Cinco años después de los atentados del 11 de septiembre, la superpotencia capitaneada por George W. Bush vive el momento de mayor aislamiento y debilidad en América Latina. Por primera vez desde la II Guerra Mundial, Estados Unidos dejó de ser el factor preponderante en la política continental, a tal punto que hoy podemos decir […]
Cinco años después de los atentados del 11 de septiembre, la superpotencia capitaneada por George W. Bush vive el momento de mayor aislamiento y debilidad en América Latina. Por primera vez desde la II Guerra Mundial, Estados Unidos dejó de ser el factor preponderante en la política continental, a tal punto que hoy podemos decir que una suerte de multilateralismo regional se ha instalado en el continente. Brasil es el principal contrapeso de Washington en la región, pero no debe subestimarse la creciente importancia de países como Argentina y Venezuela, e incluso el México post Fox, como nuevos factores de poder.
La lista de sucesos adversos al Consenso de Washington desde los atentados en Nueva York y Washington, son la muestra más palpable de que -pese a la «guerra contra el terrorismo»- una nueva situación está cuajando en América Latina. Los movimientos sociales siguen siendo el factor más dinámico, acompañados ahora de una serie de gobiernos progresistas o de izquierda que, pese a sus titubeos, configuran la nueva realidad.
En diciembre de 2001 una potente insurrección popular y de las clases medias barrió al gobierno de Fernando de la Rúa, y la continuidad de la acción social arrinconó a su sucesor, Eduardo Duhalde. En 2002 y 2003, gracias al activismo de base fue posible revertir un golpe de Estado contra Hugo Chávez y el paro petrolero que pretendía aniquilar a su gobierno. El desgaste del neoliberalismo permitió el acceso al gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, y en octubre de 2003 un impresionante movimiento indígena y obrero terminó con el represivo y neoliberal gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia. Ya en 2005, la continuidad de la movilización social forzó la renuncia de su sucesor, Carlos Mesa, y el aplastante triunfo electoral del dirigente cocalero Evo Morales. Ese mismo año triunfaba la izquierda en Uruguay, desplazando por primera vez a los partidos tradicionales del control del aparato estatal.
En Ecuador, pese a la traición del gobierno encabezado por Lucio Gutiérrez, los movimientos impidieron la consolidación de las tendencias neoliberales y consiguieron, en los primeros meses de 2006, impedir la firma de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, a la vez que lograron una importante victoria contra la petrolera estadounidense Oxy. Incluso en Colombia, el país más cercano a Estados Unidos en todo el subcontinente, los avances de las fuerzas contrarias a la política de Washington son innegables: la guerrilla no fue derrotada pese al despliegue del Plan Colombia, y una fuerza electoral de izquierda consiguió romper el tradicional bipartidismo en ese país, modificando la relación de fuerzas. En Perú, pese a la derrota del candidato nacionalista Ollanta Humala, la potencia de los sectores populares está poniendo límites al alineamiento del nuevo gobierno de Alan García con Estados Unidos.
Fracaso del ALCA
Aún en Chile, que ya había firmado un TLC con Washington a fines de los 90, el gobierno de la socialista Michele Bachelet enfrenta la reactivación de movimientos como el estudiantil, que cuestiona algunos ejes de la política neoliberal como el abandono de la enseñanza pública. Paraguay es quizá el país de Sudamérica donde más ha avanzado la política militarista de Bush, a través del ingreso de tropas con inmunidad, el acondicionamiento de una gran base militar en Mariscal Estigarribia y el despliegue del ejército y grupos paramilitares formados por el Ministerio del Interior en la conflictivas áreas rurales.
Los sucesos de las últimas semanas en México, representan un cambio formidable. La amplia y masiva movilización contra el fraude electoral contra Andrés Manuel López Obrador, muestran una nueva conciencia democrática que habrá de limitar las tendencias derechistas del futuro presidente Felipe Calderón. Sin embargo, el factor decisivo es que la insurgencia zapatista ya no está sola: la «comuna» de Oaxaca, como se ha dado en llamar al vigoroso movimiento que se desarrolla en ese estado contra las corruptas autoridades locales, anuncia un punto de inflexión en la política mexicana. En efecto, la irrupción de amplios sectores de la población cuestionando no sólo la forma como se ejerce la administración sino al mismísimo poder estatal, señala que se está llegando a un momento de crisis política y de crisis del modelo de dominación, que habrá de tener hondas consecuencias en el futuro inmediato.
