Nota del traductor: Este artículo fue escrito tres días antes de que Israel rompiera la tregua y volviera a bombardear la Franja de Gaza, asesinando a cientos de civiles.
Una nueva guardia de cleptócratas quiere conseguir acuerdos rápidos sobre Gaza y Ucrania no porque desee la paz sino porque ha encontrado una mejor manera de enriquecerse aún más.
Cualquier persona que intente encontrar sentido a la política de la nueva Administración estadounidense con respecto a Gaza debe estar con una tremenda jaqueca.
En un principio el presidente Trump defendió la expulsión masiva de los palestinos del minúsculo territorio destruido por Israel a lo largo del último año y medio, para poder levantar la “Riviera de Oriente Próximo” sobre los cuerpos aplastados de los niños de Gaza.
La semana pasada prosiguió con una amenaza explícitamente genocida dirigida al “pueblo de Gaza”, que cuenta con más de dos millones de habitantes. Dijo que estarían “muertos” si los rehenes israelíes retenidos por Hamás no son liberados rápidamente, una decisión sobre la que la población de Gaza no tiene ningún control.
Para hacer más creíble esta amenaza de exterminio, su administración ha acelerado el envío de un nuevo lote de armamento estadounidense a Israel por valor de 4.000 millones de dólares sin pasar por el trámite de aprobación del Congreso.
Dichas armas incluyen más unidades de las bombas de 1.000 kilos enviadas por la administración Biden, que sirvieron para convertir Gaza en una gigantesca escombrera, como la denominó el propio Trump.
La Casa Blanca también aprobó la reimposición del bloqueo que vuelve a cortar el acceso de comida, agua y combustible a la Franja, una nueva evidencia de las intenciones genocidas de Israel.
Pero mientras todo esto tenía lugar, Trump envió a la zona a un emisario especial, Adam Boehler, para negociar la liberación de las pocas decenas de rehenes israelíes que aún permanecen en Gaza. Estaba autorizado para acabar con más de 30 años de política exterior estadounidense y reunirse directamente con Hamás, que Washington considera desde hace tiempo una organización terrorista.
“Buenos chicos”
Según parece la reunión tuvo lugar sin el conocimiento de Israel.
Un funcionario israelí observó: “No puedes anunciar que es preciso eliminar y destruir a esta organización [Hamás] y apoyar a Israel para que lo haga, y al mismo tiempo celebrar encuentros secretos con el grupo”.
En una entrevista para la [cadena de televisión] CNN, Boehler señaló en referencia a Hamás: “No tienen cuernos en la cabeza. En realidad son tipos como nosotros. Son buenos chicos”.
Luego, en otro movimiento sin precedentes, Boehler concedió entrevistas a canales de televisión israelíes para hablar directamente al público, aparentemente con el fin de evitar que el primer ministro Benjamin Netanyahu tergiversara el contenido de sus conversaciones con Hamás.
En una de esas entrevistas Boehler declaró que Hamás había propuesto una tregua de cinco a diez años con Israel. Durante ese periodo “abandonaría las armas” y renunciaría al poder político en Gaza. Boehler describió la propuesta como “una primera oferta nada mala”. En otra entrevista se refirió a los prisioneros palestinos como “rehenes”.
Esta conducta obligó a los israelíes a contener su furia, incapaces de decir gran cosa por miedo a enemistarse con Trump.
“No es un agente de Israel”
En paralelo a esto, el enviado de Trump a Oriente Próximo Steve Witkoff -que al parecer le puso las cosas claras a Netanyahu desde el principio al ordenarle que asistiera a una reunión en sabbat- se dirigió a Doha esta semana para intentar restablecer un acuerdo de alto el fuego que había negociado anteriormente.
Parecía decidido a presionar a Israel para que cumpla la segunda fase de ese acuerdo, que exige que el ejército israelí se retire de Gaza y detenga su guerra contra el enclave. Esto allanaría el camino para una tercera fase, la de la reconstrucción de Gaza. Según ciertos informes, las condiciones de Witkoff son que Hamás acepte desmilitarizarse y que sus combatientes abandonen el enclave.
