Cuando la Cámara de Representantes de Estados Unidos formó su primer Comité de Actividades Antiamericanas, en mayo de 1938, su presidente, el demócrata tejano Martin Dies, identificó el comunismo y el fascismo como peligrosas amenazas extranjeras: “Doctrinas antiamericanas” que, decía, “sólo pueden combatirse desde un americanismo auténtico”. De hecho, la aterradora perspectiva de que el fascismo pueda “llegar a América”, que se ha invocado regularmente desde la década de 1920 hasta la actualidad, implica una premisa tranquilizadora, incluso halagadora: que el fascismo no es americano.
Es una noción reconfortante pero insostenible, como demuestra una serie de estudios recientes. El otoño pasado, el libro Fascism in America, editado por Gavriel Rosenfeld y Janet Ward, señalaba la tremenda fuerza y persistencia de las corrientes fascistas en la historia de Estados Unidos. Esta primavera, Jeanelle Hope y Bill Mullen echan leña al fuego con su libro The Black Antifascist Tradition: Fighting Back from Anti-Lynching to Abolition (Haymarket Books).
Hope y Mullen presentan tres argumentos centrales. En primer lugar, sostienen que las raíces del fascismo se remontan más allá de Hitler y Mussolini, no solo al colonialismo europeo sino a la opresión racial en Estados Unidos. No es casualidad que las leyes raciales nazis se inspiraran en las leyes de segregación norteamericanas conocidas como “Jim Crow”. En segundo lugar, sostienen que la anti-Blackness, la antinegritud, es un principio fundador y una característica persistente del fascismo en todas sus formas: “No hay fascismo en ninguna parte”, escriben, “que no contenga también una dimensión antinegra”. Por último, muestran que muchos de los primeros y más eficaces intentos de identificar y combatir el fascismo han sido realizados por las decenas de pensadores, activistas y organizaciones radicales –desde Ida B. Wells y Cedric Robinson hasta Angela Davis, el Congreso por los Derechos Civiles, el Partido de las Panteras Negras y Black Lives Matter– que juntos conforman algo que podríamos llamar una “tradición antifascista negra”. Se trata de una tradición en parte olvidada y a menudo malinterpretada, pero que, Mullen y Hope están convencidos, puede servir de poderosa inspiración a los activistas progresistas de hoy.
Jeanelle K. Hope, una académica activista de Oakland, California, enseña Estudios Afroamericanos en la Universidad Prairie View A&M. Bill V. Mullen, profesor emérito de Estudios Americanos en Purdue, es cofundador de la Red Antifascista Universitaria. Hablamos con ambos a principios de abril.
¿Para quién han escrito este libro?
Jeanelle K. Hope (JKH): Como intervención académica, es nuestra respuesta a una serie de nuevos estudios sobre el fascismo y el antifascismo. Hemos querido centrar el debate en la experiencia antifascista negra y la centralidad de la antinegritud en todas las formas de fascismo. Pero también lo hemos escrito para organizadores y activistas en busca de tácticas y estrategias. La editorial, Haymarket Books, ha sido un gran socio en nuestro esfuerzo por llegar a esa gente.
Bill V. Mullen (BVM): También esperamos llegar a los estudiantes de todo el país, por eso incluimos un temario de curso en el libro. Algunos colegas ya nos han dicho que piensan utilizarlo en sus clases, lo cual es realmente gratificante.
Muchas leyes estatales recientes prohíben explícitamente a los profesores sugerir que la historia de Estados Unidos está íntimamente relacionada con ideologías y prácticas racistas. Ustedes van un paso más allá, argumentando que los orígenes mismos del fascismo se encuentran a este lado del Atlántico. ¿Qué le parece el hecho de que su libro pueda ser ilegal en algunos estados?
JKH: (Risas.) ¡Todavía no nos han notificado que estemos en ninguna lista de libros prohibidos! Si lo estuviéramos, sería un honor. Bromas aparte, sabíamos lo que hacíamos. Es decir, la tradición antifascista negra que esbozamos incluye todo un canon de escritores y pensadores cuyas obras ya han sido prohibidas en múltiples ocasiones. Desde nuestro punto de vista, que afortunadamente es compartido por muchos, hay algo fundamentalmente valioso en la lectura de libros prohibidos.
