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La denigración de la clase obrera en las series de televisión española

Ríete tú del Fary

Fuentes: Rebelión

Puede que la mayoría de los lectores recuerden la famosa serie de Antena 3 «Manos a la Obra» y a los chapuzas de «Manolo y Benito». Benito es un cuarentón que aún vive con su madre, su vagancia sólo es superada por su ineptitud a la hora de desarrollar su trabajo y siempre se está […]

Puede que la mayoría de los lectores recuerden la famosa serie de Antena 3 «Manos a la Obra» y a los chapuzas de «Manolo y Benito». Benito es un cuarentón que aún vive con su madre, su vagancia sólo es superada por su ineptitud a la hora de desarrollar su trabajo y siempre se está quejando de un «dolor» que le sirve como excusa para escabullirse del trabajo. Manolo es el obeso «pensador» del grupo y aunque suele dárselas de macho ibérico al final siempre acaba cediendo ante las órdenes de su mujer.

Ambos personajes sirven para arrancar con un análisis sociocultural para explicar cómo las series españolas ridiculizan a la clase obrera de este país. Hemos pasado de ver al obrero como un tipo luchador que madruga cada día para ganarse el pan con su sudor a verlo como un gañán que se gana la vida de manera incompetente y chapucera.

La clase trabajadora televisiva es casposa. Si en el fondo son buena gente, tienen un sinfín de defectos: es vaga, torpe, ignorante, chanchullera, borracha, yonqui, apolítica, machista, e incluso, racista. Bares, puticlubs y rellanos son los sitios más regentados por sus personajes, seguro que todos recordamos el bar «La Oficina» o el puticlub «Pétalos». Tampoco nos olvidamos de la frase mítica de Alfredo Landa donde explicaba que solo creía «en Dios, en Franco y en Don Santiago Bernabeu» en «Lleno, por favor» o como en Aída se ridiculizaba constantemente al rojeras pesado de Chema.

Atrás quedaron series como «Los Camioneros» donde el guaperas de Sancho Gracia iba derrochando dignidad montado en su Pegaso en el año 1973, o «Verano Azul» y la resistencia de Chanquete para que no le echaran de su barco.

Estas series dieron paso a currelas sudorosos que hablan con la boca llena, se maman cada dos por tres, llevan el palillo entre los labios, les interesa poco la política, se convierten en energúmenos cuando ven el fútbol, no llegan a final de mes y despiden testosterona cuando ven a un pibón. Series como «Los ladrones van a la oficina», «Lleno, por favor», «Manos a la obra», «Menudo es mi padre», «Aquí no hay quien viva», «Aída» o «Con el culo al Aire» tienen personajes que se ajustan a este perfil. En estas series los conflictos que surgen tienen que ver con robos, estafas, adicciones, infidelidades o estropicios, eso sí, siempre con humor; mientras que la crítica a los problemas sociales o no aparece o es bufoneada.

¿Pero cuál es la finalidad de esta banalización? Detrás de las carcajadas de El Fary o las gracias del Luisma y Mauricio se encuentra una continua destrucción de la identidad de clase.

La cultura burguesa ha ido penetrando en muchas familias trabajadoras de nuestro país destruyendo ese sentimiento obrero que durante años les ha acompañado generación tras generación.

En los años ochenta, las familias obreras decidieron enviar a sus hijos a la universidad ya que el empleo industrial comenzaba a entrar en crisis. La formación profesional o dejar de estudiar no ofrecían la posibilidad de encontrar un buen empleo ni tampoco la oportunidad de forjar un buen oficio. Parecía que la mejor herencia de estas familias era dejarles a sus hijos una buena formación. Esto hizo que las aspiraciones de los jóvenes fueran cambiando, produciéndose una transformación cultural en éstos al entrar en contacto con otras clase sociales o al empaparse de los valores meritocráticos que las universidades inculcaban.

A este factor se suma la progresiva reducción de los espacios de socialización que en la cultura obrera eran vitales para poder interactuar entre los vecinos y que daban lugar a una transformación en el barrio.

Sin embargo, la abundancia de jóvenes trabajadores cualificados unida a la descualificación del trabajo, ha tenido como resultado que jóvenes con alta cualificación que siguen formando parte del proletariado, muchas veces en peores condiciones que sus padres, hayan olvidado su esencia obrera, es decir, sus pautas de comportamiento que le reconocían como tal. Esta identificación de clase parece un estigma, ya que indica el fracaso de aquellos jóvenes que intentaron buscarse un futuro profesional. El obrero se convierte así en el sujeto que no ha tenido éxito en el proceso de transformación de la sociedad, dejando de ser aquel sujeto político que en su día era capaz de transformar la sociedad.

Es en este punto donde todas estas series televisivas entran en acción. La ridiculización de la clase obrera en estas comedias intenta apartar a las y los trabajadores de su verdadera identidad de clase. Se trata de presentar a las y los trabajadores como los fracasados de la sociedad, «pobres pero contentos» que ni quieren ni pueden aportar nada a este mundo.

Como se señala en la obra de Owen Jones «La demonización de la clase obrera», nos encontramos con una minoría que amasa una gran riqueza mediante la explotación de la clase obrera de su país o mediante la opresión de otros pueblos que necesita justificar esta irracionalidad. La justificación que se da a ello es que las élites merecen estar donde están porque son más listos y trabajadores, mientras que las clases más bajas son así porque son estúpidos y vagos, al igual que los personajes de las series televisivas españolas. Cuanto más desigual es la sociedad, más necesitan los poderes fácticos ridiculizar a la clase trabajadora y separarla de su identidad de clase.

La destrucción de la idea de que no existe una clase obrera es la clave. Esta idea oculta el debate sobre las desigualdades, porque si no hay clases sociales, no hay nada que debatir. Esto se combina con la ristra de vagos, chapuzas y maleantes de las múltiples series televisivas que animan a las y los trabajadores a abandonar su pequeña conciencia de clase.

Actualmente, los estragos de la crisis han hecho que mucha gente se replantee su pertenencia a la «clase media», ya que según el CIS, el porcentaje ha ido bajando. Este suceso ha hecho que muchas comedias televisivas hayan tenido que rebajar los estereotipos de muchos de sus personajes, hacer algunas críticas de manera suave y meter algún chiste mordaz. «Con el culo al aire» es uno de los casos de serie que ha tenido que cambiar algún patrón dentro de sus personajes.

Puede que estemos en un momento donde la persona que está sentada en el sofá viendo la televisión se sienta más identificada con el personaje que ve al otro lado de la pantalla, quizás esa disolución entre la ficción y la realidad, sin entrar en lo grotesco de las series, sirva en un futuro para que el espectador se de cuenta que entre el «pringao» de la pantalla y él no hay mucha diferencia. Pero el verdadero problema vendrá cuando el espectador tenga que señalar al verdadero culpable de su situación, ¿tendrá la culpa el empresario que le explota y el banquero que le desahucia o será culpa suya por ser un vago, tal y como defienden las series televisivas?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.