Israel se opone rotundamente a una segunda fase. Quiere ceñirse a la primera, que termina con el intercambio de los restantes prisioneros retenidos por Hamás por miles de palestinos prisioneros en los campos de tortura israelíes. Su idea es que una vez completada esta fase tenga vía libre para continuar con la matanza.
Boehler reforzó el mensaje de Witkoff afirmando que la Casa Blanca esperaba “reactivar” las conversaciones y que Estados Unidos no era “un agente de Israel” (reconociendo implícitamente que durante décadas lo había parecido). El propio Trump indicó que había cambiado de opinión el miércoles, cuando afirmó a los periodistas que “nada expulsará a los palestinos”.
La espada de la venganza
Aparentemente contradiciendo la afirmación de Boehler de que Estados Unidos es capaz de tomar sus propias decisiones sobre Oriente Próximo, el jueves nos enteramos de que Trump le había retirado el encargo de negociar sobre los rehenes tras las objeciones israelíes. Al mismo tiempo Trump hizo trizas las protecciones de la Primera Enmienda sobre derecho de expresión política, específicamente en relación con Israel.
El presidente firmó un decreto ejecutivo autorizando a las autoridades estadounidenses a detener y deportar a los titulares de visados que protesten por la matanza de año y medio que Israel comete en Gaza y que el más alto tribunal del mundo está investigando como “posible genocidio”.
Eso provocó la pronta detención de Mahmud Jalil, uno de los líderes de las protestas estudiantiles de la pasada primavera en la Universidad Columbia de Nueva York, una de las más destacadas de las docenas de prolongadas manifestaciones que se produjeron en los campus de EE.UU. el pasado año, a menudo reprimidas violentamente por la policía.
El Departamento de Seguridad Interna acusó a Jalil de “presuntas actividades de apoyo a Hamás”, es decir, de protestas en los campus. Se suponía que estas manifestaciones eran una amenaza para “la seguridad nacional de Estados Unidos”.

“Esta no es sino la primera detención de muchas otras”, escribió Trump en las redes sociales, declarando que su Gobierno perseguirá a cualquiera que “participara en actividades proterroristas, antisemitas y antiestadounidenses”. El sitio web Axios informó la pasada semana de que el secretario de Estado Marco Rubio planeaba utilizar inteligencia artificial (IA) para rastrear las cuentas en redes sociales de los estudiantes extranjeros, en busca de señales de “simpatías terroristas”.
Estos acontecimientos formalizan la hipótesis de Washington de que cualquier oposición a las masacres y amputaciones de Israel a decenas de niños palestinos debe equipararse al terrorismo, una opinión cada vez más compartida, al parecer, por las autoridades del Reino Unido y Europa.
De forma concertada, la Casa Blanca anunció que cancelaba unos 400 millones de dólares en subvenciones y contratos federales a la Universidad de Columbia por su “inacción continuada ante el acoso persistente a los estudiantes judíos”.
Por extraño que parezca, las autoridades de dicha universidad fueron de las más duras a la hora de llamar a la policía para acabar con las protestas contra el genocidio. Pero los recortes financieros provocaron el efecto deseado y la Universidad de Columbia anunció el jueves que impondría castigos estrictos, incluyendo la expulsión y la retirada de títulos, a los estudiantes y graduados que hubieran participado en las sentadas del campus del pasado año.
Alrededor de otras sesenta instituciones han recibido cartas advirtiéndoles de que podrían retirarles las subvenciones si no “protegían a los estudiantes judíos”, en referencia a quienes apoyan los crímenes de guerra de Israel.
Eso tendrá un coste elevado para otros estudiantes, muchos de ellos judíos, que han ejercido su derecho constitucional a criticar los crímenes de Israel.