BVM: En nuestro epílogo, abordamos explícitamente la reciente guerra legislativa contra la libertad de expresión y la libertad académica en este país. Pero, como dijo Jeanelle, muchas de las personas sobre las que escribimos fueron encarceladas, perseguidas o incluidas en listas negras por sus ideas y su activismo, desde W.E.B. Du Bois y Paul Robeson hasta Claudia Jones y Assata Shakur. Algunos de los grandes héroes de la tradición antifascista negra han sido víctimas de la represión y la censura. En cierto sentido es irónico que, justo cuando muchos de nosotros intentamos recuperar sus voces, nos enfrentemos de nuevo a la censura. En todo caso, demuestra que sus ideas siguen siendo una amenaza para el Estado y la sociedad burguesa dominante.
¿Qué tiene el momento actual que hace que un libro como éste sea a la vez urgente y posible? Por un lado, ustedes parten del trabajo que se viene realizando desde finales de los ochenta y principios de los noventa; estoy pensando en Robin D.G. Kelley, por ejemplo. Pero, por otro, parece que ahora hay más espacio para recuperar a figuras radicales asociadas con el Partido Comunista de EE.UU., el movimiento anarquista y varias formas de lucha armada contra el Estado. ¿Se están disolviendo por fin los tabúes de la Guerra Fría que persistieron a principios de nuestro siglo?
BVM: Es una pregunta interesante. Nuestro libro es claramente una intervención posterior a 2016: Trump asustó a todo el mundo haciéndonos pensar que el fascismo podría estar en auge en este país. Tanto Jeanelle como yo tenemos antecedentes como organizadores antifascistas. Desde 2016, como cofundadora de la Red Antifascista del Campus, he estado recopilando recursos, tanto en línea como a través de proyectos como The US Antifascism Reader que compilé con Chris Vials. Pero tienes razón en que el trabajo de Robin Kelley ha sido muy importante. Nos ayudó a ver con nuevos ojos el papel del Partido Comunista, sin el cual la historia del antifascismo estadounidense, y del antifascismo negro, no puede escribirse. Su libro Hammer and Hoe, sobre los comunistas de Alabama durante la Gran Depresión, salió en 1990 e inspiró mi primer libro, que se centraba en la política cultural negra en Chicago entre 1935 y 1946, la época del Frente Popular contra el fascismo. Parte de ese libro trataba de la Campaña de la Doble Victoria, iniciada por la prensa negra y el diario Chicago Defender, que pretendía derrotar al fascismo, simultáneamente, en el extranjero y en este país. Jeanelle y yo volvemos a ese momento en nuestro libro, en el que lo identificamos como el primer movimiento antifascista negro de masas.
JKH: Empecé a pensar en el fascismo estadounidense y el antifascismo negro en la escuela de posgrado, alrededor de 2010, cuando empecé a investigar la solidaridad afroasiática en el área de la Bahía de San Francisco durante los años sesenta y setenta, con la participación del Black Panther Party, grupos asiático-americanos y otros radicales no negros. Me topaba una y otra vez con el Congreso del Frente Unido contra el Fascismo, que organizaron los Panteras Negras en Oakland, en 1969. En aquel momento, no sabía muy bien qué hacer con eso, pero el Antifascism Reader de Bill y Chris me ayudó a ver cómo el frente antifascista en ese entonces servía como herramienta de construcción de la solidaridad. En términos de nuestro libro actual, 2016 fue un momento clave, pero también lo fue 2020, cuando Black Lives Matter se levantó en protesta por los asesinatos de George Floyd, Breonna Taylor y otros. Lo que también ha sido crucial en términos más académicos es el trabajo sobre el afropesimismo realizado por gente como Frank B. Wilderson, Saidiya Hartman y Jared Sexton, que nos ha dado un lenguaje para hablar de la centralidad de la antinegritud en la historia nacional y global del fascismo.
