País de llegada: La convivencia – Primera parte Más allá de las remesas y de las estadísticas y diferentes rubros en que nos colocan quienes hablan de migrantes sin documentos en términos de aporte económico al país de origen, existe la convivencia. El día a día dentro del apartamento o casa en que se intenta […]
País de llegada: La convivencia – Primera parte
Más allá de las remesas y de las estadísticas y diferentes rubros en que nos colocan quienes hablan de migrantes sin documentos en términos de aporte económico al país de origen, existe la convivencia. El día a día dentro del apartamento o casa en que se intenta formar nuevamente un nido temporal, invariablemente es temporal porque el único que siempre fue y será es el que dejamos en el país de origen así algunos hayan adoptado al país de llegada y de residencia como la última morada.
En el país de llegada pasa que se reconstruye o se destruye la familia. También sucede que se forma una particular: amigos, desconocidos, familiares lejanos. Una familia de primos alquilando una casa, una familia de desconocidos de distintos países rentando un apartamento, una familia de un padre y un cuñado. El concepto de familia cambia cuando se emigra y se conocen otros y se aprende a convivir y a querer o a aborrecer. Como lo mencioné anteriormente el familiar recién llegado siempre es un arrimado aunque pague renta y no se le perdona la osadía de haber cruzado la frontera.
En mi caso particular yo tenía a mi hermana cuando llegué a Estados Unidos ella había emigrado un año antes, con visa y viajó en avión. Vivía en el apartamento que rentaba mi tío, hermano de mi papá, cuando llegué nos fuimos a vivir a solas y rentamos primero un cuarto en el condominio de una mujer rusa y a los tres meses un apartamento de dos habitaciones junto a otra muchacha guatemalteca, también de Jutiapa. En ese instante cambió el concepto de familia porque no solo éramos compañeras de vivienda también nació un entrañable lazo de la añoranza, del día a día, de lo que se guarda y no se cuenta, de las lágrimas que aparecen cuando uno menos las espera. Ella era mamá, había dejado a su hijo de dos años a cargo de una hermana, nosotras también éramos mamás de crianza y el mismo amor y el dolor que ella sentía lo vivíamos en carne propia.
Mi hermana soñaba con ver en mis hermanos el cambio de niños a adolescentes y emigró cuando eso estaba por suceder, no se perdona haberse perdido esos años y trató de estar ahí en forma de remesas y de regalos y de llamadas telefónicas todos los días, pero los de allá no tuvieron la capacidad ni las ganas de pensar en lo que estaba viviendo su Nana y su Tata. Porque mi hermana-mamá, es nuestra Nana y Tata y también lo es de mi mamá y de mi papá que nunca han dejado de ser dos adolescentes que aun ahora siendo abuelos, no se percatan que son padres de cuatro hijos. Creo que nunca se enteraron que parieron.
Una tormenta perenne fueron los primeros cinco años en compañía de mi hermana, porque desde niñas mi mamá marcó muy bien lo diferentes que éramos: ella la obediente, cortes, con buenos modales, don de gentes, inteligente, y ejemplar. Yo, la bayunca -y a mucha honra- la de color, mal hablada que no merecía más que limpiar el chiquero y el gallinero, lavar el baño e ir a tirar la basura al barranco. La de los mandados, rajar leña, ordeñar. Mi hermana mayor por ser la del garbo y la excelente presentación familiar: mujerona de oriente tuvo la maravillosa oportunidad de estudiar lo que escogió, en el colegio que escogió y que mi madre jamás faltara a una entrega de notas, y a ninguna otra actividad del colegio.
A mí me hizo ilusionarme con una carrera que soñaba y al final me bajó de la nube con un golpe certero: no merecés estudiar, no tengo para pagarte un colegio privado, si querés estudiar buscá un instituto público y la carrera que den ahí. Me lo digo ya por iniciar el ciclo escolar, me guardó el golpe para la primera semana de inicio de clases. A mí me daba igual si era público o privado pero la carrera que yo quería no la daban en las Escuelas Normales.
Y escribo esto aquí porque esta serie Post frontera es una memoria, una bitácora de lo que en mi experiencia fueron los causas de haber crecido con emociones encontradas y lo que me afectó posteriormente en el país de llegada. Sé que no solo me ha sucedido a mí pero yo tengo la oportunidad de contarlo y por dignidad, conciencia y sobre todo lealtad debo hacerlo con la verdad así lastime a más de uno. No lo cuento para atraer manifiestos de: «pobrecita ella lo que ha vivido», porque no pido misericordias ni lamentos, estoy relatando lo que viven millones en el mundo entero.
