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Una evaluación estadounidense

¿Por qué Vietnam sigue siendo importante? (VIII Parte)

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Gran final de Estados Unidos en Saigón y encubrimiento

 

Es más fácil salir de Saigón en 2018 de lo que fue para los estadounidenses en 1975

Matthew Stevenson, en exclusiva para CounterPunch, ha viajado desde Hài Phòng y Hanoi, en lo que antes era Vietnam del Norte, hasta las tierras altas centrales y Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón, en búsqueda de los vestigios de la guerra de EE. UU. en Vietnam. Esta es la VIII Parte de una serie de ocho (Véase: I Parte , II Parte , III Parte , IV Parte , V Parte , VI Parte , VII Parte ).

Al volver de Vietnam, encontré en la estantería mi copia de Decent Interval   justo donde la había dejado, intacta desde la década de 1970. Tampoco estaba acordonada por esa cinta amarilla propia del escenario de un crimen ni había advertencia alguna respecto a que, si se me ocurría volver a leerla, estaría obligado a enviar un cheque a la CIA por los derechos de autor.

Al hojear las páginas, noté que sólo había subrayado un fragmento. Estaba en el epílogo, se titula «Hemorragia interna» y dice así:

Probablemente, no vamos a conocer nunca el impacto total de las pérdidas y fracasos de la CIA en Vietnam. Hay demasiadas preguntas sin respuesta. Pero, a partir de lo que puede verificarse, no es exagerado decir que en términos de vidas desperdiciadas, secretos revelados y traiciones de agentes, amigos y colaboradores, la forma en que llevamos a cabo la evacuación fue una vergüenza institucional. Desde la abortada invasión de Bahía de Cochinos de 1961, la CIA no había puesto tanto en juego, perdiéndolo todo por su estupidez y mala gestión.

No es de extrañar que Snepp se encontrara en el lado equivocado de una demanda de la CIA. Si hubiera divulgado secretos, pero hubiera alabado a la CIA como la guardiana mayestática de la civilización estadounidense, estoy seguro de que le hubieran dado una oportunidad en Langley. El pecado de Snepp fue airear la incompetencia de la Agencia.

Al no comprender el fin inminente del juego de la guerra en Vietnam, habían dejado atrás libros de códigos, armamento, agentes locales y millones de dólares, cuando no mucha ingenuidad estadounidense respecto al mundo.

A un cierto nivel, Decent Interval es una historia sobre las políticas Nixon-Kissinger que, después de 1972, se diseñaron para maximizar el tiempo entre la retirada estadounidense y el colapso inminente del régimen sudvietnamita.

Para Nixon y Kissinger, Vietnam fue siempre un puntal electoral. En 1968, Nixon había hablado de «planes secretos» (no tenía ninguno) para poner fin a la guerra, interfiriendo con las conversaciones de paz en París de Lyndon Johnson (antes de las elecciones), para que los demócratas, y su candidato Hubert Humphrey, no pudieran atribuirse el mérito de poner fin a la guerra.

El instrumento de Nixon en la interferencia electoral fue el presidente Thieu, que rechazó las presiones para que negociara con el Norte en 1968. La esperanza de Thieu era que el futuro presidente Nixon hiciera un mejor trato con él, o al menos le llenara la bolsa. (Durante las elecciones de 1980 y hasta la inauguración, Ronald Reagan hizo propuestas similares a los iraníes que retenían a un grupo de diplomáticos y ciudadanos estadounidenses como rehenes. Por tanto, si Trump conspiró con los rusos en 2016, no hizo sino continuar una gran tradición estadounidense.)

Cuando Nixon se postuló a la reelección en el otoño de 1972, se suponía que la guerra de Vietnam se le había subcontratado al gobierno de Vietnam del Sur, que, al menos en esta ocasión, demostró carecer de algunas de las cualidades churchillianas.

Entre 1969 y 1972, Nixon y Kissinger habían intensificado la guerra (expandiéndola a Camboya y Laos), no tanto porque creyeran en la causa del Sur sino como parte de su plan para reconstruir el equilibrio de poderes a base de intimar con los chinos y jugar duro con los rusos.