Su libro no sólo rescata el archivo, sino que pretende darle un nuevo significado a través del concepto de tradición antifascista negra. Por ejemplo, toman la etiqueta de “antifascismo prematuro” que los veteranos estadounidenses de la Guerra Civil española adoptaron como insignia de honor, y la aplican a Ida B. Wells, la activista contra el linchamiento de principios de siglo, a la que identifican como una “antifascista negra prematura”.
BVM: En nuestro libro, como decíamos, sostenemos que el fascismo siempre incluye la antinegritud. Para nosotros, el punto clave, incluso remontándonos a gente como CLR James y George Padmore, era identificar la negritud como elemento central en el análisis discursivo del fascismo. Creíamos que era una tarea importante que no se había llevado a cabo de forma significativa. Para Frank Wilderson, es en Sudáfrica donde el apartheid se fundamenta en la antinegritud, desde donde viaja al discurso político de Estados Unidos. Nosotros, al escarbar en el archivo de la escritura antinegra, también localizamos las raíces del pensamiento y la escritura antifascistas negros.
La historia del antifascismo del siglo XX está marcada por las alianzas amplias –los Frentes Unidos o Populares–, pero también por las divisiones entre comunistas, socialistas, anarquistas y liberales, que a menudo se manifestaban en desacuerdos tácticos y estratégicos. En su libro cuentan que esto también fue cierto para la tradición antifascista negra. Por ejemplo, el Ejército Negro de Liberación (BLA), fundado en 1970, denunció cualquier tipo de “reformismo” como complicidad fascista. Pero lo que ustedes no hacen, me parece, es tomar posición en estas disputas. No evalúan realmente la eficacia de las tácticas propuestas a lo largo de los años. No queda claro para el lector, por ejemplo, si creen que la lucha armada era una táctica viable entonces o podría serlo hoy.
JKH: Es una observación acertada. No nos pronunciamos sobre la eficacia de las tácticas. Lo que intentamos en cambio es exponer toda la multitud de tácticas utilizadas, y subrayar la importancia de luchar contra el fascismo como un frente unido, pero en múltiples frentes. Ida B. Wells instó a la gente a aprovechar la prensa, coger su arma, recoger sus cosas y marcharse. Vemos cómo personas como William Patterson lucharon contra el fascismo a través de los tribunales. Nos fijamos en la movilización del frente cultural, incluyendo la poesía y los cómics. Hablamos de los Panteras Negras, de las zonas autónomas y la ayuda mutua y de la lucha llevada a cabo por los presos políticos en este país, hasta llegar a los secuestros de aviones por el Ejército Negro de Liberación. Eso sí, aunque no evaluamos qué tácticas resultaron más eficaces, tenemos claro que algunas, incluidas las más violentas, pueden haber sido más alienantes que otras. Para mí la clave es que hay, y debe haber, varias formas de luchar contra el fascismo. Al fin y al cabo, la derecha también se organiza de muchas maneras, desde Moms for Liberty hasta los Proud Boys.
BVM: Más que tomar partido, nuestro objetivo era replantear los términos de los debates. Cuando George Jackson estaba encarcelado, mantuvo una asidua correspondencia con Angela Davis, debatiendo con ella definiciones de fascismo. Jackson pensaba que incluso el reformismo capitalista era una forma de fascismo, lo que significaba que el fascismo ya estaba aquí. Davis no estaba de acuerdo, argumentando que Estados Unidos se encontraba, más bien, en un estado de fascismo incipiente. En retrospectiva, creo que ambos tenían una parte de la razón. Jackson y los Panteras formaban parte de lo que llamamos “abolicionismo de primera ola”. Los movimientos carcelarios de Folsom, San Quintín y Attica, que desembocaron en revueltas masivas, fueron producto de una interpretación particular del fascismo que procedía, en parte, de George Jackson. Pues bien, resulta que necesitábamos esas rebeliones carcelarias. Cualquiera que fuera su resultado inmediato, fueron un paso adelante político necesario para levantar lo que, en aquel momento, era un enorme espectro de opresión racista. Angela Davis continuó su trabajo y se convirtió en una importante teórica de la abolición de las prisiones, argumentando, como lo ha hecho hasta hoy, que el complejo industrial penitenciario, si no se controla, nos llevará por un oscuro camino hacia el fascismo en toda regla. Nuestro papel como autores de este libro, creo, no es tomar partido en estos debates, sino exponerlos y hablar de ellos.
