Traducido del francés para Rebelión por Alberto Nadal
Desconfianza. A las conminaciones del jefe del Estado Mayor del Ejército ordenando la celebración inmediata de las elecciones presidenciales, las y los argelinos han respondido masivamente reprobándolas.
El vigésimo noveno viernes de movilización ha sido una ocasión para ellas y ellos de enarbolar un veto popular, que llevaba a su paroxismo la distancia entre el poder abiertamente asumido por Ahmed Gaid Salah y el movimiento popular que retoma vigor.
La estrategia de la tensión gana a la voz de la razón. Sin embargo, en su radicalidad política, las y los ciudadanos en movimiento dan pruebas de serenidad e inteligencia. Las elecciones presidenciales impuestas como única opción de salida del atasco actual polarizan, dividen profundamente.
Pero, sobre todo, dicha estrategia encaja un rechazo que no deja de recordar la suerte reservada a los escrutinios del 18 de abril y del 4 de julio. Dos citas borradas de un manotazo por la poderosa insurrección ciudadana. Manifiestamente no se ha sacado ninguna enseñanza de dos experiencias que han hecho retroceder al poder político.
Perdidos en un campo político tan vacío como confuso, las y los herederos del régimen Buteflika no tienen brújula, están carentes de perspectivas y son incapaces de imaginar o de aceptar vías de salida fuera de la obsoleta agenda electoral. Imponerla y obligar a las y los argelinos a la única «solución» presidencial en este contexto revolucionario sería asumir el riesgo de fracasar por tercera vez en el mismo asunto.
A diferencia de las dos elecciones presidenciales precedentes anuladas, esta tercera tentativa se prepara en condiciones políticas aún más intrincadas. La forma en que se convoca al cuerpo electoral es una ilustración de ello. Es ilustrativa del desorden institucional que domina al aparato del Estado.
El jefe del Estado Mayor del Ejército, Ahmed Gaid Salah, ya no disimula cuando afirma la existencia de «relevos» de la banda de Buteflika en «las estructuras de las diferentes instituciones, (relevos) que han tenido por misión poner trabas a la acción del gobierno y de las instituciones del Estado y crear una situación de callejón sin salida».
¿De quién habla? ¿Del jefe del Estado provisional, que ha desaparecido de la escena? ¿Del Primer Ministro, Noureddine Bedoui, cuya acción está reducida a su más simple expresión? ¿O de los famosos círculos «ocultos»? El misterio es total. Con toda evidencia, la tendencia dominante en la cúspide del poder no va en el sentido de la confianza, sino más bien en el de la sospecha. Tras el poderío proclamado, se disimula un desequilibrio cierto.
Una fragilidad manifiesta. Incoherencias evidentes. La destitución de Buteflika de forma precipitada ha dado lugar a un poder fraccionado, algunos de cuyos centros ya no están operativos. Y, como consecuencia, toda la máquina resulta bloqueada.
«Fracaso repetido»
Por tanto, resulta legítimo interrogarse sobre la eficacia política de unas elecciones presidenciales a celebrar en plazos extremadamente apresurados. Tampoco es inútil subrayar que a esta desconfianza interna del serrallo se añade la relación de desconfianza de la sociedad hacia el poder. El rechazo es masivo. Las y los más moderados de la clase política hacen llamamientos a la razón y recomiendan vías y medios diferentes a una salida orquestada desde lo alto.
Existen. Pero más allá de la ineficacia política de unas elecciones presidenciales precipitadas, no se hace nada para celebrarlas, cuando las más mínimas condiciones no están reunidas. Encarcelamiento de ciudadanos y ciudadanas por haber expresado sus opiniones, restricción de las libertades políticas y asfixia mediática se han erigido en un modo de gestión. Una crónica execrable que obliga a constatar una falta de voluntad incuestionable.
Poniendo en pie este paisaje hostil, el poder da la impresión de que él mismo crea las condiciones del fracaso de sus propios plazos. En este rígido ambiente, es cada vez más difícil convencer de la pertinencia de la oferta política constituida por unas presidenciales torpemente concebidas.
Y la propaganda político-mediática que escolta a esta «venta concomitante» tiene un efecto de repelente. Los tradicionales apoyos sistemáticos del régimen están desvalorizados. Su apoyo al «proyecto» presidencial no es una convicción sino una sumisión al nuevo jefe. Una cultura de fidelidad que conduce inexorablemente a la quiebra. No hay que remontarse muy atrás para darse cuenta de ello.
La gobernanza de Buteflika es un modelo logrado en la materia. Con pequeñas diferencias, el escenario se repite con los mismos errores. Nada nuevo. Las y los actores, los usos, los procedimientos y los discursos son casi los mismos.
Las y los «herederos» no han tomado acta del fin de una época. No tan evidente para ellos que, desde el comienzo de ls manifestaciones populares, han sido incapaces de tomar la medida del alcance histórico de la revolución del 22 de febrero. Peor aún, a medida que la insurrección ciudadana tomaba amplitud y arrancaba Argelia definitivamente de su «estado de coma», las y los dignatarios del régimen -paralizados- no han podido seguir la marcha de la historia.
Se han situado paradójicamente a contra corriente, poniendo en marcha todos los medios para impedir la emancipación en curso en el país. De ahí su dificultad para adaptarse a la nueva situación política.
Es cierto que la «guerra fratricida» a la que se entregan en el interior del serrallo ha echado un velo sobre su capacidad de ver lo que ocurre. Mantener, obedeciendo, unas elecciones presidenciales en el «plazo más breve» sería entonces una apuesta de alto riesgo.
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