El senador por Illinois aceptó ante las más de 75.000 personas que abarrotaban el estadio Invesco Field de Denver (Colorado) y cerca de 40.000.000 millones de espectadores por televisión, ser el candidato del Partido Demócrata a la Casa Blanca. Va siendo hora de conocer, más allá del halo mediático, quién es realmente Barack Obama. El […]
El senador por Illinois aceptó ante las más de 75.000 personas que abarrotaban el estadio Invesco Field de Denver (Colorado) y cerca de 40.000.000 millones de espectadores por televisión, ser el candidato del Partido Demócrata a la Casa Blanca.
Va siendo hora de conocer, más allá del halo mediático, quién es realmente Barack Obama. El análisis de sus discursos revela una personalidad que seduce sobre todo por su retórica universalista y que la sitúa a la izquierda del Partido Demócrata. Sin embargo, en medio de la crisis económica que golpea a Estados Unidos, el senador por Illinois no ha propuesto hasta ahora nada para reducir el abismo que se ensancha entre ricos y pobres.
La candidatura de Barack Obama tiene tanto las características de un movimiento político como de una campaña electoral clásica, tal como lo muestran las multitudes electrizadas que se apretujan en sus mitines, las decenas de voluntarios que lo asisten y más de un millón de pequeños donantes. Este movimiento movilizó a muchos nuevos votantes hacia el proceso democrático, en particular a jóvenes e «independientes» (1). Como consecuencia de semejante entusiasmo y de la cerrada lucha por llegar a la candidatura del partido, la participación en las primarias y en los caucus (comités electorales) demócratas ha alcanzado un récord histórico en todo el país (2).
Y, sin embargo, las opiniones divergen sobre lo que representa la candidatura de Obama. Para sus partidarios, encarna en la política estadounidense, una fuerza fundamentalmente nueva que se eleva por encima del espíritu de partido y les ordena a los estadounidenses dar la espalda al callejón sin salida de la política de puertas cerradas de Washington. Para sus oponentes dentro del Partido Demócrata, que han apoyado la candidatura de su rival, la senadora por Nueva York Hillary Clinton, Obama no es más que grandilocuencia. Para colmo, es demasiado joven y le falta experiencia. En cuanto a los republicanos, juzgan que Obama es seductor, pero no ofrece ninguna sorpresa; sería un progresista de la vieja escuela, preocupado ante todo por redistribuir los ingresos a través de los impuestos, nada distinto de los que lo precedieron.
Cada uno de estos puntos de vista tiene una parte de verdad. La novedad del hombre, su frescura y su recorrido personal han brindado a los comentaristas mucha tela para cortar. Nacido de un padre originario de Kenia y de una madre proveniente de Kansas, Obama creció en Hawai, donde sus padres se conocieron, y en Indonesia, en donde residió su madre para proseguir las investigaciones que realizaba para su doctorado en antropología (y donde volvió a casarse, dándole un padrastro indonesio). Obama realizó sus estudios superiores en California (Occidental College) y en Nueva York (Columbia University), y luego trabajó como asistente social en los barrios del sur de Chicago antes de obtener su diploma de derecho en Massachussets (Harvard). Así, Obama aparece como un palimpsesto sobre el cual el mundo ha superpuesto numerosos temas.
Es un mensajero, pero no un arquitecto del Partido Demócrata moderno. Novedades aparte, su candidatura retoma toda una serie de temas demócratas convertidos en tradicionales. Desde el final del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX, el Partido Demócrata se definió por su oposición a la concentración del poder y la riqueza en la sociedad estadounidense. Los candidatos demócratas a la presidencia -entre los cuales podemos mencionar a William Jennings Bryan (candidato en 1896, 1900 y 1908), Woodrow Wilson (1912, 1916), Franklin Roosevelt (1932 a 1944) y Harry Truman (1948)- hicieron campaña a favor del «pueblo» y contra los «intereses». Su visión plebiscitaria del poder político esperaba que la «gente común» se gobernara directamente (o lo más directamente posible) y consideraba a los grupos de intereses como corruptos y codiciosos. Esos candidatos eran fulminantes contra la concentración del poder por los capitalistas, encarnados en los trusts o las grandes empresas. Oponiéndose a los privilegios de las elites, los demócratas pretendían ser los campeones del hombre corriente, al que se suponía blanco y de origen europeo. Era el auge de la era populista (3).