JKH: Del mismo modo, el debate de los años setenta entre los Panteras Negras y el Ejército Negro de Liberación sobre la utilidad de la política electoral es útil para nosotros hoy, cuando el Partido Demócrata intenta convencernos de que la única forma de salvar al país del fascismo es votar a Joe Biden. Esa no puede ser la única táctica.
Ya que nos ha traído de vuelta al presente, Jeanelle, ¿puede compartir algunos de los proyectos antifascistas más interesantes o eficaces que conozca hoy en Estados Unidos?
JKH: Agradezco la oportunidad de destacar iniciativas que quizá no se identifiquen inmediatamente como antifascistas. Estoy muy inspirada y animada por la gente que trabaja en Stop Cop City en Atlanta, que intenta luchar contra la creación de un campo de pruebas para nuevas tácticas y armamento policiales en el mismo corazón de la ciudad. También me impresionan profundamente todos los que trabajan en ayuda mutua –programas de los que fueron pioneros los Panteras Negras–, proporcionando desde alimentos hasta fianzas, incluso aquí en Fort Worth, Tejas, donde Funky Town Fridge ha colocado frigoríficos que se convierten en espacios centralizados para donaciones de alimentos en comunidades históricamente negras y marrones. Y, por supuesto, las múltiples formas en que la gente ha estado pidiendo que Estados Unidos deje de financiar la guerra y el genocidio en curso en Gaza.
BVM: En nuestro último capítulo, que se llama Antifascismo Abolicionista, hablamos de algunos momentos antifascistas ocultos pero importantes en el movimiento Black Lives Matter. El Malcolm X Grassroots Movement, por ejemplo, o We Charge Genocide, que surgió en Chicago tras el tiroteo de Trayvon Martin y denunció la tortura de jóvenes negros por parte de la policía de Chicago. El grupo tomó su nombre de la petición de 1951 del Civil Right Congress, que, como explicamos en el libro, utilizó la Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio de 1948 para denunciar el trato que recibían los negros en Estados Unidos. Estos jóvenes de Chicago también acudieron a las Naciones Unidas.
Ustedes han dicho que algunos de estos proyectos no se identificarían inmediatamente como antifascistas. Esto me lleva a mi pregunta final: tanto “fascismo” como “antifascismo” han sido durante mucho tiempo términos controvertidos aquí en Estados Unidos, quizás hasta tal punto que dividen más de lo que unen. La demonización generalizada de “Antifa” en los últimos años tampoco ha ayudado. Sin embargo, ustedes invocan ambos términos de forma prominente y sin pedir disculpas.
BVM: Sí, porque estamos intentando precisamente recuperar el término “antifascismo” y generalizarlo, ponerlo en la agenda política de todo el mundo. El término ha sido controvertido desde la Guerra Fría, cuando algunos de los voluntarios negros que lucharon contra el fascismo en España fueron obligados a testificar en Washington y se les pidió que denunciaran su propio antifascismo, a lo que se negaron. En este país, en otras palabras, el propio Estado ha atacado al antifascismo por su asociación con el Partido Comunista. Recuperar la tradición antifascista significa recuperar lo mejor de la historia de la izquierda norteamericana. Nos parece, además, que nuestro término “antifascismo negro” es teóricamente importante. Queremos que la gente lo utilice como palanca para su propio activismo. Creemos que la conversación y la lucha política no están completas sin una cierta comprensión de esos dos elementos: la antinegritud como elemento del fascismo y de la maravillosa e importante tradición del antifascismo negro.