Traducción de Atenea Acevedo
No es fácil, ya no digamos divertido, ser expatriada. Por si no lo sabes, ésta es una palabra pomposa que usamos en inglés para referirnos específicamente a los emigrantes usamericanos. ¿Qué tiene de especial? Se supone que las personas que «se van» de USAmérica ven a su país con ojo crítico (y quizás incluso artístico) y que los usamericanos que «se quedan» hacen caso omiso de las críticas e incluso acusan a una persona expatriada de antiusamericanismo o esnobismo puro. No es raro ver, en diversos textos, la distorsión de expatriado a expatriota.
Nunca he sido una «patriota». Nunca he servido en las fuerzas armadas. Nunca he ido más allá de mis «obligaciones» ciudadanas: pagar impuestos, votar siempre que he podido y presentarme cuando me han convocado para ser miembra de un jurado. La verdad, lo que he recibido a cambio es una miseria. Cuando he necesitado atención médica de urgencia la he tenido que pagar de mi bolsillo. No cabe duda de que el seguro médico no cubre todo; un pulmón colapsado en 1984 me costó más de 7 000 dólares porque mi plan HMO especificaba que no podía optar por el hospital más cercano, sino ir «al de la Organización para el Mantenimiento de la Salud». Gracias a dios me negué a internarme al salir de la sala de urgencias, porque en el fondo sentí que había cometido pecado mortal. Me di cuenta de que habría acabado pagando un excedente por la audacia de permitir que la ambulancia me llevara al hospital de mi localidad. El otro milagro sucedió cuando llegó la cuenta tres semanas después y no caí fulminada por un infarto.
Pagué mis estudios universitarios con un empleo de tiempo completo y gracias a un préstamo para estudiantes, del cual, USAmérica, te pagué hasta el último centavo. De cierta forma, puse mi granito de arena para tu crecimiento económico: produje, consumí, me enfermé lo suficiente para ti, obtuve una educación superior costosa por mis propios medios sin causarme prácticamente ni un rasguño. En mi opinión, estás en deuda conmigo.
Sí, soy producto de ese país por nacimiento, a veces soy un títere o incluso una víctima de su estrechez de miras, como cualquier ciudadana de cualquier país. Me han obligado a jurar lealtad a la bandera y a los Estados Unidos de América y a la república que la bandera representa [1]. Puse mi mano sobre mi corazón y no me cupo la menor duda de que alguien se llevaba la mejor tajada del pacto con aquella garantía de libertad y justicia para todos [2]. Pero, ¿quién se va a tomar la molestia de revisar todos esos detalles? Los niños solo plantean las preguntas adecuadas o, al menos, los adultos les dan respuestas tranquilizadoras.
Aun así, ser usamericana cada vez me crispa más los nervios mientras veo a USAmérica montar su «gran espectáculo». Toda mi vida he seguido las campañas y los procesos electorales. Sé que es un circo, el espectáculo más caro sobre la Tierra. Pero llegué al punto en el que quiero gritarte, USAmérica: ¿Podrías dejarte de superficialidades y poner un alto al espectáculo?
Actúas como si fueras la nación más importante del planeta, la mejor, la número uno. Me gustaría saber de dónde has sacado esa idea. Si no fuera por tu poderío militar, ¿qué serías?
Tu economía es un caos, ¿y rescatas a quienes la han destrozado dándoles los impuestos de tus trabajadores? Las bolsas de valores del mundo caen estrepitosamente porque están controladas por las vicisitudes de Wall Street y el dólar. ¡Gracias! Lo agradecemos profundamente. Pero no esperamos que actúes de manera razonable. No, no quiero decir que rescates a nadie más, bastaría con que PIDIERAS DISCULPAS. Ya sé que no es más que una fantasía ingenua. Mientras te dedicas a levantar monumentos a las víctimas del Holocausto en Florida y Washington, ¿dónde están tus momentos a las víctimas de Hiroshima y Nagasaki? ¿Dónde los monumentos a las víctimas del genocidio de la población indígena de tu continente? ¿A la población africana que arrastraste encadenada y sometiste a la esclavitud? Claro, eso te obligaría a pedir disculpas por tus pecados y crímenes, y lo mejor es evitar semejante cosa. Ahora, Una Pausa Comercial.
Siempre arrastras a alguien, USAmérica, no nada más esclavos hasta tus costas. Nos arrastraste a tu guerra mundial contra el terror. Si alguien no es tu aliado y se niega a luchar bajo tu mando, te crees con el derecho a imponerles un bloqueo, atacarlo y ocupar su territorio.
Impones tus políticas energéticas y contaminantes sin pestañear ante los acuerdos internacionales. No obstante, cuando otros países violan o apenas amenazan con violar acuerdos internacionales reciben tu ayuda (si su nombre es Israel) o tu castigo (si están en tu lista de Estados canallas). Si otros Estados definen sus propias políticas los conviertes en amigos o enemigos en función de tus propios intereses, dando palos para alcanzar un consenso internacional y hacer que otras naciones vayan a la guerra por ti o contigo. Ocupas tierras extranjeras con tus bases militares: sí, incluso tus aliados tienen bases que son «territorio usamericano» allende tus fronteras. Tal vez te parezca normal, pero me pregunto si te gustaría tener territorio de otros países en tu propio suelo.
