Las revueltas árabes han logrado atraer las miradas hacia el norte de África y Oriente Próximo. La política y su estudio no habían previsto ese tipo de movilizaciones ni que lograran la caída de regímenes autoritarios tan estables como el de Ben Ali o el de Mubarak. En el contexto de profundo cambio y a […]
Las revueltas árabes han logrado atraer las miradas hacia el norte de África y Oriente Próximo. La política y su estudio no habían previsto ese tipo de movilizaciones ni que lograran la caída de regímenes autoritarios tan estables como el de Ben Ali o el de Mubarak. En el contexto de profundo cambio y a pesar de las manidas teorías sobre la continuidad y las limitaciones de los procesos de liberalización controlados por sus gobernantes, hemos asistido a unos acontecimientos totalmente distintos. La realidad ha puesto de manifiesto la existencia de una sociedad civil capaz de organizarse y congregarse, pese a la heterogeneidad de movimientos e intereses.
Mauritania ha vivido también su particular revuelta. Este joven país (que alcanzó la independencia de Francia en 1961) se caracteriza por formar parte del Magreb pero también está inmerso en el África occidental. Se encuentra, por tanto, en un territorio donde confluyen idiomas, etnias, tribus y una historia convulsa. El hecho de que Mauritania no haya logrado convertirse en el crisol de las culturas y las tradiciones árabes y africanas le causa no pocos desencuentros de carácter interno y externo.
Las movilizaciones que se iniciaron a principios del 2011 mantienen algunos puntos en común con el resto de las revueltas acaecidas en el norte de África pero, al mismo tiempo, ponen de manifiesto las peculiaridades del país con respecto al resto de países árabes de su entorno. La diferencia fundamental de las revueltas en Mauritania es su falta de homogeneidad y, por tanto, la dificultad para convertirse en un movimiento ampliamente seguido por la población. Esto, a su vez, reduce sus posibilidades de influir en las decisiones políticas y, sobre todo, le impide derrocar al actual presidente, Uld Abdel Aziz. Además, los indicadores de desarrollo humano muestran que Mauritania sufre la pobreza, bajísimas tasas de alfabetización, la invisibilidad del Estado de derecho y la ausencia de prestaciones mínimas de servicios públicos. A todo esto se añaden el elevado grado de corrupción política, que extiende sus redes por todos los ámbitos del sector público, y la larga tradición de intervencionismo militar en la vida política. Por otra parte, desde el principio, las reivindicaciones estuvieron lideradas por grupos muy alejados en sus intenciones respectivas, que luchaban con intereses y objetivos distintos. La diferencia en la primavera árabe de Mauritania no la marca solo su carácter africano, sino también, la participación de los movimientos islamistas desde el principio de las protestas. En especial, destaca el papel desempeñado por el principal partido islamista moderado, Tawassul.
Los aspectos comunes a las movilizaciones de Mauritania y las de otros países árabes son la falta de expectativas de cambio y la decepción ante una clase política inoperante y corrupta, así como el incremento paulatino del grado de indignación de la ciudadanía ante esta situación. El detonante de la primera gran manifestación convocada el 25 de febrero del 2011 fue, como en Túnez, la autoinmolación de un ciudadano, Yaqub Uld Dahud.
Los manifestantes pedían que la situación económica mejorara, que las condiciones sociales de grupos profundamente marginados y excluidos fueran revisadas, y que se llevara a cabo una reforma de la Constitución y del sistema electoral que permitiera una mejor representación de todos los colectivos y garantía de transparencia y gestión de los asuntos públicos. Es decir, las primeras reivindicaciones tenían un marcado carácter reformista. El paso del tiempo, la escasa utilidad de sus protestas y la aparición de nuevos actores radicalizó el contenido de las proclamas y propició que apareciera el grito «Dégage Aziz». La petición de que el Presidente de la República Muhammad Uld Abdel Aziz dimita y abandone el poder es una constante desde finales de 2011 hasta la actualidad.
Las reacciones del régimen fueron rápidas y, por el momento, exitosas, ya que han logrado su objetivo: la continuidad del actual equilibrio de fuerzas entre las élites militares y las políticas (con la exclusión de los partidos que forman parte de la Coordinación de la Oposición Democrática, COD). Aun así, las revueltas continúan y su objetivo es que el presidente dimita y los militares se alejen de la política.