Una espada de venganza se cierne ahora sobre cualquier centro de enseñanza superior que reciba fondos públicos en Estados Unidos: aplasten cualquier signo de oposición a los crímenes de Israel o deberán enfrentarse a graves consecuencias financieras.
“Retórica desconcertante”
¿Puede entreverse en todo esto una estrategia clara? ¿Tiene algún sentido?
Estos mensajes contradictorios muestran un patrón en la administración Trump. Su estrategia global es, en palabras de Francesca Albanesa, la relatora especial de la ONU para los territorios ocupados, la “sobrecarga psicológica”.
“Lanzarnos cada día dosis XXL [extra-extra grandes] de retórica desconcertante y políticas erráticas sirve para ‘controlar el guión´, distraernos, desorientarnos y normalizar lo absurdo, todo ello mientras se perturba la estabilidad global (y se consolida el control estadounidense)”.
La Casa Blanca está haciendo algo parecido con Ucrania.
Ahora está hablando directamente con Rusia, cerrando la puerta de entrada de la OTAN a Ucrania y humillando públicamente a su presidente, al tiempo que amenaza con nuevas sanciones y aranceles a Moscú si no acepta un rápido alto el fuego.
El objetivo del Gobierno de Trump es normalizar sus incoherencias, hipocresías, mentiras y maniobras de distracción para que pasen a ser completamente anodinas.
La oposición a sus deseos –unos deseos que cambian día a día, o semana a semana- se considerará traición. La única respuesta segura en tales circunstancias es la aquiescencia, la pasividad y el silencio. En el tumultuoso escenario político creado por Trump, lo único constante –nuestra Estrella Polar- es el incondicional apoyo de los medios de comunicación occidentales a las industrias bélicas de Occidente.
Consideremos la administración Biden. La condena más dura por parte de los medios de comunicación no fue por la destrucción que Washington causó en Afganistán durante sus 20 años de ocupación, sino por poner fin a la guerra, una guerra que había dejado al país en ruinas y al enemigo oficial, los talibanes, más fuertes que nunca.
Comparemos eso con la decidida nula respuesta de esos mismos medios a los 15 meses en los que Biden ha estado proporcionando las armas que han facilitado el genocidio israelí. Este comportamiento ha demostrado con creces la falsedad de sus supuestas preocupaciones humanitarias, incluyendo sus alabanzas al orden global posterior a la Segunda Guerra Mundial y al derecho internacional.
Asimismo, los medios de comunicación han criticado abiertamente los acercamientos de Trump a Rusia sobre Ucrania, poniéndose del lado de los líderes europeos que insisten en que la guerra debe continuar hasta el amargo final, independientemente de cuánto aumente el número de muertos ucranianos y rusos como resultado.
Y, como era de esperar, los medios de comunicación han hecho todo lo posible para acomodarse al apoyo de Trump a Israel, a la retórica y las acciones abiertamente genocidas hacia Gaza. Ha sido alucinante comprobar cómo los medios que habitualmente definen a Trump como un peligro para la democracia hacían lo imposible para blanquear su llamada explícita a exterminar a “la población de Gaza” si los rehenes no eran inmediatamente liberados. Así que sugirieron falazmente que el presidente sólo se refería a los dirigentes de Hamás.
Trump y su equipo no son los únicos expertos en las artes oscuras del engaño.
Trampa de ilegitimidad
Aunque puede que la administración Trump esté jugando al despiste con la cultura política de Washington, lo cierto es que se está adhiriendo en gran medida al guión tradicional de Occidente sobre Israel y Palestina. Witkoff y Boehler están desplegando una estrategia trillada, encadenando a los palestinos a lo que podría llamarse una trampa de ilegitimidad. Serán condenados si lo hacen y condenados si no lo hacen.
Por mucho que sean ellos los desposeídos y los maltratados, son los palestinos y cualquiera que les apoye los villanos, los criminales, los opresores, los que odian a los judíos, los terroristas. Y esto es así no solo para Hamás, sino también para los acomodaticios de Fatah.
