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Resurrecciones

Fuentes: La Jornada

Como en toda crisis, el coronavirus ha dejado claro que no todos son afectados de la misma manera, las cifras de contagio y muerte revelan una geografía de clases donde los más pobres –entre ellos las minorías afroestadounidenses y latinas, así como la mayoría de inmigrantes, sobre todo los indocumentados– son los más devastados. Son primero víctimas no del virus, sino de la mayor desigualdad económica y social en 90 años.

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Una enfermera del Hospital de Especialidades RML durante una protesta afuera de la cárcel del condado de Cook, en Chicago, hace unos días, para exigir la liberación de los prisioneros. Un juez federal ordenó al penal adoptar medidas inmediatas para detener la propagación del Covid-19 entre los más de 4 mil reos. Foto Ap

Son las siete de la tarde y las ventanas de la ciudad de Nueva York se abren, como todos los días a esta hora, para ofrecer una ovación sonora, acompañada de sirenas de bomberos, a los trabajadores de salud que nos están rescatando en medio de la pandemia, en medio de este llamado epicentro del país number one en contagios y ahora en competencia global diaria para ganar el trofeo de más muertos. Con los aplausos no sólo se agradece, sino se supera por unos minutos el aislamiento de la cuarentena parcial, y con ello, se reconoce que aunque cada acción de distanciamiento es individual, es a la vez una acción solidaria, lo que hace cada uno tiene impacto en todos.

Pero como en toda crisis, el coronavirus ha dejado claro que no todos son afectados de la misma manera, las cifras de contagio y muerte revelan una geografía de clases donde los más pobres –entre ellos las minorías afroestadounidenses y latinas, así como la mayoría de inmigrantes, sobre todo los indocumentados– son los más devastados. Son primero víctimas no del virus, sino de la mayor desigualdad económica y social en 90 años. El problema fundamental en esta crisis no es de salud, sino de la injusticia estructural que se ha profundizado durante cuatro décadas de políticas neoliberales.

La primavera, renacimiento de la vida después del largo invierno, esta vez está sofocada por la peste, las historias que nos contamos de sufrimiento, de personal médico arriesgando sus vidas, de los que mueren solos bajo las reglas de aislamiento en hospitales, o los cientos que perecen en casa sin jamás ser atendidos ni registrados en las cifras oficiales. Mientras la vida pública está casi totalmente clausurada, los leones que cuidan la entrada de la Biblioteca Pública de Nueva York han callado su rugir (imaginario), ya que no hay nadie a quien saludar ni despedir, igual a los felinos vivos en el zoológico del Bronx (aunque se sospecha que ellos y los otros animales están felices sin ver a los humanos que los encarcelaron para conservarlos de la devastación del planeta que, entre otras cosas, desató esta pandemia).

Nos invade la ira mientras como periodistas intentamos contar tanto los actos nobles y solidarios como los abusos y la delincuencia oficial en medio de la emergencia. No se puede ser objetivo frente al gran crimen ya bien documentado de cómo el presidente y la cúpula política no respondieron durante dos meses, a pesar de tener toda la información sobre el potencial devastador de esta pandemia. La crisis es fundamentalmente de origen político, no biológico (como se ha documentado en estas páginas por diversos expertos).

Las historias que estamos escuchando en medio de esta pandemia resuenan con la historia en la Biblia de la crucifixión de Jesús, un refugiado sin techo de piel morena y un criminal convicto asesinado por el Estado por organizar un movimiento de fusión moral para transformar la sociedad para servir las necesidades de los pobres en lugar de los ricos, declaran los líderes del resucitado Movimiento de los Pobres, el reverendo William Barber y la reverenda Liz Theoharis, en su mensaje de Pascua. Agregan que en la Biblia hay múltiples resurrecciones –las que definen como confirmaciones de la justicia de Dios– y que esas hoy se expresan en luchas por los derechos civiles y humanos de los trabajadores y los pobres, incluyendo los inmigrantes, entre ellos los de la salud, empleo digno y educación.

Comentan que el silencio en muchas ciudades bajo cuarentena hoy día es interrumpida por ambulancias, y que eso recuerda palabras del reverendo Martin Luther King advirtiendo que algunas prohibiciones no se pueden respetar durante emergencias: Los pobres de esta sociedad están viviendo en condiciones trágicas por las terribles injusticias económicas que los encadenan. La gente desheredada de todo el mundo se está desangrando por las profundas heridas sociales y económicas. Requieren de brigadas de choferes de ambulancias que tendrán que ignorar los semáforos rojos del sistema actual hasta resolver la emergencia.

De eso dependerá, en gran medida, una resurrección pospandemia.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2020/04/13/opinion/028o1mun