País de residencia: desarraigo Un día me dijo una amiga muy querida que yo parecía barrilete sin hilo, de esos que estando en las alturas de repente se les revienta el hilo y quedan coleteando. Así mismo me sentí durante muchos años, sin tierra firme donde poner los pies y estabilizarme. Mi agonía por Guatemala […]
País de residencia: desarraigo
Un día me dijo una amiga muy querida que yo parecía barrilete sin hilo, de esos que estando en las alturas de repente se les revienta el hilo y quedan coleteando. Así mismo me sentí durante muchos años, sin tierra firme donde poner los pies y estabilizarme. Mi agonía por Guatemala me arrastraba con ella. La diáspora realmente me volvió polvo.
Respecto a Guatemala confundí la identidad con ese nacionalismo que nos enseñan en la escuela, para mí era primero Guatemala, segundo Guatemala y tercero Guatemala y el que opinara lo contrario lo dejaba hablando solo. Tenía cerrada la mente y no dejaba entrar nada que no tuviera que ver con Guatemala, ni puntos de vista y mucho menos culturas.
Pero con el tiempo se me fue pasando, me ayudó mucho el inglés porque compartí con personas europeas, asiáticas, africanas todos tenemos una historia de vida y es importante, fui conociendo entonces de otras nostalgias, de otras querencias, de sentimientos muy similares a los míos, de dolores también sin poderse expresar. De memorias que herían, de silencios de años, de rupturas familiares, de traiciones, de olvidos, de fracasos. De las frustraciones y de los vicios.
Fui comprendiendo que haber nacido en diferente país no nos hacía tan extraños y que somos una sola raza humana con su diversidad hermosa que muy poco apreciamos.
Lo mismo sufre un niño africano que trabaja en las plantaciones de algodón que un latinoamericano en las fincas bananeras. Lo mismo un niño europeo que trabaja en las maquilas como un asiático que labora en los campos de arroz. La miseria es la misma solo que en diferente idioma, forma y color. Mi mente poco a poco se fue abriendo.
Me enojaba tanto cuando nadie me creía que era de Guatemala, «no, usted no es de ahí, parece caribeña, hindú, filipina». ¿Es africana? ¿De qué parte de Jamaica es? Cuando me hablaban en hindi, o en las otras lenguas de la India, y me tocaba decirles que solo hablaba inglés y español, no me creían que no era hindú y yo como la gran diabla, les explicaba en dónde estaba Guatemala y que había nacido ahí.
Hoy en día comprendo que las fronteras las ponen los bandoleros que juegan con la humanidad y sacan buenas tajadas de las separaciones territoriales, me he enriquecido como ser humano y como mujer, como migrante, compartiendo con seres de otras culturas que tienen un idioma materno al mío y me he llegado a enamorar de otros países, que los siento como míos.
Comprendí que mis dolores también los viven otros, mis nostalgias, mis infiernos, mis alegrías, como yo también he vivido las mismas carencias de personas a las que jamás llegaré a conocer, porque los arrabales del mundo entero son una copia a carbón.
Siento la impotencia de otras mujeres, la frustración de otros niños, el cansancio de las espaldas de hombres que han dejado la piel en el la finca de los adinerados, y que no hablan mi idioma, que no tienen idea en qué lugar del mapa está Guatemala.
Comprendí entonces que tenía la oportunidad de crecer interiormente, empapándome de otras culturas y compartiéndoles la de mi país.
Hoy en día cuando me preguntan de dónde soy les digo que de Guatemala, no me creen y me mencionan otros países de otros continentes, ya no me enojo, realmente me divierto, comprendí que nací en un pedazo de tierra pero que tengo la inmensidad de un planeta y no me voy a limitar a dejar de conocerlo por nacionalismos burdos e impuestos.
Comprendí que pude haber nacido en cualquier parte del mundo, dejé de aferrarme y cuando eso sucedió comencé a disfrutar de lo universales que somos los seres humanos.
Pude ser hindú, filipina, caribeña, africana. Pude ser mapuche, cherokee, mixteca, acholi, nawuri. Ser blanca de ojos azules. Ser negra cielo cerrado. Tener cabello liso.
El barrilete sin hilo que conoció mi amiga comenzó a aterrizar, hasta que tocó tierra firme, lleva en su morral a su Guatemala amada, pero no se niega a abrir los brazos a otras culturas, aprende de éstas.
El suplicio del desarraigo por fin la está dejando respirar. Pero, ¿cómo sucedió? ¿En qué momento el barrilete sin hilo, decidió dejar de aferrarse?
(Continúa.)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.