Frente a la implacable desposesión provocada por décadas de colonización israelí, las facciones palestinas han respondido principalmente de dos formas. Una es adoptar la vía consagrada en el derecho internacional como derecho de todos los pueblos ocupados: la resistencia armada. Este es el camino que ha tomado Hamás al gobernar el campo de concentración que es Gaza.
Sin embargo, todas las administraciones estadounidenses, incluida la actual, han condicionado cualquier conversación sobre la creación de un Estado a que los palestinos renuncien a la resistencia armada desde el principio, desestimando su derecho a la rebelión, consagrado en el derecho internacional, como terrorismo.
Esa es la razón por la que hasta ahora Hamás había sido excluido de las negociaciones. Las conversaciones que han tenido lugar lo han hecho bajo el supuesto de que Hamás debe desarmarse antes de que Israel haga concesiones.
Hamás debe renunciar a sus armas voluntariamente -contra un adversario armado hasta los dientes, cuya mala fe en las negociaciones es legendaria- o será desarmado a la fuerza por Israel o por su rival, Al Fatah. En otras palabras, la paz con Israel se basa en la guerra civil para los palestinos.
Ese parece ser el camino que seguirá la administración Trump. Por ahora, exige que Hamás se “desmilitarice” voluntariamente. Cuando eso fracase, Hamás se encontrará otra vez en el punto de partida.
Acuerdo interminable (Una acomodación interminable)
Frente al plan de limpieza étnica de Trump, Hamás no tiene ningún incentivo para el desarme, sino todo lo contrario. Sus rivales de Al Fatah están claramente atrapados en su propia trampa, aún peor, de ilegitimidad.
La facción de Mahmud Abbas, que dirige la Autoridad Palestina (AP) en Cisjordania ha elegido la alternativa a la resistencia armada: la diplomacia y la infinita acomodación política. El problema es que Israel nunca ha mostrado el mínimo interés en garantizar un Estado para los palestinos, ni siquiera para los “moderados” de Fatah.
Ni siquiera durante el denominado “ápice del proceso de paz”, los Acuerdos de Oslo de los 90, se mencionó una sola vez al Estado palestino. Oslo no fue sino un proceso nebuloso en el que se suponía que Israel se retiraría gradualmente de los territorios ocupados a medida que los líderes palestinos se responsabilizaran de mantener la “seguridad”, lo que en la práctica significaba la seguridad de Israel.
En resumen: el concepto de “paz” de Oslo se diferenciaba poco del statu quo existente en Gaza previo al inicio del genocidio.
Durante su supuesta retirada en 2005, Israel replegó a sus soldados a un perímetro fortificado y desde allí controló todos los movimientos y el comercio dentro y fuera del enclave. En el espacio desocupado, Israel sólo permitió una autoridad local con pretensiones, que dirigía las escuelas, vaciaba las papeleras y actuaba como contratista de seguridad para Israel frente a quienes no estaban dispuestos a aceptar esto como su destino permanente.
Hamás se negó a aceptarlo.
Por su parte, la Autoridad Palestina de Abbas aceptó este modelo para los territorios asignados en Cisjordania, asumiendo que su obediencia rendiría finalmente frutos. Pero no ha sido así. Ahora Israel se está preparando para anexionar formalmente la mayor parte de Cisjordania, con el respaldo de la administración Trump.
Entre bastidores, la Casa Blanca está negociando el apoyo de los países del Golfo.
Al Fatah, al igual que Hamás, no puede librarse de la trampa de ilegitimidad que le han tendido Washington y Europa.
Aferrarse al viejo orden
Paradójicamente, los críticos en Washington, respaldados por los medios de comunicación y las élites europeas, desestiman las acciones de Trump en Ucrania al considerarlas el apaciguamiento de un imperialismo ruso supuestamente resurgente, en lugar de como pacificación. Estos mismos críticos están igualmente desconcertados por las reuniones de la administración Trump con Hamás.
