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Reflexiones sobre la guerra y la paz (II)

Fuentes: Rebelión

Segundo y tercero de seis ensayos que el autor ha conformado a partir de artículos publicados, el primero de los cuales lo fue inmediatamente después del 11/9. Su objetivo es «brindar una perspectiva acerca de la actual ‘guerra contra el terror’ neoconservadora y contra la resistencia contraria a ella del movimiento por la paz».Abril 2002El […]

Segundo y tercero de seis ensayos que el autor ha conformado a partir de artículos publicados, el primero de los cuales lo fue inmediatamente después del 11/9. Su objetivo es «brindar una perspectiva acerca de la actual ‘guerra contra el terror’ neoconservadora y contra la resistencia contraria a ella del movimiento por la paz».

Abril 2002

El militarismo «vivo o muerto» tiene la ventaja de ser simple, pero tiene la notable desventaja de hacer del mundo un lugar más peligroso. Raras veces el Presidente Bush carece del entusiasmo para expandir su cacería de cabezas del «Eje del Mal». Si no fuera por la oposición de todo el mundo árabe así como de muchos aliados europeos, EEUU ya hubiera lanzado un nuevo ataque en Irak hace semanas. Y aún esta razón para la moderación puede que no haya mantenido contenida a la Administración si no hubiera sido que el conflicto entre Israel y Palestina aumentó inconvenientemente.

Independientemente de que el personal de Bush pueda articular una justificación anti-terrorista convincente para una nueva campaña en Irak, la negativa a presentar evidencia para su revisión internacional, su débil conformación de la coalición y sus alardes machistas alienan a ciudadanos de toda la comunidad internacional. Ya la arrogante retórica de «justicia infinita» ha dejado a millones en el extranjero que critican las intervenciones militares norteamericanas indignados en su resentimiento.

En protestas frente al cuartel general del Banco Mundial los carteles que dicen «Más Mundo, Menos Banco» acompañan a los gritos de «No más sangre por petróleo». Los progresistas no son los únicos que se dan cuenta de la relación. En las reuniones del otoño del 2001 de la Organización Mundial del Comercio en Doha, Qatar, los representantes comerciales norteamericanos argumentaron que el «comercio libre» se equipara con la seguridad nacional en las prioridades nacionales de las relaciones exteriores. La necesidad de satisfacer la insaciable sed de petróleo de Estados Unidos sigue siendo una motivación no dicha tras la presión de Bush por lanzar una nueva cruzada en el Medio Oriente. Y en el plano nacional, muchos observadores conservadores expresan vínculos cuando describen a las manifestaciones anti-corporativas y anti-guerra como anti-patrióticas e incluso traidoras.

No obstante, los manifestantes crecen durante todo 2002, a medida que se pospone la invasión a Irak.

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El 15 de febrero de 2003 posiblemente sea el día de la mayor protesta internacional coordinada de la historia.

Comenzando por un lugar a la vista de la sede de Naciones Unidas, una muralla de rostros se extendió unas veinte cuadras por la Primera Avenida de Maniatan. El mitin contra la guerra se amplió para cubrir también grandes secciones de las Avenidas Segunda y Tercera Ya sea que los asistentes se acercaran más a la pesimista cifra de 100 000 estimada por las autoridades o a la de 400 000 que decían los organizadores, dos hechos son ciertos: la presencia de los manifestantes en Nueva York fue masiva, y aún así fue sólo una fracción de la movilización global del fin de semana en contra de una invasión a Irak.

The Los Angeles Times informa que al menos un millón de personas acudió a la mayor marcha que haya visto Londres, dos millones se reunieron en España, 500 000 en Berlín y 200 000 en Damasco, Siria. Otro par de millones se manifestó en Roma y más de 150 000 en Melbourne, Australia, según la Associated Press. Reuters dice que más de seis millones de personas en más de 350 ciudades de todo el mundo se unió a las protestas. Activistas reportan mucho más de diez millones de personas.

La escritora india Arundhati Roy ayudó a articular la fuente de esa extendida indignación. «La Administración Bush ha lanzado un ataque de dos pinzas», dijo ella en una llamada telefónica transmitida por las calles de Nueva York. Además de sus maniobras militares en el Medio Oriente, argumentó Roy, la Casa Blanca ha comenzado un ataque por separado «contra la inteligencia de la raza humana».


Me sorprende cuán tenue es el velo que el Presidente Bush ha mantenido sobre su plan para un «cambio de régimen». Por supuesto, las presentaciones en la ONU por el Secretario de Estado Colin Powell hablan de desarme en vez de la selección de una nueva dirigencia en Bagdad. Pero la idea apenas se oculta. La Casa Blanca sugiere planes elaborados para la gobernancia de posguerra de Irak. Y le ha dado a la cacería de Saddam Hussein, un delincuente brutal, pero menor, una importancia que supera a la preocupación por nuestra economía, la necesidad de la cooperación internacional e incluso la captura de Osama bin Laden.

