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Rajoy y «Podemos», los restos del naufragio

Fuentes: Rebelión

En una tierra de villanos, presuntos, convictos y confesos, hasta una figura tan anodina políticamente como Pedro Sánchez, por contraste con el envilecido ambiente, parece un héroe o un mártir. Ni tanto ni tan calvo. Con la segunda subida a los cielos monclovitas de Mariano Rajoy, los poderes fácticos amantes del neoliberalismo han demostrado su […]

En una tierra de villanos, presuntos, convictos y confesos, hasta una figura tan anodina políticamente como Pedro Sánchez, por contraste con el envilecido ambiente, parece un héroe o un mártir. Ni tanto ni tan calvo.

Con la segunda subida a los cielos monclovitas de Mariano Rajoy, los poderes fácticos amantes del neoliberalismo han demostrado su enorme fuerza. El bloqueo auténtico, del que no se habla jamás, es a las ideas de izquierda, por muy someras o moderadas que sean.

Se dice que la legislatura recién estrenada en España será corta, sin embargo más bien cabría deducir lo contrario. El PP, indultado por el PSOE, ya ha sorteado las cotas más altas y nocivas de su propia corrupción, teniendo capacidad de amenazar con nuevas elecciones si las ruinas activas del PSOE se ponen díscolas.

Lo que ahora toca es recuperar el bipartidismo y ese magma sociológico denominado clase media, una situación mental que busca lugares templados donde consumir a crédito, sentirse por encima de la chusma y emular el estilo inalcanzable de las elites globalizadas.

La nueva política de Podemos se ha quedado a medio camino por diversas causas, endógenas y externas, mientras que la operación artificial de Ciudadanos ha permitido salvaguardar los muebles del régimen nacido en el 78.

Rivera y los suyos son la muleta idónea para taponar la hemorragia en sufragios del PP y para sujetar las posibles veleidades o tentaciones izquierdistas del PSOE. Sin Ciudadanos, tal vez, el electorado hubiera arrojado una mayoría nítida de izquierdas, aunque de todas maneras Bruselas, Washington y el Fondo Monetario Internacional no se habrían quedado quietos, presionando entre bastidores con el propósito de alumbrar una gran coalición entre Rajoy y las huestes de Sánchez.

No obstante lo dicho, tras los ejemplos de Syriza y el acuerdo de gobierno entre socialistas, comunistas y nueva izquierda en Portugal, España era un caso especialmente sensible, un país de tamaño grande que podría convertirse en paradigma contra el neoliberalismo imperante.

Aunque Grecia ha sido doblegada por la troika y Portugal no da la sensación de oponer demasiada resistencia a los capitales internacionales, con España los mercados no querían correr riesgos añadidos.

No es que Pedro Sánchez sea un furibundo radical, pero sus intentos solapados de dialogar con timidez con Podemos y algunos partidos nacionalistas pusieron en pie de guerra a los valedores del régimen instaurado tras la muerte de Franco. De ahí que a la cabeza del golpe palaciego contra Sánchez figuraran el grupo Prisa y Felipe González, los intermediarios de mayor prestigio entre la socialdemocracia edulcorada europea y el sistema neoliberal que rige el mundo desde hace décadas.

Había que descarrilar al PSOE a toda costa y darle tiempo a que recuperara de sus heridas políticas y electorales. Por el momento, la jugada ha salido a la perfección para las elites. Solo queda Podemos en una encrucijada de difícil solución estratégica y el asunto de Cataluña.

La entrega ideológica de las siglas del PSOE a los intereses hegemónicos no es nueva. Desde el congreso de Suresnes forma parte del entramado neoliberal con su cuota alícuota de poder, siempre y cuando no se salga de los márgenes estrictos de la monarquía parlamentaria y el régimen capitalista.

La historia así lo demuestra fehacientemente. El PSOE de Felipe González modernizó España a golpe de reestructuración industrial salvaje, metiéndonos en la OTAN de hoz y coz a base de mentiras y contradicciones calculadas. Eso sí, aprobó el divorcio, su mayor logro en el capítulo social para parecer un partido de izquierdas.

Con Carlos Solchaga al frente del departamento de Economía, las inversiones extranjeras en España afloraron por doquier al calor de una rentabilidad rápida. Él mismo lo dijo: España fue en los años 90 del siglo XX el país del mundo donde más fácil era hacer dinero especulativo. Eso sí, como contrapartida a la modernización de las estructuras mercantiles, el paro y la precariedad se dispararon.

Esa precariedad incipiente tuvo continuidad en la época alegre de José María Aznar: más pelotazos, mayor corrupción y boom inmobiliario. La precariedad vital echó raíces profundas en la sociedad española.

A Zapatero le cogió la crisis a mitad de recorrido y lanzó a favor del capital la primera y regresiva reforma laboral de los últimos años, dejando una impronta positiva a través de la ley de dependencia pero sin método para financiarla.

Y en su primera etapa, Rajoy consumó la rapiña neoliberal atacando frontalmente los pilares del llamado estado del bienestar: sanidad, educación y vivienda, ahondando en la pérdida de derechos laborales mediante una segunda versión de reforma laboral más aguda y restrictiva para la clase trabajadora. Sus estandartes predilectos: la sacrosanta unidad de España.

De resultas del régimen del 78 tenemos hoy una deuda pública récord, más desempleados que nunca y el país de la OCDE más desigual junto a EE.UU.

Ya ni siquiera resta acudir al poder sindical, pues ni CC.OO. ni UGT, las centrales mayoritarias, representan un contrapoder eficaz para hacer frente al vendaval destructor del neoliberalismo. Prisioneros de un discurso ideológico antisindical feroz y un campo estrecho de actuación derivado de la precariedad laboral (la inmensa mayoría no quiere afiliarse a ellos ni se puede realizar trabajo efectivo en las empresas ante los despidos baratos y fulminantes sin causa justificada), solo entre los funcionarios y los sectores industriales mimados por ayudas públicas (automóvil, eléctricas y poco más) continúa representando un rol más o menos significativo.

