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Las XVI Jornadas Libertarias de CGT-Valencia abordan posibles salidas a los valores del capitalismo

«Quieren enterrar a la clase obrera… pero somos semilla»

Fuentes: Rebelión

Asambleas de parados y precarios, bibliotecas libertarias, la lucha en la calle y las empresas… Son formas sencillas en las que plantear una sociabilidad diferente a la capitalista, en la que las personas puedan regirse por otros valores. Vivir de otro modo, sembrar la semilla de la revolución y construir espacios «alternativos» dentro del sistema, […]

Asambleas de parados y precarios, bibliotecas libertarias, la lucha en la calle y las empresas… Son formas sencillas en las que plantear una sociabilidad diferente a la capitalista, en la que las personas puedan regirse por otros valores. Vivir de otro modo, sembrar la semilla de la revolución y construir espacios «alternativos» dentro del sistema, he ahí el gran reto. Las estructuras condicionan y limitan el funcionamiento de los espacios de autogestión, pero estos han florecido con la crisis. A debatir posibles respuestas, y también certeras preguntas, las XVI Jornadas Libertarias de CGT-Valencia han dedicado una de las sesiones, con el título «En algo es equivoquem…Diguem no als valors del capitalisme».

Las opiniones del escritor y filósofo Heleno Saña constituyen una buena guía en tiempos de zozobra. Nació en Barcelona, participó en la lucha antifranquista y se autoexilió a Alemania en 1959. Autor de más de 40 libros -más de un tercio en lengua germana- en su obra destacan títulos como «El capitalismo y el hombre», «Cultura proletaria y cultura burguesa», «La revolución libertaria», «Breve tratado de ética» y su último texto, «El camino del bien. Respuesta a un mundo deshumanizado». La lucidez de Heleno Saña y la claridad con la que expone los argumentos mueven a la reflexión: «La inseguridad y el miedo son hoy el estado habitual de la gente, especialmente los asalariados, parados y condenados a la migración forzosa». Es decir, «el miedo se ha convertido en un fenómeno de masas».

El filósofo no deja que el individuo se ahogue en el rebaño, ni en la barbarie del sistema. Así lo expresa: «No lograremos trascender la irracionalidad del capitalismo si no nos trascendemos a nosotros mismos; la liberación de este sistema opresor es ciertamente un acto colectivo en el espacio público, pero la génesis motivacional hay que encontrarla en el interior de cada individuo sublevado». Y propone para ello recuperar ideas como la felicidad, la autorrealización o el sentido de la vida. Éste sentido existencial Heleno Saña lo ha encontrado en obrar según el Bien, en la humildad, en la generosidad. Son ideas «fuertes», grandes ideales, que tienen una explicación en la biografía del filósofo. Sus escritos tuvieron durante muchos años un carácter político y social, pero hubo un momento en que viró hacia «lo más profundo y decisivo: la formación humana». Tiene claro que el intelectual asume la misión de «servir al bien, no de escribir libros de éxito», y que por su experiencia «la gente más humilde con frecuencia es la más generosa», y que cuando uno «tiene una vocación insobornable, puede mantener la conciencia tranquila», y que el capitalismo es «cuco y tramposo»….

Pero no inteligente. Porque la inteligencia verdadera siempre ha estado al servicio del bien. «Tienen talento para joder al prójimo, pero son estúpidos… Ahora está de moda decir que vivimos en la sociedad del conocimiento, pero es la sociedad de la ignorancia». Más claramente, el que no lucha por un sistema justo para todos es un ignorante, por mucho que se trate de un ingeniero de caminos o un director de banco. A juicio de Heleno Saña, el secreto de los «majaderos» que dominan el mundo no es la inteligencia, sino otro desgarrador: la debilidad del movimiento obrero. «Han cloroformizado a la clase obrera con la sociedad de consumo, pero hay cosas más importantes que los bienes materiales: el bien, la justicia, la solidaridad o la amistad». La ideología burguesa impone la lucha por el éxito (la «razón instrumental», a la que se refería Horkheimer), pero «luchar no es un acto que tenga que confirmarse en términos cuantitativos». Y una frase para meditar largamente: «En el capitalismo triunfante, lo que llaman victoria suele ser una derrota moral».

