En una conferencia en Londres, Brian Griffiths, un asesor internacional de Goldman Sachs, alabó la desigualdad. Como su compañía estaba reservando $16,7 mil millones para compensaciones y beneficios en los nueve primeros meses de 2009, un aumento de 46 por ciento sobre el año anterior, Griffiths nos dijo que no nos preocupáramos. «Tenemos que tolerar […]
En una conferencia en Londres, Brian Griffiths, un asesor internacional de Goldman Sachs, alabó la desigualdad. Como su compañía estaba reservando $16,7 mil millones para compensaciones y beneficios en los nueve primeros meses de 2009, un aumento de 46 por ciento sobre el año anterior, Griffiths nos dijo que no nos preocupáramos. «Tenemos que tolerar la desigualdad como una forma de lograr mayor prosperidad y oportunidad para todos», dijo.
Hace ocho meses parecía que a Wall Street le esperaba una fuerte regulación financiera -supervisión de operaciones derivadas, pago vinculado a desempeño a largo plazo, muchos más requerimientos de capital, el fin de los conflictos de intereses (v.g. agencias de evaluación de créditos que reciben pagos de las mismas compañías cuyos valores evalúan) e incluso resurrección de la Ley Glass-Steagall que separa las operaciones bancarias comerciales de las de inversión.
En la actualidad el Congreso está enfrascado en producir el mínimo posible de regulación para al menos dar la impresión de que está haciendo algo para controlar a Wall Street.
¿Qué sucedió en el ínterin? Dos cosas. Primero, la atención de Estados Unidos se desvió. Ahora nos estamos dedicando a los servicios de salud, las aventuras de Letterman y los muchachitos que se esconden en el desván en vez de en un globo. Y oigan, el Dow volvió a subir. Los políticos que retrasaron la regulación de Wall Street durante diez meses sabían que el público probablemente perdería el interés.
Segundo, los bancos siguen sobornando al Congreso. Los jefazos de Wall Street aumentaron sus donaciones políticas el mes pasado después de incrementar la presión de los cabilderos. Por ejemplo, el Comité de Acción Política (PAC) Morgan Stanley donó $110 000 dólares en septiembre, de los cuales $43 000 fueron a manos de los demócratas.
Las donaciones oficiales del PAC de Wall Street son una bicoca en comparación con las decenas de millones de dólares que los ejecutivos de Wall Street desembolsan por su cuenta (o con un suave empujoncito de parte de sus firmas) a los candidatos. Recuerden que Wall Street está donde está el dinero.
Los ejecutivos y corredores de bolsa se han convertido en las más grandes fuentes de dinero tanto para demócratas como para republicanos. Y con las elecciones parciales del año próximo, pueden estar seguros de que todos los miembros del Congreso dirigen su mirada ansiosa a Wall Street.
Por eso el presidente acudió (la semana pasada) a Wall Street en busca de dinero y recibió unos $2 millones por su esfuerzo. Pidió educadamente al grupo que cooperara con la reforma -«Si hay miembros de la industria financiera en el público hoy, les pediría que se unan a nosotros para la aprobación de las reformas necesarias»-pero esas no eran palabras de combate. Es difícil pelearse con gente a la que se le está tratando de sacar dinero.
Cuál es el problema esencial
Ken Feinberg, el «zar del pago» del presidente, ha atacado duramente, como bien debe hacer, el pago a ejecutivos en el caso de bancos que aún están recibiendo dinero de TARP (Programa de Ayuda de Valores Problemáticos).
Pero Feinberg no está tratando de que se apruebe una nueva legislación de reforma financiera, y TARP ya no cubre a varios de los grandes bancos con los mayores salarios y regalías -aunque aún estén recibiendo subsidios del gobierno en la forma de préstamos de bajos intereses.
Wall Street y el Departamento del Tesoro quieren hacernos creer que el dinero de TARP será devuelto a los contribuyentes, pero Neil Barofsky, el inspector general especial que supervisa TARP, dijo ayer que solo 17 por ciento del dinero de TARP ha sido devuelto, y que «es altamente improbable que los contribuyentes vean una devolución total de su inversión». Más tarde dijo a un reportero que es improbable «que nos devuelvan gran parte de nuestro dinero».
Brian Griffiths, el asesor internacional de Goldman que nos dijo que la desigualdad es buena para nosotros, no sabe de qué está hablando. Estados Unidos va de cabeza una vez más hacia la desigualdad, liderada por la industria financiera. Wall Street está de nuevo donde estaba en 2007, pero la mayoría somos más pobres que entonces -en gran medida debido a la debacle que sucedió porque Wall Street se sobre extendió. Lo extraño es que rescatamos a Wall Street, incluyendo a Griffiths y a sus colegas, pero aparentemente ni siquiera cobraremos la deuda.
Y ahora que Griffiths y los demás saben que su firma y otros gigantes de Wall Street son demasiado grandes para permitírseles que fracasen, en el futuro él y sus colegas correrán mayores riesgos con nuestro dinero.
Robert Reich fue el Secretario del Trabajo No. 22 de la nación y es profesor de la Universidad de California en Berkeley.