Después de la Segunda Guerra Mundial se atenuó el populismo demócrata, como lo manifestaron las campañas de Adlai Stevenson (1952, 1956), y luego las de John Kennedy (1960), Lyndon Johnson (1964) y Hubert Humphrey (1968). El antagonismo entre las clases sociales pasó a un segundo plano. Por cierto, los demócratas de la posguerra defendieron las reformas sociales de la época del desmantelamiento de los carteles («Progressive era») y las del New Deal (4) después, y con frecuencia trataron de ampliar su campo de aplicación (especialmente en materia de jubilaciones). Sin embargo, desaparecieron de su discurso público todas las referencias a la «lucha de clases»; las sustituyeron por un llamamiento a la unión universal entre el conjunto de razas, creencias y clases.
En esos tiempos de Guerra Fría, esa estrategia retórica tenía especialmente el objetivo de alejarse de cualquier asociación con el comunismo, sinónimo de antiestadounidense, y del movimiento sindical, cada vez menos popular porque era percibido como corrupto. Los demócratas de la posguerra le exigieron cada vez menos al Estado que regulara el sector privado y ya no se encarnizaban con las grandes empresas. Esta nueva ideología universalista y aglutinadora expresaba el objetivo político, fundamentalmente nuevo, del Partido Demócrata. A partir de 1948 y con la adopción de las primeras medidas que garantizaban los derechos cívicos, el partido apoyó una intervención pública a favor de los derechos de las mujeres y de las «minorías». Inicialmente, los afroestadounidenses constituían la única minoría considerada como tal. Una vez establecido el precedente de los derechos cívicos otorgados a los negros, el partido abrazó la causa de las mujeres, los hispanos, los homosexuales, y de una multitud de grupos diversos definidos según criterios étnicos o intereses particulares. La filosofía de los derechos no terminaba nunca de ampliarse. Así, durante el curso del siglo XX, el partido pasó de una ideología de «gobierno de la mayoría» a otra que insistía más en los «derechos de las minorías».
En esta marcha hacia la unidad fraternal, tanto masculina como femenina, quedaba un paso por franquear. Hasta entonces, los abanderados del partido para ocupar la presidencia habían sido exclusivamente blancos y de sexo masculino. Se alentaba a las mujeres y a las minorías a votar por los demócratas, pero no se les confiaba la tarea suprema (aunque varios de sus representantes hayan tratado de conseguirlo, entre los cuales puede mencionarse a Jesse Jackson en 1984 y a Patricia Schroeder en 1988). Después de haber sostenido durante medio siglo un discurso a favor de la inclusión, el partido se encuentra hoy a punto de pasar a la acción. Cualquiera que sea el candidato designado en la Convención demócrata de Denver, a finales de agosto -Obama o Clinton-, significará, por su recorrido profesional y por su vida, un paso adelante del moderno Partido Demócrata. Su único rival serio, blanco y dotado de un cromosoma Y (masculino), era John Edwards, que abandonó después de la primera serie de primarias. Pero éste había centrado su campaña en temas que insistían en las disparidades sociales y en la desigualdad de los ingresos.
Los dos candidatos que han seguido en liza hasta el 3 de junio no han defendido el tema universalista con la misma energía. Mientras que la señora Clinton -copresidenta de hecho durante la Administración de su marido William Clinton (1993-2001)- se presenta como una experta en materia de gobierno y lucha por un servicio médico universal, Obama encarna de maravilla la nueva ideología demócrata. En esta era post-industrial, el favor del partido no lo ha conquistado únicamente con la edificante historia de su vida, sino también con su vuelo lírico. Presentado por primera vez ante un público nacional en julio de 2004, cuando pronunció un discurso en la convención demócrata, el que en ese momento era candidato a senador por el estado de Illinois conquistó a los delegados (y a los medios de comunicación) instando, lejos de toda ideología precisa, a creer en la comunidad y en la ciudadanía. Su discurso se hizo célebre:
«No hay una América progresista y una América conservadora, hay los Estados Unidos de América. No hay una América negra y una América blanca, una América latina y una América asiática, hay los Estados Unidos de América. (…) Nosotros veneramos a un Dios todopoderoso en los estados azules (de mayoría demócrata), y no nos gusta que los agentes federales husmeen en nuestras bibliotecas en los estados rojos (de mayoría republicana). Nosotros preparamos los campeonatos de baloncesto en los estados azules y tenemos amigos gays en los estados rojos. Hay patriotas que se han opuesto a la guerra de Irak y patriotas que la han apoyado. Somos un único pueblo, todos hemos prestado juramento de fidelidad a la bandera, todos defendemos a los Estados Unidos de América».
