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Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (V)

Fuentes: Rebelión

País de llegada: la imitación Como bofetada sentí la imitación de los emigrados fingiendo ser anglosajones. A los días de recién llegada vinieron las fiestas de fin de fin de año, comenzaron con el Día de Acción de Gracias. La mayoría de indocumentados las trabaja y realizan sus reuniones a altas horas de la noche […]

País de llegada: la imitación

Como bofetada sentí la imitación de los emigrados fingiendo ser anglosajones.

A los días de recién llegada vinieron las fiestas de fin de fin de año, comenzaron con el Día de Acción de Gracias. La mayoría de indocumentados las trabaja y realizan sus reuniones a altas horas de la noche cuando regresan de trabajar, al siguiente día hay que madrugar al trabajo nuevamente. Los feriados no son para nosotros porque no contamos con beneficios laborales y muy pocos empleadores tienen la conciencia como para dar el día y pagarlo, aquí el que no trabaja no come. Si se enferma pierde de ganar el día, así es que las gripes y hasta las lesiones causadas en el lugar de trabajo se apañan solas porque no hay cuerpo que las anide cuando hay que trabajar. ¿Cariñitos? ¿Apapachos? Aquí no existen, aquí cada quien se rasca con sus propias uñas.

El Día de Acción de Gracias mi hermana me llevó a la casa donde trabajaba una amiga suya, guatemalteca. Ahí se reunieron al final del día con otras a celebrar la fecha, recuerdo la mansión inmensa, el lujo y el desperdicio. Yo que crecí comprando bolsitas de champú de zapuyul en las tiendas y jabón de coche, me parecía inverosímil ver en cada regadera de la casa por lo menos veinte contenedores de champú, jabones ingleses, rusos, italianos. No hombre yo me restregaba los calcañales con piedra poma y mi pashte era de costal o de los que crecen en el monte entre bejucos y linderos, aquí me encontré con una exclusividad de aparatitos que con baterías dejan el pie como nuevo, toallas húngaras e irlandesas para restregarse la mugre. En aquella cena todas hablaban inglés porque una de ellas era filipina y no entendía español, habíamos tres guatemaltecas, una mexicana, una costarricense y la filipina.

Todas imitaban a sus empleadoras, con la ropa, barata porque el suelo no alcanza pero al estilo de las jefas, la forma de servir la comida, de cocinarla y condimentarla, de las tradiciones del país de origen no había nada en aquella cena. Todo fue orquestado al estilo anglosajón. El vino, el pavo, la ensalada, el postre y hasta la música que ambientaba era al estilo anglo.

Yo de recién llegada era la única asoleada que no encajaba, me dijeron: «esperáte que le agarrés el gusto a Estados Unidos y te vas a olvidar hasta de los frijoles» he aprendido a cocinar comida de otros países pero no he desechado la mía, la de oriente.

Me fijé que hasta los ademanes de las jefas tenían era una competencia, seguramente querían demostrar quién tenía más clase. ¿Entre sirvientas? O sea…

Sucede algo muy curioso y es que la mayoría de empleadoras anglosajonas cuando salen de viaje con la familia dejan a cargo a la empleada doméstica y la autorizan a realizar reuniones familiares o con amigos. Yo he trabajado en lugares donde mis empleadoras me han dicho que tengo la casa para mí y que invite a quien quiera. Jamás ni por asomo he invitado nadie, voy hago mi oficio y listo. Es que no me cabe en la cabeza organizar una pachanga en casa ajena cuando no están los dueños. Pasa cada cosa en esos bacanales.

Recién llegada invitaron a mi hermana a varias reuniones de esas y fui con ella porque era para presentarme con sus conocidos, la pobres casas si pudieran hablar lo que contaran. Jardineros, niñeras, limpiadoras de casas, el mundo el mantenimiento está ahí metido, hacen de la casa su propiedad. Se ponen la ropa de los jefes, duermen en sus camas, usan sus bañeras y se bañan en las mejores lociones. Se toman fotografías subidos sobre los pianos. Saltan en las camas.

Fue muy divertido ver todo aquello porque al principio todos querían demostrarme que en Estados Unidos les estaba yendo bien, por supuesto la más pelada de todos era yo que no tenía ni para comprarme un chicle y no hablaba nada de inglés. Lo típico de quien está aquí es tratar de degradar al recién llegado y lo que está a la mano es el idioma inglés, les encanta que uno les pregunte qué están diciendo y que les ruegue que traduzcan. A mí me daba igual de lo que hablaban, cuando quería saber algo le preguntaba a mi hermana. Era algo así como que disculpá yo limpio baños pero hablo inglés. Trabajo en maquila pero hablo inglés. Me pagan una mierda pero hablo inglés. Siempre por mi gusto por la fotografía he sido la que toma las fotos, mareada terminaba porque se subían hasta en la mesa de la cocina, y lo habitual es tomarse fotografías con los automóviles de lujo y enviarlas a los países de origen diciendo que son los dueños. Se paran en la entrada de las casas de los patronos y la misma rutina, cuentan que son los dueños. Eso ayuda a que quienes estén por emigrar piensen que el país de llegada se recoger el dinero con palas.

Todo aquello era uniforme y lo comprobé cuando dejé de asistir a las fiestas esas donde el bacanal se queda a dormir en casa de la patrona de la sirvienta y se toman hasta la última gaseosa que está en la alacena. Es como si se preparan para la fiesta una semana antes y no comieran para ir a devorarse es una noche lo de la despensa. Y es automático la forma en que imitan a los patrones.