Lamentablemente para la campaña de reelección de Nixon, el gobierno de Vietnam del Norte intentó poner fin a la guerra con su Ofensiva de Pascua de 1972, atacando con dureza la Zona Desmilitarizada y las Tierras Altas Centrales, desbaratando casi las inestables líneas del ejército de la República de Vietnam.

Ver caer a Vietnam del Sur ante los comunistas en la primavera-verano de 1972 no era la idea que Nixon tenía de una gran oportunidad de foto y, en respuesta a la ofensiva, minó el puerto de Haiphong y bombardeó Hanoi -por no mencionar las concentraciones de tropas del ejército de Vietnam del Norte en el Sur- para mantener las apariencias de que los estadounidenses no tenían nada de lo que avergonzarse en relación a Vietnam.

Cuando ni siquiera los bombardeos pudieron disipar la impresión de que algo no iba bien en Vietnam del Sur, Kissinger fue llevado al trote ante las cámaras de televisión directamente desde sus conversaciones secretas de paz con el Norte, para prometer, antes de las elecciones, que la paz estaba realmente «a un paso». (La frase completa fue: «Creemos que la paz está a un paso».) Una vez terminadas las elecciones, Nixon y Kissinger podrían vender a los vietnamitas del sur como les viniera en gana y alejarse de la guerra. El tratado de paz que firmaron en enero de 1973, permitió que el Norte mantuviera a sus 200.000 tropas de combate en el Sur. El juego había terminado, al menos para la banda de Thieu.

Nixon y Kissinger se juegan las vidas estadounidenses

Tras firmar el acuerdo de paz en 1973, todo lo que Nixon y Kissinger querían era un «intervalo decente» antes de que el Sur colapsara. Confiaban en que, al desplegar el potencial aéreo en apoyo del ejército de la República de Vietnam, Vietnam del Sur podría mantenerse independiente, al menos hasta el final del segundo mandato de Nixon.

Nixon le había escrito a Thieu en 1973: «Cuenta con todas mis seguridades de que responderemos con toda la fuerza si Vietnam del Norte viola el acuerdo«, pero bien podría haberse tratado del padrino de la película de Coppola comiéndose una naranja [fruta por antonomasia de la saga].

A comienzos de 1973, el escándalo del Watergate paralizó a la administración Nixon, que acabó en agosto de 1974, tras lo cual Vietnam del Sur debería haber iniciado el velatorio.

En cambio, la embajada estadounidense en Saigón, a la cual llegó Snepp como analista de inteligencia, estuvo batiendo los tambores del compromiso sin fin de EE. UU. con la libertad y la democracia en Vietnam del Sur.

Snepp escribe sobre este período: «Para los mismos sudvietnamitas, el futuro, al igual que el pasado, era una visión prestada. Al haber confiado desde hacía tanto tiempo en los estadounidenses para casi todo, continuaron dependiendo de nosotros para comprender lo que les esperaba«.

Como Snepp deja claro, lo que le convenía a la oligarquía estadounidense en el Departamento de Estado (Kissinger era su secretario) y en la CIA era la evaluación optimista de que Vietnam del Norte no podía apoderarse del Sur en un futuro inmediato.

Afincado en Saigón, adivino de las intenciones estratégicas de Vietnam del Norte, Snepp es un eslabón en este gran timo. Escribe: «Mis comentarios y pronósticos apenas eran lo espontáneos u originales que yo pretendía que fueran. De una u otra forma, los había preparado cuidadosamente en base a los informes de posición de la Administración del pasado año y constituían la base de las esperanzas más profundas de Kissinger para Vietnam«.

Snepp hizo su trabajo utilizando anteojeras institucionales. Habría preferido gritar las intenciones norvietnamitas según él las veía, pero no muchos en la CIA, al menos en el invierno de 1975, conseguían promocionarse diciéndole al jefe del puesto de la CIA, o a Henry Kissinger, que estaba equivocado.

Snepp escribe: «Conseguí prever gran parte de lo que iban a hacer los norvietnamitas en las semanas siguientes. Sin embargo, había un punto ciego que era fundamental, por lo que odio no haber sido capaz de prever que los comunistas podían atacar primero«.

En marzo de 1975, atacaron las Tierras Altas Centrales y apenas se dieron un respiro hasta conseguir que el ejército de la República de Vietnam retrocediera hasta Saigón.

