La ola revolucionaria que barrió el norte de África y Oriente Medio, derrocando, o desestabilizando los regímenes establecidos, fue vista como un desastre por las potencias imperialistas. Y con razón. La estabilidad de estas dictaduras era de vital importancia estratégica para el imperialismo. Servían para aterrorizar a las masas del mundo árabe. Facilitaban la explotación […]
La ola revolucionaria que barrió el norte de África y Oriente Medio, derrocando, o desestabilizando los regímenes establecidos, fue vista como un desastre por las potencias imperialistas. Y con razón. La estabilidad de estas dictaduras era de vital importancia estratégica para el imperialismo. Servían para aterrorizar a las masas del mundo árabe. Facilitaban la explotación de los trabajadores y el saqueo de los recursos de la región. Lo mismo ocurría en Libia, donde, inicialmente, el levantamiento del 19 de febrero en Bengasi constituía una extensión de la revolución en Egipto y Túnez. Sin embargo, en el curso posterior de los acontecimientos, la revolución libia quedó desviada en provecho de los objetivos estratégicos de las potencias imperialistas.
Para justificar su intervención militar, Sarkozy, Cameron y Obama fingieron descubrir la naturaleza dictatorial del régimen de Gadafi. Sin embargo, todos apoyaban su régimen en vísperas de la revolución. Desde la caída del régimen, han aparecido documentos revelando que la CIA y el MI6 trabajaban en estrecha colaboración con los servicios de inteligencia de Gadafi, incluyendo el suministro de información sobre sus oponentes. Además, según el Wall Street Journal, ciertas empresas occidentales, tales como Bull, Boeing, Narus y Amesys le habrían suministrado al régimen equipos de vigilancia, para facilitar la eliminación de opositores.
La intervención imperialista
No nos detendremos aquí en los pretextos oficiales para la intervención. Esta, obviamente, no tiene nada que ver con la democracia y la protección de los civiles. La verdad es que los imperialistas vieron en la situación que se desarrolló en Libia a principios de marzo, la oportunidad de intervenir para fortalecer su posición en una región de importancia estratégica. Se trataba para ellos de imponer un gobierno totalmente sometido a sus intereses -y tomar el control, de paso, del petróleo y de los contratos civiles y militares. Bajo Gadafi, como ahora, lo único que preocupaba a los imperialistas es preservar sus propios intereses económicos y estratégicos.
Esta operación militar fue posible gracias a las características específicas de la situación en Libia, después del primer brote de la insurrección en Bengasi, que básicamente, tenía las mismas causas que las revoluciones en Túnez y Egipto. La apertura de la economía libia a los inversores capitalistas extranjeros ha permitido a una pequeña minoría de la población concentrar una riqueza enorme en sus manos, mientras que las desigualdades sociales iban en aumento.
El movimiento de Bengasi fue seguido por levantamientos y manifestaciones importantes en otras ciudades. Las capas más oprimidas de la población querían poner fin a la dictadura y a la explotación. Esto arrastró a parte de las clases medias y de los soldados libios. Pero la escala del movimiento en otras ciudades no alcanzó el nivel de la insurrección en Bengasi. En Trípoli, una ciudad decisiva, la población se ha mantenido relativamente pasiva. De lo contrario, los imperialistas no hubiesen podido lanzar sus operaciones militares, al igual que no pudieron hacerlo en Túnez y Egipto. Es el agotamiento del impulso insurreccional -y en particular la situación en Trípoli- el que abrió la posibilidad de intervención. La revolución había perdido fuerza y la intervención imperialista arruinó la posibilidad de un levantamiento revolucionario generalizado.
El CNT
Dada la relativa facilidad con la que las masas tunecinas y egipcias derrocaron a Ben Alí y Mubarak, los insurgentes libios sin duda pensaban en un principio que Gadafi no duraría mucho tiempo. Y no eran los únicos en pensar de esa manera. Muchos ex ministros, diplomáticos y jefes militares abandonaron un barco que creían que se hundía. De ser ejecutores sangrientos del régimen de Gadafi, se convirtieron en tantos nuevos «opositores». Estos ex-gadafistas, junto con muchos agentes de las potencias occidentales, dominan el actual Consejo Nacional de Transición (CNT). El presidente de este Consejo, Moustafa Abdel Jalil, era el Ministro de Justicia de Gadafi, es decir su torturador en jefe. En cuanto a Mahmoud Jibril, que preside el ejecutivo del CNT, estaba a la cabeza de la «Oficina de desarrollo económico nacional» de Libia desde 2007. En otras palabras, fue la punta de lanza de la política de liberalización y privatización de la economía libia. Apoyado política, militar y financieramente por las potencias imperialistas, el CNT no es un organismo revolucionario, sino contrarrevolucionario. Muchas veces en la historia, ha ocurrido que una fracción de la vieja clase dominante se aprovechara de una revolución que le es totalmente ajena para tomar el poder. Eso es exactamente lo que ocurrió en Libia.