¿No te has hartado de guerras que no puedes ganar y solo sirven para desperdiciar recursos? ¿O es la única manera que conoces para distraer a tu pueblo de una seguridad social en deterioro, sus desastrosos programas de atención médica y la constante subcontratación de su mano de obra? Mientras el enemigo está «allá afuera», el demonio en el propio patio se divierte de lo lindo.
Los usamericanos son lanzados a las calles en un desfile de pobreza cada vez más profunda que hace del sueño americano una broma para quien quiera ver la realidad. Pero la población indigente no vota, es imposible registrarse en el padrón como «sin domicilio», así que ni cuentan. Hay quienes creen que se lo merecen… mala suerte.
Así que los usamericanos están convencidos de que les espera un futuro brillante, un cambio en el que podrán creer o acaso el cambio que necesitan. Bien por ellos. Cuando despierten, por favor díganles que estamos hasta el copete de este espectáculo. Estamos hasta el copete del desfile de esposas y niños y ministros. Hasta el copete de las sonrisas y el muro humano de cabecitas que asienten y manos que aplauden a toda palabra hueca que sale de las bocas de líderes comprados y vendidos precisamente por los mismos tipos que han comprado y vendido a cada ciudadano usamericano hasta reducirlos a una sociedad presa de sí misma.
No me malinterpreten, ciertamente los usamericanos también se quejan del sistema pero, ¿por qué nunca levantan ni el dedo meñique para cambiar el sistema electoral? El temido Colegio Electoral… caray, recuerdo que dijeron que sería cosa del pasado hace unas seis campañas. El engañoso voto electrónico y los votos por correo no contados añadirán algo de dramatismo a la cobertura mediática de la noche de las elecciones, pero los expertos nos asegurarán que todo es absolutamente imparcial y transparente.
La cuestión racial siempre ha sido un problema, ¿no es triste? En una nación que puede jactarse del encanto de la diversidad, de ser el gran crisol humano, ¿por qué todos los candidatos tienen que ser copias sucesivas al carbón de las mismas convicciones y políticas, interesarse en determinado perfil de votante que resulta mucho más conservador de lo que reconocería la mayoría de la gente que conozco? Pensé que aquellos grandes ideales de separación entre la Iglesia y el Estado, todos los hombres fueron creados iguales y un sinfín de vainas eran, al menos, algo parecido a un objetivo común. Pero los candidatos sacan a pasear a su «ministro cristiano personal» (hasta que dice algo vergonzoso y entonces se espera que lo echen sin miramientos), hacen campañas claramente raciales y niegan que USAmérica sigue siendo tan racista como en la década de 1960.
Si digo que solo ejercería mi derecho al voto por correo (que, con toda probabilidad, ni cuenta) para elegir a Ralph Nader o Cynthia McKinney, mis amigos progresistas dicen que estoy ayudando a los republicanos a ganar la elección. No estoy de acuerdo. A veces, aunque no sumen los votos, salen electos. Aun cuando la gente esté «harta», se reelige al presidente en tiempos de guerra. Ha pasado antes y, de hecho, siempre pasa, aun sin cortinas de humo los usamericanos siempre reconocen sus intereses inmediatos y se lanzan a apoyar al partido más bélico, el que puede asegurar el flujo de «petróleo barato». ¿Qué tiene que ver eso conmigo? ¿Por qué he de ser parte de ese juego y votar por uno de los dos hombres del espectáculo? Ambos me tienen cansada con sus constantes señalamientos, sus pasodobles, sus palmaditas en la espalda, sus rituales de besar bebés para la foto y su andar de lameculos de ministros y lobbies.
Me niego. Me niego a seguirles el juego. Pueden obligarme a ver el espectáculo, pero no pueden obligarme a aplaudir.
Así que, USAmérica, síguele con tus elecciones, pero acaba ya con el asunto. Pon a uno de tus hijos predilectos al mando. En el fondo no importa de quién se trate. El resto del mundo espera cuatro años más de tus guerras, tu hegemonía cultural y económica, tu contaminación de aires y aguas, tus desechos tóxicos y tu ocupación del suelo y el cielo. Cuatro años más de tu arrogancia y tu renuencia a pedir disculpas. Desenfunda.
Notas de la traductora
[1] La autora hace referencia a las últimas líneas del juramento a la bandera que recitan los estudiantes en USAmérica una vez por semana.
[2] La autora hace referencia a las últimas líneas de la declaración de independencia de USAmérica.
La escritora y traductora Mary Rizzo es editora del sitio web Palestine Think Tank y miembra fundadora de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.
Atenea Acevedo es editora del blog Mujer y Palabra y miembra de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala.