita clase dominante de Zimbabwe, una facción clave de aquellos que necesitan desesperadamente moneda extranjera. Para las empobrecidas masas de Zimbabwe, no existe ninguna crisis económica y mucho menos posibles influencias democráticas, únicamente existe la opción de que los banqueros aumenten más la austeridad en los próximos años: los predecibles mandarines monetarios de Washington, o los nuevos subimperialistas de Pretoria que vuelven del pasado gracias a los crédulos y adiestrados medios de comunicación y a los muy poco críticos y superficiales partidos de la oposición, o tal vez gracias a ambos.

El FMI aprieta a los pobres de Zimbabwe

Consideremos la primera parte, las instituciones de Breton Woods. Empezamos por septiembre de 1980, cuando Zimbabwe se unió oficialmente, el papel del FMI nunca fue el de beneficiar al pueblo de Zimbabwe en su totalidad. Como explicó el radical economista de la Universidad de Cork, Colin Stoneman: ‘Fomentando y promoviendo que solicitaran el préstamo, el FMI reconocía que todavía no tenía los medios para ejercer sus influencias en la política económica de Zimbabwe’. Cuáles eran estas influencias? Tenemos cinco ejemplos bastante ilustrativos:

-A principios de 1982, el ministro de economía, Bernard Chidzero -que más tarde se convertiría en el jefe del Comité para el Desarrollo Bancario del FMI- niega que ‘el FMI quisiera imponer condiciones mientras Zimbabwe estuviera todavía reestructurando su economía’. Aunque ‘se trataba de un aspecto delicado, no apto para el debate público’, Chidzero realizó algunas declaraciones en el Parlamento en las que afirmaba que ‘la devaluación del dólar no es inminente y no está contemplada’. Todavía no habían pasado tres meses cuando Chidzero anunció un 20% de devaluación de la moneda, y admitía que ‘esta posibilidad había sido considerada a lo largo de algunos meses’. A finales de 1982, los tipos de interés subieron brutalmente, una jugada que Chidzero se apuntó con orgullo, en privado, frente al Banco MundialEn marzo de 1983, un editorial del gubernamental Herald, remarcaba que ‘Zimbabwe tiene un gobierno democrático, elegido por el pueblo y por lo tanto, el pueblo, aquellos que le apoyan, tiene el derecho de saber, qué es lo que el FMI quiere de su país’.

En 1984, Zimbabwe utilizaba una parte enorme de sus ganancias por las exportaciones para cubrir los préstamos extranjeros. Como dijo Stoneman, ‘no había duda alguna de que los problemas de pago de los préstamos de Zimbabwe estaban en parte causados por Sudáfrica y que ésta era la forma mediante la cual el FMI obtuvo su influencia en la política económica de Zimbabwe’. – El FMI pronto terminó su línea de crédito de 315 millones de dólares, gracias a los sobrantes del crédito de Harare, forzando así una mayor y dolorosa austeridad. A principios de 1985, Mugabe se quejaba de ‘las presiones del IMF para que el gobierno recortara el gasto en educación y defensa, pero el gobierno tiene la forma de vencer a estas presiones’. Pese a todo, en pocos años, el renombrado programa educativo de Zimbabwe se veía amenazado mientras las políticas de recuperación de costes de Breton Woods se aceleraban.

Las instituciones de Breton Woods impusieron el neoliberalismo en varios sectores, y presionaron fuertemente a Mugabe para que continuara con su ineficaz política de tierras rurales, que se resumía en: ‘vendedor dispuesto, comprador dispuesto’. En la cumbre sobre la tierra del último mes pasado en Sudáfrica, Mbeki dijo al público asistente que el fracaso de comenzar una redistribución de la tierra previa a las caóticas ocupaciones de 4.000 fábricas propiedad de hombres blancos de febrero de 2000 se debió a ‘que se retrasaron para conseguir llevar las negociaciones que se estaban desarrollando en el país a buen término’, ya que los granjeros blancos podrían sentirse asustados por la transición a la democracia.