En sus mítines -que algunos observadores han comparado con sermones religiosos- Obama señala sistemáticamente a sus partidarios que todos los estadounidenses, independientemente de su raza, color y sexo, pueden conocer la prosperidad. Su propio nombre, nos explica, resume las ventajas de Estados Unidos: «(Mis padres me) dieron un nombre africano, Barack, que quiere decir «bendito», pensando que en una América tolerante, el nombre que uno lleva no es un obstáculo para el éxito. Pensaron que yo iría a las mejores escuelas del país, aunque ellos no fueran ricos, porque en una América generosa no hay necesidad de ser rico para realizar el potencial que se tiene».
El senador por Illinois presenta su candidatura como post-partidaria y post-racial, dirigida a reunir a todo el mundo en un consenso a favor del «cambio». Aunque vaga, la idea llega. Permite que los partidarios del candidato se creen una imagen de Obama independientemente del programa que propone. Eso no significa que el pretendiente demócrata evite comprometerse -lo ha demostrado a propósito de Irak (5)-, pero sus simpatizantes dejan a veces de lado sus tomas de posición, porque prefieren la representación de conjunto que comunica su candidato.
En su mensaje, la convergencia entre la forma y el contenido nunca es tan manifiesta como en el eslogan «Sí, podemos» (Yes, we can), que encarna los temas universalistas de la inclusión y de la tolerancia, en un estilo de pregunta y respuesta evocador de la tradición participativa de la iglesia afro-americana (véase el recuadro). En resumen, el candidato representa la apoteosis del universalismo demócrata que el partido afirma desde hace medio siglo.
Durante la campaña ha sufrido repetidos ataques: William Clinton primero y el senador republicano John McCain después, lo han acusado de ser «únicamente retórico» y «elocuente pero vacío», con falta de sustancia y de peso. Se le reprocha un conocimiento sumario del funcionamiento del aparato del Estado y la ausencia de un programa claro. Estas críticas expresan una inquietud legítima. Pero la política es también un asunto de lenguaje fuerte, evocador, «poético» (retomando este epíteto que pretende ser descalificante cuando se aplica a Obama). Las palabras, y la capacidad para pronunciarlas, representan el arte de la profesión, porque la política es un arte retórico. Los estadounidenses escuchaban a Ronald Reagan, y les gustaba lo que oían. No puede decirse lo mismo del actual presidente o de su padre.
De la misma manera, Hillary Clinton se distingue de casi todos los demás recientes candidatos demócratas a la presidencia (incluyendo a su esposo) por su dominio del arte de la comunicación, sin el cual el hombre o la mujer políticos no pueden llevar a cabo muchas cosas. La sabiduría popular (que Hillary Clinton siempre menciona) supone que aunque se logra movilizar a un electorado con el modo poesía, una nación se gobierna con el modo prosa. Pero en esta época de campaña electoral permanente, siempre es importante dominar ambos registros. No tiene nada de accidental que los dirigentes estadounidenses considerados como los más grandes sean aquellos a los que se recuerda por sus palabras.
Hace ya un siglo y medio, los adversarios de Abraham Lincoln lo acusaron de disimular sus verdaderas intenciones tras una bruma de palabras que sonaban bien, pero que eran sustancialmente ambiguas. Durante su campaña para la presidencia en 1860, Lincoln fue presionado más de una vez para que tomara claramente posición sobre la abolición de la esclavitud; pero la bandera bajo la cual había elegido hacer su campaña era la del nacionalismo; él se describía a sí mismo como salvador de la Unión y no como protector de los negros; profesaba aversión por la esclavitud, pero precisaba que se trataba de una opinión personal que no se traduciría en medidas significativas en caso de ser elegido.
