Traducido para Rebelión por Loles Oliván
Ya han pasado cuatro años y la pregunta es si Libia y los libios han conseguido algo positivo por lo que merezca la pena seguir pagando tal alto precio.
Miles de libios siguen desplazados en el interior de Libia viviendo de las limosnas y de la caridad en improvisados campamentos repartidos por todo un país rico en petróleo. Tawergha, una ciudad costera al este de Misrata, ilustra de lo que está ocurriendo: la totalidad de sus 40.000 habitantes aún no ha podido regresar a sus casas. En los últimos días de la guerra de 2011, las milicias destruyeron casi todas las viviendas y negocios de la ciudad. Otras miles de familias del sur, del este y del propio Trípoli aún viven lejos de sus hogares. Desde el verano pasado, Bengasi, donde todo comenzó hace cuatro años, es prácticamente una ciudad fantasma.
Otros miles de libios, incluido yo mismo, huimos a Túnez, a Egipto, a los Estados del Golfo o a diferentes países europeos en busca de seguridad y paz, o simplemente porque no podíamos permanecer en Libia por temor a la detención arbitraria o a la muerte.
Decenas de ex funcionarios del régimen, entre ellos Saif al-Islam Gadafi, hijo de Gadafi, siguen atrapados en un limbo legal dentro de un sistema jurídico disfuncional que no ha logrado hasta el momento presentar sentencias condenatorias. Otro número desconocido de libios inocentes languidecen en cárceles de milicias o simplemente han desaparecido. Yo sé de un par de casos en que después de cuatro años de haber desaparecido, las familias siguen sin saber que les pasó a sus seres queridos.
En términos económicos la situación es sombría. Todos los grandes proyectos de infraestructura que estaban en curso cuando la guerra estalló -muchos en su fase final- han quedado suspendidos y han sido saqueados después de que los inversores extranjeros que acudían a Libia antes de 2011 se fueran del país sin perspectivas de regresar pronto. Libia se enfrenta a la bancarrota porque su única fuente de divisas, la producción de petróleo, se ha reducido a una cuarta parte de lo que era hace cuatro años.
En Trípoli, como en todas partes del país, la electricidad y la escasez de combustible dominan la vida cotidiana. El promedio de horas diarias sin luz alcanzaba las 12 cuando visité por última vez Trípoli en octubre de 2014. Ahora ha mejorado un poco, pero aún así los cortes de energía se producen un mínimo de nueve horas al día y en algunos pueblos la electricidad sólo está disponible un día si y otro no. Cocinar en cocinas de gas, si es que se encuentra en el mercado negro, cuesta unos 500 dinares libios (368 dólares), cinco veces más de lo que solía costar antes de la guerra.
Se ha dividido a la sociedad libia como nunca antes. Se necesitarán años para recuperar la armonía social y la forma de vida pacífica de la que los libios gozaban antes de febrero de 2011, cuando la guerra causó estragos en la vida diaria de casi todas las familias libias. La sociedad tribal contaba con un marco de referencia bien arraigado en el que se observaban y se respetaban las normas sociales y religiosas. Las disputas y los enfrentamientos solían resolverse amistosamente fuera del sistema judicial gracias a la intervención de los sabios ancianos a quienes se respetaba y quienes gozaban de una alta consideración. Este código de conducta no escrito ha desaparecido y está siendo sustituido por otro en el que dominan los organizaciones sin raigambre ni cohesión social. En su mayoría son bandas armadas y marginados sociales de disparo fácil que se hacen llamar thawar [revolucionarios]. La vida social libia ha sido golpeada al igual que las relaciones entre familias y en las propias familias.
El país también se enfrenta a multitud de problemas políticos. Libia tiene ahora dos gobiernos, dos parlamentos y dos ejércitos. El gobierno electo con base en Tobruk encabezado por Abdullah al-Thani y el gobierno no electo con sede en Trípoli encabezado por Omar al-Hasi afirman trabajar en beneficio de los libios. Sin embargo, son incapaces de proteger a sus ciudadanos, resolver la escasez de electricidad, proporcionar atención médica o seguridad. El Estado Islámico y otros grupos extremistas siguen operando con impunidad casi total ante las mismísimas narices de ambos gobiernos.
Mientras los unos y los otros se enfrentan y combaten, la desesperación y la desesperanza de los libios aumenta, especialmente entre los jóvenes. No es ninguna sorpresa que organizaciones extremistas, bandas armadas y milicias encuentren un montón de reclutas. Los jóvenes en particular se han hecho vulnerables a la adicción a las drogas, a la radicalización y a la alienación social.
El propio país está al borde de la división previa a la independencia de 1951 en tres regiones semi-independientes: Fezzan en el sur, Tripolitania en el oeste y la Cirenaica, en el este.
La situación de seguridad es todavía peor. Los padres no saben si es pueden dejar que sus hijos vayan solos a la escuela. Si uno llega a casa más tarde de las 10 de la noche ya se le puede dar por desaparecido. La mayoría de las mujeres ya no conducen y permanecen en casa durante semanas. Todavía recuerdo los tiempos en que ni siquiera cerraba con llave ni el coche ni la casa, cuando las mujeres conducían seguras de noche por las principales calles de Trípoli. Las familias se reunían en los cafés y en el paseo marítimo hasta tarde y nada les amenazaba. Nosotros, los libios, estábamos acostumbrados a dar por sentado la seguridad. Raramente se oía hablar de explosiones o ataques con coches-bomba. Hoy en día, las explosiones e incluso los ataques suicidas son muy frecuentes en Trípoli.
Durante todo este tiempo, la comunidad internacional ha sido incapaz de ponerse de acuerdo sobre un plan viable para estabilizar Libia a excepción de las conversaciones auspiciadas por la ONU, a reanudarse próximamente en Marruecos. Aunque poco se pueda esperar de esta iniciativa.
A pesar de esto, en medio de la inestabilidad y caos los libios podrían haber conseguido ciertas cosas que de otro modo podrían haber tardado años en materializarse. Por ejemplo, en la actualidad hay más de una docena de canales privados de televisión y más de 20 periódicos, además de decenas de emisoras de radio regionales. Hay al menos cien partidos políticos y decenas de organizaciones no gubernamentales (ONG) dedicadas a toda causa imaginable. Sin embargo, se habla y se hace poco al respecto de los graves problemas que enfrenta el país o sobre lo que podría tener un impacto positivo en las vidas de las personas. Por desgracia, cualquier impacto positivo de las ONG se contrarresta por cientos de desorientados predicadores religiosos que compiten por ganarse los corazones de los jóvenes libios envenenando sus mentes con todo tipo de iniquidades.
Reflexionando sobre lo que los libios hemos logrado, casi resultaría tentador afirmar que puede que Gadafi fuera un dictador que no toleró la disidencia y que ejerció mano dura, pero que al menos proporcionaba seguridad, cubría las necesidades básicas y mantuvo unido al país.
Mustafa Feturi, académico libio, obtuvo en 2010 el premio Samir Kassir de la UE al mejor artículo de opinión.
Fuente: http://www.al-monitor.com/pulse/originals/2015/02/libya-after-revolution-social-economy-political-gaddafi.html?utm_source=Al-Monitor+Newsletter+%5BEnglish%5D&utm_campaign=5ca55ff670-February_25_2015&utm_medium=email&utm_term=0_28264b27a0-5ca55ff670-93087681#ixzz3SqgrBJTh