Conciencia moral de Estados Unidos, el escritor Gore Vidal es uno de los referentes culturales de nuestra sociedad. Su pensamiento crítico ilumina la oscuridad sembrada por el american way of life que a través de los medios de comunicación masiva inventa una realidad distinta de la que vive el pueblo estadunidense. En este texto, publicado […]
Conciencia moral de Estados Unidos, el escritor Gore Vidal es uno de los referentes culturales de nuestra sociedad. Su pensamiento crítico ilumina la oscuridad sembrada por el american way of life que a través de los medios de comunicación masiva inventa una realidad distinta de la que vive el pueblo estadunidense. En este texto, publicado gracias a la intermediación de la editorial independiente Sexto Piso, Gore Vidal desnuda de nuevo a la administración Bush y reseña el par de libros de Morris Berman: El crepúsculo de la cultura americana y Edad oscura americana. La fase final del imperio, de los cuales La Jornada publica respectivos adelantos
Mientras contemplaba la malograda presidencia de G.W. Bush, miré alrededor en busca de alguna especie de analogía divina. Como es usual cuando se necesita una iluminación, me topé con la Sagrada Biblia, la versión King James de 1611; la abrí por casualidad en el Libro de Jonás, y leí que Jonás, que, como Bush, habla con Dios, había sufrido un desencuentro con el Todopoderoso, por lo que se convirtió en un maldito perseguido por la mala fortuna de forma tan terrible que, gracias a su presencia, un crucero estuvo a punto de hundirse en una tormenta en el mar. Una vez que la tripulación determinó que Jonás, un pasajero, era el maldito, lo tiraron por la borda y -¡oh!- la tormenta amainó. Los tres subsecuentes días y noches que pasó en el estómago de una nauseabunda ballena debieron parecer una severa maldición para la ballena de digestión deficiente que lo extrudió de manera muy parecida a como buena parte de la opinión decente de la humanidad ha hecho con Bush.
Originalmente, Dios quería que Jonás castigara a Nínive, cuya gente, advirtió Dios con desdén, «no puede discernir entre su mano derecha y su mano izquierda», de la misma forma que la gente de Bagdad que no puede alcanzar a comprender qué tiene que ver la democracia con su destrucción a manos de la camarilla Bush-Cheney. Pero la analogía se vuelve pavorosamente precisa cuando hace referencia a los huracanes en el Golfo de México, en un momento en el que un presidente no sólo es incompetente sino de plano maldito por cualquiera que sea la fe ante la que se arrodille. Véase el desastre en curso de las drogas recetadas.
¿Quién sabe qué otros desastres nos aguardan gracias a la maldición que pende sobre él? Así como los marineros alimentaron una ballena con el Jonás original, y con ello disiparon la tormenta que estaba a punto de ahogarlos, tal vez los miembros del pueblo americano podamos persuadir al presidente Jonás de que se retire a su otro Edén en Crawford, Texas, llevándose su maldición con él. Merecemos un descanso. Francamente, él también. ¡Miren el aspecto tan radiante de Nixon después de su renuncia! Es posible vislumbrar al otrora Presidente Jonás, en su suntuosa biblioteca abasteciendo felizmente a sus fanáticos religiosos con escrituras animadas enraizadas en Los Simpson.
Desde los gloriosos días de Watergate y la caída lucifereana de Nixon, no se habían visto tantos escritos sobre los tenaces engaños y los creativos crímenes de nuestros gobernantes. También hemos llegado a un punto en esta edad oscura en el que no sólo no hay héroes a la vista, sino que ni siquiera existe un camino alternativo disponible. Estamos terriblemente atrapados en un ahora que pocos previeron, y que aún menos pueden definir, a pesar de un enjambre de libros y panfletos parecidos a la vasta nube de langostas que cenó en China en aquella película de los años 30 The Good Earth.
He leído muchas de estas descripciones de nuestro abatido Estado, en busca de aquella que mejor describa, en un lenguaje sencillo, cómo es que llegamos a este punto y hacia dónde parecemos dirigirnos una vez que nuestra buena Tierra se haya consumido y sólo quede el Éxtasis reptando entre los fieles. Mientras tanto, los demás podemos aprender mucho de Edad oscura americana: la fase final del imperio, de Morris Berman, un profesor de sociología de la Catholic University of America en Washington, DC. Debo confesar que tengo un interés particular en cualquiera que se refiera a Estados Unidos como un imperio, ya que me han conferido el crédito de haber colocado por primera vez esta visión herética a principios de los 70. De hecho, tan disgustado conmigo estaba un reseñista de libros del Time que como prueba de mi locura escribió: «¡Incluso se refirió a Estados Unidos como un imperio!» Se debe decir que por la misma época, Henry Luce, propietario del Time, alardeaba continuamente acerca del «Siglo Americano». ¡Cuánta diferencia puede hacer una palabra!