En el contexto de la protesta global, los que se manifestaron en Nueva York, así como unos 200 000 que se reunieron en San Francisco el domingo, realizaron un acto singularmente pro-norteamericano. Dijeron que también nosotros estamos consternados. Distinguieron la decencia fundamental del pueblo norteamericano del régimen renegado que está ahora en Washington. Se negaron a aceptar el asesinato como una virtud nacional. Y aseguraron que la manera de derrocar a los tiranos es por medio de movimientos a favor de la libertad de palabra, democracia y derechos humanos.

Pocos carteles de protestas fueron tan sucintos y significativos en este respecto como el que sujetaba una mujer frente a la orquesta de dixieland que animaba la carnavalesca procesión de los activistas del teatro Bread and Puppet de Vermont. Su cartel decía sencillamente: «Norteamericanos en contra de la guerra».

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Varios factores conspiraron para enfriar la disensión en Nueva York. Una temperatura máxima de -4,5 0 el sábado, unida a vientos cortantes, hicieron que los activistas que buscaban el calor llenaran las cafeterías y kioscos de venta de revistas. En las semanas anteriores a la protesta, las autoridades de la ciudad debatieron con los organizadores acerca de los permisos. Suministraron un lugar para el mitin sólo unos pocos días antes del evento, creando confusión acerca de si los manifestantes tendrían siquiera un lugar legal donde reunirse. Las autoridades nunca permitieron una marcha hacia la ONU.

La alerta de terror «Código Naranja» también creó incertidumbre en la ciudad a medida que se acercaba el fin de semana. El viernes por la noche en el metro me sorprendió ver a soldados en completo uniforme de campaña y con ametralladoras. Es algo a lo que me acostumbré cuando vivía en Centroamérica, pero que nunca esperé ver mientras viajaba a Brooklyn hacia mi casa Me pregunté si el mitin sería militarizado igualmente.

Sin embargo, a la mañana siguiente los soldados se habían marchado. El sábado a las 10:30 AM normalmente no es hora pico en los trenes, pero subí a un vagón del metro lleno de gente que llevaba botones y carteles. Los planeadores del mitin pudieron predecir con relativa precisión cuántos ómnibus llenos de personas iban a llegar de fuera de la ciudad. Pero fue la presencia impredecible de la ciudad lo que en última instancia determinó la magnitud del evento.

«Los neoyorquinos son el factor x», me había dicho a principios de semana un organizador de Paz y Justicia. Los vagones repletos del metro eliminaron cualquier duda de que la ciudad había respondido.

Como les habían negado el derecho a reunirse y manifestarse de manera ordenada, los intentos de varios grupos por llegar al lugar del mitin se convirtieron en marchas en sí mismas. Las protestas desfilaron por las calles de Manhattan, saliendo de todas las esquinas. Los titiriteros ganaron adeptos mientras caminaban junto al Parque Central, los maestros marcharon desde la Catedral de San Patricio, y el «Bloque de Madres Militantes» se reunió entre los dos leones de piedra que guardan la Biblioteca Pública de Nueva York. Hubo manifestaciones para todo el mundo, desde los Ministros Inter Fe por la Paz a estudiantes de Nueva Haven que gritaban: «La guerra de Bush va a fracasar como lo hizo él en Yale».

La decisión de la policía de negar espacio oficial para estas procesiones produjo un tráfico de pesadilla. En muchas calles los autos estuvieron durante horas sin moverse mientras los manifestantes pasaban por su lado. Junto a un vehículo, con el motor aún encendido, los activistas cantaban: «Hey, Hey, Jo, Jo, que se vayan los SUV». Aparentemente ignorante de la forma en que tal vehículo sería tratado en una manifestación europea (se dice que un carro fue volcado en las protestas del sábado en Atenas), el conductor lanzaba miradas preocupadas a los que escribían lemas en contra de la guerra en el polvo sobre su capó.


Los trabajadores organizados fueron un importante aporte al mitin. Sindicatos procedentes del Congreso de Personal Profesional de la Universidad de la Ciudad hasta del sindicato Internacional de Empleados de Servicio (SIES) enviaron delegaciones numerosas. El sindicato de trabajadores de la salud, 1199, llegó hasta a dar a Unidos por Paz y Justicia una oficina en su edificio de la calle 42. Su presidente Dennis Rivera, políticamente poderoso, hizo un discurso en el mitin.

Un mensaje clave de los representantes sindicales locales, así como de la coalición nacional Obreros Contra la guerra, que los neoyorquinos ayudaron a formar, se leía en un mensaje que decía: «No Nos Podemos Dar el Lujo de Dominar el Mundo». Muchos argumentaban que a un costo que pasará de los $199 mil millones, esta guerra «preventiva» en realidad mina la seguridad económica de los trabajadores de este país.

Desviar la atención de la recesión y mantenerla en los asuntos exteriores le ha servido bien hasta ahora a la Casa Blanca. Algunos críticos han sugerido que la decisión de la Administración Bush de anunciar una alerta alta de terror por segunda vez desde los ataques del 11/9 puede haber estado motivada por la política. «Creo que la alerta alta de terrorismo es parte de la preparación para la guerra», dijo Bill Dyson, un representante estatal de Connecticut, al unirse al mitin de Nueva York. «Están tratando de amedrentarnos a todos y de crear histeria».

