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Rebuznos a plena luz

Fuentes: Rebelión

Intentaré morderme la lengua. Pese a lo que me pide el cuerpo, seré comedido. Si cualquier malnacido, refiriéndose a las víctimas del terrorismo hubiese dicho de ellas «las mataron porque se lo merecían», de nada le serviría pedir una tenue disculpa y achacar su exceso al calentón de un debate político. Hoy llevaría varios días […]


Intentaré morderme la lengua. Pese a lo que me pide el cuerpo, seré comedido.

Si cualquier malnacido, refiriéndose a las víctimas del terrorismo hubiese dicho de ellas «las mataron porque se lo merecían», de nada le serviría pedir una tenue disculpa y achacar su exceso al calentón de un debate político.

Hoy llevaría varios días detenido e interrogado por la policía, la Fiscalía hubiese actuado contra él de oficio por apología del terrorismo y los medios de difusión ideológica (prensa, radio, tv) nos estarían recordando su infamia a todas horas. No se libraría del envite por muchos perdones que pidiera.

Sin embargo, habiendo pasado algo similar, la respuesta ha sido totalmente distinta. El alcalde de Baralla (Lugo), Manuel González, en un pleno en el que se pedía la condena de los actos violentos del grupo Resistencia Galega, se negó a su vez a condenar el Franquismo y para dejar claro su pensamiento, plenamente consciente remató que las personas condenadas a muerte por la Dictadura «será porque se lo merecían».

Seguramente sin pretenderlo y muy a su pesar, acababa de darle forma exacta a una realidad de la que dejamos constancia en muchos artículos: en el seno del PP anida lo más negro de la intolerancia hispana, la facción política que nos hizo sufrir la larga noche del fascismo.

Tal vez el regidor gallego sea campechano, de trato afable, capaz de acariciar perros o, si los hay en el pueblo, ayudar a cruzar semáforos a los ancianos. Puede que se sienta en comunión con Dios los domingos. O que, al igual que Mayor Oreja, disfrutase de «la extraordinaria placidez del franquismo». No lo conozco.

Pero por sus palabras si conozco varias cosas de él. Vive de forma natural y sin complejos su apoyo explícito a las dictaduras de extrema derecha. Y lo que es más grave: es incapaz de sentir empatía, de comprender el mensaje del otro para establecer un diálogo, por los humillados, apaleados y heterodoxos de la Historia española. Por ello se permite el exabrupto.

Ningún país democrático permitiría insultar de esa manera la memoria de los conciudadanos perseguidos con saña hasta la muerte por un Régimen totalitario. Pero es que en ningún país que no sea España sus dirigentes consentirían (sin vergüenza) que los restos de decenas de miles de víctimas sigan mal enterrados, tirados en cunetas sin nombre. Negando el derecho al recuerdo de los suyos.

O que los pocos verdugos que aún quedan, sus hijos o nietos, parezcan ufanarse de la hazaña poniendo trabas a las exhumaciones, a los intentos de recuperar la Memoria Histórica.

Tampoco ninguna Derecha democrática tendría en sus altares a Franco. El caso español se rige por una lógica familiar. Basta con hacer la prueba del ADN político: el PP se limita a asumir el legado de sus progenitores.

Gran parte del problema se generó con el pacto llamado Transición. Por ello conviene ahora revisarlo críticamente. Hasta el alumno más torpe intuye que si en un partido de fútbol el resultado es 11 a 3 ó 15 a 4, no ha existido disputa. Y que si éste se traduce a represaliados y víctimas no se puede hablar de equilibrio y empate.

En la Transición fue la Izquierda quien asumió el coste. Dejó que la Historia se reescribiera, consintió que la exégesis se hiciera incensando al Borbón mientras ocultaba, además de los cadáveres de militantes y simpatizantes, a los miles de encarcelados, juzgados por el TOP, torturados… en los casi cuarenta años de Dictadura.

Avaló el lavado de cara -sin pedir la limpieza de las cloacas- que permitiese obtener el certificado de homologación europeo. A cambio de una Constitución llena de artículos para incumplir.

De golpe los herederos del Franquismo se transmutaron en demócratas, marchando todos juntos, el rey primero, por la senda constitucional. Durante unos decenios disimularon. Hoy ni eso.

Al hilo de la mayoría absoluta que le da una injusta ley Electoral, no las urnas, al PP no le importa cargarse la Enseñanza Pública. Sus hijos no necesitan becas y de camino anulan la competencia de las clases populares que acceden a la Universidad pues, de momento, el dinero no da la inteligencia y la sociedad española está ahíta de zoquetes con los bolsillos llenos pero con la capacidad intelectual vacía.

No le importa destruir la Sanidad Pública porque no la utiliza. Ni insultar la memoria de las víctimas y a sus familias. De la corrupción de sus finanzas, sólo que aflore y se sepa.

Todos los días nos obsequian con una flor del subconsciente. Del «que se jodan los parados» de la hija de Fabra a «privatizo la Sanidad y termino colocado en las empresas favorecidas» de Güemes y Lamela; pasando por acceder a la presidencia de la Comunidad gracias a la oportuna desaparición de dos tránsfugas o realizar campañas electorales hipermillonarias con el dinero obtenido por los conseguidores de la Gürtel o el hasta hace unos días en los sms de Rajoy Luis «nada es fácil. Hacemos lo que podemos. Ánimo» Bárcenas.

Dejamos aquí la lista. Completa da para una tesis.

Cuando se han subido tantos peldaños de lodo,¿ por qué retroceder ante la ignominia? ¿Por qué dejar de rebuznar a la luz del día y no decir «se lo merecían»?

De momento les está saliendo gratis.

Juan Rivera, miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del Colectivo Prometeo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.