Estados Unidos se está convirtiendo en un tipo de Estado muy curioso. Es una república democrática representativa -es decir, hay elecciones-, pero ésa no sería la concepción de W. Bush. La Constitución a la que debe obediencia establece que el gobierno no puede declarar una guerra sin la aprobación del Congreso. Lo hizo sin la […]
Estados Unidos se está convirtiendo en un tipo de Estado muy curioso. Es una república democrática representativa -es decir, hay elecciones-, pero ésa no sería la concepción de W. Bush. La Constitución a la que debe obediencia establece que el gobierno no puede declarar una guerra sin la aprobación del Congreso. Lo hizo sin la aprobación del Congreso. Es uno más de los que olvidaron el discurso de John Quincy Adams, sexto presidente de su país, sobre la política exterior norteamericana: «En todas partes donde se desarrollan o desarrollarán las normas de la libertad y de la independencia -dijo en octubre de 1821-, esta nación las acompañará de todo corazón, con sus bendiciones y oraciones. Pero no saldrá al exterior en busca de monstruos para destruir». O tal vez W. -se sabe que no es aficionado a la lectura- no ha leído la Constitución. En cambio, ha implantado un sistema de espionaje de sus propios conciudadanos, incluso vía satélite, invasor de la privacy que éstos tanto aprecian. En los países del llamado «socialismo real», la misma tarea estaba a cargo de la KGB, la Stassi y otros servicios secretos de triste memoria.
Hay otra curiosidad que este período de campaña electoral en EE.UU. ha puesto de relieve. Lo señaló con claridad y asombro la periodista canadiense Chrystia Freeland, directora ejecutiva del Financial Times: «Al observar la reacción internacional ante la contienda presidencial, noto que la gente está muy preocupada por la idea de que EE.UU. está gobernada por dos dinastías» (www.msnbc.msn.com, 25-10-07). Es decir, W. Bush, hijo del ex presidente H. W. Bush, sucedió a Bill Clinton y ahora la señora de Clinton muy probablemente sucederá a W. Bush. Según una reciente estadística de Los Angeles Times, el 49 por ciento de los interrogados manifestó beneplácito por el posible retorno de Bill a la Casa Blanca, esta vez en calidad de presidente consorte. Ya no se trataría de partidos sino de linajes, y a los estadounidenses no parece importarles el fenómeno.
Esta evolución o involución del sistema político estadounidense no modifica la vieja costumbre del consenso republicano/demócrata en torno de los temas locales e internacionales más importantes. Los dos partidos votan parejamente por el aumento incesante del presupuesto de guerra y sostienen el apetito imperial de Washington. El precandidato presidencial republicano Rudolph «Rudy» Giulani reiteró que impedirá que Irán se convierta en un potencia nuclear y -agregó- «esto no lo digo como amenaza, lo digo como promesa» (electionstocks.com, 10-11-07). Rudy es de los que prometen, pero cumplen.
La precandidata demócrata Hillary Clinton fue también muy clara: «La política de EE.UU. debe ser cristalina e inequívoca: no podemos, no deberíamos, no debemos, permitir que Irán construya o adquiera armas nucleares. Todas las opciones deben estar sobre la mesa para enfrentar esta amenaza» (rawstory.com, 3-2-07). Brilla por su ausencia el debate ideológico y político entre competidores y todo se reduce al enfrentamiento de celebridades y a la pregunta de quién finalmente manejará el timón. Total, el rumbo es el mismo.
Los demócratas, alegres, se autoanticipan el retorno de la era Clinton y pocos insisten en su declamada vocación antibélica. Si gana, Hillary no los defraudará, ni a ellos ni a los «halcones-gallina» republicanos. Bien lo sabe la industria armamentista: la están apoyando más que a Giuliani, a pesar de sus pasadas tensiones con Bill. Representantes de las cinco empresas del ramo más poderosas de EE.UU. -Lockeed Martin, Northrop-Grumman, General Dinamic, Taytheon y Boeing- aportaron hasta ahora 103.900 dólares a los precandidatos presidenciales demócratas, contra 86.800 dólares a los republicana (www.alternet.org, 31-10-07). La diferencia contante es poca, pero la política, muy grande.
«Esas contribuciones sugieren con nitidez que la industria armamentista ha llegado a la conclusión de que las perspectivas de los demócratas en 2008 son realmente muy buenas», explicó el académico Thomas Edsaal, de la Universidad de Columbia, de Nueva York. Y muy buenas para el complejo militar-industrial, como lo bautizó el general Dwight Eisenhower. Hillary fue la precandidata demócrata que más recibió: la mitad de las donaciones a todos los precandidatos de su partido y el 60 por ciento del total que fue a los republicanos. Se recuerda su actuación en el Comité de Servicios Armados del Senado. También la escena en la que impuso a un Bill vacilante la decisión de bombardear Kosovo. Aunque hoy preconiza la necesidad de un retiro parcial y escalonado de los efectivos norteamericanos en Irak, Hillary, respecto de Irán, es la más halcona de todos los halcones, W. incluido. Hay gente así.