Yo he argumentado algo diferente. Tenemos pocas razones para dudar de que muchos peligros sean reales, porque las aventuras unilaterales de la Administración Bush en el exterior han logrado crear un mundo más peligroso.

De cualquier forman nos enfrentamos a una situación distópica. Los que están en el poder son capaces de beneficiarse por combatir los mismos peligros que han cultivado con entusiasmo. Es un estado de guerra perpetua. Para los neoyorquinos el insulto agregado es que mucho de lo hecho se hace en nuestro nombre. Mi indignación acerca de la explotación del dolor de la ciudad como justificación para la guerra se reencendió cuando Angela Davis habló desde la tribuna del mitin. Davis contrastó la «marcha del miedo» -una corriente de personas que corrieron a la ferretería a comprar cinta adhesiva y paneles de plástico- con la «marcha de la valentía» que se estaba realizando en ciudades de todo el mundo.

Esta retórica me gusto porque reflejaba dos tipos diferentes de patriotismo que emergieron después del 11/9. Posterior a los ataques al World Trade Center, la gente de Nueva York se reunió para honrar los actos heroicos de los trabajadores de seguridad pública, para respaldar nuestro compromiso con la democracia y para afirmar la fortaleza de nuestras comunidades. Los residentes que salieron el sábado de sus apartamentos para inundar el centro de la ciudad hicieron recordar el sentido distintivo de comunidad nacional que surgió en la ciudad hace casi año y medio. Tales sentimientos contrastaron agudamente con las declaraciones de nacionalismo procedentes de Washington, D.C. Estas fueron dichas con tono fundamentalista y tomaban nuestro dolor como un llamado a la venganza.

Los sentimientos de guerra pueden haber dominado últimamente, tras la mueca del Estado de la Unión. Pero esta semana, prevaleció la Ciudad de Nueva York.


* * * * *

El viernes 14 de febrero hablé con Ben Waxman, estudiante de último año en la Escuela Secundaria Springfield Township de Filadelfia, una de las 150 escuelas que planean una huelga nacional estudiantil el 5 de marzo. «Muchos de los muchachos de mi escuela se alistan para obtener dinero para la universidad. Vienen a verme y me dicen, ‘Ben, no quiero que me envíen a Irak’. Quieren detener esta guerra», Waxman explicó que «Fundamentalmente son algunos profesores y administradores que están contra nosotros. Nos dicen: ‘Saddam Hussein es Hitler’. Y ‘Ustedes no saben de qué están hablando’.»

La respuesta en el Congreso al escepticismo del pueblo norteamericano acerca de invasiones tiene mucho en común con el paternalismo de esas autoridades de escuelas secundarias. «No hay debate, no hay discusión, no hay un intento por presentar a la nación los pros y los contras de esta guerra en particularŠ Esta cámara está en un silencio sepulcral», dijo Robert Byrd, demócrata por Virginia Occidental, en un reciente discurso en el Senado. Parece que nada impedirá que el Presidente Bush obtenga su invasión.


Es en esos tiempos en que la protesta parece más fútil cuando quizás sea más importante. Una noticia publicada el sábado por Associated Press dice: «Sacudidos por un desborde de sentimiento anti-guerra, Estados Unidos y Gran Bretaña comenzaron a trabajar de nuevo en su proyecto de resoluciónŠ Diplomáticos que hablaron bajo la condición de anonimato dijeron que el producto final puede que sea un texto más suave que no pide explícitamente la guerra».

Un «texto más suave» no era la exigencia de los individuos que se manifestaron este fin de semana, ni es suficiente para detener la Guerra. Sin embargo, tal documento brinda un reconocimiento inusualmente súbito de la capacidad de la protesta para influir en los que están en el poder. Y lleva consigo un recordatorio de una tradición vital en la vida política democrática: cuando las avenidas oficiales de discusión han sido cerradas, la democracia exige la disensión.

Invasión

Antes de la invasión a Irak, como parte de la campaña «Ciudades por la Paz», unas 140 comunidades norteamericanas aprobaron resoluciones en contra de la guerra, incluyendo grandes ciudades como Chicago, Detroit y Los Angeles, así como otras pequeñas -Telluride, Colorado; Salisbury, Connecticut; y Des Moines, Iowa.

Temprano en la mañana del 20 de marzo de 2003, al día siguiente de que empezar la guerra en Irak, activistas inundaron en masa el distrito financiero de San Francisco. Los manifestantes interrumpieron las principales avenidas y bloquearon la entrada de los principales edificios de oficinas, actuando «como arena en el engranaje», como dijo un titular de The San Francisco Chronicle. Un grupo de falsos constructores cerró una autopista con conos color naranja, luces camineras y carteles de «Hombres trabajando». Después del primer día, Alex Fagan, el vice jefe de Policía de San Francisco, reconoció las proporciones históricas de las acciones. «Este es el mayor número de arrestos que hemos hecho en un día y es la mayor manifestación que he visto, en términos de interrupciones», dijo. Las protestas continuaron con fuerza durante tres días.