El colapso de Vietnam del Sur

A finales de marzo, los norvietnamitas habían capturado Danang, Hue, la ciudad de Quang Tri y la mayor parte de las Tierras Altas Centrales. Sin embargo, en Saigón se pensaba que podrían hacer frente a esas pérdidas. Los planificadores de la guerra estadounidenses y sudvietnamitas trazaron líneas en los mapas queriendo indicar hasta dónde podían retener al enemigo, aunque las tropas asignadas a esas ficticias Líneas Maginot habían desertado hacía tiempo. (Haciéndose eco de cuando Adolf Hitler, en la Batalla de las Ardenas, daba órdenes a unidades que no existían, o cuando en Gettysburg Robert E. Lee le decía al general George Pickett: «General, debe recurrir a su división«, y Pickett respondía: «Yo no tengo división alguna«.)

En el recinto de la embajada estadounidense, a muy pocos se les permitió redactar planes de evacuación, por temor a que si esa planificación se filtraba, la moral se viniera abajo en el gobierno y ejército sudvietnamitas. Tanto con el gobierno de Thieu y con el suyo propio en Washington, el embajador estadounidense en Vietnam del Sur, Graham Martin, se jugaba demasiado a la hora de promover cualquier otra línea que no fuera la de que el futuro estaba asegurado. La pérdida de la mitad del país era un «revés».

Hasta el amargo final, todo el mundo se conectó por control remoto para ejecutar la política estadounidense con el País de Nunca Jamás. Snepp describe a uno de sus colegas de esta forma:

Parte de la razón de su retraso [en la elaboración de un plan de evacuación] se debió a su equivocada creencia en que el ejército estadounidense vendría en su ayuda con helicópteros, como habían prometido. Pero la inhibición más fundamental fue, obviamente, su apego a todos esos mitos sobre la fuerza del ejército sudvietnamita y la capacidad de supervivencia de Thieu que el embajador Martin había alimentado cuidadosamente en sus propios esfuerzos para apuntalar las políticas de Kissinger para Vietnam, y la credibilidad estadounidense en otras partes del mundo.

En teoría, se suponía que la CIA analizaría el mundo como lo veía, no como le gustaría que fuera. Pero los jefes de Snepp en Saigón y Washington estaban atrapados en las intrigas de oficina de decirle a Kissinger y al director de la CIA, William Colby, lo que ellos querían escuchar, y eso implicaba memorandos optimistas, aunque el Ejército de Vietnam del Norte (EVN) hubiera invadido ya gran parte de Vietnam del Sur. 

Hasta casi el último día, el jefe de Snepp, el director del puesto de la CIA, Thomas Polgar, creyó en el cuento de hadas (elaborado por agentes del KGB y diplomáticos de la Europa del Este) de que el EVN prefería un acuerdo negociado, incluso un gobierno de coalición, en vez de invadir totalmente Saigón.

Por el contrario, Snepp escribe: «Como había señalado la inteligencia a principios de abril, los comunistas se inclinaban por la victoria total, sin la menor apariencia de acuerdo político».

La otra lección aprendida durante el juego final es que nadie llegó nunca a ser reprendido por dejar atrás los activos de la Agencia, ya fueran ordenadores o colaboradores.

Snepp observa sobre los colegas promovidos a pesar de haber dejado atrás a los empleados locales en Hue y Danang: «Una de las lecciones más horribles que su experiencia les enseñó es que podían sobrevivir burocráticamente aunque no hubieran hecho nada por salvar a sus empleados vietnamitas. La gerencia iba a recompensarte sin menoscabo alguno«.

El final llegó para Saigón y el gobierno de Vietnam del Sur más rápidamente de lo que la mayoría pudo imaginar. El 30 de abril de 1975, el país estaba en manos del EVN, aunque todavía, a mediados de abril, Kissinger trataba de que el Congreso aprobara un paquete de ayuda de 700 dólares para el gobierno de Vietnam del Sur.

No es que Kissinger creyera que esa ayuda iba a impedir el inminente colapso. Promovió el paquete de ayuda para señalar a los aliados de EE. UU. que nunca iban a «salir corriendo» abandonando a sus amigos (al menos sin dejar atrás en el palacio algunas bolsas para el botín).

