Recomiendo:
0

¿Qué tan dulce y poderosos eran los caramelos de Donald Rumsfeld?

Fuentes: Cubadebate

Dice la leyenda neoconservadora, refrendada por un extenso artículo de Joe Hagan en «The New York Magazine» del pasado 7 de marzo, que Liz y Mary, las dos hijas de Dick Cheney, se alimentaban de niñas con los caramelos que hurtaban de escritorio de Donald Rumsfeld. Eran los tiempos de Gerald Ford, aquel presidente que […]

Dice la leyenda neoconservadora, refrendada por un extenso artículo de Joe Hagan en «The New York Magazine» del pasado 7 de marzo, que Liz y Mary, las dos hijas de Dick Cheney, se alimentaban de niñas con los caramelos que hurtaban de escritorio de Donald Rumsfeld. Eran los tiempos de Gerald Ford, aquel presidente que se hizo famoso por las numerosas caídas sufridas en medio de actos protocolares, dentro y fuera de los Estados Unidos, y en cuya administración Cheney fungía como Jefe de Gabinete, tras revelar al propio Rumsfeld, cuando este fue promovido a Secretario de Defensa. Cada vez que tenía una oportunidad en medio de sus tareas, aquel padre ejemplar paseaba a sus hijas por los pasillos de la Casa Blanca A juzgar por el reciente debut de Liz en la política nacional, por supuesto que desde las filas revanchistas de la más ultramontana oposición al presidente Obama, no se trataba solo de un tour inocente, sino de giras de aprendizaje y preparación. Y al parecer tampoco eran inocuas aquellas golosinas con las que se refocilaba un traga-fuegos como Rumsfeld.

Dick Cheney, el poder tras el trono en los años de George W. Bush, el de las sospechosas primeras decisiones tras los ataques del 11 de septiembre del 2001, el de la legalización de las técnicas de tortura conocida como «El Submarino», el que se dice ideó la filtración a la prensa del nombre de la agente de la CIA Valeri Plame, no es un hombre que pierda su tiempo en nimiedades sentimentales, por algo se le conocía por Darth Vader, el malo de la saga de «La Guerra de las Galaxias», y eso en la selva de la política de su país, donde duros y malos sobran. Firmante en junio de 1997, del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano junto a Rumsfeld, orquestador y director de las invasiones contra Iraq y Afganistán, Cheney cerró su ejecutoria, al producirse la elección de Obama, con uno de los más bajos índices de aprobación de la historia de la nación: menos del 13 %. Desde entonces, sin los apremios de ganarse el pan, pues es millonario desde la época en que trabajó para la Halliburton, se ha dedicado escribir memorias justificativas de la barbarie desatada durante los buenos viejos tiempos de W y a atacar con ferocidad vengativa toda la agenda de los demócratas en el poder, especialmente en temas de seguridad nacional y lucha contra el terrorismo.

Lo lectores de «The New York Magazine» posiblemente se sintieron extrañados por la enorme cantidad de almibarado detergente usado por Hagan para entregarnos una imagen de los Cheney bucólica, familiar, bondadosa, patriótica, casi de clan sureño al estilo de «Lo que el viento se llevó». Y es que de eso se trataba: de reciclar la imagen de los neoconservadores desplazados del poder y culpables de enormes transgresiones legales y morales, incluso de traiciones escandalosas, en los años en que soñaban expandir definitivamente el imperio hasta los límites de la tierra conocida. Por algo esta crónica social se tituló «The Cheney Goverment in Exile». Y no por casualidad, también se subtituló «The former vice-president has a plan to ensure his legacy: the political future of his daughter Liz.»

El hogar donde nació la rubia Liz, esta aspirante a ser la reedición mesiánica para la derecha norteamericana de la Baronesa Thatcher, y a la que se endilgan adjetivos de marketing político tales como «implacable, tenaz, encarnizada, enérgica, valiente, sincera y decidida», no solo contaba con un paladín reaccionario de la talla de su padre, sino también con la amable figura de Lynn Cheney, la maternal pedagoga del clan neo, obsesionada por formar valores conservadores en los niños de su país mediante una lectura empalagosa, y maniquea, de la historia patria.