Todo esto rompe con décadas del consenso de Washington, que dictamina quiénes son los buenos y quiénes son los malos, quiénes los guardianes del orden y quiénes los terroristas. Como es habitual, Trump está trastocando estas antiguas certezas.
La respuesta instintiva y tranquilizadora es tomar partido por uno u otro bando. O bien Trump es un rompedor de moldes, que rehace un orden mundial disfuncional, o es un fascista en ciernes, que acelerará el colapso del orden mundial establecido, derrumbándolo sobre nuestras cabezas.
Lo cierto es que es ambas cosas.
Hay una coherencia en el enfoque de Trump tanto hacia Ucrania como hacia Gaza, a pesar de la aparente contradicción. En ambos casos parece decidido a poner fin a un statu quo fallido. En el primero, quiere poner fin a la guerra y la destrucción obligando a Ucrania a rendirse; en el segundo, quiere que desaparezca la úlcera sangrante de un campo de concentración palestino vaciándolo por la fuerza de sus habitantes.
Esta nueva consistencia reemplaza a la anterior, en la que la élite de Washington perpetuaba guerras eternas contra demonios inventados que justificaban el desvío de la riqueza nacional a las arcas de las industrias bélicas de las que dependía la riqueza de esa élite.
Los pretextos para esas guerras eternas se habían vuelto tan obsoletos y desestabilizadores en un mundo de recursos cada vez más escasos, que las élites detrás de esas guerras estaban totalmente desacreditadas.
La extrema derecha, y más concretamente Trump, está cabalgando esa ola de desencanto. Y su éxito radica precisamente en esta ruptura de normas, al presentarse como alguien que va a acabar con la vieja guardia de los belicistas corporativos.
A medida que los Bidens, Starmers, Macrons y Von der Leyens se hunden más en el fango, con más desesperación se aferran a un sistema que se desmorona. El desbarajuste de Trump juega en su contra.
Preparando sus nidos
Pero la nueva guardia no está más interesada en la paz que la vieja guardia, como se evidencia en Gaza. Simplemente está buscando nuevas maneras de hacer negocios, nuevos acuerdos que sigan desviando la riqueza nacional hacia los bolsillos de los multimillonarios.
Trump preferiría hacer lucrativos negocios con la Rusia de Vladimir Putin sobre los recursos de Rusia y Ucrania que destinar más dinero a una guerra inútil que bloquea las inmensas ganancias potenciales de una región. Y preferiría acabar con la zona de exclusión en la que Gaza lleva décadas, un centro de detención para palestinos, cuando podría convertirse en un resort de lujo para ricos y poder explotar finalmente sus vastas reservas costeras de gas.
La nueva guardia de cleptócratas está menos interesada en guerras eternas, no porque sean amantes de la paz, sino porque creen que han encontrado una mejor manera de hacerse aún más ricos.
Esta novedosa apertura a “hacer las cosas de modo diferente” posee un cierto atractivo, especialmente después de décadas en las que las mismas élites cínicas emprenden las mismas guerras cínicas.
Pero no nos equivoquemos: lo fundamental permanece sin cambios. Los ricos siguen velando por sí mismos, siguen preparando sus propios nidos, no los nuestros. Siguen considerando al mundo como su juguete, un lugar en el que los humanos inferiores –usted y yo- son sacrificables.
Si puede, Trump pondrá fin a la guerra en Ucrania cerrando un acuerdo lucrativo con Rusia por encima de Kiev.
Si puede, Trump pondrá fin a la carnicería de Gaza firmando un acuerdo con Israel y los Estados del Golfo, por encima de Hamás y Fatah, para ejecutar la limpieza étnica del pueblo palestino y expulsarlo de su patria.
Y si puede salirse con la suya, Trump también está listo para algo más. Está dispuesto a cortar cabezas en su país para asegurarse de que sus críticos no puedan impedir que él y sus colegas multimillonarios consigan lo que quieren.
Fuente: https://jonathancook.substack.com/p/the-forever-wars-may-be-over-but
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