Las reivindicaciones de las movilizaciones en Mauritania se ordenan en cuatro líneas generales:
La primera de ellas es la protagonizada por los movimientos islamistas, que no forman un grupo homogéneo. Por un lado, el partido Tawassul apoyó y participó en las primeras grandes convocatorias para llevar a cabo manifestaciones en la capital, Nuakchot. Por otro lado están las protestas iniciadas a finales del 2011 y principios del 2012 por los estudiantes del ISERI (Instituto Superior de Estudios e Investigaciones Islámicos) en contra del anuncio de las autoridades de trasladar la sede de Nuakchot a Aiún al-Atrús (zona oriental del país). Esta medida es interpretada por la rama estudiantil del partido Tawassul y por el sindicato de estudiantes UNEM (Unión Nacional de Estudiantes Mauritanos) como una forma de disminuir el reclutamiento de jóvenes universitarios en el partido islamista. Las protestas de los estudiantes fueron duramente represaliadas por los cuerpos de seguridad en enero del 2012. Por último, destacan las manifestaciones de las mujeres salafíes en marzo del 2012 en contra del arresto de sus maridos, acusados de participar o apoyar actividades terroristas contra el Estado. Exigían la implantación de la sharía o ley islámica y, por tanto, el fin del modelo democrático de representación como forma de gobierno. Estas manifestaciones no tendrían mayor relevancia si no fuera porque un sector de los medios de comunicación, en especial de la prensa escrita, cargó contra el partido Tawassul al afirmar que su vertiente salafí estaba adquiriendo poder, con el consiguiente riesgo para la democracia.
La segunda línea es la que lideran los movimientos que representan a los colectivos negro-mauritanos. Estos se pusieron una vez más en marcha y se sumaron a las movilizaciones generales del país pero su protesta era muy distinta. Se sienten constantemente amenazados por el poder árabe del régimen y perciben que el proceso de renovación del censo civil llevado a cabo por las autoridades centrales los discrimina. Los requisitos para mostrar que son mauritanos son mayores que los que se piden a los mauritanos pertenecientes a las tribus bidán. Para llevar a cabo sus protestas se organizan en torno al movimiento Touche pas à ma nationalité e incluso el líder del grupo abolicionista IRA ha protagonizado alguna quema pública de libros sagrados del islam porque afirma que justifican la existencia de la esclavitud.
La tercera línea es la del movimiento social surgido -al mismo tiempo que en otros países árabes- para protestar por la situación económica y social del país. Los grupos que respaldan estas protestas pertenecen a las clases medias y tienen un marcado carácter urbano. Cuando los partidos políticos participaron en las primeras convocatorias, el movimiento rechazó su apoyo porque no querían que ningún partido rentabilizara las manifestaciones.
Para terminar, la última línea que podemos resaltar es la encabezada por los partidos políticos de la oposición más críticos con la situación que atraviesa el país. Tras la ruptura de la Coordinación de la Oposición Democrática (COD) y la radicalización de las posturas de los principales partidos de la oposición contra Abdel Aziz, como Tawassul, la Reagrupación de Fuerzas Democráticas (RFD) y la Unión de Fuerzas del Progreso (UFP), las movilizaciones y sus proclamas se han endurecido. La quiebra dentro de la COD se produjo cuando Tawassul, RFD, UFP y otros pequeños partidos no quisieron participar en los Diálogos Nacionales emprendidos por el presidente en septiembre del 2011. Estas conversaciones pretendían alcanzar un consenso que permitiera celebrar las elecciones legislativas bajo la presidencia de Abdel Aziz. La única opción viable para estos partidos de la oposición es la salida del poder del actual presidente. Por eso renovaron sus esfuerzos contra él a mediados del 2012, gracias al impulso logrado por el éxito de las revueltas árabes en otros países y por la victoria de los partidos islamistas en las elecciones generales de Egipto, Túnez y Marruecos.
La radicalización del partido moderado islamista y de otros partidos políticos que tradicionalmente habían formado parte de la oposición bajo la dictadura de Uld Taya muestra, por un lado, las dificultades que implica respetar las reglas del juego institucional en un contexto político autoritario y, por otro, la posibilidad de una reforma institucional gracias a la fuerza de las movilizaciones, tal y como lo ha puesto de manifiesto el desarrollo de los acontecimientos en otros países del mundo árabe.