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Entrevista al politólogo Roger Senserrich sobre las elecciones del 2 de noviembre en EEUU

«Ronald Reagan sería hoy un candidato inaceptablemente moderado para el Partido Republicano»

Fuentes: Rebelión

Las elecciones «de medio mandato» presidencial del pasado 2 de noviembre en los Estados Unidos se han saldado con una contundente victoria del opositor Partido Republicano y abren una serie de importantes interrogantes en el complejo y dinámico panorama político norteamericano. Sobre ellas conversaremos con Roger Senserrich, politólogo español residente en EEUU y autor de […]

Las elecciones «de medio mandato» presidencial del pasado 2 de noviembre en los Estados Unidos se han saldado con una contundente victoria del opositor Partido Republicano y abren una serie de importantes interrogantes en el complejo y dinámico panorama político norteamericano. Sobre ellas conversaremos con Roger Senserrich, politólogo español residente en EEUU y autor de la bitácora Materias Grises, una de las referencias más interesantes e influyentes de la blogsfera política en lengua castellana. Senserrich es licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y master en Estudios Sociales en la Universidad Complutense de Madrid y reside desde 2004 en Connecticut, donde trabaja en el sector privado. Se presenta como «básicamente un social liberal pragmático» y no oculta sus simpatías por los gobiernos de centro-izquierda de Barack Hussein Obama en EEUU y José Luís Rodríguez Zapatero en España.

– En primer lugar, quisiera agradecer tu disposición a mantener esta conversación para los lectores y lectoras de Rebelión. Un medio y unos lectores de tendencia diversa pero esencialmente anticapitalista, respecto de la cual es evidente tu distancia ideológica, pero desde la cual, me permito añadir, la seriedad de tus análisis y su excelente estilo expositivo y base documental invitan a abordar un debate que resultará seguramente tan interesante como polémico.

En términos generales, ¿cuál es tu valoración del resultado de estas elecciones «de medio mandato»? ¿Qué variables del comportamiento electoral de los norteamericanos han influido más decisivamente en este vuelco hacia la derecha? ¿Qué cambios cabe esperar a partir de ahora en la acción de gobierno de Barack Obama y en la acción opositora del Partido Republicano?

Gracias por tenerme en esta casa, de hecho. Es un placer.

Sobre las elecciones legislativas americanas, lo que ha sucedido es relativamente sencillo: las crisis financieras siempre tienen recuperaciones económicas lentas, y la economía no ha recuperado la velocidad de crucero a tiempo para salvar a los demócratas. Echando un vistazo a la literatura sobre comportamiento electoral podíamos esperar una pérdida de 45 representantes en la cámara baja -el resultado ha sido un tanto peor (60) básicamente por la diferente composición del electorado respecto al 2008. Los jóvenes se han quedado en casa mientras que los mayores de cincuenta años han votado al mismo nivel.

Es fácil olvidar que las elecciones del 2008 fueron realmente excepcionales: participación muy alta (para Estados Unidos), jóvenes muy movilizados y minorías acudiendo en masa a las urnas, todo ello en medio de una crisis realmente aterradora y una presidencia absolutamente catastrófica. Los demócratas, incluso con una recuperación económica increíble, hubieran perdido escaños. El problema es que la economía no acompañó en absoluto.

Un detalle interesante es que en Senado los demócratas han sacado resultados bastante decentes -de hecho, incluso mejores de lo que decían las encuestas. Los republicanos han perdido algunas votaciones que tenían ganadas al presentar algunos candidatos excepcionalmente malos. Delaware, Nevada o Colorado han sido regalos inesperados para los demócratas.

Predecir qué harán los republicanos es relativamente complicado. Los conservadores han prometido la luna a sus bases durante la campaña, hablando de que iban a salvar el país, recortar impuestos, eliminar el déficit público y pasar reformas enormes (desde privatizar la seguridad social a eliminar el Departamento de Educación) en unas pocas semanas, aparte de cambiar Washington DC de arriba abajo. El problema es que muchas de estas cosas que movilizan a las bases horrorizan al público en general; los líderes del Partido Republicano deberán intentar contentar a las bases sin pasarse de frenada con los votantes. En un país con elecciones primarias, sin embargo, esto es muy, muy complicado, si no imposible; los republicanos deberán escoger entre trabajar con el presidente de vez en cuando y tener problemas con sus bases en las elecciones primarias, o apaciguar a sus bases y perder apoyo en las elecciones generales.

La clave, como de costumbre, será la economía. Si los datos de paro siguen teniendo el aspecto que han tenido en octubre (bastante buenos) y la Reserva Federal colabora con una política monetaria agresiva, en 2012 Obama será muy difícil de batir. Pero la recuperación es, creo, aún bastante frágil, y los republicanos puede que tengan tentaciones de torpedearla -no aprobando los presupuestos (acusando la Casa Blanca de despilfarro) y forzando un cierre del gobierno, por ejemplo. No va a ser un año fácil.

– Las dos grandes victorias legislativas de Obama, la reforma sanitaria y la reforma financiera, han tenido en común una salvaje oposición republicana (que las ha tildado de «socialistas» y anticonstitucionales) y una acerba crítica desde la izquierda social (que las ha descrito como insuficientes y claudicantes ante la presión corporativa). Más allá del rifirrafe parlamentario y mediático, ¿cómo se ha desarrollado el debate sobre estas reformas en la sociedad norteamericana a pie de calle? ¿Podríamos interpretar la derrota demócrata en estas elecciones como una desautorización popular (por activa desde la derecha, votando a los candidatos republicanos, y por pasiva desde la izquierda, absteniéndose) de la concreción legislativa de los afanes reformadores que llevaron a Barack Obama a la Casa Blanca hace dos años?

No creo. Los comentaristas tienden (¡tendemos!) a sobrevalorar la sofisticación de los votantes, especialmente en lo que respecta a lo que entienden de cada reforma. Estas últimas semanas ha habido algunas encuestas realmente curiosas en este aspecto. Por ejemplo, hay bastantes sondeos que preguntan por varias medidas contenidas dentro de la reforma de la sanidad. «Usted apoya ayudas para comprar seguro a familias de pocos recursos», o «esta regulación a aseguradores», etcétera. La mayoría están a favor. Después preguntas si apoyan la reforma de Obama, y dicen estar en contra. También hay sondeos que dicen que la mayoría de votantes creen que este Congreso (uno de los más activos de los últimos cincuenta años) ha aprobado menos leyes que la media, y por descontado, la mayoría de votantes cree que el rescate financiero fue aprobado por Obama, cuando fue aprobado bajo Bush.

Esto es habitual y, por cierto, no es específico de los votantes americanos; sucede en todas las democracias. Siempre hay una minoría politizada, pero la mayoría de votantes responden a datos más básicos: si la economía va mal, la culpa es del presidente, y punto. Los sondeos señalan que los americanos no estaban en absoluto contentos con su sistema sanitario, y querían reformas. Y por descontado, todo el mundo le tiene unas ganas tremendas a los bancos. Pero con el paro rozando el 10%, esto importa poco.

– De entre los actores del mapa político norteamericano descolla por su novedad y agresividad el movimiento Tea Party, sobre el que existe ahora mismo una torrencial sobreabundancia informativa y cuya definición está protagonizando un vivísimo debate intelectual en todo el planeta. Desde el punto de vista organizativo, ¿de qué tipo de movimiento estaríamos hablando, y qué papel juegan en él los donantes empresariales, los comunicadores de masas, los políticos profesionales, las bases? ¿Responde a patrones históricamente consolidados de movilización social en EEUU, o supone por el contrario una auténtica novedad? ¿En qué términos puede describirse la relación del Tea Party con el Partido Republicano, y cómo puede evolucionar ahora esta relación tras haber colocado el Tea Party en las instituciones a varios de sus representantes?

Los tea parties son una criatura curiosa, pero no tienen nada de nuevo: la derecha americana siempre «genera» un grupo de gente extremadamente cabreada e increíblemente ruidosa cada vez que un demócrata llega a la Casa Blanca. A Bill Clinton también le llamaron socialista desde el primer día, vamos; recordad el ruido del Contrato con América, por no mencionar el absurdo del escándalo Lewinsky.

La diferencia este año es que gracias a internet, por un lado, que facilita organizar y recaudar fondos, y la sentencia de Citizens United en el Tribunal Supremo, por otro, que permite que grupos privados gasten todo el dinero que quieran en política, los tea parties están excepcionalmente bien financiados. Es difícil saber cuánto dinero empresarial hay sobre la mesa, ya que «gracias» a esa sentencia del Supremo hay mucho dinero básicamente secreto, pero está claro que no todo es movimiento de masas. Más bien lo contrario, de hecho: hay muchos grupos que son esencialmente organizaciones imaginarias. El Washington Post tenía un artículo de investigación fantástico sobre ello hace un par de semanas que pasó muy desapercibido.

