No todos los sectores de la sociedad ni todas las personas en Estados Unidos se sienten defraudados por la actuación hasta el presente del Presidente Barack Obama o por el incumplimiento de sus promesas de cambios. La llegada a la presidencia de los EEUU del joven y carismático Obama auguraba irrealizables ganancias para los dos […]
No todos los sectores de la sociedad ni todas las personas en Estados Unidos se sienten defraudados por la actuación hasta el presente del Presidente Barack Obama o por el incumplimiento de sus promesas de cambios.
La llegada a la presidencia de los EEUU del joven y carismático Obama auguraba irrealizables ganancias para los dos segmentos extremos de la sociedad norteamericana por lo que no es extraño que así sea.
Para las élites que componen el poder real, permitir a Barack Obama era un riesgo necesario para salvar al capitalismo y la hegemonía de EEUU a escala nacional y también mundial. Apenas concluido el primer mandato de G. W. Bush, comprendieron que una opción como la que representaba Obama podría ser una tabla de salvación comparable a la que encontró el joven imperialismo estadounidense en Franklin D. Roosevelt tras la Gran Depresión.
Y véase que, contra muchas esperanzas de los pueblos y no pocos pronósticos de expertos, la derecha conservadora ha logrado más avances que retrocesos en cuestiones de la política de guerra con la presidencia de Obama, sin que por ello hayan dejado de tratarlo como adversario. Han logrado neutralizar, en buena medida, a los movimientos antibelicistas que, aunque con reservas, se mantienen esperanzados en que las promesas electorales de la campaña de Obama tardarán, pero llegarán. Las movilizaciones y protestas han mermado, pese a que persiste la ocupación en Iraq, se expande la guerra y crecen las bajas en Afganistán y amenazan peligrosamente con abarcar a Pakistán. Con pretextos diversos sigue funcionando el centro de torturas de Guantánamo , no se ha renunciado a la «detención preventiva» ni al traslado a otros países de sospechosos y se frena la investigación de los crímenes cometidos por violaciones del derecho humanitario.
Se multiplican, en vez de reducirse, las bases militares en todo el mundo «para combatir el narcotráfico» y solo se retiran soldados cuando pueden ser reemplazados por mercenarios «contratistas de seguridad» en aras de la privatización de las guerras de ocupación.
En África y el Mar Caribe también se ha producido una suerte de impasse a favor del nuevo presidente estadounidense porque a ello se sienten comprometidos los dirigentes y habitantes de muchos países de estas regiones, que le expresaron su solidaridad cuando era candidato, en virtud de una identidad racial explotada convenientemente.
Esto ha permitido a la superpotencia cierta reanimación de sus lazos con ambas regiones pese al incumplimiento de las promesas de cambio que reclaman los países del tercer mundo.
En el plano interno, los logros de la administración de Obama han sido más satisfactorios para los ricos que para la clase media y los pobres.
El masivo aporte oficial a los bancos y a las aseguradoras ha sido tranquilizador para Wall Street que espera así ver la crisis desembocar en una simple concentración de capitales.
La adquisición de la industria automotriz con apoyo del Gobierno para proteger los intereses corporativos contra los de los sindicatos ha sido muy aplaudida por los dueños de la industria.
Para las grandes corporaciones, el paquete de estímulo económico de $800,000 millones y la ayuda hipotecaria destinada a reducir el descontento de los trabajadores, ha aportado dividendos.
Los viajes presidenciales al exterior para tratar de recomponer alianzas y amistades destruidas por los 8 años de administración de G. W. Bush, son gratos a los grandes consorcios transnacionales a los que proporciona mejores condiciones para sus inversiones y las transacciones en mercados alternativos.
Su promesa de reforma del sistema salud parece destinada a ser tolerada por la derecha, siempre que no pase de ser cosmética y bien tamizada mediante su conciliación con las gigantescas corporaciones farmacéuticas y biotecnológicas, y las no menos poderosas compañías aseguradoras de la salud.
No obstante la evidente orientación de Obama a lograr la salvación del capitalismo y la hegemonía de EEUU, las fuerzas derechistas que se mueven dentro del tablero controlado por el poder real invisible mantienen la estrategia de promover o permitir que él sea tildado de comunista y censurado por la más mínima crítica que haga al racismo a fin de tenerlo siempre a la defensiva.
Cuando llamó al rescate de los bancos, lo compararon con Lenin y Stalin, y advirtieron que le acusarían de proponerse una Unión de Repúblicas Socialistas Americanas. El gobernador de Texas amenazó con promover un movimiento secesionista para luchar contra el plan económico «socialista» de Obama.
Obama proyecta hoy la imagen de un líder comprometido con las promesas que le valieron el voto de confianza de la mayoría de los ciudadanos estadounidenses y sembraron en el tercer mundo la esperanza de un giro de la superpotencia en pro de la paz, pero que cada vez pierde más la iniciativa ante el agresivo cerco en que le mantiene la derecha conservadora para tenerlo más preocupado por su defensa que por avanzar.