En realidad, la Ley de Adjudicación de Tierras de Harare, de 1993, fue arrinconada, tal y como se quejó el parlamentario del partido ZANU, Lazarus Nzarayebani, en 1994, debido a ‘que no estaba en conformidad con el Banco Mundial y el FMI’, y, por el contrario, sólo servía al gobierno para llevar a cabo un ‘lavado de cara’. De hecho el Ministro de Agricultura del Congreso Nacional Africano, Derek Hanekom, propuso al mismo equipo del Banco Mundial que evitó la reforma de la tierra durante los primeros años 90 en Zimbabwe, Robert Christenson, para asesorar en la política a seguir tras el apartheid. (Esta tendencia estaba también bajo los influjos de la máxima neoliberalista del ‘vendedor dispuesto, comprador dispuesto’ y en agosto fue reconocida como un fracaso en una cumbre estatal de la tierra de mayor envergadura). Pero, ¿qué fue de la última hornada de los créditos del FMI a Zimbabwe? ¿Contribuyó al bienestar de todos los habitantes de Zimbabwe y promovió la paz y la democracia? La conclusión lógica es que sucedió todo lo contrario. El crédito de 53 millones de dólares del FMI de 1999 se utilizó para cancelar otros 800 millones de dólares de otros prestamistas. Los objetivos del FMI eran contundentes y claros: eliminación del impuesto de importaciones de objetos de lujo y control de los precios en los alimentos básicos.

Todos los detalles se confirmaron con las declaraciones de un dirigente del FMI, Michael Nowak, en marzo de 1999: ‘Nos encontramos con dos aspectos excepcionales que han hecho que el FMI no hiciera efectivo el crédito al país. Se tratas de dos puntos: queremos que el gobierno reduzca las tarifas aplicadas a los productos de lujo desde el pasado septiembre, y en segundo lugar, también queremos que el gobierno nos ofrezca un calendario claro acerca de cuándo y cómo retirará el control de los precios que han impuesto en algunos productos’.

Cinco meses después, el FMI accedió a aumentar el préstamo hasta los 200 millones de dólares, pero se añadieron dos condiciones más: acceso a información clasificada acerca de la guerra de la República Democrática del Congo y el compromiso de pagar nuevos importes en concepto de material de guerra, añadidos al presupuesto existente. De acuerdo con el representante del FMI: ‘Los responsables de Zimbabwe se sintieron ofendidos, asombrados, pero accedieron a darnos la información, obtuvimos todo aquello que quisimos. No tenían otra opción… Tenemos la certeza de que si hay un gasto extra del presupuesto, se producirán recortes en otros sectores’.

En resumen, el FMI daba permiso para reducir presupuesto en salud, educación y otros sectores poco protegidos para favorecer las aventuras militares de Mugabe y sus amiguitos en los negocios, y también ordenaba a Mugabe dar marcha atrás en las únicas políticas de redistribución de la riqueza que había adoptado en mucho tiempo: a) una prohibición de mantener cuentas con moneda extranjera en bancos locales (que logró que se detuvieran inmediatamente las fugas de capital llevadas a cabo muy fácilmente por las elites del país; b) un 100% de impuestos de aduanas en los productos de lujo; y b) control de los precios en los alimentos de primera necesidad en la estela de varias revueltas urbanas.

Sin embargo, el acuerdo fracasó pronto cuando se perdieron los objetivos fiscales. Harare estaba, simple y llanamente, en la bancarrota. El año anterior, Mugabe se había gastado, sin ningún antecedente histórico similar, el 38% de los beneficios de las exportaciones en el mantenimiento de préstamos extranjeros, cifra superada únicamente ese año por Brasil y Burundi. Con una deuda externa de 4.92 billones de dólares, 980 millones fueron destinados a la compensación de acreedores extranjeros, mientras que la ayuda externa cayó de su punto más alto en 1995 de 310 millones a tan sólo 150 millones. Pero, debido a los tipos de interés compuesto, apenas se notó en el total de la deuda externa pendiente de pago.

El FMI continuó recomendando imponer la austeridad, tanto a través de Harare, como en periódicas misiones de alto nivel desde Washington. La misión del año 2000 estaba destinada a ‘endurecer las políticas monetarias y de salarios, privatizar, reformar la función pública y liberalizar el comercio’, según el periódico Herald.

A mediados del año 2001, el ministro de Economía, Simab Makoni, confesó en la reunión regional Africana del Foro Económico Mundial en Durban: ‘Tenemos el compromiso de cumplir con estas obligaciones, pero es evidente que nuestra economía no se encuentra en la posición de generar suficientes fondos para liquidar estos atrasos’. Como resultado, hacia la mitad de 2005 Mugabe havía acumulado deudas de 295 millones de dólares al FMI y más de 1 billón a otros prestamistas, incluyendo el Banco Mundial y el Banco Africano para el Desarrollo. La deuda exterior total que todavía acumula retrasos o se deberá pagar en la próxima década es de 4,5 billones de dólares, mucho más que el PIB nacional de un año.