Sobre la última y autosuficiente conferencia de prensa de Kissinger para anunciar que todos los estadounidenses habían salido sanos y salvos de Vietnam, Snepp escribe: «Tampoco fue lo suficientemente sincero como para admitir que los soviéticos, con la ayuda de los húngaros, polacos y franceses, le habían jugado, a él y a muchos otros, una mala jugada por tontos«.

Evacuando desde lo alto de las azoteas de Saigón

En un sentido, la evacuación de Saigón de estadounidenses y de sus aliados mediante helicópteros llevada a cabo por el ejército y marines de EE. UU. fue impresionante. El último día realizaron 630 misiones, sacando a 1.373 estadounidenses y 5.595 vietnamitas. En total, durante abril de 1975, salieron del país alrededor de 45.000 vietnamitas y 6.736 estadounidenses.

A pesar de estas cifras, miles de sudvietnamitas quedaron abandonados a su suerte en los campos de reeducación del Viet Cong y del EVN. Snepp estima que sólo pudieron marcharse unos 537 de los 1.900 «empleados indígenas» de la CIA, y que la USAID sólo evacuó a 362 de sus 924 empleados.

Snepp escribe en el libro de seguimiento Irreparable Harm   [«Daños irreparables»] (sobre su litigio con la CIA): «Y cuando llegó el final y los helicópteros corrieron al rescate, la evacuación degeneró rápidamente en un experimento improvisado de racismo: sólo quienes tenían la piel blanca tenían asegurada la salida«.

En las prisas por salir también se abandonó suficiente armamento como para equipar a un amplio ejército. El Pentágono estimó que había dejado atrás en Vietnam 550 tanques, 73 aviones de combate F-5, 1.300 piezas de artillería y 1,6 millones de rifles; una de las razones por las que los museos militares de Vietnam tienen una cosecha tan abundante de armamento estadounidense.

Snepp abandonó la azotea de la embajada en Saigón en uno de los últimos vuelos de evacuación. Era consciente de que el patio de la embajada estaba aún lleno de vietnamitas locales para quienes no habría rescate. Su helicóptero recibió disparos, que no le alcanzaron, cuando volaba sobre Ba Ria. Aterrizó a salvo sobre la cubierta del USS Denver, desde el que volvió a Washington y a la CIA, sin ocupar puesto alguno para poder proseguir con su carrera profesional. Escribe: «Fui de oficina en oficina, pidiendo permiso para hacer una «valoración de daños real», a fin de que la agencia pudiera aprender de sus errores. Y se me dijo que no había nadie interesado en algo tan ‘controvertido’«.

Snepp dimitió de la agencia a principios de 1976, y durante un tiempo intentó ajustarse a las normas de conformidad, algo que le resultó complicado, como escribe:

Debido a los continuos ataques a mi integridad y a su renuencia a tratar con franqueza los temas de Vietnam, dejé finalmente de reunirme con el oficial de caso que la Agencia me había asignado. Decidí también no enviarles mi manuscrito a la para su autorización y censura, como se requería que hicieran todos los antiguos empleados convertidos en escritores. En mi opinión, si la CIA podía oficialmente hacer filtraciones a la prensa para blanquear su papel en Vietnam, había perdido el derecho a censurarme en nombre de la seguridad o el interés nacional.

Cinco años después, el Tribunal Supremo otorgó sus derechos de autor a la CIA. A nivel técnico, bajo los términos de su contrato original de empleo (aunque no de las versiones posteriores), el gobierno de EE. UU. tenía razón en sus afirmaciones de que la Agencia tenía derecho a vetar su manuscrito antes de su publicación.

Sin embargo, a nivel moral, la CIA estaba disparándole al mensaje, sobre todo al mensaje que a través de 580 páginas describía cómo Kissinger había «quedado como un tonto» y cómo el embajador Martin estuvo dispuesto a jugar con las vidas vietnamitas para apuntalar el espejismo de un poder global estadounidense. Tampoco la Agencia había demandado a otros por publicar sus memorias sin la revisión oficial.