Javier Sánchez Gil milita en Joves de la CGT, participa en el grupo de solidaridad con México del sindicato y está entre quienes gestionan la Biblioteca Ferrer i Guàrdia. Hace mucho que dejó de trabajar. Ahora es un joven estudiante de Historia y precario que considera el anarcosindicalismo como «una forma de llegar al mundo que queremos». Esto, en el trazo grueso, pero Javier Sánchez Gil considera que la CGT ha de «hilar más fino». «Mucha gente ya no responde al perfil de proletario de fábrica de principios del siglo XX». Ya en la lejana transición emergieron grupos autónomos y después el movimiento Okupa. Tal vez los sindicatos anarquistas estaban lejos de lo que pasaba fuera de la factoría, pero los nuevos movimientos también lo estaban del mundo del trabajo. «Hay un desencuentro». El joven sindicalista plantea que en sectores como las fábricas de armas o las centrales nucleares, se negocian salarios y convenios, lo que entra en contradicción con los valores que se postulan.

También en plena crisis, cuando el sistema se desmorona, o al menos presenta fisuras, el sindicato podría apostar con más fuerza por la autogestión de las fábricas o por buscar experiencias participativas fuera del sistema. En Grecia han surgido clínicas autogestionadas por médicos afectados por el cierre de hospitales. Sobre la metodología y prioridades, Javier Sánchez Gil plantea abiertamente los problemas. «Nuestro objetivo no puede limitarse a sobrevivir como sindicato o estructura, sino crear estructuras nuevas, participativas y horizontales, ya que la organización sindical no deja de ser una herramienta». Como la gran empresa tiende a desaparecer o «deslocalizarse», tal vez constituya una buena opción centrarse en las pequeñas empresas y la gente precaria, o ir un punto más allá. Entre la anarquía y el sindicalismo, darle hoy más importancia al primero de los términos.

Ha sido enfermera, pero hoy María Alejandra Brito, de nacionalidad argentina, dedica buena parte de su tiempo a la Assemblea de Desempleades i Precàries de CGT-València y al colectivo «Dones i Prou». Al otro lado del «charco», en su país, participó en tomas de sanatorios, huelgas de hambre y otras luchas, siempre en posiciones antagonistas respecto a las burocracias sindicales. Ha conocido el azote de la crisis en Argentina y en el estado español, y la conclusión es: «Nos convirtieron en felices consumidores de clase media, y pasamos de proletarios a propietarios; es hora de espabilar, o mejor, nos están espabilando a sopapos». El ciudadano medio ha asumido los valores del capitalismo: el individualismo, el egoísmo, la competencia entre iguales. Éste es el punto justo en el que cobra sentido la asamblea de parados en la que milita Alejandra: «intentamos recuperar los valores propios de nuestra clase, cambiar el individualismo por la solidaridad y la competencia por el apoyo mutuo». Pero no es fácil funcionar a partir de la horizontalidad, reconoce, «porque estamos habitados por el espíritu capitalista».

«Queremos una clase obrera organizada y luchando con dignidad, en un momento en que lo hemos perdido casi todo; perdamos también el miedo». La asamblea de parados persigue dos objetivos netos: la visibilización en la calle y el acercamiento a otros colectivos; y resolver los problemas urgentes de los compañeros parados y precarios. Para ello se organizan talleres con la mira puesta en el autoempleo. «Damos hoy un grito urgente -exclama María Alejandra Brito- y esto no son palabras vacías: organízate y lucha. Esto nos incumbe a todos, pues no por tener unas reservas uno se va a salvar de la crisis. En Argentina he visto malas experiencias por una mera chaqueta». Aquí, «o nos salvamos todos, o no se salva nadie». María Alejandra se proclama trabajadora, no intelectual, y defiende que es el momento de propagar las grandes verdades libertarias a la gente (mediante el arte, los cuentos, en los ateneos, con la implicación de intelectuales, docentes…). «Esperemos que la crisis no sea un paseo para nuestros intelectuales anarquistas». «Nos quieren enterrar como clase, ya ni nos nombran… A la clase trabajadora. Pero somos semilla».

Es el discurso de rabia ante una crisis que lacera y machaca los huesos de la gente común. El grito de desesperación de familias que se rompen y sólo les llega a divisar un horizonte de pesadilla. Mientras, la oligarquía, la casta o la élite celebran el festín y proclaman la recuperación económica. ¿Pero es novedoso este escenario? ¿Trae la crisis realidades y discursos nuevos? ¿Hay de verdad una brusca ruptura con el pasado? Según Heleno Saña, «las grandes verdades de la historia son tan viejas como la humanidad. Los grandes filósofos y pensadores ya trataron sobre la justicia y la injusticia. Por motivo de la ciencia y la técnica el ser humano no vive igual hoy que hace 3.000 años». Pero, remata el filósofo, en el fondo los problemas esenciales continúan siendo los mismos…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.