Lo hacen en el supermercado, en las tiendas por departamento, y más cuando tratan de impresionar al recién llegado. La forma de tomar las canastas del supermercado, se sorber el café, de partir el pan, de servir la sopa, hasta compran utensilios muy parecidos a los de la patrona, imitación por supuesto. ¿En donde quedó la identidad? ¿La tradición, la cultura?

En esto los asiáticos son tipos, admirable cómo la mayoría es incapaz de imitar. Los latinoamericanos para eso nos pintamos solos. Si lo que queremos es negar el color de piel, la estatura, las facciones, el acento. La pobreza que traemos arrastrando y la mala entraña. En el país de llegada es más fácil que a uno le eche una mano un europeo que un latinoamericano. ¡Y sin hablar el idioma! En carne propia lo tengo comprobado.

Imitar la forma de vestir, todas quieren un abrigo como el de la jefa. Pero la jefa es alta, delgada y nosotras somos bajitas, regordetas, el abrigo de la jefa no nos entra ni siquiera una manga, pero nos los metemos a la fuerza y vamos como que somos salchichas, ¡pero con un abrigo igual al de la jefa, para que vea que no solo ella se lo puede comprar! Ahí andan arrastrando el gran gabán, porque por desgracia de ellas tienen las piernas cortas.

Yo entiendo que se puede aprender de otras culturas para enriquecernos como seres humanos, eso es la diversidad, pero imitar todo, todo el tiempo. Pretender pertenecer a otra clase social, a otra cultura. Es que además de ridículo es deshonroso. Hay que comprar tal marca de zapatos porque es lo que se usa aquí, aunque no nos de el dinero pero hay que comprarla para que no se nos note que trabajamos de sirvientas.

Lo cómico y con lo que yo gocé aquellos primeros años fue ver los disfraces para los días de fiesta, cualquier cumpleaños, bautizo, -o divorcio- era ocasión para ir a lucir las mejores galas, todos compraban ropa nueva -usada de paca- porque era inadmisible ir con una que ya les hubieran visto puesta. Y la ropa y el estilo todo en imitación a sus jefas. Hasta la marca de los chicles.

Y cuando hablan hacen hasta el esfuerzo más extremo por pronunciar el inglés con las expresiones faciales de la jefa. Aquello de la individualidad es fumada de los tiempos de Tatalapo. Los hombres visten como los patronos. Hablo de mayoría, aunque hay excepciones que de verdad es de admirar. El espejismo de la falsa comodidad hace caer a millones en la trampa, el sistema los engulle y no queda de ellos ni el recuerdo de lo que fueron. Cuando no se tiene identidad es muy fácil que terminemos siendo devorados por la barbarie de la falsificación. La autenticidad es cosa de pocos.

Y es que no se puede tener el pretexto de decir se tiene variedad para escoger, si lo que hay en este país es eso. Pero la necedad de imitar al anglosajón, comprar camisas que van con los ojos verdes y tez blanca y no se percatan que ellos tienen ojos negros y piel color barro. Pero se tiñen el pelo de rubio, eso de entrada. Pero les falta la altura, el garbo, el inglés perfecto, entre otras tantas cosas. Es como el anglosajón que quiere tener el ritmo de cintura de un dominicano, jamás será. O la anglosajona que quiere tener las caderas de una caribeña, ni volviendo nacer. Hay que aceptar la individualidad y la herencia de nuestros ancestros y honrarla, no hay razón para sentir vergüenza por nuestro color de piel, ni por hablar el inglés con acento, ni no es nuestro idioma materno.

Para qué tratar de parecerse a otro si siendo nosotros somos únicos y somos bellos como humanidad. Yo no ansío ser blanca, mi mamá es rubia de ojos avellanados y tez blanca, ni por un instante quiero ser como ella, amo mi color de piel y los colochos que me heredó. Son bonitos los ojos azules y los negros y los verdes y los café. La diversidad nos engrandece. ¿Para qué imitar? ¿Para qué comprar una bajilla que no cabe en la mesa de nuestro comedor? ¿Para qué comprar un abrigo que no es de nuestra talla, que además no luce porque no es para personas con baja estatura?

¿Para qué imitar expresiones faciales de otros cuando tenemos las nuestras? ¿Imitar un estilo de vida al que no pertenecemos? ¿Para qué negar la clase social que es nuestra? ¿Por qué pretender ser lo que no seremos jamás? Ni con todo el dinero del mundo, porque el dinero compra las cosas pero no cambia la herencia ancestral.

¿Para qué humillar al recién llegado? Por qué hacerle creer que estamos mejor y que el mundo nos sonríe todos los días. Ya me acostumbré a ver las imitaciones en todos lados, he aprendido de otras culturas y he tomado cosas que me han enriquecido, pero jamás he pretendido negar quién soy y de dónde vengo, eso sería traición, deslealtad y no hubiera merecido tener el privilegio de nacer en Comapa, ser xinca y garífuna y haber crecido en un arrabal. No cualquiera.

El problema es cuando esa imitación de los que ya llevan años viviendo en el país de residencia hace que quienes arriban al país de llegada crean que es natural perder la identidad, la raíz, la herencia ancestral y que el plagio es admitido como innato. A quien se une a las filas y mantiene su individualidad le denigran. Lo que se debe hacer en estos casos es tener las agallas de decirle al recién llegado: mirá yo soy un pusilánime falsificador y es tu decisión imitarme o no, lo que hago es cosa de mediocres, claramente te lo digo y no es parte del sistema y pero sí una excusa.

La pregunta del millón ¿Cuántos logran sobrevivir a esta vorágine y salir ilesos?

(Continúa)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.