La caída de Gadafi
Gaddafi y Sarkozy Sarkozy y Cameron estaban convencidos de que el régimen de Gadafi caería con rapidez pero no fue así. A pesar de la intensidad de los bombardeos, las «sanciones financieras» contra Gadafi y el armamento de las milicias que operan sobre el terreno, el antiguo régimen se mantuvo durante seis meses. Sin embargo, Gadafi no tenía una base importante de apoyo entre la población. El dictador libio era odiado por las masas. Su poder se basaba esencialmente en un aparato represivo brutal. Decenas de miles de personas -hombres, mujeres y niños- languidecían en las cárceles de Trípoli, donde sufrieron violaciones y abusos atroces.
Lo que le ha permitido a Gadafi aguantar tanto tiempo y mantener el control de una fracción importante del ejército es precisamente la aparición a la cabeza de los «rebeldes» de estos reaccionarios conocidos por todos los libios -así como también su connivencia con las potencias imperialistas. Pero al final, los miles de misiles que cayeron sobre las tropas y la infraestructura del régimen hizo que sus fuerzas armadas se volvieran ineficaces. Careciendo de un fuerte apoyo, el régimen se desintegró, y su evidente debilidad creó las condiciones para un levantamiento de jóvenes y trabajadores en Trípoli, que derribaron al régimen como un castillo de naipes. Los insurgentes tripolitanos habían estado luchando durante dieciséis horas, cuando las milicias de fuera de la ciudad, transportadas al lugar con el apoyo de la OTAN, llegaron para proclamar «su» victoria.
Las milicias, que los medios occidentales agrupan bajo la etiqueta de «fuerzas rebeldes», no son políticamente homogéneas. Entre ellas se encuentran miles de jóvenes y trabajadores que lucharon heroicamente -a menudo a costa de sus vidas- para derrocar a la dictadura que tenían buenas razones para odiar. Se consideran a sí mismos como revolucionarios que luchan por una Libia libre y democrática. Pero estos elementos no predominan. No son ellos ni sus representantes los que ocupan las posiciones de liderazgo y que tomarán el poder en el país. Las milicias más poderosas están bajo el control de los elementos reaccionarios que no son mejores que Gadafi.
Es difícil predecir lo que sucederá en Libia en los próximos meses. Los sucesores de Gadafi no lograrán consolidar fácilmente un régimen estable, dada la rivalidad entre los jefes militares, algunos de los cuales están vinculados a Al Qaeda, como Abdel-Hakim Belhaj, hoy comandante de las fuerzas rebeldes en Trípoli. Mientras Gadafi estaba en el poder, estas rivalidades -marcadas por el asesinato del general Abdul Fattah Younes- se mantuvieron en un segundo plano. Pero ahora, aparecerán a plena luz del día. A esto hay también que añadirle la rivalidad entre las potencias imperialistas que participaron en la guerra. Por último, los trabajadores y jóvenes libios no permitirán fácilmente la imposición de una nueva dictadura encabezada por ex gadafistas y otros elementos reaccionarios. Desde este punto de vista, la prioridad de los imperialistas y la clase dominante de Libia será el desarme de todos los insurgentes genuinamente revolucionarios y el establecimiento de un gobierno represivo al servicio de los intereses capitalistas.
El curso posterior de los acontecimientos en Libia dependerá en gran parte de la evolución de la situación internacional. Especialmente, en un primer momento, de lo que ocurra en Túnez y Egipto. Las revoluciones en los países vecinos están aún inacabadas y experimentarán nuevas fases de crecimiento. Si la clase obrera tomara el poder en Túnez o Egipto, esto cambiaría por completo el equilibrio de poder entre las clases en Libia y en todo el norte de África.
Fuente: http://www.marxist.com/revolucion-y-contrarevolucion-en-libia-es.htm