Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
cuelga de las vigas del tinglado de su madre.
Ocultaos bajo vuestros cobertores. ¡ jodedores y clientes!
¡Senadores y fiscales, mentirosos de los medios!
Hay sangre en vuestras manos, aunque pretendáis estar limpios,
seréis eternamente atormentados por el ánima de Deborah Jeane.
La madama de Washington no fue sentenciada a muerte en la horca, pero podría haberlo sido.
El 1 de de mayo de 2008, Deborah Jeane Palfrey, alias «Miz Julia,» alias la madama de Washington, parece haberse colgado en el pequeño cobertizo cercano al remolque de su madre en Florida. Desde luego, es bien posible que haya sido una mala jugada. Todos los clientes que sirvió, incluyendo al parecer al vicepresidente de EE.UU., Cheney, cubrieron a sus culpables gilipollas y miraron a otro lado, mientras la policía, los fiscales y los jueces la vilipendiaban, acosaban y condenaban, convirtiéndola en un sacrificio de «carne roja» para el entretenimiento sadista de la Derecha Religiosa en el Coliseo de los medios estadounidenses. Esos Gilipollas, Clientes, y Caraculos Políticos, incluyendo por lo menos a un par de criminales de guerra, ciertamente fueron capaces de hacer que mataran a una mujer tan inconveniente, incluso si no apretaron personalmente el dogal, como lo sugieren Geraldo Rivera y otros en este caso.
Parece que los ahorcamientos de alto perfil están de moda. Sadam en enero pasado, la madama en mayo.
Fue colgada, como colgaron a las Brujas de Salem. Algunas de esas brujas pueden haber sido prostitutas, o sólo mujeres lujuriosas que «tentaron» los ojos de hombres y los alejaron de Dios, una prueba de su hipocresía. Su anciana madre encontró su cadáver el 1º de mayo, Beltane, uno de los cuatro sábados del tradicional calendario de brujas.
La mayor parte de la evidencia apunta a un suicidio, incluyendo notas manuscritas de adiós y la palabra de confidentes que afirman que a menudo dijo que preferiría morir que ir a la cárcel, para no mencionar la dificultad, (aunque no la imposibilidad) de llevar a cabo un asesinato silencioso como ese en un aparcamiento de remolques. Así que no habrá ninguna investigación policial ulterior de la vida y la muerte de la madama de
Washington o de sus famosos o infames clientes. Caso cerrado.
¡Oh! Se pueden oír los suspiros de alivio que resuenan por las Salas del Poder y de la Hipocresía de Washington, y en los dormitorios aburridos del Potomac, mientras los culpables se encogen bajo sus cobertores con sus familias y sus homilías y sus abogados.
¡Huu-huu! También se puede escuchar otro sonido, los gemidos persistentes del Fantasma de Deborah Jeane, de un blanco espectral con pelo negro de muerte y una boca rojo sangre, que alza su Pequeño Libro Negro como si fuera una Biblia, condenando como cómplices en su ejecución a todos los que la condenaron.
Primero estaban sus Clientes y sus presuntos Clientes: Harlan «míster choque y pavor» Ullman, ex Secretario Adjunto de Estado de EE.UU.; Randall «amante de la pizza» Tobias, senador por Luisiana; David «El pecador serio» Vitter; y Dick «La rata» Cheney, entre otros cuyos nombres posiblemente nunca conoceremos, pero quienes saben quienes son.
Que vuestro silencio ante su sufrimiento por vuestros pecados os avergüence por el resto de vuestras vidas.
Luego hubo sus fiscales, dirigidos por los Buenos Cristianos Cazadores de Brujas, los fiscales adjuntos de EE.UU., Daniel Butler y Catherine Connelly. Siguiendo las huellas de Ken Starr y Tomás de Torquemada, señalaron e intimidaron a antiguas damas de compañía de Palfrey para que testificaran en su contra, obligándolas a divulgar sus momentos más íntimos, haciéndolas responder preguntas como «¿y si estaba menstruando?» Butler y Connelly lograron arruinar por lo menos las carreras de un par de mujeres al hacerlo, incluyendo una oficial de la Armada de EE.UU., pero sin tocar jamás al senador o al vice cuyos números fueron hallados de modo tan conspicuo en la lista de la madama de Washington.
Sin duda Butler y Connelly tuvieron un objetivo «fácil» en el caso de Palfrey que parece haber supuesto de un modo tan ingenuo que no estaba violando ninguna ley si nunca hablaba de «SEXO» cuando organizaba los encuentros de sus clientes con sus «subcontratistas» (incluso al pedir a las damas que firmaran contratos diciendo que no mantenían relaciones sexuales con sus clientes).
No pudieron atraparla por prostitución, ni siquiera evasión de impuestos (¡al parecer, madama o no, esta buena ciudadana pagó sus impuestos!) Así que Butler y Connelly hicieron que un jurado la condenara por «crimen organizado» y lavado de dinero, obligándola a enfrentar hasta 55 años en prisión (aunque presumiblemente «solo» habría tenido que servir unos 71 meses). Lo hicieron a pesar de, o tal vez gracias a, el enfermizo sexismo del último alegato del Concejal Butler: «Cuando un hombre acepta pagar 250 dólares por 90 minutos con una mujer, ¿qué espera la mayoría de los hombres en ese tiempo? En ese contexto, es bastante obvio. La mayoría de los hombres quieren sexo.»
Oh, ¡qué inteligente es usted, mister Butler! ¡Usted también, señora Connelly! ¡Desperdiciasteis el dinero del contribuyente en una intermediaria de poca monta del intercambio de dinero por placer entre adultos consensuales, y lograsteis llevar a vuestra víctima a la muerte! Enorgulleceos de vuestra habilidad, mientras la imagen de su cuerpo muerto colgado de las vigas oscila por vuestra conciencia por el resto de vuestras vidas. Vuestra única salvación es la dimisión.
Pero, claro está que estos cazadores de brujas adjuntos no renunciarán. Serán ascendidos, el cadáver inocente de la madama de Washington es sólo un peldaño más que tomar para subir la escala hacia el éxito.
Aunque hice un blog en su defensa, me siento mal por no haber hecho más por ella. En la tan publicitada preparación del terreno para su juicio, escribí satíricamente sobre «Putagate» y la hipocresía de sus hipócritas clientes tartufianos. Su juicio pasó con una rapidez poco usual, luego fue repentinamente condenada, y entonces, las noticias de su horrible muerte, colgando de una cuerda de nylon en el cobertizo del depósito de su madre, con notas de suicidio en su dormitorio. No pude hacer otra cosa que irrumpir en llanto cuando la elogié en RadioSuzy1.
Creo que suicidarse es casi siempre la salida errónea, y no quiero glorificar su suicidio (si efectivamente es eso lo que fue). Pero no cabe duda de que Deborah Jeane Palfrey pagó el precio máximo. Si verdaderamente se quitó la vida en el escenario público poco después de su condena, echó una maldición a sus enemigos. Cuando colocó su cabeza en el dogal, colocó un hechizo de una bruja de Beltane, contra todos los implacables e hipócritas jodedores y clientes, polis y cobardes, fiscales y perseguidores que la llevaron a la cuerda. Ella se sacrificó. Tal vez lo hizo para escapar a los horrores de la prisión (que conocía demasiado). Pero también lo hizo, creo, para aseverar algo, para convertir en una tragedia humana de la vida real lo que la mayoría de nosotros en los medios – tanto los dominantes como en la blogosfera – habíamos tratado como una farsa.