Se penalizó a Zimbabwe por no lograr llevar a cabo la mayoría de los pagos de su deuda desde 1999? Para la sorpresa de todos, Mugabe fue capaz de escabullirse pese al impago. No se concedió ningún crédito a largo plazo, sin duda, pero tampoco los marines estadounidenses u otra fuerza militar hostil forzó ninguna invasión para obtener garantías, como fue la práctica común el siglo pasado en los países que tenían deudas en América Latina.

Por el contrario, una vez Zimbabwe contrajo importantes atrasos en los pagos con el FMI, un complicado procedimiento comenzó, y culminó hace unos meses con la amenaza de la expulsión. Desde 2001, el Ministerio de economía de Zimbabwe, ‘gorroneó’ 1,4 millones de dólares cada trimestre para realizar señales de pagos en la deuda, pero desde mediados de 2003 hasta 2004, encontró 16,5 millones para enviar al FMI. En este momento Zimbabwe se quedó sin petróleo y sin otras muchas importaciones esenciales.

Escaramuzas diplomáticas

En agosto de 2005, Mbeki asumió que su oferta de 500 millones de dólares de crédito podía influenciar en el proceso hacia una transición de la elite, esperando poder instaurar un régimen de democracia de baja intensidad neoliberal. Este modelo podría pluriemplear sigilosamente a Mugabe hacia el año 2008 en esta democracia de baja intensidad; permitiría al partido ZANU retener el poder -posiblemente en un gobierno de coalición, integrando a los líderes del MDC- con la cara amable de un presidente tecnocrático (se piensa generalmente en el anterior Ministro de Economía neoliberal Simba Makoni para llevar a cabo el trabajo) incluso si Mugabe continúa controlando él mismo el partido gobernante; y después, abrir las fronteras económicas mucho más allá de la capital, Johannesburgo.

Mugabe no jugaba solo. Demostrando una resistencia y un deseo impresionantes por mantener el máximo poder a toda costa, visitó China en agosto y después tuvo un desaire diplomático considerable con Mbeki. En una reunión de la Unión Africana en Adis Abbeba, según el Sunday Independent, Mugabe construyó una alianza con otros líderes para ‘derrotar un movimiento táctico sudafricano que pudiera hacerles ganar dos asientos permanentes para África en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Mugabe, Egipto y otros, se manifestaron en contra de un acuerdo de compromiso por el que Sudáfrica habría ayudado a forjar una unión entre la Unión Africana y el llamado G4, una coalición entre otras cuatro naciones que buscan asientos permanentes en el consejo de seguridad -Japón, Alemania, India y Brasil-.’

Esto nos recuerda la idea de Mbeki acerca de que el FMI puede ser un vehículo para la normalización. Tal y como Nzimande informó al comité central del Congreso de Sindicatos de Sudáfrica, el Partido Comunista de Sudáfrica ‘estaba muy preocupado acerca de la peligrosidad de un préstamo cuya importe fuera equivalente a poco más que alargar la vida media, llena de crisis de las prácticas y políticas autoritarias contra los pobres. Pedimos al gobierno que muestre el máximo interés por asegurar que existen requerimientos claros junto a cualquier préstamo solicitado. Estos requerimientos deben incluir garantías acerca de que el préstamo no será utilizado por la elite o dedicado a la represión. Pero los requerimientos deben además abarcar un mayor paquete de compromisos con un esquema de desarrollo claro. Estos aspectos generales son, de hecho, esenciales para resolver la crisis económica actual’.

Y después, Mugabe sacó un as de la manga que nadie esperaba que tuviera: en septiembre apareció con 135 millones de dólares que había conseguido de exprimir la moneda extranjera disponible, y pagó al FMI un pago substancial de una parte de la deuda, suficiente para ganar seis meses de tregua ante la amenaza de la expulsión. Mugabe prometió 50 millones de dólares más para marzo, y aseguró que liquidaría toda la cantidad que se debía. (Nadie fuera de Pretoria creía verdaderamente que el FMI pudiera expulsar a Zimbabwe, ya que China y muchos regímenes africanos se opondrían a esta decisión en la ejecutiva del FMI, donde el 15% de los votos es suficiente para vetar una decisión como ésta).