Berman monta su escena vivamente en la historia reciente. «Ya estábamos en la fase crepuscular cuando Ronald Reagan, con la perspicacia de un avestruz, declaró que estábamos en ‘el amanecer de los Estados Unidos’; veinte extraños años después, bajo el mando del ‘niño emperador’ George W. Bush (como lo llama Chalmers Jonson), hemos entrado a la Edad Oscura en pleno y seguimos un camino que no tiene en cuenta el futuro y que tan sólo puede acelerar nuestro declive. Lo que vemos ahora son claramente las características de occidente tras la caída de Roma: el triunfo de la religión sobre la razón; la atrofia de la educación y del pensamiento crítico; la integración de la religión, el Estado y el aparato de tortura, una troika que para Voltaire constituía el principal horror del mundo preilustrado; y finalmente, la marginación política y económica de nuestra cultura (…) De hecho, el historiador británico Charles Freeman publicó una extensa deliberación sobre la transición que tuvo lugar durante el Imperio Romano tardío, cuyo título puede servir como resumen emblemático de nuestro presidente actual: The Closing of the Western Mind. El señor Bush, Dios lo sabe, no es ningún San Agustín; pero Freeman señala a este último como el arquetipo de un proceso más general que se desarrolló en el siglo IV, a saber: ‘la gradual sumisión de la razón ante la fe y la autoridad’. Esto es lo que vemos hoy, y es un proceso que ninguna sociedad puede experimentar si quieres seguir siendo libre. Sin embargo, es un proceso del que los funcionarios gubernamentales, junto con buena parte de la población americana, están muy orgullosos».
De hecho, los observadores cercanos de esta extraña presidencia, notan que Bush, al igual que su base evangélica, cree que está en una misión divina y que la fe triunfa sobre la evidencia empírica. Berman cita a un consejero de la Casa Blanca que desdeña lo que él llama la comunidad «basada-en-la-realidad», a lo que Berman responde de manera sensible: «Si una nación es incapaz de percibir la realidad de manera correcta e insiste en funcionar partiendo de engaños basados en la fe, su capacidad para afirmarse en el mundo está casi descartada».
Berman realiza un breve recorrido por el horizonte americano, revelando un valle de la muerte cultural. En las escuelas secundarias en las que la evolución todavía se puede enseñar, muchos maestros temen abordar el tema ante sus comúnmente involucionados estudiantes.
«Si se añade a esto la omnipresente hostilidad hacia la ciencia por parte del actual gobierno (por ejemplo, la investigación sobre las células madre), tenemos una imagen nítida de cómo la Ilustración está siendo minada de manera constante. La religión también aparece en la actual tendencia americana de explicar los eventos mundiales (en particular, los ataques terroristas) como parte de un conflicto cósmico entre el Bien y el Mal, en lugar de comprenderlos en términos de procesos políticos (…) El maniqueísmo rige en los Estados Unidos. De acuerdo con una encuesta realizada por la revista Time, el 59 por ciento de los americanos creen que las profecías apocalípticas de Juan en el Libro de las Revelaciones se cumplirán, y casi todos ellos creen que los fieles serán llevados al cielo en el ‘Éxtasis’.
«Finalmente, no deberíamos sorprendernos de la antipatía hacia la democracia mostrada por el gobierno de Bush (…) Como ya ha sido observado, el fundamentalismo y la democracia son por completo antitéticos. Lo opuesto a la Ilustración, desde luego, es el tribalismo y el pensamiento grupal; y cada vez más, ésta es la dirección en la que va Estados Unidos (…) Anthony Lewis, quien trabajó como columnista para el New York Times durante 32 años, observa que lo que ha sucedido después del 11 de septiembre no es sólo la violación de los derechos de unos cuantos detenidos, sino la erosión de los cimientos mismos de la democracia. La detención sin juicio, el no permitir el acceso a abogados, los años de interrogatorios en aislamiento, todos estos elementos ya son moneda corriente en Estados Unidos, y a la mayoría de los americanos no les importa. Tampoco les importó la revelación, en julio de 2004 (publicada en Newsweek), de que durante varios meses la Casa Blanca y el Departamento de Justicia estuvieron deliberando sobre la viabilidad de cancelar las próximas elecciones presidenciales ante un posible ataque terrorista.»
Sospecho que los propensos a la tecnología prevalecieron contra esa medida extrema argumentando que las recién instaladas casillas electrónicas podrían calibrarse de modo tal que Bush ganara por un buen margen a toda costa (lean el reporte del congresista Conyers sobre cómo fue arreglada la elección en Ohio).
Mientras tanto, el adoctrinamiento de la gente continúa felizmente.
«En una Encuesta sobre el estado de la Primera Enmienda llevada a cabo por la Universidad de Connecticut en 2003, el 34 por ciento de los americanos encuestados dijo que la Primera Enmienda ‘va demasiado lejos’; el 46 por ciento dijo que había demasiada libertad de prensa; el 28 por ciento pensaba que los periódicos no deberían poder publicar artículos sin previa autorización del gobierno; el 31 por ciento quería que se prohibieran las manifestaciones antibélicas públicas durante la guerra en cuestión, y el 50 por ciento consideraba que el gobierno debería tener el derecho de limitar la libertad de culto de ‘algunos grupos religiosos’ en nombre de la guerra contra el terror.»
Es común que diagnósticos entristecedores como el del profesor Berman detengan de manera abrupta la letanía de lo que ha salido mal y manifiesten, con el corazón en la mano, que una vez que la gente se entere de lo que sucede, la verdad los hará libres y se encenderán millones de velas que ahuyentarán la oscuridad ante la presencia de tanta luz espontánea. Pero Berman es demasiado serio para las banalidades comunes. En vez de ello nos dice que aquellos que podrían encender al menos un cerillo ya no pueden hacerlo porque la información pública sobre nuestra situación va de lo magro a lo inexistente. ¿Ayudaría el tener mejores escuelas? Por supuesto, pero, de acuerdo con aquel alegre portador de noticias enfermas, el New York Times, muchos distritos escolares están convirtiendo las pruebas de ingestión de alcohol en una práctica común de un día escolar cualquiera: aparentemente los derivados del opio son el opio de nuestra drogada juventud.