La historia de Hagan rebosa alevosía. Por ella desfilan opiniones sobre Liz de los más conspicuos halcones, que continúan activos en la política nacional sin gota de autocrítica o remordimientos, y aplicando fórmulas de tierra arrasada para desgastar a Obama y volver a asaltar el poder en el 2012. Personajes salidos de los cuentos góticos de Transilvania, como Karl Rove, Elliot Abrams, Rush Limbaugh, Paul Wolfowitz, Ricard Perle y John Bolton, por solo citar algunos, se deshacen en cumplidos y finezas hacia esta Juana de Arco neoconservadora en construcción. Y para coronar la operación se anuncia, de costa a costa, lo que ya se sabía: que esta princesita de las tinieblas ya ha lanzado su propia versión renacida de aquel desinflado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano y que se llama «Keep America Safe«. En ello no es la primera, hay que reconocerlo, aunque Hagan curiosamente no lo mencione. Hace más de un año, un mes después de la toma de posesión de Obama, William Kristol, el hijo de «El Padrino» del clan, había lanzado el Foreing Policy Iniciative(FPI), que es lo mismo, y se escribe casi igual. El también director de «The Weekly Standard», vocero de los neocons, figura junto a la heredera de Cheney en esta jugada. Y muy galante, se apresuró a declarar, en el mismo acto constitutivo de KAS, que… «la izquierda (sic) tiene decenas de organizaciones y dedica millones de dólares a minar la guerra contra el terrorismo, así que los buenos también merecen un poco de ayuda.»

La agenda de «los buenos» retrata de cuerpo entero la naturaleza de su «bondad». «Keep America Safe» aboga por… «enfrentar la «agenda radical» de Obama que está debilitando la seguridad nacional, mantener las técnicas polémicas de interrogatorio a prisioneros(o sea, la tortura) evitar el cierre del campo de concentración de Guantánamo, invertir en nuevos sistemas de misiles, confrontar a Irán, y ampliar las guerras en Iraq y Afganistán…» Para su patriótica misión declaran la abierta intención de ser un poderosos mecanismo de recaudación de fondos para la causa neoconservadora, o lo que es lo mismo, una instancia semi-legal para que bombeen los millones con los que influyen en la política nacional el Complejo Militar-Industrial, las grandes corporaciones como Halliburton, alma mater de los Cheney, el sionismo y las agencias de inteligencia, que son los cuatro motores propulsores de los neoconservadores y del contraataque del que estos son la vanguardia.

Como en aquel romance castizo donde Don Gato, al que llevaban a enterrar, resucita al olor de la sardina, los maltrechos neoconservadores de capa caída se incorporan de sus tumbas, se sacuden el polvo de la muerte cívica y corren a refugiarse bajo las banderas que herederos de sus padres, como Liz Cheney y William Kristol agitan con denuedo. Son banderas de guerra, no de paz. Allí, en las verdes praderas donde el gran capital imperialista engorda a sus más eficaces servidores, ya se han juntado estrategas mediáticos y creadores artísticos que trabajaron para Mc Cain y contra Obama, y también figuras simbólicas, como la avispada Debra Burlingame, hermana del piloto de American Airline  que se dice se estrelló contra el Pentágono, el 11 de septiembre del 2001.

Liz Cheney también tuvo un alto cargo en la Secretaría de Estado de Condoleeza Rice, casualmente relacionado con el Medio Oriente, y dirigió un fondo de 300 millones destinado a «fortalecer la presencia de las mujeres en el región». Antes había  coordinado programas de la USAID dirigidos a la URSS y demás países de Europa del Este que transitaban hacia el capitalismo, y fue funcionaria del Banco Mundial. Nada de esto, curiosamente, es mencionado por el acucioso Hagan en su exégesis. Es obvio que siempre ha estado cerca de la fuente de donde brota el manantial vivificante del dinero grande, ese mismo que hoy está propiciando este renacimiento del neoconservatismo que se creía enterrado para siempre.

Puede, incluso, que aquellos caramelos de Rumsfeld hayan actuado sobre los cadáveres políticos como mismo actuaba sobre el vampiro la tierra de Transilvania que siempre llevaba consigo el Conde Drácula.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/03/31/dulce-poderosos-caramelos-donald-rumsfeld/