¿Qué has visto, Ramadán? Hasta la noche del 7 de julio, Ramadán Mohamed Faki era un niño alegre y despreocupado, como cualquier chaval de cinco años. Algo revoltoso pero cariñoso con sus cuatro hermanos. Estaba feliz porque su madre, Joyce Sunday, iba a darle un montón de hermanos más a la vez: estaba embarazada de […]
¿Qué has visto, Ramadán?
Hasta la noche del 7 de julio, Ramadán Mohamed Faki era un niño alegre y despreocupado, como cualquier chaval de cinco años. Algo revoltoso pero cariñoso con sus cuatro hermanos. Estaba feliz porque su madre, Joyce Sunday, iba a darle un montón de hermanos más a la vez: estaba embarazada de trillizos. Aquella noche fue la última del mundo normal de Ramadán.
Apenas unas horas después, los trillizos habían muerto, la guerra se había desatado en su barrio de Jebel, en Yuba, y Ramadán corría solo por el bosque. Aquí se pierde su pista. Durante catorce días, Ramadán estuvo perdido.
Dos semanas después, unos vecinos le reconocieron acurrucado en una iglesia donde se había escondido junto a otros desplazados y avisaron a su padre, Mohamed Faki, quien se había refugiado en el c ampo de protección de civiles PoC3 de la misión de Naciones Unidas en Sudán del Sur (Unmiss). Mohamed salió a buscarlo, y recibió varias palizas de los soldados en el intento, pero encontró a su hijo. Aunque aquél ya no era el mismo Ramadán. «No sabemos qué le pasó, qué le hicieron o qué vio. Desde entonces no habla, apenas come y llora a menudo. Algo se ha roto en su mente».
Mohamed viste el uniforme de los humildes: una camiseta rota y sucia de un equipo europeo de fútbol, unos pantalones negros llenos de agujeros, y va descalzo. Vive junto a su mujer y sus cinco hijos en una escuela dentro del campamento. Los bancos de madera y los pupitres se han apartado para que la gente pueda dormir. Tras el estallido de violencia en la capital hace un mes, entre el presidente dinka Salva Kiir y el ex vicepresidente nuer Riak Machar, han llegado decenas de desplazados al campamento y se ha habilitado el espacio de las clases para ellos. Hay varios con heridas de bala. La familia de Ramadán comparte una pequeña aula con otras dos familias.
El niño parece ajeno a todo. Cuando llegamos, nos da la espalda y se entretiene con un pupitre puesto del revés, repiqueteando con los dedos. Mohamed no tiene ganas de hablar de los trillizos que nacieron con la nueva guerra y murieron antes que ella, así que cuando aparece Ramadán con una pelota blanca, se despista y le posa la mano en la cabeza. «Antes era tan alegre…». El chico no sonreirá ni una vez.
¿Qué has visto, Ramadán?
Buom Kobuong no puede adivinarlo pero sabe la cura. Lo ha visto antes: «Tiempo, cariño y volver a ser un niño». Kobuong es psicólogo y responsable de dos Espacios para la Infancia que la organización Terre des Hommes organiza dentro del PoC. Cada día acogen a más de 1.200 niños para ayudarles a superar el trauma de la guerra a través de talleres, juegos, deporte o bailes. Cada niño responde al horror a su manera: unos se apartan, otros son agresivos, otros se refugian en la timidez y otros callan. «Algunos han visto cómo asesinaban a sus padres, han sido obligados a luchar… Para muchos, el único sonido de sus vidas ha sido el de las balas».
Esa música es la de casi todo Sudán del Sur, en realidad. En 1955, un año antes de que Londres aprobara la independencia de su colonia sudanesa a la carrera, ante el miedo de que Egipto quisiera rememorar tiempos imperiales y expandirse hacia el sur, el país ya olía a pólvora. Varias milicias del sur de Sudán iniciaron una lucha común por la independencia del norte, árabe y musulmán, que derivó en una guerra civil de casi cuatro décadas, separadas por un alto al fuego de once años. En el 2011, tras independizarse vía referéndum y redibujar por primera vez el mapa de África trazado por Occidente en la conferencia de Berlín de 1885, Sudán del Sur lloró de alegría por la libertad adquirida.
Nyemal Watbel Thiwat tenía seis años cuando a su alrededor todo el país celebraba. Sólo dos años después, a los ocho, vio los primeros muertos. La ruptura del gobierno de unidad en el 2013, resucitó la guerra y su ciudad natal, Bor, uno de los bastiones de la oposición, tembló bajo las bombas. Al hablar de aquellos días, Nyemal dice: «El tiempo en que corríamos».
Ahora en el PoC de Yuba, Nyemal dice que las cosas van mejor porque tiene tres amigos.
Uno de ellos es William Nyuom, de trece años, que al explicar su huida desde Malakal habla de «hombres malos» y que vio a muchos civiles ahogados en el río.
De vez en cuando, el centro de infancia organiza una suerte de juegos olímpicos con pruebas de fútbol, voleibol, atletismo y baile. Ninguno de los dos sabe qué son los Juegos Olímpicos de Brasil, pero cuando se lo explico, William dice que a él le gusta competir. Y ganar.
Nyemal dice que a ella no tanto.
-¿Y por qué no?
-Porque la gente grita
-¿Y qué te gusta?
-Me gusta jugar con el hula-hoop.
-¿Ah sí? ¿Por qué?
-Porque nadie grita.
¿Qué has visto, Nyemal?