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Polvorones amargos

Fuentes: Diario de Sevilla

Desde hace unos días, Estepa es noticia y no porque vaya a iniciarse la anual campaña de producción de los polvorones y mantecados que consumiremos millones de familias en la próxima Navidad. No se trata, esta vez, de publicitar la puesta en marcha de los trabajos con los que, durante unos meses, cientos de mujeres […]

Desde hace unos días, Estepa es noticia y no porque vaya a iniciarse la anual campaña de producción de los polvorones y mantecados que consumiremos millones de familias en la próxima Navidad. No se trata, esta vez, de publicitar la puesta en marcha de los trabajos con los que, durante unos meses, cientos de mujeres del propio pueblo y de otros cercanos conseguirán paliar, al menos en parte, los efectos del desempleo estructural que, antes y aún más ahora, agobia a esta comarca, como a tantas otras de Andalucía.

En estos días previos al comienzo de la campaña, Estepa era (o parecía ser) un tranquilo pueblo como tantos otros, con su «acrópolis», visible desde kilómetros, dominando el blanco caserío. Un lugar de horas lentas bajo ese sol «padre y tirano» que gobierna el ritmo de la vida andaluza en los meses veraniegos. Pero ese ritmo se ha quebrado y sus gentes viven en permanente tensión e incluso en una situación desquiciada, tras el asalto y destrucción de varias casas de familias gitanas y el incendio de dos de ellas. La guardia civil controla, o trata de controlar, el pueblo, los ánimos están muy exaltados y todo nos recuerda, aunque a escala menor, los luctuosos sucesos que tuvieron lugar en El Ejido, hace más de una década, cuando los barrios de inmigrantes, incluidos comercios y mezquitas, fueron atacados durante varios días por una multitud enfurecida. Y podrían agregarse otros varios casos, anteriores y posteriores, que la prensa nos ha recordado ahora y que tienen siempre como elemento común la violencia contra los definidos como «otros»: gitanos, magrebíes u otras minorías étnicas.

Por supuesto, quienes ejercen esta violencia niegan sistemáticamente que se trate de una violencia racista. Siempre señalan que está motivada porque los «otros» son gente asocial que se dedica con impunidad a la delincuencia, cuando no al crimen, haciendo imposible la convivencia ciudadana. Pero nunca, o casi nunca, las acusaciones van dirigidas contra personas concretas, con nombre y apellidos, sino contra colectivos -un «clan», una «etnia»…- que son definidos como «inasimilables» y, por tanto, objetivos de eliminación necesaria: «¡Que se vayan, aquí no los queremos!» Por eso se queman o saquean sus viviendas, se hacen pintadas amenazantes y se repite el grito: «¡Que no vuelvan!» ¿Es, o no, esto terrorismo? Una pregunta dura pero necesaria.

Para analizar con perspectiva, conviene preguntarnos si existen muchas diferencias, en cuanto a las motivaciones e intentos de justificación, entre lo que sucede estos días en Estepa, y ha sucedido o puede suceder en otros lugares, y los asaltos a las juderías en la Baja Edad Media, el antisemitismo y antigitanismo que condujo al holocausto perpetrado por los nazis, o el aplauso a las deportaciones, aunque sean ilegales, contra quienes, provenientes de África, sueñan con un futuro mejor en la «civilizada» Europa.

Tampoco estaría de más indagar en la relación posible entre situaciones de crisis económica y política y exacerbación del rechazo a los definidos como «otros». No es irrelevante la cuestión de a quién beneficia la violencia, latente o explícita, contra estos. ¿No será que conviene a los responsables de los graves problemas que tenemos la mayoría de «nosotros», tanto económicos como políticos y de todo tipo, incluidos los de seguridad ciudadana, que las explosiones de violencia se encaucen contra los «otros», no vaya a ser que se dirijan contra los delincuentes de cuello blanco, los que desahucian o no dan trabajo a pesar de multiplicar sus cuentas corrientes, o los políticos corruptos…? ¿Qué ocurriría si una multitud indignada asaltara y saqueara las casas de estos? ¿Con qué términos se calificaría a los asaltantes y qué penas se les impondría?

El Defensor del Pueblo Andaluz y diversas organizaciones han condenado la razia antigitana de Estepa, a la vez que exigido que el peso de la ley caiga sobre quienes han ejercido esta barbarie. También es preciso demandar responsabilidades por la falta de reacción adecuada ante el aumento de la delincuencia local, si es que realmente la hubo, que ha sido la base para que los racistas -sin duda, una minoría- hayan conseguido llevar a su terreno a muchos vecinos que no lo son pero han actuado como tales. Y no estaría de más recordar que los recortes en educación y otros servicios públicos no son ajenos al aumento de los problemas sociales y a la degradación de las condiciones de vida de los de abajo, tanto de quienes pertenecen a los diversos y minoritarios «otros» como al mayoritario y, en realidad, muy heterogéneo «nosotros». Son urgentes medidas que garanticen la convivencia pluriétnica, encarando las causas profundas de hechos tan lamentables como estos. Sólo así los polvorones no tendrán, este año, sabor amargo.

 

Isidoro Moreno. Catedrático de Antropología de la Universidad de Sevilla

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.