A día de hoy, el sindicalismo está secuestrado por la precariedad laboral, las tarjetas black de Cajamadrid-Bankia y los EREs de Andalucía, reduciendo sus capacidades reales a meros estudios y análisis académicos y como amparo jurídico post-mortem, es decir, una vez despedido el trabajador eventual o a tiempo parcial de turno.

Sin embargo, los vacíos en política siempre se llenan. De ahí el surgimiento inesperado del 15M y de otros movimientos puntuales y parciales, las mareas de diferentes colores y las plataformas contra la pobreza energética y contra los desahucios. Cuando las clases se diluyen o se tornan confusas al pairo de los discursos uniformes del pensamiento único solo resta acudir al escape de las reivindicaciones ligadas a grupos de afectados muy localizados: los de abajo en terminología populista, bien o mal intencionada.

De ese maremágnum caótico surgió Podemos y sus distintas confluencias, que ahora están abocados a determinar una estrategia a medio y largo plazo. El corto plazo de los discursos asamblearios y radicales, muy sonoros y psicodélicos, está llegando a su fin.

Ya se dejan escuchar voces mediáticas afines a Podemos contra la política de palabras y frases rimbombantes. Los de abajo contra los de arriba da la sensación de ser un discurso pobre y coyuntural. Hacen faltas alianzas sociales con actores definidos de índole política sin vaguedades al uso y abuso como juventud, los que sufren o los compromisos genéricos con la mujer en general.

En definitiva, o Podemos avanza hacia que sociedad quiere viajar o los vientos huracanados del neoliberalismo y de sus indefiniciones populistas acabaran con su apuesta en breve tiempo.

De Ciudadanos, por su parte, ya sabemos que tiene fecha de caducidad. A no tardar, una vez se encuentre un nuevo líder para sustituir a Rajoy sus filas se irán diluyendo en la masa madre del PP.

¿Quedará algo a la izquierda? Si el PSOE sale de la UVI volverá a su papel de contraparte amable del sistema. Otra vía hipotética pasaría por una coalición de mayor envergadura con Podemos. Este camino incierto ya se está explorando en Madrid, Valencia y Barcelona.

Manuela Carmena, Iñigo Errejón, Rita Maestre, Joan Baldoví, Ada Colau y Miquel Iceta (PSC) son las principales figuras, todavía ambivalentes, que están moviéndose para hallar un punto de encuentro satisfactorio y compensado que haga de contrapeso a las derechas aglutinadas por el PP. ¿Será una edición actualizada del PSOE u otra cosa nueva? Pablo Iglesias sabe en su fuero interno que las verdades a gritos suelen partir la realidad en dos mitades irreductibles y muy polarizadas: los que aplauden a rabiar y los detractores a muerte. A corto plazo, deberá pactar consigo mismo y sus más próximos para diseñar estrategias más profundas y meditadas.

La respuesta a la pregunta enunciada será clave para el futuro inmediato. No obstante, ahora mismo vendrán más recortes, mayor impunidad y más neoliberalismo. Tampoco sería de extrañar que la movilización social regresara a las calles.

El PP cuenta con un amplio margen de maniobra para sostener sus tesis políticas con la ayuda inestimable de Ciudadanos. El PSOE no es más que un títere o rehén de su propia historia. Y en cuanto a Podemos, sin verdaderos anclajes en la sociedad, el mero discurso radical no aguantará con sus estructuras ligeras y provisionales.

Las elites saben lo que quieren y conocen perfectamente que de la división de sus adversarios extraen el máximo beneficio para sus intereses particulares. Los de abajo, así a lo bruto, son una masa informe que sobrevive al presente como mejor puede.

Los de abajo, perdidos en su indigencia ideológica y sus ansias de consumo y de salir del trance cotidiano sin pensar en exceso sobre cuestiones políticas, son un resorte fantasma y una palanca endeble para que Podemos vaya a más y confeccione colectivamente una propuesta coherente de oposición real a la derecha.

Es preciso dibujar a grandes rasgos una meta adonde llegar y por la cual merezca la pena luchar políticamente. Por el momento, los objetivos de Podemos solo han articulado adhesiones sin compromisos de largo recorrido.

Los pobres, los de abajo, los marginados y tantas otras definiciones elusivas son meras construcciones teóricas para enganchar a una mayoría evanescente de la noche a la mañana. Pero las verdaderas mayorías no nacen ni se crean ex nihilo desde un cerebro pensante privilegiado o un grupo selecto de iluminados.

El multimillonario estadounidense Warren Buffet sabía de qué hablaba cuando afirmó al comienzo de la actual crisis iniciada en 2008 que «hay una guerra de clases, y la estamos ganando los ricos» . La paradoja de nuestros tiempos es que los pudientes son más marxistas que la propia clase trabajadora y que portavoces socialistas como Antonio Hernando aseguren sin asomo de duda que el tiempo les ha dado la razón a los que postularon dentro del PSOE el abandono del marxismo y su posterior abrazo al inefable Groucho Marx: «si no le gustan mis principios, tengo otros.»

Así se puede resumir en un titular la trayectoria del PSOE desde el encumbramiento de Felipe González: Groucho sí, marxismo no.

Tras más de 300 días de gobierno del PP en funciones, del naufragio político emerge un pecio enigmático: Rajoy y Podemos. Ya tenemos presidente, ¿habrá una alternativa de oposición real en la calle y en el Congreso a las renovadas políticas neoliberales? ¿Podemos se transformará en un fallido Pudimos?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.