Pero quizá lo más notable sucedió en noviembre de 2005 en Mar del Plata, durante la Cumbre de las Américas. Allí los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) más Venezuela, enterraron definitivamente el ALCA, que había sido el modelo de relacionamiento entre Estados Unidos y el resto del continente diseñado por la Casa Blanca. Es cierto que a partir de ese momento la administración Bush emprendió una potente ofensiva para la firma de TLCs con varios países. Y es cierto también que obtuvo éxitos puntuales. A la firma del TLC con Centroamérica (CAFTA) su suma los que firmó con Colombia y Perú, y la posibilidad de que Paraguay y Uruguay sigan ese mismo camino. Pero los países decisivos de la región (Brasil y Argentina) han dado pasos significativos para revertir la situación de estancamiento y crisis del Mercosur.
El ingreso de Venezuela al bloque, el creciente acercamiento entre Brasil y Argentina luego de superar viejas disputas comerciales y suspicacias entre sus gobiernos, y el posible ingreso de Bolivia, modifican radicalmente la situación del Mercosur. Aunque algunos de estos gobiernos no pueden, ni remotamente, ser considerados como de izquierda, han producido cambios más allá de su propia voluntad. Lula va a ser reelecto con amplia mayoría por el cambio cultural que están viviendo los más pobres. Sin duda, este cambio está influido por el plan asistencial Bolsa Familia, que consiste en subsidios de unos 50 dólares y otros beneficios a 11 millones de familias, unas 40 millones de personas. El programa ha recibido merecidas críticas por su carácter asistencial, pero lo cierto es que ha hecho posible dos hechos llamados a modificar la relación de fuerzas en el país más importante del continente: quebró el dominio y control de las elites de derecha en una región tan importante como el Nordeste. Hasta ahora los caciques de ultraderecha practicaban formas de clientelismo que les aseguraban la lealtad -real o simulada- de los pobres. Ahora es allí donde Lula tiene las mayorías decisivas para conseguir la reelección. En segundo lugar, por primera vez en la historia de Brasil los más pobres no van detrás de los comportamientos políticos de las clases medias, sino que votan por un candidato al que consideran «propio».
Gobiernos y movimientos
En estos cinco años se han consolidado dos tendencias que ya se anunciaban desde años atrás, pero que ahora cobraron un fuerte impulso. La lista de gobiernos adversos a Washington se ha ampliado, así como la de los gobiernos que toman distancia de las políticas de Bush y de los organismos finacieros internacionales. Hoy Cuba está menos sola que nunca y una agresión de Estados Unidos a la isla debe contar con la segura y firme oposición de la mayor parte de los países latinoamericanos. Pero también está más segura Venezuela, no sólo por el fortalecimiento de su posición interna, gracias a la consolidación del proceso bolivariano y la capacidad de Hugo Chávez de tejer una multiplicidad de alianzas a escala global, sino también por la decidida actitud de países como Brasil, Argentina y Bolivia en su apoyo.
Algunos países de la región, como Brasil y en menor medida Argentina, comenzaron a desafiar al imperio en un terreno tan delicado como el enriquecimiento de uranio. Recordemos que gracias a las políticas neoliberales de los 90 esos países desarticularon o paralizaron sus planes nucleares, que ahora ponen nuevamente en marcha. La política de autonomía y cooperación militar entre Brasil y Argentina, sus posiciones conjuntas frente a los cambios que reclaman en el FMI y ante la dinamización del comercio y la cooperación Sur-Sur y, en poco tiempo, la creación de una nueva moneda que sustituya al dólar para el comercio regional, son los más destacados emergentes de una nueva realidad regional.
Por último, lo más decisivo. Los movimientos sociales de la región no han sido derrotados y mantienen su capacidad de acción y sus potencialidades intactas, aún cuando el discurso progresista y los planes focalizados hacia los pobres les han creado algunas dificultades serias. Nada indica que la oleada de activismo de base iniciada a mediados de los 90 haya colapsado. Por el contrario, fue esa oleda de movilizaciones la que permitió deslegitimar el modelo neoliberal y generó las condiciones para que naciera un nuevo mapa político en cada país y en el conjunto de la región. No es cierto que esta nueva situación se haya creado por el «abandono» de Estados Unidos de la región, por estar focalizado en Medio Oriente y Afganistán. Eso sería tanto como mirar el mundo desde arriba. Y, lo cierto, es que abajo, en la base de nuestras sociedades, está creciendo una nueva conciencia, a la cual no le hizo mella la «guerra contra el terrorismo» de Bush, desatada en estos cinco años.