Este ejercicio de equívoco electoral se cuenta entre los más notables de los anales de la política. Sin embargo, los estadounidenses de hoy, negros y blancos, probablemente lo defenderían porque era la única estrategia capaz de llevar a Lincoln a la candidatura republicana y, con un poco de suerte, a la presidencia.
Si los electores eligen a Obama en noviembre, su presunto progresismo tiene más oportunidades de estar sujeto a controversia que su raza. Sus votantes anteriores (primero para la Asamblea de Illinois y luego para el Senado de Estados Unidos), al igual que sus aliados políticos, lo ubican a la izquierda del Partido Demócrata. En todo caso, más a la izquierda que todos los candidatos nominados por este partido desde hace mucho tiempo. En este sentido, la modernidad de Obama no tiene nada que ver con la de Bill Clinton cuando fue elegido en 1992, con un programa de centro derecha. Si en agosto próximo, en Denver, consigue ser el candidato de su partido, el senador de Illinois será tal vez clasificado por los historiadores como el demócrata más inclinado a la izquierda desde George McGovern en 1972. ¿Elegirá hacer campaña como un claro progresista? ¿Le permitirán sus adversarios presentarse como si estuviera por encima de la pelea partidaria?
«Sí, podemos»
«Cuando hemos superado pruebas aparentemente insuperables; cuando nos han dicho que no estábamos listos, o que no había que intentar hacer algo, o que no podíamos, generaciones de estadounidenses respondieron con un simple credo que resume el espíritu de un pueblo.
Sí, podemos.
Este credo estaba inscrito en los documentos fundadores que declararon el destino de un país.
Sí, podemos.
Fue murmurado por los esclavos y los abolicionistas, abriendo un camino de luz hacia la libertad en la más tenebrosa de las noches.
Sí, podemos.
Fue cantado por los inmigrantes que dejaban lejanas costas y por los pioneros que avanzaban hacia el Oeste a pesar de una naturaleza despiadada.
Sí, podemos.
Fue el grito de los obreros que se sindicalizaban; de las mujeres que luchaban por el derecho a votar; de un presidente que hizo de la Luna nuestra nueva frontera; y de un rey que nos condujo a la cima de la montaña y nos mostró el camino hacia la Tierra prometida.
Sí, nosotros podemos lograr la justicia y la igualdad. Sí, podemos conseguir las oportunidades y la prosperidad. Sí, podemos curar a esta nación. Sí, podemos reparar este mundo.
Sí, podemos».
Discurso de campaña en el estado de New Hampshire, 10 de enero de 2008
Notas:
(1) Es decir, ciudadanos que eligen no estar afiliados a ninguno de los dos grandes partidos en el momento en que se inscriben en las listas electorales. La pregunta sobre su preferencia política se les plantea en ese momento, con el fin de determinar en qué primaria podrán participar. Porque en muchos Estados, un elector inscrito como «demócrata», o como «republicano», no podrá participar en otra primaria que la de «su» partido. En la elección general, naturalmente cada elector tiene la libertad de votar por el candidato del partido contrario.
(2) Para datos relativos a los grupos demográficos y a la participación electoral, véase el «United States Election Project», en http://elections.gmu.edu
(3) Este esbozo histórico se inspira en la obra de John Gerring, Party Ideologies in America, 1828-1996 , Cambridge University Press, Cambridge, 1998.
(4) Medidas económicas y sociales tomadas en Estados Unidos entre 1933 y 1939, bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt.
(5) El 2 de octubre de 2002, mientras una mayoría de estadounidenses apoyaba la política del presidente George W. Bush, Obama participó en una manifestación anti-bélica y pronunció un discurso importante.
John Gerring es profesor de ciencias políticas de la Universidad de Boston (Massachusetts, Estados Unidos) y autor de Party Ideologies in America, 1828-1996 (Cambridge University Press, Cambridge 1998). Yoshua Yesnowitz hace su doctorado en la Universidad de Boston.