Como conclusión, Snepp escribe: «Dos presidentes habían engañado al Congreso; el embajador había exagerado las perspectivas de éxito; y habíamos tolerado las políticas más contraproducentes de nuestros protegidos en Saigón. Era como si, en los niveles más altos de nuestro gobierno, hubieran olvidado las lecciones del pasado«.

Snepp no fue muy consciente en aquel momento, pero el caso contra él y su libro fue el primer acto del teatro político que, al menos desde que Ronald Reagan llegó a la escena nacional, ha estado intentando reescribir la historia de la guerra de Vietnam como si hubiera tenido un final mucho más feliz que el que Snepp describió.

Tuve un regreso a casa mucho más fácil que el de Snepp en la primavera de 1975. Me encogí en los asientos de clase económica de sucesivos aviones de Air China y volé a Europa. Volví con remordimientos muy diferentes a los de Snepp o los veteranos, para quienes la guerra sigue siendo una herida abierta incluso cuarenta años después. Recordé su regreso a casa en 1975: «Vietnam era una reliquia que era mejor olvidar, un trozo antiguo de arrogancia que había dejado de tener relevancia moral en los tres años transcurridos desde que los últimos chicos estadounidenses habían vuelto a casa«.

En mi caso, sigo queriendo viajar por alguna otra carretera o leer alguna otra memoria, en la esperanza de poder desentrañar los secretos de una guerra que enturbió mi infancia, y el prisma a través del cual he contemplado las políticas estadounidenses posteriores.

Si algo aprendí en mis viajes desde Dien Bien Phu al Delta del Mekong, es que la guerra de Vietnam -en las astutas manos de quienes sólo quieren reescribir la historia estadounidense- ha pasado de ser una tragedia a una metáfora de la rectitud del excepcionalismo estadounidense.

Desinfectado por la apropiación de los derechos de autor de Snepp y por las cruzadas de John Rambo, entre otros, en la gran pantalla, Vietnam sigue con nosotros -al menos para muchos en el negocio de darle la vuelta a la política- como prueba duradera de que las intenciones de EE. UU. en los arrozales eran nobles. Es el engaño que ha concedido las mismas bendiciones a las posteriores intervenciones militares estadounidenses, desde Granada a los recientes ataques de misiles sobre las plantas químicas sirias.

Si acaso, las guerras en Iraq y Afganistán son la prueba de que los estadounidenses aprendieron muy pocas cosas en Indochina, y de que el proceso contra Snepp y sus memorias podría bien interpretarse como un ensayo general del Acta Patriótica de EE. UU.

Puede que no haya encontrado lo que iba buscando en Vietnam. Es aún un país donde muchas de las carreteras no llevan a ninguna parte. (A menudo tuve en mente esa cita de un general del Cuerpo de Marines que dijo: «Cuando estás en Khe Sanh, no estás realmente en ninguna parte«. Y Khe Sanh fue uno de los mejores momentos estadounidenses en la guerra.)

Al menos, al volver a casa, pude mirar entre mis libros y encontrar lo que estaba buscando, como este párrafo de American Reckoning , en el que el admirable profesor Appy escribe:

Los comunistas ganaron la guerra, pero el precio de su victoria fue una tierra arrasada, con miles de pueblos y aldeas dañados o destruidos, millones de acres defoliados, plagados de cráteres y con innumerable munición sin explotar y toxinas, millones de personas asesinada, heridas o huérfanas. De vuelta en EE. UU., los dirigentes estadounidenses se manifestaban como si su propia nación hubiera sufrido otro tanto.

En Backfire: A History of How American Culture Led Us Into Vietnam and Made Us Fight the Way We Did [«Una historia de cómo la cultura estadounidense nos llevó a Vietnam y nos hizo luchar de la forma en que lo hicimos»], el escritor Loren Baritz cita al novelista Tim O’Brien, quien dijo de su regreso a casa: «Todos nos hemos adaptado. Todo el país. Y me temo que estamos otra vez donde empezamos. Ojalá hubiéramos tenido más problemas.»

Matthew Stevenson es redactor colaborador de Harper’s Magazine y autor de varios libros, el más reciente de ellos Reading the Rails . Su próximo libro es Appalachia Spring. Vive en Suiza.

Fuente:  https://www.counterpunch.org/2018/04/16/why-vietnam-still-matters-the-great-american-end-and-whitewash-in-saigon/   

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.