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El África de las pesadillas occidentales modernas

Regreso de África

Fuentes: La Jornada

Se dice «África» con demasiada ligereza. Para Occidente significa el espacio mítico de la aventura y la desgracia. El lugar de sus esclavos, los hambrientos, los desterrados, los masacrados, los «salvajes» e incomprensibles pueblos negros. Su norte arábico es menos «africano» en la imaginación europea. Y la América «negra», de «tercera raíz», aparece como una […]

Se dice «África» con demasiada ligereza. Para Occidente significa el espacio mítico de la aventura y la desgracia. El lugar de sus esclavos, los hambrientos, los desterrados, los masacrados, los «salvajes» e incomprensibles pueblos negros.

Su norte arábico es menos «africano» en la imaginación europea. Y la América «negra», de «tercera raíz», aparece como una suerte de África salvada de serlo, aún en Detroit o las favelas de Río de Janeiro. Desconocido como la misma Luna, es de los cinco continentes el máximo lugar común: obviedades infundadas y mentiras profundas.

Su guía de forasteros literaria sigue siendo El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad, no sólo porque es una gran obra, sino porque transmite los miedos, las crueldades y la culpa de las miradas de Occidente sobre ese espacio saqueado y condenado una y otra vez, sin que el saqueo ni la condena concluyan de una buena vez.

El erial sigue creciendo. Sus pobladores huyen hacia la Europa que los colonizó, y ésta les declara una nueva guerra (antimigratoria) y levanta muros legales y campos de confinamiento.

Dos libros de signo muy distinto profundizan en el África de las pesadillas occidentales modernas, pero desde dentro, y le dan sentido. Medio siglo después de las independencias nacionales, el mal del África subsahariana es que no pertenece a sus pobladores, cuyas vidas no pertenecen a ellos ni a nadie. Se nace fácil y se muere fácil. Guerra, enfermedad, hambre, sed.

Ébano, de Ryzard Kapuscinski (1998. Anagrama, 2000), y Mara y Dann, de Doris Lesssing (1999. Ediciones B, 2005), son dos obras monumentales.

La primera, una decantada crónica del pasado medio siglo de revoluciones y guerras civiles, el testimonio «duro» de un reportero improbablemente polaco (¿como Conrad?), que viajó el continente durante varias décadas prefigurando lo que hoy sería Robert Fisk para el mundo árabe.

Fue menos erudito, pero tuvo mayor densidad literaria. En tanto, la novela de Lessing es ficción en el sentido más extremo. Sucede en un confuso futuro sin contacto con nuestro presente, fracturado y distante, nunca sabemos por cuántos años o siglos.

Anterior al sida, al ébola, a los transgénicos y al calentamiento global, Ébano ya retrata el páramo poseuropeo, la lucha cotidiana y bestial por un mendrugo, un vaso de agua, un poco de sombra, un día más con vida.

Mara y Dann sucede después de todos esos desastres, cuando Europa, cubierta de hielo, ya no existe ni en la memoria. Queda el sur, un inmenso desierto donde la gente de todas las razas (otras razas, las de después del fin del mundo) siguen intentando vivir un día más y alcanzar el norte en un peregrinaje sin fin.

Los hermanos Mara y Dann huyen del ocaso de su pueblo y de su casta en el sur de «Ífrik». Ponen la voluntad por encima del sufrimiento a través de penurias terribles y frágiles momentos de bonanza. Una bildungsroman sometida a la peor intemperie on the road.

Kapuscinski reporteó el continente más de 30 años. Lessing, nacida en Irán, vivió en Zimbawe los primeros 30 años de su vida, y trae al África clavada en la conciencia, como todo británico de bien.

Aquél describe un mundo olvidado por el mundo. Ésta imagina uno que olvidó lo que hoy sabe la civilización: sin tecnología ni historia, sin ninguna clave científica. No se trata de autores africanos negros (tipo Ben Okri o Amos Toutola), ni siquiera blancos (Nadine Gordimer, André Brink). Kapuscinski y Lessing tan sólo dejaron su corazón allá.

Contemplan esa «humanidad sobrante» que hoy sobrepuebla el planeta de slums descrito por Mike Davis. Por ejemplo, Kinshasa, capital congolesa. Nueve millones de habitantes, 95 por ciento sin salario, con ingresos promedio de 100 dólares al año. No hay carros, ni dinero. Dos terceras partes de la gente es desnutrida; una de cada cinco, VIH positiva. No hay servicios de salud. Y los niños se han convertido en brujos para sobrevivir. Todo, en medio de permanentes guerras civiles y con los vecinos, bajo un gobierno de ladrones y asesinos. «Un país naturalmente rico, artificialmente empobrecido.» (Planet of Slums, Verso, 2006).

Así, Ébano y Mara y Dann, tan distintos en todo, dejan la inquietante sensación de ser el mismo libro por otros medios. Advertencias contra un cierto futuro, más allá de África.