Los titulares del mundo informan: “Estados Unidos concluyó que Edmundo González Urrutia fue el ganador de las elecciones en Venezuela”. Primero, exige que se auditen las elecciones y se presenten las actas de votación. Cuando el ganador oficial resuelve aceptar el desafío, inmediatamente Washington se apresura a contradecirse, exactamente como ocurrió con las elecciones en Bolivia en 2019 antes del golpe de Estado perpetuado con la anuencia de la OEA y el aplauso de toda la “derecha democrática” (un oxímoron, si los hay) del continente.
A los dos casos más recientes no los diferencia ni el billonario Elon Musk quien, con su poderosa y millonaria red de influencias mediáticas y políticas hizo campaña plagada de información falsa y nunca verificada a favor de la oposición entreguista en ambos casos. La única diferencia visible es que Bolivia es una de las mayores reservas de litio y Venezuela una de las mayores reservas de petróleo del mundo.
¿Washington sabe algo sobre las elecciones en Venezuela que el resto de los humanos no sabemos o simplemente repite el mismo juego que hizo con Juan Guaidó (a quien proclamó presidente sin haber recibido un solo voto) y tantos otros? Si Washington sabe algo que el resto no sabe es, simplemente y por pura lógica, porque infiltró las elecciones de otro país extranjero.
Los documentos desclasificados de la CIA siempre muestran que Washington sabe algo más, pero ese “algo más” nunca lo hace público “porque es información clasificada” y, sobre todo, porque deja un margen infinito para la imaginación y la ficción narrativa. Bastaría con recordar las mentiras criminales de Henry Kissinger, por nombrar un solo caso. Así que, cuando los voceros de los países poderosos dicen “tenemos información confidencial de que…” significa que tienen derecho a inventar lo que se les antoje y sin ser cuestionados. Es el clásico comodín del juego de cartas. Sirve para cualquier cosa y nadie puede siquiera protestar.
Ahora, uno de los problemas actuales de Washington y de la cleptocracia de millonarios que lo mantiene secuestrado desde hace muchas generaciones, es que una parte importante del pueblo estadounidense comienza a darse cuenta de esto y hay unos cuantos muy preocupados en el selecto club de los lobbies del DC (y en otras capitales imperiales), y de ahí la agresividad renovada de los últimos años con América latina y en otras regiones del mundo.
Estas injerencias sin tregua a lo largo de más de dos siglos es lo que ha hecho a “regímenes” como los de Venezuela al mismo tiempo fuertes por dentro y vulnerables por fuera, todo a pesar de la masiva propaganda hegemónica. (Esto no es la ocurrencia de alguien que, como yo, está contra la arrogancia y la deshumanización del imperialismo, sino también de algunos políticos de la derecha conservadora en Estados Unidos, como Ron Paul.)
De hecho, Washington viene usando la misma palabra, régimen, desde el siglo XIX cada vez que decidía derrocar a algún presidente de sus Repúblicas Bananeras por ser demasiado independientes y no darle la libertad de empresa deseada a sus corporaciones (herederas de los piratas), como fue el caso de José Santos Zelaya en Nicaragua de principios de siglo XX. Antes que Washington decidiera destruir el gobierno de Santos Zelaya, comenzó llamándolo “tirano” y “dictador”, pese a que había sido elegido en las urnas. Era “un dictador” porque se había presentado a una reelección, la había ganado y estaba negociando la construcción de un canal con Alemania y Japón. Otro déjà vu, ¿no? Por entonces, ese país era el más próspero y desarrollado de América Central y hasta había logrado expulsar al poderoso ejército británico de su costa caribeña. Para peor, al igual que otros líderes no alineados más tarde, Santos Zelaya era un fuerte impulsor de la reunificación de los países centroamericanos en una sola Unión. Luego de demonizarlo como dictador y tirano, un poderoso empresario estadounidense (inmigrante de Rusia devenido uno de los hombres más ricos y poderosos de Estados Unidos) promovió una revuelta en Nicaragua contratando a mercenarios de Nueva Orleans. Este intento de “revolución popular” se frustró, pero los marines de Washington lograron terminar el trabajo. Luego de medio siglo de desestabilizaciones, de dictaduras de los protectorados y de la larga dictadura de la familia Somoza que dejaron al irse los marines, dictadura impuesta y apoyada por Washington en nombre de la libertad, Nicaragua se convirtió en el país más pobre y más brutalizado de la región.
Cuando en 1979 Nicaragua se liberó de la dictadura de los Somoza, fue acosada otra vez por Washington, a fuerza de dólares, de bombas, del terrorismo mercenario de los Contras y de la millonaria propaganda internacional, siempre en nombre de la libertad “y con el apoyo del pueblo” ―no vaya alguien a pensar otra cosa.
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