La gran pregunta estos días, como comentaba, será la relación entre estos activistas y el Partido Republicano. Los tea parties puede que no sean muy significativos comparados dentro del electorado en general, pero tienen un peso gigantesco en las elecciones primarias republicanas. Ya hay voces que han señalado que la derrota en sus respectivos estados de tres de los candidatos favoritos de este movimiento, incluso con el apoyo de Sarah Palin (que por cierto, se está forrando con esto), han hecho que los republicanos no ganaran el control del Senado. En Nevada, por ejemplo, metieron como candidata a Sharron Angle, una mujer que está básicamente como un cencerro. Los demócratas salvaron el escaño gracias a ello, y no fue el único sitio.

Y en el plano del discurso, ¿representa el Tea Party una mera continuidad del neoconservadurismo de la década pasada, ahora en una versión opositora más agitada y altisonante, o presenta elementos de auténtica novedad ideológica respecto del mainstream de la derecha norteamericana de la pasada década? ¿Podríamos estar asistiendo, además de al conflicto de poder entre personas y aparatos, al arranque de un choque de conservadurismos, y cuáles serían los principales puntos de discordia en esta confrontación ideológica? ¿Cómo dibujaríamos ahora mismo el mapa de identidades, influencias, convergencias y fracturas de la Norteamérica conservadora?

No, no creo que sean nada nuevo -son los herederos de la tradición «intelectual», por llamarla de algún modo, de la John Birch Society de los años sesenta, sólo que más ruidosos. La gran diferencia, si acaso, es que en los sesenta los birchers fueron sacados a patadas del Partido Republicano, ya que el establishment los veía como locos inaceptables, mientras que ahora el establishment utiliza a los tea parties para apelar al populismo.

Sobre la posibilidad de un choque entre ambos grupos, es difícil decirlo. Hay bastantes comentaristas que de un tiempo a esta parte afirman que son los locos los que dirigen el manicomio, y no lo contrario. Bush y su equipo, por ejemplo, nunca hubieran montado un escándalo como el de la mezquita de la Zona Cero -serían muchas cosas, pero nunca flirtearon con el racismo de ese modo.

La derecha americana en los últimos años se ha radicalizado muchísimo, ciertamente. Ronald Reagan, el santo patrón del Partido Republicano en los últimos años, sería ahora inaceptablemente moderado. El hombre subió los impuestos varias veces, por Dios. Incluso pacto con políticos demócratas. Ningún candidato republicano con ese historial sobreviviría unas primarias hoy en día. Estamos ante un partido que cree sinceramente que Bush fracasó como presidente porque fue demasiado moderado. No es precisamente tranquilizador.

– Desde el centro-izquierda y la izquierda se han presentado algunas iniciativas que parecían presentar batalla al Tea Party en su propio terreno y con sus mismas armas: los encuentros y debates convocados por el Coffee Party, los dos grandes mítines de masas de octubre en Washington… A pesar de que la designación como candidato y posterior victoria electoral de Obama hace dos años debieron mucho a la movilización por la base, estas nuevas movilizaciones del campo progresista no parecen haber tenido el éxito esperado, o al menos no haber supuesto una herramienta demasiado eficaz para los demócratas, ¿por qué? ¿Con qué disposición ha afrontado estas elecciones el espacio cultural y político a la izquierda del Partido Demócrata? ¿Pone su resultado más fáciles o más difíciles las cosas a los movimientos sociales, los sindicatos y los intelectuales que vienen pugnando desde hace dos años por arrastrar a Obama hacia posiciones más a la izquierda?

Es muy difícil movilizar a tus bases cuando estás en el poder, y más cuando la realidad política hace que pasar reformas en Estados Unidos sea extraordinariamente difícil. Si a eso le añadimos que movilizar contra algo es muchísimo más sencillo que movilizar a favor, los progresistas lo tenían complicado. El factor más importante, sin embargo, es el de siempre: la economía. El paro afecta a todo el mundo, no sólo a los conservadores; si ya cuesta entusiasmar con reformas nacidas de un consenso chapucero con los senadores demócratas de Nebraska y Arkansas (pista: no son precisamente progres), imagina si el paro no deja de crecer.

Eso no quiere decir que la actitud de ciertos sectores de la izquierda en estas elecciones no haya sido bastante incomprensible. De acuerdo, la economía va mal, y la reforma de la sanidad o del sistema financiero han sido menos agresivas de lo que deberían, pero eso no quiere decir que Obama sea un traidor a la causa que no merezca ni gota de apoyo. En dos años de presidencia, Obama, Pelosi y Reid (los líderes demócratas en el Congreso han hecho un trabajo tremendo) han avanzado la agenda progresista más que cualquier presidente desde Johnson, y la respuesta de mucho intelectual ha sido «si, pero» o «bah».