Porque jamás los padres deben humillar a unos frente a los otros, o enfrentarlos, inyectarles veneno, decir que unos son mejores que los otros, esto es un daño emocional para toda la vida y no hay quién se reponga completamente de un ataque de esta magnitud y más si viene de los padres que se supone que son los seres que darían la vida por los hijos.
Y no es para culpar o señalar a mi mamá, ella también lo vivió solo que le tocó la mejor parte porque por blanca, galana y de ojos avellana fue en su momento la consentida, la típica mujer jutiapaneca orgullo de mis abuelos, en cambio a mis tías de piel oscura la discriminación y el racismo les llegó de parte de la mujer que las parió -que no es rubia ni blanca y mucho menos tiene ojos avellana- a una de mis tías le tocó ir a cortar algodón junto a las cuadrillas que viajaban de Jutiapa a Escuintla, cuando apenas podía cargar una tinaja de agua, todo porque era la de piel oscura. Mi propia abuela regaló a una de sus hijas a mi bisabuela -su mamá- porque era prieta, oscura, oscura como las negras hermosas de Livingston. No soportó el color de su propia hija y la regaló, es mi tía que emigró hace muchas décadas, se fue de mojada y vive en Tijuana, México. Con toda la razón del mundo, no quiere regresar a Guatemala, hizo su vida lejos del lastre que la parió.
A mí me sucedió igual por mi color de piel aunque mi papá es moreno como yo. Para otros debería sentir vergüenza por no haber heredado el garbo jutiapaneco, la prestancia de las mujeronas de Comapa, pero en cambio siento el orgullo de llevar en mi sangre la herencia Xinca y Garífuna y lo único que lamento es que mi piel no sea tan oscura como la de las negras hermosas de Livingston y no tener lo arrecho de las Xincas de la aldea El Pino, en mi natal Comapa. Lo demás me vale pura estaca.
Mi madre decidió que yo no fuera a las fiestas a donde asistía la familia porque no encajaba con ellos, no tenía ni los modales y además era la negra de la familia, suficientes problemas tuvo cuando me parió porque medio mundo le decía: usted tan blanca y hermosa y esa su niña parece una mica, tan negra y fea y no parece su hija. Sí soy mica y uno de mis nahuales es ni más ni menos que el mono. Para los días en que ellos iban a quince años, casamientos, bautizos, o cualquier fiesta en la colonia me decidía dejarme en la casa cuidando los animales, porque ése era mi lugar. Así crecí. Apartada e hice a los animales mi familia del corazón.
Creo que para enfrentar la realidad del lastre emocional y decidir salir de ahí hay que tener el valor para verse frente al espejo y enfrentar con dignidad lo que el reflejo proyecte. Para ser escritora y más cuando se relata la propia vida hay que respetar la verdad porque solo así se logra cicatrizar la herida que por temor al qué dirán nunca cierra. La vida me hizo escritora y mi Memoria es de distintas tonalidades, las hay terriblemente oscuras y las de colores de un arcoíris naciente. Eso es la vida.
Mi mamá la única vez que llegó a la escuela fue cuando la psicóloga la mandó a llamar de emergencia para darle la queja de que en sexto magisterio yo tenía novio. Lo que era una gran novedad porque se había acostumbrado a verme vendiendo naranjas a la hora del recreo que ya era parte del paisaje, pero cuando me vio con novio me volví visible y para lo que me importaba a mí lo que pensara mi mamá de mis novios, cuando salimos de la escuela le dije que sí era mi novio y se lo enseñé de lejos, porque tampoco se lo iba a presentar porque no era nada serio. Le encantó el muchacho: blanco, alto, de pelo en pecho, robusto, de ojos claros. La segunda vez que se apareció fue junto a la familia el día de mi graduación, a mi papá y a mi mamá los obligo a ir mi hermana-mamá. Y así vio mi madre cómo su hija más salvaje e indomable la había desafiado y se convirtió en maestra muy a su pesar. Nunca ha dado ni medio centavo por mí y nunca lo dará. Soy ni más ni menos que la copia en calco de su carácter pero pienso tan distinto a ella que me convierte en su vergüenza. ¿Patrones de crianza? En mucho sí. Pero en mi manera de pensar no acepto un solo pretexto para explicar la distinción en la calidad de los hijos, porque no existe, porque todos se deben querer igual y valorarlos. En mi manera de pensar también, así como existe un mandamiento que dice: honra a tu padre y a tu madre, debería existir otro que diga: honra a tus hijos.
