El 4 de julio pasado, Ruanda celebró el decimocuarto aniversario de la toma del poder por parte del ejército de Paul Kagame. Esta conmemoración ha estado precedida por un artículo-choc publicado por Los Angeles Times del 22 de junio por el periodista Stephen Kinzer con el título: «There’s a new promise of prosperity. So why […]
El 4 de julio pasado, Ruanda celebró el decimocuarto aniversario de la toma del poder por parte del ejército de Paul Kagame. Esta conmemoración ha estado precedida por un artículo-choc publicado por Los Angeles Times del 22 de junio por el periodista Stephen Kinzer con el título: «There’s a new promise of prosperity. So why are human rights advocates unhappy?» En este artículo, Kinzer pone de relieve el contraste entre las críticas de los defensores de los derechos de la persona humana hacia el régimen de Paul Kagame y los elogios de diplomáticos y economistas que presentarían el Ruanda actual como el modelo más excitante para aquellos que sueñan con poner fin a la pobreza de masas. Algunos hablarían incluso de un milagro que se realiza bajo nuestros ojos. Aunque es fácil observar signos de modernización de las ciudades ruandesas – concretamente de Kigali – es muy difícil encontrar indicadores de las pretendidas hazañas del régimen actual ruandés en materia de lucha contra la pobreza masiva. Las estadísticas muestran más bien que las condiciones de vida de la mayoría de los ruandeses se han deteriorado respecto de la situación anterior a la guerra de 1990. Peor todavía, los datos muestran que esta situación de empobrecimiento, que afecta a la mayoría de la población ruandesa, no puede desligarse del problema hutu-tutsi, que las autoridades actuales tratan de barrer bajo la alfombra.
País desigualitario
Según el último informe del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo)) sobre el desarrollo humano referido a Ruanda (Turning vision 2020 into reality: From recovery to sustainable human development), 62% de la población rural vive actualmente en la pobreza, con menos de 0.44$US por día, mientras que en 1990 era el 50,3%. El informe menciona también que en 2000, la franja del 20% más rico detentaba el 51,4% del producto interior bruto (PIB), lo que sitúa a Ruanda entre el 15% de los países más desigualitarios del mundo. Si se compara esta situación a la de antes de la guerra de 1990, estas proporciones eran respectivamente de 48,3% y de 7,6%. El informe del PNUD hace observar también que si las desigualdades hubieran permanecido en los niveles de 1990 y de 1985, con la tasa de crecimiento actual del 5,8%, las rentas de los 20% más pobres habrían más que doblado. Las consecuencias de esta situación en la vida cotidiana de los ruandeses son desastrosas: cerca de un tercio de la población sufre carencias alimentarias y en algunas regiones, como el Bugesera, esta proporción alcanza el 40%. Así mismo, la esperanza de vida de un ruandés (44 años) figura entre las 20 más bajas del mundo.
¿Lucha contra la pobreza?
¿Los méritos del régimen de Kagame en la lucha contra la pobreza masiva, que no se reflejan en estos datos, serían más bien visibles en políticas a largo plazo, que no habrían producido todavía los efectos esperados? Nada es menos seguro a la vista de las prioridades presupuestarias del régimen actual. En efecto, mientras el 80% de la población vive de la agricultura, este sector no recibe más que el 3% del presupuesto del gobierno del general Kagame, esto es, muy lejos del 10% recomendado por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y agricultura). Del mismo modo, los gastos para salud son de 10$ por habitante, esto es, tres veces menos que la media de los países en vías de desarrollo (34$) e incluso por debajo de la media de los países subsaharianos (12$) ¿Cómo entonces hablar de modelo excitante cuando las desigualdades crecientes y la baja financiación del sector que emplea a más personas no permitirán a la mayoría de los ruandeses de invertir en la educación de sus hijos para quebrar el círculo vicioso de la pobreza? Ya en la actualidad, a causa de la extrema pobreza de muchas familias, el 30% de los niños de medios rurales abandonan la escuela antes del cuarto año de primaria. Así mismo ¿cómo alabar la política de lucha contra la pobreza de un país que está entre los que invierten menos en la salud de su población, cuando este factor es determinante en el crecimiento de la productividad de los trabajadores?
Gastos militares
Cuando se superpone la asignación de los gastos gubernamentales y la composición étnica de la población ruandesa, el esquema que resulta expresa grandes fracturas de riesgo que deberían frenar los ardores de aquellos que aprueban la visión » kagamiana » del desarrollo. He aquí los hechos: lo hemos dicho, el gobierno actual acuerda solamente el 3% de su presupuesto a la agricultura, mientras este sector emplea al 80% de la mano de obra ruandesa. Al constituir los hutu el 85% de la población, son ellos los mayoritariamente afectados por la escasa financiación del sector agrícola y, en consecuencia, mantenidos en la pobreza. Por el contrario, el régimen de Kagame ocupa el primer lugar en materia de gastos militares. Según el CIA-World Factbook, en 2006, Ruanda consagró el 13% de su PIB a los gastos militares. Incluso de la ayuda al desarrollo acordada a Ruanda se extrae hasta un 10% para financiar los órganos de represión, esto es, el doble de la parte reservada a la agricultura. Ahora bien, el ejército ruandés está constituido en un 90% de elementos surgidos de la minoría tutsi. La constatación es inapelable: el modelo » kagamiano » es doblemente arriesgado. Por un lado, sin mecanismos susceptibles o incitadores para ganarse el asentimiento de la mayoría, el régimen debe apoyarse en enormes medios coercitivos para mantener un equilibrio frágil. Por otra parte, colocando frente a frente un ejército casi monoétnico tutsi y una masa de abandonados a su suerte mayoritariamente hutu, el régimen porta los gérmenes de una confrontación interétnica que corre el peligro de provocar otra hecatombe. El Burundi vecino constituye una perfecta ilustración.
De todos estos hechos, se desprende que el contencioso étnico, que está a la base de las violaciones masivas de los derechos de la persona humana en Ruanda, constituye también la trama de fondo de la política económica del régimen de Paul Kagame. Ignorar esta realidad en el otorgamiento de apoyos a este régimen y limitarse a contemplar la bella carta de visita que constituyen algunas ciudades como Kigali, viene a ser contemplar un espejismo, contentarse con ello y condenar a Ruanda a sufrir, tarde o temprano, otras horribles catástrofes.
Emmanuel Hakizimana es profesor de Economía en la Universidad de Québec en Montréal y antiguo profesor de la Universidad Nacional de Ruanda.