De aquí unos años, la izquierda americana verá estos años 2008-2010 como el bienio milagroso, de eso no hay duda. Pero no estoy seguro que muchos entiendan que gran parte del mérito de ello ha sido la oportunidad dejada por la excepcional incompetencia de Bush combinada con un trío de políticos muy hábiles y pragmáticos.

– Estas elecciones se han celebrado bajo el inmediato impacto de la publicación en el portal Wikileaks de amplios dossieres sobre las guerras de Iraq y Afganistán. ¿En qué medida ambos conflictos están hoy presentes en el debate político norteamericano, tanto en la esfera pública mediática e institucional más formalizada como en la esfera informal, en los centros de trabajo y estudio, en las pequeñas comunidades o en las familias? ¿Cuánto y en qué sentido ha influido la política exterior de Obama en el comportamiento de los votantes en estos comicios? ¿Qué cambios pueden forzar los resultados del 2 de noviembre en este aspecto de la acción de gobierno de Obama?

Prácticamente nada. Las encuestas mostraban que los votantes estaban preocupados por cuestiones domésticas, no de política exterior. Hay un debate intelectual bastante serio sobre las dos guerras, pero no está demasiado politizado. El consenso es que Obama heredó un desastre, incluso en Irak, y que no importa lo que haga, no hay soluciones fáciles.

Las elecciones tendrán un efecto bastante limitado sobre la política exterior, la verdad. Los presidentes tienen una autonomía tremenda en este campo. Sólo el Senado tiene cierta capacidad de influencia, aprobando tratados, pero la situación ahí no ha cambiado demasiado. Los demócratas no tenían los 60 votos necesarios para controlar el Senado hace un mes, y tampoco los tienen ahora.

– Voces importantes de la sociedad civil norteamericana (por ejemplo, la organización Human Rights Watch) reclamaban tras la llegada de Obama a la Casa Blanca una Comisión de la Verdad para dilucidar responsabilidades en las violaciones de los Derechos Humanos cometidas por la administración Bush en su «guerra contra el terrorismo». Finalmente, nada semejante a tal Comisión se ha formalizado, y nadie ha pedido cuentas a los Bush, Cheney, Wolfowitz y compañía por sus decisiones. ¿Cómo ha interiorizado la sociedad norteamericana las terribles revelaciones sobre lo ocurrido en Guantánamo, Abu Ghraib o los «vuelos secretos» de la CIA, y la (casi) unánime condena global que estos hechos han suscitado? ¿En qué términos se está construyendo la memoria histórica colectiva de los norteamericanos respecto de aquellos años del neoconservadurismo en el poder?

Los americanos básicamente han pasado página. Han metido todo en una caja fuerte y tirado la llave. No ha sido un tema que haya salido demasiado en los medios de comunicación. Dejando a un lado a un sector de la izquierda (y a algunos conservadores, como Andrew Sullivan), que han hecho un trabajo titánico e increíblemente desagradecido para mantener el tema ocasionalmente dentro de la agenda política, me parece que no veremos gran cosa.

¿Por qué? La sensación que tengo es que las élites norteamericanas sienten vergüenza, no sólo porque todo esto sucediera, sino porque durante muchos años lo aplaudieron con entusiasmo. La intelligentsia apoyó la política exterior de Bush durante años, porque eso era lo que tocaba. El hecho de que estuvieran horriblemente equivocados, y lo justificasen todo, hace que nadie quiera verse en el espejo removiendo toda esa basura.

El votante medio, mientras tanto, está más preocupado por la economía que por otra cosa. No veremos protestas en este sentido.

– Quiero terminar dándote de nuevo las gracias por tu amable atención a estas preguntas, y dando también las gracias a Rebelión por acoger nuestra charla. Si quieres añadir algo más…

Gracias por tenerme por aquí, de nuevo. Espero haber aclarado algo las cosas. Lo cierto es que a pesar de estas elecciones, creo que hay motivos para el optimismo. La gran recesión no se convirtió en una depresión, la Ley de sanidad es realmente el mayor programa social aprobado en Estados Unidos desde los años sesenta, y la reforma financiera, si se aplica bien, limitará el poder de la gran banca de forma considerable. Esperemos que las reformas aprobadas, el estímulo fiscal y la política monetaria puedan acabar de recuperar la economía, y que los republicanos no rompan nada. Claro que los conservadores tienen todos los incentivos del mundo para hacerlo, entre sus propias elecciones primarias y asegurarse que Obama fracasa cara a las presidenciales de 2012. Esa será la gran batalla durante los próximos dos años.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.