Se mire por donde se mire, se trataba de un gesto insensato. Incluso los representantes de los hombres de negocio blancos, que eran los más agradecidos al dirigismo económico de Mugabe, se oponían al pago. La única explicación posible se centra en el egocentrismo de Mugabe: es tan colosal que, debido a la presión de Pretoria, ignoró los extraordinarios sacrificios llevados a cabo por sus ciudadanos en los meses pasados, soportando la escasez de materias primas, simplemente para satisfacer su ego liquidando las cuentas con el FMI. Los funcionarios gubernamentales sudafricanos también se sorprendían, y continúan sosteniendo que las negociaciones para conseguir los 550 millones de dólares adicionales se están llevando a término y simplemente se han retrasado un poco. El Gabinete había concedido otro crédito similar a un país para pagar al FMI tres años antes. Se trataba del régimen no-electo de Joseph Kabila en la República Democrática del Congo, y el préstamo de 45 millones de dólares de Pretoria permitió a Kabila cancelar muchos de los antiguos atrasos en los pagos de Mobutu. Las leyes internacionales deberían considerar estas deudas como ‘odiosas’, pero su pago por Pretoria hizo que Kabila lograra un nuevo préstamo del FMI que significó un renovado control del FMI sobre el pueblo congoleño.

La magnitud del compromiso del propio Mbeki en volver a llevar al FMI a Zimbabwe se reveló claramente el 15 de octubre. Dirigiéndose a un foro de editores africanos explicó: ‘Hemos dicho que estábamos preparados para ayudar, y la razón por la que queremos ayudar es porque entendemos las implicaciones de la expulsión de Zimbabwe del FMI. Puede significar, entre otras muchas cosas, que todos aquellos a los que Zimbabwe les debe algo, demanden inmediatamente que les paguemos. Podríamos llegar incluso a una situación en la que cualquier exportación de Zimbabwe fuera confiscada debido a la deuda’. Se trata de absolutas tonterías, ya que el FMI nunca ha conseguido, y mucho menos utilizado, tanto poder. Muchos prestamistas que mantienen negocios en la actualidad con Zimbabwe, cuentan con varias formas de protegerse, ya que las probabilidades de no ser pagados por el gobierno se vienen demostrando desde hace seis años ya. Por cierto, y volviendo a la cita que abría este texto, fue el gobernador local de Pretoria, Sidney Mufamadi, quien en Abril de este año advirtió que el FMI moldea ‘el discurso dentro del cual se definen las políticas, los términos y los conceptos que señalan qué se puede pensar y qué se puede decir’. No hay mejor ejemplo de esta afirmación que la última táctica subimperial de Pretoria en Zimbabwe, que combinaba altas finanzas con una política corrupta.

Pero consideremos también el crédito de Mufamadi al Banco Mundial, un préstamo que situaba a los asesores de Bretton Woods en docenas de municipalidades. La web del Banco Mundial delata el juego de Mufamadi: ‘El Proyecto para la ayuda técnica en la gestión financiera municipal, que suma un total de 15 millones de dólares es el único préstamo activo del BM a Sudáfrica. Apoya la creación de la capacidad para la gestión financiera en más de 40 municipalidades clave en el país. La oficina del BM en el país también apoya al gobierno en su papel de supervisor en las sociedades públicas o privadas’.

En la misma web, el BM presume de su ‘apoyo al iGoli de Johannesburgo’ (la política de privatización de la ciudad), supuestamente un ‘modelo’ para Sudáfrica. En realidad, la privatización del servicio de aguas más importante de Sudáfrica pronto se convirtió en célebre a nivel mundial como un lugar de desconexiones brutales, metros prepagados y medidas sanitarias por debajo de las adecuadas en las ciudades con menos ingresos, así como en la heroica resistencia del Foro Anti-privatización y del Aniversario de Sudáfrica, que se unieron en las protestas contra la visita de Paul Wolfowitz a Johannesburgo en julio. En contraste con los activistas, los políticos prefirieron ‘decir una cosa y hacer otra’. Una vez nos desprendemos de la retórica, este juego financiero surrealista del escondite llevado a cabo por el FMI descubre relaciones de poder dictatoriales, imperiales o subimperiales, que relacionan a Washington, Pretoria y Harare. Ahora les queda a aquellos que son críticos contra los regimenes buscar una estrategia democrática, anti-neoliberal, además de intensificar la protesta contra las instituciones de Bretón Woods.

Patrick Bond dirige el Centro para la Sociedad Civil de la Universidad de KwaZulu-Natal: http://www.ukzn.ac.za/ccs; es el autor de ‘Uneven Zimbabwe: A Study of Finance, Development and Underdevelopment’ (1998) (‘Accidentado Zimbabwe: Un estudio de economía, desarrollo y subdesarrollo’) y coautor de ‘Zimbabwe’s Plunge: Exhausted Nationalism, Neoliberalism and the Search for Social Justice’ (2003) (El desplome de Zimbabwe: nacionalismo exhausto, neoliberalismo y la búsqueda de la justicia social). Este artículo es un extracto de una versión más extensa publicada en el periódico norteamericano ‘Against the Current’.