La gente dirá: «pero cuando tenga sus propios hijos comprenderá a su padres», yo ya tuve dos de crianza y los tuve de niña, por esa razón me siento con la potestad de escribir como lo hago. Mi visión de hija, de madre y de ser humano.
Mi hermana por obediente se perdió la infancia porque fue la encargada de pasar pegada a la pila lavando parvadas de ropa de mi mamá, papá y de mis hermanos. La niña con grados de desnutrición dejó los pulmones en los pantalones de lona llenos de grasa que regresaba mi papá de su viajes de meses en el tráiler, ahí se le fueron las madrugadas, las tardes y gran parte de las noches, yo decidí buscar oxigeno aunque con esto mi mamá me despellejara viva de las chicoteadas.
Tenía sus instrumentos favoritos para domarme: las hebillas de los cinchos, las espigas de los cordones de la plancha, alambres de luz anudados, y cuando me agarraba tenían que llegar tres vecinas y mis tías para quitármela de encima. Por esa razón cuando la veía agarrar uno de sus consentidos en dos saltos ya estaba trepada en la lámina de la casa y ahí me quedaba hasta entrada la noche, viendo las estrellas y las montañas verde botella, hasta que se acostaba a dormir bajaba porque ya sabía que le había pasado el enojo. Esto lo vio la cuadra entera y jamás se murmuró, se habló de más, lo que pasaba en la cuadra se quedaba en la cuadra, para la gente de mi calle nunca fui heladera, ni maestra, ni árbitra de fútbol y tampoco soy la escritora ni la poeta, soy La Negra. ¿Qué más privilegio que ése?
Aun con la compra de la ropa y los zapatos usados en los sótanos de La Terminal, mi madre hizo distinción: de mejor calidad para la hija mayor porque era la que todo el mundo miraba, para la de color no importaba porque era invisible. Para la mayor el puesto en el mercado donde podía repesarse y descansar la espalda, para la de color la puerta de atrás en pleno corredor donde tenía que mover la hielera a cada rato porque estorbaba. La hielera con forro de plástico para la mayor y para la de color la de duroport quebrada, cuando se compraba una nueva, era la para la mayor y la usada pasaba para la de color. La que estrenó la pocas veces que compraron nuevo en la casa fue mi hermana y lo usado pasaba para la de color que no merecía nada nuevo. Pero mi hermana y yo sin hablarlo en ningún momento, decidimos que a los cumes los íbamos a criar sin distinción ni de género siquiera. Y lo logramos. Ése ha sido nuestro triunfo en conjunto y con eso nos basta y sobra.
Por obediente mi hermana tampoco vivió la adolescencia creo que desde muy corta edad maduró de golpe, se percató que nuestros padres jamás crecerían, y siendo niña decidió tomar las riendas de la casa en todo sentido. Su problema es su resignación: «pero si así es qué le vamos a hacer, no hay que buscarles tres pies al gato.» En cambio yo creo que las cosas se pueden cambiar, que los patrones de crianza tiene que ser abolidos cuando lo que hacen es encadenar y herir y eso no es deshonrar a los padres y escribirlo no es reprochar ni señalar o culpar, es solo relatar la realidad de la propia experiencia y de lo que también otras familias viven.
Mi hermana y yo siempre fuimos compañeras de trabajo, del oficio de diario, ella con obligaciones de mamá y yo de papá, pero no tuvimos la oportunidad de ser amigas porque mi mamá no nos lo permitió, se encargó de abrir un abismo que no permitía un puente entre ambas, y vernos en Estados Unidos solas sin ningún tipo de apoyo nos cambió la vida de golpe. ¿Cómo es la convivencia cuando una madre envía a traer a sus hijos? ¿Cuándo el conyugue trae a su pareja y han estado separados durante años? ¿Cómo es cuando el hijo envía a traer a sus padres? ¿Cómo cambia, se construye o destruye la convivencia cuando hay años y miles de kilómetros de distancia? ¿Cuándo se acarrean lastres? ¿Culpas, reproches, rencores, soledades y adicciones? ¿Cómo es el desencanto? ¿Cómo se logra vencer la división que ha sido dada en leche materna?
(Continúa)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.